Lucía Etxebarria - El contenido del silencio

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Gabriel, un joven ejecutivo cuya vida desahogada y apacible transcurre en Londres, lleva diez años sin saber nada de su hermana, hasta el día en que recibe una llamada que le informa de que muy probablemente ésta haya fallecido en un suicidio colectivo llevado a cabo en Tenerife. Su inmediato viaje a las islas para testificar como único pariente vivo de la desaparecida tendrá un efecto devastador y a la vez catártico, que le hará replantearse todo su pasado y su futuro en un itinerario no sólo físico sino también, y sobre todo, interior.
Helena, la amiga íntima de Cordelia, será su guía durante la inmersión en la vida de su hermana. Un inmersión común que precipitará a ambos a confrontar sus miedos, vacíos y huidas.

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– Parece que hayas leído mucho sobre el tema -dijo Helena interrumpiendo a Gabriel.

– Leo mucho, en general.

– Como tu hermana.

– No parece que a mi hermana le haya senido de mucho.

– Quizá porque no leía los libros adecuados…

Rayco interrumpió el conato de discusión y retomó la charla en español acelerado e incomprensible durante unos largos minutos que a Gabriel se le hicieron eternos. Los cuerpos del policía y la chica ejecutaban una curiosa danza sincronizada: cuando él cruzaba una pierna, ella hacía lo mismo; cuando ella echaba la cabeza hacia atrás, él copiaba el gesto casi inmediatamente; cuando él se acercaba a ella, ella respondía y se acercaba a su vez a él. Rayco dirigió una mirada a Gabriel y luego cuchicheó algo en el oído de la morena, lo que hizo que ella estallara en la primera carcajada que Gabriel le había visto soltar en los días que llevaba allí, y que le iluminó el rostro como una corriente eléctrica. A Gabriel no le cupo va entonces la menor duda de que aquellos dos eran amantes, y se sintió profundamente incómodo. Una extraña rabia ciega y frenética se iba haciendo hueco en su interior y le ahogaba. En ese momento, Rayco volvió de nuevo la cabeza y la atención hacia él.

– Por lo que el chico contaba en el diario, Ulrike, evidentemente, era la amante de Heidi. No era algo de lo que ambas hablaran mucho, pero en el grupo se daba por hecho. De todas formas, la Meyer predicaba el ascetismo y el celibato, así que la naturaleza de la relación entre las dos nunca se discutía. Pero de pronto apareció tu hermana, que se convirtió en su discípula amada, en su elegida, y Ulrike pasó a un segundo plano. Heidi pasaba horas con Cordelia y le dedicaba atenciones especiales que no tenía con ningún otro miembro del grupo. Se sentaba a su lado en el refectorio y la dejaba ponerse a su derecha en las sesiones de meditación, un privilegio de honor que hasta entonces había estado reservado a su segunda de a bordo. Al parecer, a Ulrike se la veía verdaderamente celosa. Pero Heidi no podía prescindir de ella porque era la que controlaba toda la ingeniería financiera y jurídica del grupo; eso no lo decía en el diario, eso lo ha comprobado la policía. De forma que los últimos días de Thule Solaris debieron de estar marcados por la discordia.

– Y ¿eso aceleró la decisión de Heidi del suicidio ritual?

– No sólo eso. Uno de los miembros del grupo era un millonario suizo, principal accionista de una compañía farmacéutica, que había estado donando a Heidi cantidades astronómicas. Este hombre tenía hijos mayores que, al descubrir el asunto, habían movido a los mejores abogados, detectives y psicólogos del mundo para denunciar a Heidi y declarar incapacitado al señor en cuestión. Abogados y detectives rastrearon el pasado de la Meyer y descubrieron que en su juventud había pertenecido a un grupúsculo neonazi, y que tenía una orden de búsqueda y captura pendiente en Alemania por difusión de propaganda o ideología nacionalsocialista. Así que Heidi se vio venir el final del negocio y convenció a los discípulos de que unos ovnis iban a venir a recogerlos. Sólo tenían que lanzarse al mar, suicidarse, y los ovnis captarían su espíritu y los llevarían a otra dimensión. Probablemente se trató de una huida hacia adelante de Heidi. Vio que el negocio se acababa y decidió acabarlo ella, de la forma más expeditiva posible.

– Pero eso no tiene ninguna lógica…

– Gabriel -Rayco parecía casi enfadado-, ¿de verdad esperas que alguien que cree en los ovnis actúe con lógica? Según el diario del chico, los acólitos del grupo estaban convencidos rie que el cuerpo no es sino una envoltura.

