Mercedes Salisachs - Goodbye, España

Здесь есть возможность читать онлайн «Mercedes Salisachs - Goodbye, España» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Goodbye, España: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Goodbye, España»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Novela que retrata la vida de la reina Victoria Eugenia y aporta nuevos datos acerca de la vida de esta soberana, de la que se cumplen 40 años de su muerte.

Goodbye, España — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Goodbye, España», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Otra vez un cambio de tren: los raíles españoles no coincidían con los franceses y había que bajar de nuevo al andén para acomodarnos en el vagón del país vecino. Afortunadamente las ayudas prestadas por el Gobierno francés facilitaron el traspaso con un despliegue grande de comodidades. No puedo recordar la hora. El día se mantenía radiante aunque ya algo envejecido. Al entrar en el nuevo vagón, algo parecido a un eclipse se apoderó de mi ánimo. El aire que allí se respiraba ya no era español. Tampoco lo era el modo de hablar, ni el trato amable y respetuoso que nos deparaban, ni el traslado de un tren al otro con mi hijo por fin instalado en una camilla.

Fue en aquellos momentos cuando repentinamente un soplo del futuro me dio a entender claramente que la España que acabábamos de dejar iba a ser en adelante un proyecto destruido, un sueño desoñado, una ilusión frustrada y un amor imposible.

Aquella sensación me turbaba. Me costaba asimilar lo que estaba ocurriendo. Nada tenía sentido. La vida que nos esperaba no podía ser verdadera sin recuperar lo que durante tantos años (buenos o malos) había constituido las razones primordiales de nuestra existencia.

No me resignaba a imaginar que en adelante todo lo que había configurado las causas esenciales de nuestro proseguir iba a quedarse en simples ecos de cosas muertas.

Aquella sensación se unía a un cansancio infinito y a una total desgana de todo. La falta de sueño, la tensión constante causada por los vaivenes improvisados y las incógnitas que desde hacía dos días venían agobiándonos de indecisiones, de dudas, de todo lo que de puro inesperado se volvía versátil e inexorable, cualquier razonamiento, por muy sensato que nos pareciera, carecía de estabilidad.

Aunque el traslado al tren francés constituía una garantía para nuestras vidas, el porvenir continuaba siendo un arcano.

Recuerdo que en cuanto el tren despegó, experimenté algo parecido a un desmayo. Era una sensación casi agradable. Las voces de cualquier sonido se iban volatilizando en mis percepciones sensoriales.

Al parecer me quedé dormida. Llevaba tantas horas en vela. El cuerpo humano, por mucho que confíe en su resistencia, cuando el mundo se desploma sobre él no es más que un amasijo de voluntades débiles y distorsionadas, cuyos intentos de fortaleza se nutren siempre de precariedades. Aquel sueño me valió para que, al llegar a París, las fuerzas recuperadas me devolvieran la capacidad de afrontar cualquier contingencia adversa que pudiera salirnos al paso. Alfonso había programado una estancia temporal en el hotel Meurice hasta instalarnos definitivamente en un lugar cercano a la capital, para evitar comunicaciones constantes con personajes que pudieran propiciar su regreso a España.

Eso era lo que el Gobierno republicano había acordado con el Ministerio de Asuntos Exteriores francés a cambio de facilitar el destierro.

Se pensó en asentarnos en alguna villa situada en Chantilly o en Compiégne, pero al final se decidió acomodar un ala grande y privada en el hotel Savoy, situado en Fontainebleau, donde nos instalamos definitivamente dos meses después de salir de España.

Sin embargo Alfonso mantuvo una habitación en el hotel Meurice para no perder contacto con las altas jerarquías que podían facilitarle datos importantes susceptibles de facilitar su regreso. Y, por supuesto, para recibir las visitas privadas de las que, ni siquiera en el exilio, fue capaz de prescindir.

Lo primero que hicimos al llegar aquella tarde a París fue ingresar a nuestro hijo en una clínica de Neuilly.

Su estado era lamentable. Lo estoy viendo ahora inmerso en un desfallecimiento extremo, casi desconectado de síntomas vitales. Los médicos trataban de tranquilizarme: «Confíe en nosotros, Majestad. No vamos a dejarlo solo ni un instante».

