Inma Chacón - La Princesa India
Здесь есть возможность читать онлайн «Inma Chacón - La Princesa India» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Princesa India
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Princesa India: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Princesa India»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Princesa India — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Princesa India», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Cómo he podido ser tan torpe? Lo siento, muchacho, no caí en la cuenta.
Al cabo de unas horas, un matrimonio de cristianos viejos les acompañaba con sus dos hijos varones por la calle Placentines, camino de la posada. En las gradas de la catedral, los mercaderes efectuaban sus transacciones con los productos traídos de las Indias. Comenzaba a llover; en sólo unos instantes la lluvia se convirtió en aguacero, y los comerciantes se introdujeron en el interior de la basílica para refugiarse. Juan de los Santos creyó ver al hombre de negro observándoles desde las escaleras y alertó a su señor.
– ¡Mira! ¡Ahí está otra vez! ¡Rata del demonio!
Don Lorenzo miró hacia el lugar que le señalaba el criado.
– ¿Quién? ¿Dónde?
– ¡Allí! En el último escalón. El comerciante. ¿No lo ves? Parece que se está riendo el muy miserable.
El capitán no consiguió verlo y continuó caminando sin darle importancia.
– ¿Estás seguro de que era él? Creo que te estás obsesionando.
Realmente no estaba seguro de que fuera el comerciante, pero lo fuera o no, para Juan de los Santos la necesidad de llegar a Zafra se convirtió en urgencia y desasosiego. Sevilla no era segura para sus mujeres. Cuando llegaron a la posada y el capitán le propuso asistir a una de las procesiones con doña Aurora y con Valvanera, se llevó las manos a la cabeza y volvió a hablarle como cuando se enfadaba con él cuando era un muchacho.
– ¿Estás loco? ¿Quieres que el comerciante nos siga hasta la posada y averigüe de dónde somos y adónde nos dirigimos? ¡No participaré en esa temeridad, antes prefiero que me eches de tu servicio!
Don Lorenzo le miró con cara de sorpresa. También él se sorprendió de sí mismo, era la segunda vez en dos días que se mostraba tan alterado. Don Lorenzo se relajó y le guiñó un ojo como cuando era niño y buscaba su perdón.
– No te enfades, sólo quería enseñarles a las mujeres el Vía Crucis, dicen que las tallas son una maravilla.
– ¿Que no me enfade? ¿Acaso has olvidado lo que dijo el capitán don Ramiro? Ese hombre es peligroso.
El capitán le tendió la mano ofreciéndole las paces.
– Cálmate, tienes razón. No saldremos de aquí hasta que subamos a la carroza que nos lleve hasta casa.
Juan de los Santos asintió con un gesto y se fue en busca de Valvanera. Desde que sabía que le iba a convertir en padre, su india del color del caramelo le parecía más hermosa que nunca. La redondez de su vientre se acentuaba a medida que pasaban los días, él ya no podía abarcarle los pechos con las manos, y sus ojos brillaban cuando pensaba en el hijo que amamantaría antes de que llegara el invierno. Jamás consentiría en que le hicieran daño, jamás dejaría al azar la posibilidad de que alguien pudiera ensombrecer la felicidad que él le debía. Él la trajo consigo y se aseguraría de que nunca tuviera que arrepentirse. La cuidaría a pesar de todos los pesares, a pesar de don Lorenzo, a pesar del hombre de negro y, si era preciso, incluso a pesar de sí mismo.
3
Desde la ventana de su habitación, doña Aurora podía ver el puente de Triana y las edificaciones del otro lado del río. Los últimos rayos de Sol iluminaban los azulejos de la torre donde se almacenaban las mercancías traídas desde su tierra, parecía de oro. Los barcos atracados en el muelle se reflejaban en el Guadalquivir. Al fondo, la muralla de la ciudad se levantaba prohibiéndole el paso. Nunca conocería Sevilla.
Enfundada en sus ropas oscuras, contemplaba el puerto, extrañamente tranquilo comparado con el ajetreo de los días anteriores. La luz anaranjada de la tarde se fue transformando en sombras donde poco a poco aparecían los resplandores de los faroles que iluminaban la ciudad. El cielo estaba medio nublado, casi no se veían las estrellas. Cuando la noche se cerró, comenzaron a aparecer sobre el puente dos filas de antorchas que iluminaban figuras cubiertas con túnicas y capirotes. Se escuchaban cánticos a lo lejos, acompañados de un sonido de trompetas que parecían llorar.