This mortal coil…

– ¿Eso es de Hamlet? -dijo Helena.

– Sí. -Gabriel se sorprendió cuando ella identificó la cita tan rápidamente.

– Pues eso, que Shakespeare ya decía lo mismo, que el cuerpo no es más que una envoltura mortal -dijo Helena traduciendo para Rayco.

– Y lo importante es el alma. Bueno, eso lo creen la mayoría de las religiones. A mí mismo me educaron en ese principio. Y también me educaron en una religión en la que su líder se suicidaba para renacer al cabo de tres días, porque ¿qué hace Jesucristo al entregarse sino suicidarse? En fin, pareces muy sorprendido de que a Heidi le resultara tan fácil convencer a su grupo de que se suicidaran, pero yo no lo veo tan complicado. Ellos creían que unos seres superiores vendrían a recogerlos y los llevarían a otra dimensión. Estaban preparados para el viaje final.

– Y ¿cómo lo hicieron? El suicidio, quiero decir.

– Eso no ha quedado tan claro, y en el diario no lo especifica. Casi seguramente consumieron algún tipo de drogas alucinógenas en la que iba a ser su Última Cena. Después se dirigieron a alguna playa. En esta isla, las zonas de aguas fuertes son las puntas, porque están expuestas, y porque las playas no cuentan con rompeolas. Quizá fueron a Garachico, donde el mar es bravo y arrastra hacia dentro, o más al oeste, hacia Buenavista. Incluso puede que lo hicieran aquí mismo, en los alrededores de Punta Teno. Si habían decidido arrojarse al mar desde algún acantilado de por allí, se entiende que no hayan aparecido la mayoría de los cuerpos, es posible que nunca aparezcan. La corriente puede haberlos llevado mar adentro, y se los habrán comido los peces.

– Y ¿eso te hacía tanta gracia? ¿De ahí la carcajada que has soltado cuando él te hablaba? -Gabriel se dirigía esta vez a Helena. Estaba enfadado, pero no porque Helena fuera capaz de reír ante la perspectiva de que el cuerpo de Cordelia estuviera en esos momentos navegando a la deriva por el Atlántico, sino porque se sentía fuera de lugar, relegado ante la intensa camaradería que aquellos dos parecían compartir.

– No, no me reía por eso -dijo ella, muy seria-. Rayco acababa de gastarme una broma. Te entiendo, perdona, sé que no es momento para risas.

– Disculpa, no debería haberte hablado así. Perdóname, estoy un poco tenso. Y cansado.

– Sí, deberíamos pensar en volver a casa. Ya es tarde.

En el camino de vuelta, Helena siguió refiriéndole detalles de la investigación. La policía estaba segura de que Heidi estaba viva en alguna parte y de que se había marchado con una mujer, pues un testigo fiable decía haberla visto al día siguiente de la tragedia en una gasolinera de Tenerife.

Otros testigos aseguraban que Heidi y esa otra mujer estuvieron ese mismo día en un bar situado en la carretera que se dirige al aeropuerto. La otra mujer era alta, rubia y de pelo corto. Pero el caso era que tanto Ulrike como Cordelia eran altas, rubias y de pelo corto. El coche de Heidi, un Porsche Cayenne muy llamativo -únicamente había matriculados un número limitado de Cayenne en la isla, y entre ellos sólo uno era color amatista: el de Heidi-, había aparecido en el aparcamiento del aeropuerto, pero no constaba ninguna salida a nombre de Heidi, de Ulrike ni de Cordelia, aunque podrían haber viajado con pasaportes falsos.

Rayco continuaba clavándole a Gabriel aquellas miradas de soslayo cargadas de intención. Gabriel se avergonzaba de sus propios celos. ¿Cómo podía sentirlos en esas circunstancias, a un mes de casarse con Patricia y con la posibilidad de que Cordelia hubiera muerto pendiendo sobre sus cabezas como la famosa espada? Pero era como si su mente actuara en dos tiempos, a medias entre el presente y el pasado, un pasado en el que él no estaba comprometido y su hermana aún vivía, y como si la noticia de la desaparición de Cordelia sólo hubiera penetrado en la capa más superficial de su conciencia, dejando toda una profunda región adormecida en la ignorancia.

Cuando por fin llegaron a la casa de Helena, Rayco y ella se fundieron en un estrecho abrazo. Después, Gabriel oyó cómo ella le daba las gracias, una de las palabras que él podía entender en español. A continuación, el policía le tendió la mano a Gabriel y él se la apretó con una mueca agria que intentaba ser una sonrisa.

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