Fernando Schwartz - El príncipe de los oasis

Здесь есть возможность читать онлайн «Fernando Schwartz - El príncipe de los oasis» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El príncipe de los oasis: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El príncipe de los oasis»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un joven mitad árabe, mitad occidental, criado y educado en Europa, regresa a Alejandría para reencontrarse con sus raíces islámicas. Junto a su padre, un aristócrata de la corte egipcia, emprenderá un peligroso viaje a los oasis de Libia. Diplomático, escritor y excelente comunicador, Fernando Schwartz (Madrid, 1937) decidió dedicarse por completo a la literatura desde 2004. Autor de más de una docena de novelas y ensayos, ha recibido, entre otros galardones, el Premio Planeta 1996 por El desencuentro y el Premio Primavera 2006 por Vichy, 1940. Su última novela, El cuenco de laca, alcanzó un notable éxito. Reside la mayor parte del año en Mallorca.

El príncipe de los oasis — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El príncipe de los oasis», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¡Mira, Jamie! Mira los pajarillos. Los beduinos consideran que es un excelente augurio cruzarse con ellos.

Dos días después, en una mañana de sol radiante, emprendieron la ruta en dirección al sur. Una hora más tarde el calor empezó a ser oprimente y todos agradecieron que se levantara poco después de las once una brisa fresca, un leve susurro que recorría la superficie de la arena deslizándose suavemente. Casi de forma imperceptible, sin embargo, fue ganando fuerza e intensidad, por más que durante un buen rato siguiera siendo apenas un vientecillo agradable. Pero de pronto pareció que toda la superficie del desierto se alzaba, primero en pequeños remolinos y luego en láminas de arena cortante que, al principio, azotaban los tobillos pero después iban ascendiendo hasta alcanzar las rodillas y los muslos y luego el pecho y, por fin, la cabeza, como centenares de agujas, hasta que acababan volando por encima del viajero. Y vuelta a empezar casi sin descanso. A ratos el cielo desaparecía de la vista y sólo podían apercibirse los camellos más próximos. El resto se perdía en una espesa niebla de arena en medio de la que no era posible cerrar los ojos porque hay algo peor que el dolor de las rachas de viento en la cara y las lágrimas que se deslizan por las mejillas convertidas en barro: ir a ciegas y perder el camino.

Las rachas llegaban de tres en tres o de cuatro en cuatro y entre cada oleada de ellas había un momento de respiro en el que todo quedaba en calma hasta que el viento volvía de nuevo con más fuerza. [4]*Entonces era preciso apartar la cara y hacer de un lado de la kufiya una pantalla sujeta con las dos manos. Sólo así se podía respirar. Aun así, la arena lo ocupa todo, lo invade todo. Llena la ropa, la comida, los pertrechos; la arena se percibe, se respira, se come, se bebe, se odia *.

El ruido de la tormenta es tan aterrador como la fuerza con la que se desencadena. Es como si un monstruo gigantesco soplara con violencia sobre quienes se han aventurado por el desierto, al tiempo que con los dedos y las uñas de una mano araña una tela de seda que sus esclavos mantienen muy tirante.

Probablemente la única salvación está en los camellos: conscientes de que si se detuvieran, morirían, reducen su paso cansino pero nunca dejan de moverse hacia delante, a menos que se establezca un campamento para pasar la noche.

No hay reglas en las tormentas de arena. Aunque un beduino asegure que no se levantan por luna llena, en aquel viaje de trescientos kilómetros hasta el pozo Zieghen se abatieron sobre la caravana de noche y de día sin piedad. Se dice que si la tormenta se alza de madrugada, amainará al atardecer; las hubo que duraron día y noche durante media semana. Tanto que la mayoría de las jornadas del trayecto fueron hechas casi a ciegas y sólo las mediciones del Bey o de Rosita (alternándose uno y otro, porque tomaron la costumbre de no sufrir innecesariamente) los mantuvieron en el camino correcto por más que de forma aproximada. No se desviaban demasiado de la senda prevista; prueba de ello era que, en los momentos en los que las tormentas se calmaban, aunque fuera por poco tiempo, los guías podían ver allá a lo lejos (y así se lo señalaban a los demás viajeros) los hitos de la ruta que seguían. A ocho o diez kilómetros hacia el este, una serie de pequeñas dunas en forma de tiendas de campaña, conocidas con el nombre de El Khweimat, 'las tiendas'. Más adelante, también hacia el este, a unos treinta kilómetros, El Ferayeg, 'la pequeña banda' de caminantes, un grupo de cuatro montículos colocados uno detrás de otro. Y más adelante aún, Mazul, 'el solitario', una colina aislada, sin nada alrededor que la escondiera de la vista.

De todos modos, en aquellos días agotadores, las oportunidades de sentirse seguros en el camino previsto eran escasas. Las tempestades de arena no daban tregua.