La princesa se retiró de la ventana y llamó a su esposo, le temblaban el cuerpo y la voz. Don Lorenzo la abrazó y le pasó la mano por la frente.
– ¿Qué te ocurre? Estás sudando.
Doña Aurora escondió su miedo contra el pecho de su esposo y señaló la ventana sin mirarla. Los hombres encapuchados avanzaban hacia el otro lado del río, golpeándose la espalda con manojos de cuerdas terminados en ruedas pequeñas, parecían dirigirse a la posada. Don Lorenzo la abrazó.
– No te asustes, son los hermanos de sangre, disciplinantes que cumplen penitencia para expiar sus pecados. Los que llevan hachones de cera les curarán las heridas cuando lleguen al lavatorio, son los hermanos de luz.
La princesa abrazó a su esposo sorprendida y aliviada. Los dos se acercaron a la ventana y contemplaron cómo avanzaba la cofradía entre banderas y estandartes. Varios penitentes llevaban a cuestas unas andas con la imagen de Jesús Crucificado, entregado a la muerte. La Virgen sufría sobre otras andas que bailaban al compás de la tristeza de las trompetas y de los cánticos. Un grupo de mujeres participaba en la procesión caminando detrás de las imágenes, portando velas del color de la tiniebla.
Doña Aurora levantó al pequeño Miguel en los brazos y se reclinó sobre el pecho de su esposo para escuchar sus explicaciones.
– Me lo contaron ayer en el puerto. Yo tampoco lo había visto nunca. Las cofradías salen a la calle todos los años. Ayer fue el Santo Vía Crucis. Empieza en el palacio de don Fadrique Enríquez de Rivera y llega hasta la Cruz del Campo. Los penitentes tienen que caminar 1.321 pasos, los mismos que separaban la casa de Pilatos del Monte Calvario.
Conocía la historia de la Pasión de Jesús, los sacerdotes españoles se la contaron cuando todavía vestía sus ropas aztecas. Sin embargo, las lágrimas de aquella mujer que avanzaba sobre las andas con las manos abiertas, vacías del hijo a quien nunca más abrazaría con vida, le devolvieron sus propias lágrimas. La princesa lloró recordando a su madre y a su hermano, a doña Mencía, a Serpiente de Obsidiana, y a las madres de todos los que murieron a manos de los que pretendían salvarles de los sacrificios sagrados y del fuego del infierno.
Don Lorenzo le secó las lágrimas y la retiró de la ventana.
– Ven, chiquinina, no soporto verte llorar.
El pequeño Miguel se asustó del llanto de su madre y comenzó también a llorar. Poco después, Valvanera y la pequeña María entraban en la habitación con los ojos hinchados. Juan de los Santos las seguía; cuando reparó en los ojos de doña Aurora y en los del niño, se llevó las manos a la cabeza y se dirigió a su señor.
– ¿Y tú pretendías que las lleváramos a ver la estación de penitencia? ¡En mi vida había visto tanta lágrima junta!
La princesa y su criada se miraron los ojos enrojecidos y estallaron en carcajadas que contagiaron a los pequeños. El mozo de espuela cerró la ventana y la puerta y les pidió silencio.
– ¡Callad! Nadie debe oíros reír así en Viernes Santo.
Don Lorenzo las miraba con una media sonrisa, parecía más alto en aquella habitación que alargaba las sombras con su candil de aceite. Los agrupó a todos delante del camastro y engoló la voz, solemne y teatral.
– Ahora que estamos todos reunidos, he de comunicaros algo muy importante.
Se calló durante unos segundos, creando en su público la suficiente expectación como para que todos le preguntaran.
La princesa se sentó en el camastro rebosante de orgullo, su esposo parecía un teul salido de los libros sagrados. Indicó a los demás que tomaran asiento e imploró al capitán que les contara aquello tan importante. Valvanera y Juan de los Santos la imitaron.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Princesa India»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Princesa India» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Princesa India» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.