Mercedes Salisachs - Goodbye, España

Здесь есть возможность читать онлайн «Mercedes Salisachs - Goodbye, España» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Goodbye, España: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Goodbye, España»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Novela que retrata la vida de la reina Victoria Eugenia y aporta nuevos datos acerca de la vida de esta soberana, de la que se cumplen 40 años de su muerte.

Goodbye, España — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Goodbye, España», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pero Alfonso no cedía. La ponzoña de sus múltiples confidentes le afloraba bruscamente sin que hubiera modo de atajar sus ataques verbales.

Lo peor era comprobar que mis defensas eran estériles, que no podía darle a entender hasta qué punto sus fuentes de información eran simples deducciones extraídas de gentes malintencionadas.

Él nunca se equivocaba. Él era el oráculo, la verdad, la rectitud hecha rey.

Recuerdo que mientras me atosigaba y reprendía mi mente era una noria de recuerdos dolorosos, de reproches despectivos esparcidos por sonrisas falsas, miradas duras y un sinfín de bajezas que siempre procuré superar.

Eran evocaciones totalmente opuestas a las que los Lécera siempre me habían prodigado. Con ellos todo era suave, nada chirriaba. Desde que los conocí hacía ya tres años, mi vida fue un dulce deslizarse hacia parajes ajenos a los constantes estallidos que rodearon el ambiente del palacio.

Por primera vez desde que Alfonso decidió mostrarse distante, comprendí hasta qué punto mi existencia había sido un continuo morir de soledad. Una soledad emponzoñada de desaires, de olvidos, de una total ausencia de afecto y de un apoyo que sólo se me prestaba en los actos oficiales o en las grandes mascaradas palaciegas.

Podría afirmar que aquella sensación de abandono únicamente pudo desvanecerse al conocer al matrimonio Lécera. Si los perdía, ¿qué iba a ser de mí?

La palabra «separación» me dolía, pero ¿qué había sido nuestro matrimonio sino un constante despegarnos el uno del otro, mal disfrazado de compenetración y armonía cuando las circunstancias lo exigían?

No obstante, mis argumentos se desvanecían en los reproches y posturas que Alfonso esgrimía y adoptaba. «Insisto, te doy a elegir: o los Lécera o yo», me lanzó bruscamente con semblante alterado.

Hubo unos instantes de silencio. Comprendí que su propuesta era irreversible. Admito que debí ser más cauta. Pero llevaba demasiado tiempo enjaulada en soledades y estancada en tensiones dolorosas para dominar mis nervios.

No levanté la voz. Asentí con la cabeza. «Elijo a los Lécera», le dije. Y sin esperar respuesta, salí de la habitación.

***

La calma nocturna se apaga. El día comienza. Aunque el ventanal de mi cuarto está cerrado, el ronroneo callejero inicia su andadura entremezclando sonidos propios de una gran ciudad. Seguramente falta ya poco para que la señora Rich venga a despertarme. En realidad llevo despierta desde la madrugada. Pero el hecho de pensar, revivir y comparar se come el tiempo: lo devora a fuerza de incitarnos a la meditación. Las horas que transcurren son inclementes. Parecen minutos, pero mienten, sobre todo cuando las reflexiones se empeñan en dominar la situación.

He dormido poco. No me importa. En ocasiones los insomnios nutren la mente de claridades que en tiempos pasados fueron oscuros nubarrones. Además el hecho de dormir constituye una muerte dulce que sólo se distingue de la muerte real porque siempre nos permite resucitar. No obstante, no por ello deja de ser una copia de la muerte.

En estos momentos me siento viva. Tengo la vitalidad propia de lo que mi desvelo me ha permitido evocar.

Ignoro si mi elección, cuando Alfonso me planteó su propuesta, fue correcta. Nunca lo he sabido. Quizá me dejé llevar por mis enormes deseos de ser un poco feliz, un poco comprendida y un poco amparada por todo lo que aquel matrimonio me ofrecía. Especialmente Jaime. Ella era una buena amiga, y en tiempos pasados también fue una gran colaboradora en las instituciones benéficas que yo proyectaba.

Jaime fue algo más. Lo comprendí cuando, tras ordenar a mi doncella que organizara un equipaje provisional para una noche, me dirigí sin dudarlo a la villa donde se habían instalado los Lécera.