Sólo una tarde, antes del anochecer, la tormenta paró de golpe como si hubiera sido aplacada por la mano de un mago. Entonces todos pudieron sentarse mientras el polvo bajaba suavemente como la escarcha y se posaba sobre ellos. Pronto, al cabo de una hora, salió la luna y todo quedó en silencio y en paz. Fue una transformación asombrosa del desierto que hasta hacía tan poco tiempo había sido el peor de los enemigos. La luz de la luna era fuerte y, aunque teñía el paisaje de color violeta, permitía que el relieve de las dunas, sus hondonadas y sus sombras fueran perfectamente visibles. Y al cabo de una o dos horas, cuando se escondió aquélla, quedó el espectáculo sobrecogedor del firmamento con sus miríadas de estrellas y constelaciones: Casiopea, Orion y su nebulosa, Andrómeda, las Osas…

Rosita Forbes salió hacia una pequeña duna para hacer las mediciones con la mayor exactitud posible. El Bey la dejó ir sola y se quedó en el campamento para poder comprobar el estado de los hombres, de las bestias y los pertrechos, tan duramente maltratados por el viento incesante.

La mejoría del tiempo fue un espejismo: apenas duró veinticuatro horas. Por la mañana habían reanudado la marcha por el desierto en calma, tan apacible como si nada lo hubiera alterado hasta aquel momento, pero al atardecer, la tormenta volvió a levantarse con mayor violencia aún. Entonces el Bey dispuso que se siguiera andando sin descanso por la noche. Las reservas de agua habían bajado peligrosamente y se hacía preciso reponerlas con urgencia. Las fantasses, las grandes cantimploras de hojalata, estaban ya casi vacías y muchas de las girbas, las pieles de cabra que iban cargadas sobre los camellos, se habían reventado con el roce entre los animales y otras se habían vaciado espontáneamente, sudando por la piel podrida. Tras más de una semana de marcha, el Bey había decretado que se redujeran las raciones al mínimo para conservar el agua. También ordenó que se distribuyeran dátiles para limitar el consumo de harina, arroz, aceite y sal.

Azotados sin descanso por las tormentas de arena, avanzaban penosamente hacia el sur, en dirección, les parecía, al pozo Zieghen.

Al undécimo día el pozo seguía sin aparecer y la situación empezaba a ser desesperada. «¿Nos habremos equivocado en las mediciones? -se preguntaba el Bey-. No puede ser». Un día después de abandonar el pozo de Buttafal, en la primera acampada, él mismo y Rosita Forbes se habían encaramado a la duna y habían tomado los puntos de referencia, las coordenadas, la hora exacta del momento. Lo mismo había hecho ella sola en el breve respiro de veinticuatro horas que les había concedido la tormenta pocos días antes.

Como siempre hacían, de regreso al campamento, Rosita, el Bey y Nicky habían dibujado en el mapa que elaboraban la ruta seguida, las millas recorridas y la distancia presumible hasta el pozo Zieghen. ¡No podían haberse equivocado! Deberían haber llegado al noveno día de viaje. Pero, del pozo, ni señales. ¿Habrían pasado de largo sin darse cuenta? El pozo es apenas una mancha oscura y húmeda en la arena, pero los guías experimentados que los acompañaban, Ali Kaja, Zerwali, el propio Abdullahi, eran expertos conocedores del desierto y no se les habría pasado una cosa así, una mancha por pequeña que fuera de la que dependía que siguieran todos con vida.

En plena marcha interminable, dos de los camellos se detuvieron de pronto y, sin atender a órdenes ni gritos ni latigazos, se tumbaron en la arena a dejarse morir. Parecían indiferentes a todo e iban rindiendo la cabeza y el cuello poco a poco, mientras berreaban cada vez con menos fuerza. Los camelleros, haciendo palanca con sus espaldas pese a su agotamiento, tiraron de las riendas para intentar que se levantaran y despertara su instinto de supervivencia, pero no hubo manera. Acaso, hacer que bebieran hasta saciarse les habría salvado la vida, pero ni siquiera quedaba agua suficiente para que los hombres apagaran su sed de un sorbo. Y además, ése no era el problema: durante el invierno, un camello bien entrenado puede aguantar perfectamente quince días sin beber.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El príncipe de los oasis»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El príncipe de los oasis» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Fernando Schwartz - Vichy, 1940
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Engaño De Beth Loring
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - Al sur de Cartago
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - La Venganza
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Peor Hombre Del Mundo
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Desencuentro
Fernando Schwartz
Fernando Vallejo - La Virgen De Los Sicarios
Fernando Vallejo
Fernando García Maroto - Los apartados
Fernando García Maroto
Agustín Rivero Franyutti - España y su mundo en los Siglos de Oro
Agustín Rivero Franyutti
Fernando García de Cortázar - Los mitos de España 
Fernando García de Cortázar
Fernando González - Los negroides
Fernando González
Отзывы о книге «El príncipe de los oasis»

Обсуждение, отзывы о книге «El príncipe de los oasis» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x