Mercedes Salisachs - Goodbye, España
Здесь есть возможность читать онлайн «Mercedes Salisachs - Goodbye, España» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Goodbye, España
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Goodbye, España: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Goodbye, España»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Goodbye, España — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Goodbye, España», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Cuántas veces me habré preguntado en qué consistía el verdadero amor. En ocasiones creemos que el apego hacia algunas personas está en la apariencia, o en la ternura que intuimos en el ser que nos impacta y hasta en el deseo sexual que se disfraza de cariño.
Nos equivocamos. La apariencia dura poco: el tiempo la va transformando y la destruye; la ternura que intuimos en el ser que nos impacta puede ser una ráfaga esporádica de desfallecimientos producidos por la combinación de mil circunstancias, de anhelos furtivos causados por el alcohol o cualquier brote emotivo presto a evaporarse; en cuanto al deseo sexual, puede incluso matar el cariño.
No. Lo que Jaime me estaba ofreciendo era mucho más sólido: «No soy ningún beato, Ena, pero soy religioso. Tú también lo eres. No vamos a poner en la picota nuestras carencias mutuas. Lo que yo siento por ti no es un capricho, ni un arrebato momentáneo. Es mucho más que eso. Hace tres años que viene durando. No creo que el tiempo lo destruya», exclamó sonriendo.
Le pregunté si Rosario conocía lo que él decía sentir por mí. Jaime movió la cabeza de un lado a otro como si quisiera tomar a broma mi pregunta. Enseguida añadió: «No debes preocuparte por lo que piensa Rosario. Lo supo desde que nos vimos por primera vez».
Su respuesta me dejó perpleja; Rosario jamás había dado muestras de sentirse celosa. Al contrario, siempre se mostró dispuesta a colaborar con su marido en todo lo que pudiera complacerme y ayudarme.
«Rosario también siente por ti lo que siento yo», me dijo sin apartar su mirada de la mía. Y tras un breve silencio añadió: «En esta vida existen complejidades difíciles de entender». Y como viera que yo continuaba sin comprender lo que estaba intentando explicarme, continuó: «Rosario es una mujer muy inteligente. Fue hija única y sus padres la educaron entre algodones. Creció sin conocer ciertos aspectos de la vida que afloraron después, cuando, ya casada conmigo, descubrió que en ocasiones la naturaleza jugaba malas pasadas. Ella no sabía ni sospechaba, ni tan siquiera podía imaginar, que lo que le estaba ocurriendo no era un hecho exclusivo. Se casó joven. Creyó que sus tendencias las imaginaba ella. Incluso se culpaba a sí misma por experimentar deseos contrarios a su feminidad. Sufrió mucho. No podía admitir que a veces los seres humanos podemos nacer con el sexo equivocado. Teníamos dos hijos. Había que protegerlos, y decidimos adaptarnos a la situación del mejor modo posible. De hecho Rosario y yo somos dos buenos compañeros. Dos personas civilizadas que sólo deseamos el bien de nuestros hijos».
Mientras lo escuchaba, una luz nueva se estaba abriendo en la opacidad de nuestras vidas. Algo que, aunque velado, se había mantenido sombrío en aquellos tres años de contactos amistosos.
De improviso todo se aclaraba, todo perdía su inexplicable ambigüedad.
En honor a la verdad, preciso reconocer que Rosario jamás se dejó llevar por los repliegues secretos de sus preferencias sexuales. Siempre fue una buena y valiosa amiga que, en todo momento, colaboró conmigo en las instituciones benéficas que yo había proyectado. Nunca fue exigente ni se mostró reticente o malhumorada. Su devoción por mí, aunque manifiesta, jamás apuntó síntomas de alteraciones hormonales: éramos sólo dos buenas compañeras que coincidían en el gusto por las cosas que la vida nos iba presentando.
Lo único que en raras ocasiones nos separaba era su afición a la bebida. No era adicta al alcohol como al parecer ocurrió años después, ya separada de su marido. únicamente perdía ligeramente su ecuanimidad cuando bebía. De pronto su voz, siempre apagada, registraba tonalidades propias de cierta crispación, de pequeñas manifestaciones de angustia que en el estado de sobriedad jamás manifestaba.