Recuerdo muy bien aquellos momentos. Aunque todavía atrapada por el dolor que los reproches de mi marido me habían causado, todo se desvanecía ante la oportunidad de llegar hasta allí y descargar la tensión que me estaba ahogando.

Aquella tarde Rosario no estaba: había salido con sus hijos, llegados de España hacía pocos días.

Me salió al encuentro Jaime. Seguramente me vio demudada; mis ojos irritados por el llanto debieron de alarmarlo. No hizo preguntas. Quedamos frente a frente. La maleta entre ambos. Comprendió que algo grave estaba ocurriendo. Decidido, se acercó a mí y me llevó a una salita privada. Me estrechó entre sus brazos con delicadeza. En aquellos momentos supe que dejaba de ser reina para ser una mujer desvalida que precisaba calor humano. «No puedo soportar que sufras, Ena», me dijo. «Te quiero demasiado para verte sufrir.»

Su voz penetraba en mi oído suavemente. Resulta muy difícil reconstruir ahora todo lo que escuché; tampoco recuerdo lo que yo le respondí. Sé que las palabras carecían de valor. Lo esencial era la voz y el calor acariciante que la envolvía. Pienso ahora que a lo mejor no mediaron palabras. Sólo sentimientos. Algo que venía creciendo en las sombras de la prudencia como si lo que pugnaba por revelarse pudiera aminorar su fuerza callando y omitiendo verdades demasiado evidentes.

Cuando ahora recuerdo aquella escena, comprendo que mi condición de reina carecía de importancia. Lo que importaba era ser mujer. Alguien con derechos y esperanzas. Vivir era eso: sentirse amparada, comprendida y apreciada. Por eso no vacilé en destronarme a mí misma: sentir y notarse «sentida» era mucho más importante que ser reina.

Ena. Así me habían llamado desde la infancia mis seres queridos. Oírlo en los labios de Jaime no era solamente una novedad, era también una forma directa de desmontar los rígidos y sólidos contrafuertes y arbotantes de un sistema oficial que, en cierto modo, nos había mantenido separados. Fin de barreras protocolarias. Fin de Majestad y Señora. Solamente Ena. Tres letras. Tres simples signos que derribaban las barreras que durante tres años tanto él como yo habíamos considerado infranqueables.

Todavía sostenida por sus brazos, recuerdo que rompí a llorar. Sin embargo, mi llanto no era triste. Era un simple desahogo emocional. Un decir por fin voy a dejar de estar sola. Por fin voy a ser yo misma. Se acabó la constante tensión, las miradas frías, los reproches vagos y desconcertantes. Cuando me hube sosegado, nos acomodamos en dos sillones frente a frente junto a una chimenea sin llamas. Era primavera y el fuego sólo se admite en invierno. No obstante, el frío se obstinaba en reclamar el calor que la sequedad de los leños negaba. Le expliqué entonces a Jaime lo que había ocurrido hacía poco en el hotel Royal. No me interrumpió: «Si me admitís viviré con vosotros», le propuse. «No importa lo que la gente pueda decir. Necesito un respiro. Estoy agotada.»

Al terminar de hablar, Jaime comenzó diciendo que su casa era la mía, que podía disponer de lo que yo deseara, que su respeto por mí, aunque sin protocolos, iba a ser total. «No voy a negarte que desde que te conocí tú para mí fuiste mucho más que una amiga, Ena: tu tristeza me dolía cada vez que tú, siempre atenta a tus deberes de reina, procurabas ocultarla. Yo captaba tu sufrimiento como si fuera el mío. Mejor dicho: lo era. No podía remediarlo.» Supe entonces el motivo por el cual la presencia de Jaime era siempre tan gratificante, tan llena de paz y tan exenta de crispaciones. «Si esto es amor, yo estoy enamorado de ti», acabó confesando. «Pero te juro que nunca abusaré de lo que tu presencia pueda propiciarme. Me bastará tenerte a mi lado, oírte, verte, escuchar tu risa, hablar contigo y procurar que jamás vuelvas a sentirte sola.»

No podría explicar lo que yo sentía mientras me hablaba. Aquella sincera y extraña declaración de amor no me turbaba; al contrario, me estaba abriendo una puerta que siempre consideré cerrada.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Goodbye, España»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Goodbye, España» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Goodbye, España»

Обсуждение, отзывы о книге «Goodbye, España» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x