Mi intención era quedarme con él. No me resignaba a verlo desfallecer sin mis cuidados. Era mi hijo. Era aquel niño que, al nacer, fue presentado a la corte con todos los honores, envuelto en encajes sobre un colchón de seda cubriendo una bandeja de plata. También era una mirada de ángel cuando correteaba alegre por los jardines de La Granja y trataba de ayudar a su hermano sordo, como si la discapacidad de Jaime fuera una lacra mayor que la suya.

El alma se me encogía cuando me vi obligada a separarme de él. «Hijo mío.» No sabía qué decirle. En aquellos momentos nada tenía importancia frente a la obligación de abandonarlo en aquel lugar sin la posibilidad de cuidarlo. «Volveré en cuanto pueda.»

Lo besé como hacía siempre: procurando que mis labios no dañaran su piel.

También él me besó. «No sufras por mí, mamá; pronto mejoraré.» Era valiente, era sencillo, nunca causó problemas. Tenía veintitrés años. Veintitrés regalos que el paso del tiempo se permitía concederle. ¿Hasta cuándo? Dios lo sabía. Cada instante que pasaba era para él un soplo de vida prestada.

Al regresar a París confiaba en que Alfonso se uniera a la desolación que yo, tras mi viaje a Neuilly, estaba soportando.

En fin de cuentas él era el padre; el hombre orgulloso de un niño rubio y hermoso que había conseguido emocionarlo cuando, tras acondicionarlo debidamente y revestido con pañales dignos de su rango, lo pusieron en sus brazos.

Pero cuando me vio llegar apenas hizo preguntas. La salud de su hijo en aquellos momentos era un contratiempo más. Un incómodo suceso que bien endilgado no representaba contrariedades insolubles. En lo que a mí se refiere, yo para él era ese horizonte que nunca cambia; alguien a quien se debía aceptar por obligación.

En vano intenté despejar la densa masa de nubes que en los últimos años de nuestro matrimonio iban distanciándonos cada vez más.

Imposible. Las constantes discusiones y disputas que habían proliferado entre nosotros tras la muerte de su madre pugnaban por mantener nuestra convivencia en una barra de hielo de difícil descongelación.

Aquella misma noche, Jaime Lécera se presentó en nuestro hotel para interesarse por mi viaje a Neuilly. Me vio desencajada. No hizo preguntas. Propuso respuestas. Desplegó una serie de planteamientos que acaso podían satisfacerme. Para empezar me comunicó que Rosario había considerado necesario organizar el viaje de sus hijos a Francia para que se reunieran con ellos. Todo está previsto. «Viajarán con su institutriz», y enseguida añadió: «Me temo que el regreso de Vuestras Majestades a España puede convertirse en una opción lejana». Y tras un breve silencio continuó diciendo: «También nosotros hemos elegido el exilio. No queremos dejarla sola, Señora».

Añadió enseguida que pensaban instalarse en Francia con sus hijos hasta que la república feneciera. «España es un país esencialmente monárquico y, mientras tanto, Rosario y yo seguiremos estando al servicio de Vuestra Majestad, pase lo que pase.»

Su decisión me conmovió profundamente. Cuanto más trataba a aquel matrimonio, más percibía la gran distancia que mediaba entre ellos y los amigos de mi marido.

En las amistades de Alfonso siempre prevalecía el afán de «ser algo importante». Eran mitos que revoloteaban en torno al rey para beneficiarse de su compañerismo y conseguir prebendas que nada tenían que ver con lo que la verdadera amistad procura y ofrece.

No obstante, Alfonso no era capaz de percibir la realidad de aquellos «amigos». Convencido de sus propuestas y halagos, se notaba seguro entre ellos.

Varias fueron las veces que yo intenté abrirle los ojos: «Se valen de ti para explotarte». Pero mis advertencias sólo servían para sacarlo de quicio. No quería admitir mi forma de plantearle sus errores. Era susceptible y cualquier advertencia podía suponer para él algo parecido a un insulto.

En su descargo debo admitir que Alfonso aquellos días se debatía entre un manojo de cuestiones difíciles de resolver. A los enigmas de nuestro futuro, se añadieron infinidad de complicaciones que requerían urgencia.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Goodbye, España»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Goodbye, España» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Goodbye, España»

Обсуждение, отзывы о книге «Goodbye, España» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x