– No me como un hombre desde hace siglos -dijo Beth con un tono de cómica tragedia-. No. El marido es completamente idiota…
Dan se levantó del suelo y de una sola zancada se sentó al lado de Beth.
– Soy Dan el sueco y si eres una planta carnívora y me quieres comer ahora mismo, no tienes más que decirme por dónde quieres empezar.
– Oh, Dan. Me llamo Beth y si te digo por dónde quiero empezar a comerte, probablemente me van a acabar deteniendo. -Se puso a reír sin poderse contener.
Dan echó la cabeza hacia atrás y resopló.
– Dios -dijo-. ¿Esa niña tan preciosa es tuya, hermana?
– Pues sí. Love…
– Love, ¿eh? ¿Y tú, preciosa Beth? ¿De dónde sales?
Beth se removió con excitación en la silla. Acababa de reconocer la certeza de un encuentro sexual arrebatador e inminente y de pronto le bullía la impaciencia en el vientre y entre los muslos. Siempre había sido así desde la adolescencia: incontrolable, descarada, directa. No recordaba cuándo había rechazado un buen coito o cuándo se había abstenido de ser provocadora. Notó que se le endurecían los pezones y no le importó que se le notara por debajo de la camisola.
Dan bajó la mirada, inclinó la cabeza hacia la derecha y chasqueó la lengua. Luego rió con estrépito:
– Oh, está bien -dijo.
Beth dijo:
– Desde luego. Vengo de Australia y me encanta follar. -Dijo fuck. No supo explicarse la razón de la procacidad repentina. Años después se dijo que en aquel momento había reconocido a una alma gemela y que por eso le había sido fácil hablarle con su propio lenguaje íntimo. En todos los años durante los que fueron amigos y amantes más o menos ocasionales (a sobresaltos, a golpes de pasión incontrolable que duraban semanas) nunca se engañaron, nunca tuvieron secretos el uno para con el otro, nunca disimularon.
– No sé lo que vio en Dan, la verdad sea dicha -dijo Carmen, titubeando-. Tampoco es que tuvieran mucha intimidad, ¿no?
– ¿Tú crees que se acostaban? -preguntó Francisca, con su inocencia tan habitual.
– No. A ver-dijo la Pepi.
– No sé. Eran tan raros los dos… Fíjate que siempre he pensado que Dan, con esa pinta de hombretón exagerada, es en realidad marica y ella se lo hacía con él por el morbo…
– Vamos, vamos -dijo Juan Carlos-. ¿Dan, marica? Bien au contraire. De hecho… ¿quién dijo antes que la llegada de Beth al pueblo lo cambió todo? Sí, tú, Pepi, ¿verdad? -Se inclinó hacia adelante y recuperó el tono lento y pedante, aquella forma suya de hablar impartiendo filosofía que tanto los irritaba a todos-. Oh, sí: ha sido una intuición tuya que te alabo. Dime, ¿qué querías decir con que la llegada de Beth lo había cambiado todo? -Como si le estuviera tomando la lección y sólo él conociera la respuesta.
La Pepi se encogió de hombros.
– No sé… como estabas hablando de que había maldad en este villorrio entonces… pues yo creo que esa maldad desapareció cuando llegó Beth… no porque llegara ella sino cuando llegó… como si todo se… -no encontró la palabra y titubeó.
– …se trivializara -concluyó Juan Carlos por ella-. ¡Exacto! Fue exactamente así. La perversidad que estaba en el aire, en el ambiente, Beth la rompió, la deshizo, la frivolizó. - Dijo frivolizó sílaba a sílaba-. Tanta magia que descendía de las montañas y que se canalizaba a través de Hawthorne se disolvió de golpe. Parece mentira que un elemento tan simple e insignificante como la llegada de un personaje marginal y de poca cultura… y que siguió siendo culturalmente marginal para siempre, ¿eh?, pudiera alterar la fisonomía filosófica, la weltanschaung de un lugar como éste. No es que Beth no llegara a integrarse en el círculo mirífico y Hawthorneiano, es que ella creó otro distinto sin quererlo, sin saberlo, y destruyó el de Liam Hawthorne, el que había creado a distancia Pamela Gilchrist con su maldad y su egocentrismo pedante…
– No sé por qué dices eso -interrumpió Tono-. Beth llegó y llegó. Y basta.