Al comprobar Jaime el efecto que su confidencia me había causado, no vaciló en tranquilizarme. «Será mejor que lo que acabo de explicarte no lo comentes con ella», me rogó. «Nacer con la naturaleza equivocada es una lacra que duele.» Y añadió que si me había confiado la verdad era para que yo no me considerase una rival en su vida: «Te lo repito, Ena, si nos mantenemos al margen de su verdad, nuestro convivir no constituirá un problema».
En efecto, mi traslado no ocasionó para ninguno de los tres un contratiempo. De hecho, se redujo a salir de un hotel para asentarme en otro. Los inconvenientes vienen siempre precedidos de excesivas franquezas y sinceridades hirientes, por eso nunca hubo brotes desagradables entre nosotros.
Al día siguiente mandé que trasladasen todas mis pertenencias a la villa de los Lécera. Con el equipaje llegaron también mis dos doncellas particulares. También ellas se quedaron conmigo.
Mi nueva vivienda era un palacete grande. Disponía de habitaciones sobrantes, decoradas con gusto refinado. A mí me destinaron un ala algo distante de la que el matrimonio y sus hijos ocupaban. Los balcones del saloncito y de mi dormitorio daban al bosque. Cuando abrí uno de ellos respiré hondo: los aromas que despedía el inmenso arbolado se fundían con la frescura pausada del ambiente. Mil perfumes naturales llenaban mi olfato de augurios sedantes.
A pesar del paso difícil y controvertido que acababa de dar, me notaba segura. Era imposible volver atrás. Todo en aquel bosque tan lleno de historia latente, de vidas ya mudas pero existentes en la enorme profusión selvática, era una inmensa invitación al descanso.
Lo precisaba. Llevaba el lastre de la fatiga pegado en el alma desde hacía demasiado tiempo.
Aparentemente, la separación entre Alfonso y yo fue amistosa; no obstante, hubo trámites civiles que desmentían nuestra ecuanimidad. Sin embargo ni Alfonso ni yo dimos pábulo a los chismorreos pese a las inevitables discrepancias que nuestros abogados consiguieron zanjar.
Urgía precisar infinidad de facetas tanto económicas como civiles. Afortunadamente nuestros hijos eran ya mayores y para ellos nuestra separación no constituyó ningún trauma.
Alfonso conservó las habitaciones privadas del hotel Royal de Fontainebleau para que sus hijos tuvieran un lugar donde vivir, pero él casi siempre estaba ausente. Tras nuestra separación viajaba constantemente: era una forma de olvidar su desilusión por el reino perdido.
En cuanto a mis hijas y Jaime, acabaron instalándose en Roma.
Recuerdo que, poco después de la ruptura de nuestro matrimonio, yo me desplacé a Suiza para visitar a mi hijo enfermo. Me sorprendió verlo tan recuperado: ya no era aquel despojo de hombre que salió de España precipitadamente.
Su mejoría era notable. Incluso había ganado peso. Me aseguró que era muy feliz. Que el sanatorio era un lugar alegre donde los enfermos gozaban de una gran paz. También había distracciones: «Aquí nadie se aburre, mamá».
No lo decía para tranquilizarme. El modo de exponerme su notable mejoría era demasiado exultante para que escondiera aspectos adversos. «Este lugar me está salvando», me aseguraba.
Su forma de expresarse era serena. No mentía. Por primera vez en mucho tiempo, mi hijo parecía distendido, alegre y seguro de sí mismo.
Al regresar a Fontainebleau, transmití a los Lécera mi alegría: «El sanatorio ha inyectado vida a mi hijo», les dije. Todo parecía asentarse en un cálido bienestar que llevaba mucho tiempo extraviado en desconciertos.
Recuerdo que tras aquella visita me sentí totalmente despojada de un pasado demasiado doloroso. Era libre. Tenía la libertad que mi condición de reina destronada avalaba. Fue tras mi viaje a Suiza cuando al llegar a Francia decidí remachar aquella libertad realizando algo que Alfonso, a pesar de mis constantes requerimientos, nunca me permitió que hiciera. Me dirigí a una peluquería y me corté el pelo. Fue entonces cuando comprendí que verdaderamente yo era ya una mujer emancipada.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Goodbye, España»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Goodbye, España» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Goodbye, España» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.