– ¡No! Ocurrió que Beth llegó y desmoralizó el lugar con sus costumbres laxas. Y no porque fueran laxas, ¿a quién podían importar las costumbres de nadie durante la revolución hippy de los sesenta?, sino porque le era indiferente irrumpir en el alma de la gente y robarle la inocencia… los desconcertó a todos…
– ¡No es verdad!
– … Y enfrentó a unos contra otros sin saberlo, sin darse cuenta. En cierto modo, Beth destruyó el alma de este pueblo.
– Bah -dijo Carmen-. Mucha palabrería altisonante para explicar un fenómeno que no ocurrió. Cuántas tonterías hay que oír. Lo único que Beth destruyó fue el bolsillo de la gente con la que tuvo trato.
– ¿Te consta? -preguntó Tono.
– Hombre, claro. -Y luego, cambiando de tema, añadió-: Verdaderamente, Pepi, te has puesto un color de pelo que parece un incendio. -Y la Pepi arrugó el entrecejo y la nariz para que se viera que ella hacía con su pelo lo que le daba la gana.
Beth miró a Love y frunció el ceño.
– No le va a pasar nada -dijo Dan-. Está aquí en medio del pueblo, rodeada de gente. Para un rato que vamos a estar… esto…
– No. Tiene que venir con nosotros. ¿Cómo se va a quedar sola? ¡Tiene tres años!
– Bueno… Sin problema. En la comuna hay gente y Love puede jugar por ahí, en el patio y tal. Yo es que de niños…
– Vamos -dijo Beth-. Ven, amor -dirigiéndose a Love.
Love se incorporó sin dejar de mirar a la yedra. Alargó la mano y con el índice acarició una de las hojas, la más nueva, la que tenía el verde más brillante. Después volvió la cara para mirar a su madre y sonrió con levedad, como si hiciera una mueca ligera y un poco tonta.
Beth alargó la mano.
– Vamos, ven… que mamá tiene prisa.
Fue después de aquello que Love empezó a quedarse en Ca'n Pita, la casa de Carmen y sus hermanas en el Cerrado. Todas, menos Love el primer año, iban a la escuela primaría, la que está en el convento que hay en la cuesta, frente a la pensión Morelos, camino de la iglesia parroquial.
– Love aparecía en casa -explicó Carmen-, unas veces por la mañana, otras a las horas de comer. Había veces en que se pasaba toda la tarde jugueteando en el patio con las plantas, hay que ver lo que le gustaban las plantas a la chiquilla, o en la cocina, con las muñecas de ésta -señaló a la Pepi con la barbilla-. Aquello se convirtió en una rutina. Mamá no lo hacía más que porque le daba pena la cría.
– Ya, y cuando rompió a hablar -dijo la Pepi-, lo hizo un día de pronto en mallorquín, ¿te puedes imaginar?
– Es curioso cómo funciona la mente humana -dijo Tono en voz baja-. Love se puso a hablar en mallorquín, en un mallorquín cogido de la calle, que vosotros casi ni hablabais en vuestra casa.
– ¿Verdad?
– En cambio, de lo que no estoy muy seguro es de por qué decidió Beth alquilar El Mirador -dijo Tono-. Hombre, le dieron los aires de grandeza y se puso a gastar el dinero que no tenía para ir a hacer la señorona a El Mirador, pero ¿por qué?
– Te lo digo yo -afirmó Carmen-. Que la cosa no tiene mucho misterio. Primero, estaba unos kilómetros más cerca de Palma para cuando decidió mandar a la niña allá al instituto. Segundo, nosotros, bueno, Ca'n Pita, éramos una acusación permanente, testigos, ya sabes, y a Beth le resultaba más incómodo por días, a medida que crecía Love…
– iQué va! -interrumpió Tono-, le daba igual. Pues sí que le ha importado nunca lo que opinaran los demás…
– Bueno, lo que quieras… Y tercero, le parecía más aristocrático vivir fuera del pueblo.
– Y sin testigos -insistió la Pepi.
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