Mercedes Salisachs - Goodbye, España
Здесь есть возможность читать онлайн «Mercedes Salisachs - Goodbye, España» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Goodbye, España
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Goodbye, España: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Goodbye, España»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Goodbye, España — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Goodbye, España», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Jaime y Rosario me llamaban constantemente por teléfono. Preguntaban. Se ofrecían para lo que hiciera falta. Temían por el rey, por el príncipe enfermo, por los desmadres que se masticaban en ciertos núcleos sociales, tanto en las alturas como en los entornos callejeros.
Había silencios, había ceños, había sonrisas entre sarcásticas y temerosas, pero, sobre todo, lo que más temían los Lécera era que mi posición de reina pudiera verse lesionada por algún inesperado exabrupto: «Majestad, cuente con nosotros para lo que sea».
Yo intentaba tranquilizarlos. No obstante, aquel interés tan desinteresado por nuestra integridad me conmovía. Sobre todo me enternecía escuchar la voz de Jaime, emotiva y totalmente despegada de falsas ofertas convencionales. En aquellos momentos Jaime no era un grande de España que estaba brindándose a una reina en apuros para lo que fuera necesario; su propuesta de ayuda traspasaba cualquier elemento que oliese a protocolo, a obligaciones impuestas y a halagos interesados.
Las opciones de Jaime eran ofertas a una mujer angustiada que estaba en la cuerda floja y que acaso corriera un grave peligro: «Majestad, nunca se sabe lo que puede ocurrir. No hago más que pensar en los horribles sucesos de Rusia».
Era un descanso grande percibir que un hombre de talante sosegado y mente lúcida pudiera preocuparse tanto por mí. Hasta aquel momento, todo lo que yo había recibido eran brotes de resentimientos, silencios implacables y un largo desfile de infidelidades.
Eso había sido el universo que Alfonso me había ofrecido desde que nació nuestro primogénito. Bastante había hecho casándose conmigo. ¿Qué más podía yo esperar? ¿No era mi condición de reina suficiente homenaje?
Día tras día, durante veintitrés años, el amor que mi marido me había profesado fue convirtiéndose en un constante mañana sin futuro, un elaborar sueños que nunca se cumplían, y un largo silencio cuajado de reproches que alguna vez se transformaba en pequeñas muestras de afectos rutinarios.
Ya no pedía grandes ofertas de amor. Sólo añoraba una pizca de sensibilidad que me permitiera considerarme una mujer un poco admirada, un poco querida y un poco respaldada por su marido.
Nunca lo conseguí.
Por eso, cuando en los momentos cruciales que la monarquía soportaba escuché la voz de Jaime, tuve la impresión de que desde mis sueños perdidos brotaba una esperanza nueva, un tenderme la mano más allá de lo imposible. Jaime era sólo un amigo, pero en aquellos momentos fue sobre todo una especie de salvavidas en pleno naufragio. También fue el desencadenante que convirtió mi posible naufragio en un ofrecimiento incondicional de tierra firme y segura.
El ventanal de mi habitación se ha entreabierto, y una ráfaga de aire frío interrumpe mi insomnio. Bajo de la cama y cierro las rendijas que el viento ha ensanchado. Febrero tiene noches largas y frías. Noches negras.
El cuadro de Vaccaro que pende sobre la cabecera de mi cama vuelve a llamar mi atención.
Ahí está de nuevo María Magdalena mirando ensimismada sus propios pasados, sus tristes desvíos y la insondable razón que le permitió encontrar la verdad de su vida.
El cuarto está en la penumbra y un escalofrío me induce a meterme de nuevo en el lecho. Pero la visión del cuadro continúa en mi retina.
Sin duda, cuando el pintor Vaccaro realizó ese lienzo debía de notarse inducido por el halo metafísico que adjudicaba al personaje.
Cuántas obras de arte que admiramos suelen ser reflejos descriptivos del artista que las produjo. ¿Qué son las metáforas escritas sino gritos que ocultan lo que el escritor precisa callar?
De nuevo un escalofrío. No debí dejar el ventanal entornado. La gelidez se ha adueñado de la habitación. Procuro arroparme. Nunca me ha gustado el frío. El efecto que me produce tiene connotaciones adversas para mí. Desde mi infancia procuraba arrimarme a las estufas o a las chispeantes chimeneas.
Me llamaban friolera. Decían que el frío era sano. Que lo peor del mundo era sudar. Que el frío mataba microbios y evitaba hinchazones. «Menos mal que vas a ser reina de un país cálido», añadían. «Allí todo es un puro reflejo de sol.»
Sin embargo, nunca me sentí tan esmorecida como en las grandes y lujosas naves del palacio de Oriente. Aunque lleno de riquezas y de opulencias pomposas, el verdadero rey del palacio era el frío.
Fueron muchas las veces que intenté poner remedio a la gelidez angustiosa que se adueñaba de techos y paredes. Tardé mucho en conseguir que se instalara la anhelada calefacción. Sin embargo, más tarde añoré aquel tiempo de ambiente helado. La calefacción no sabe calentar el alma. El cuerpo se notaba amparado por el frío, pero el frío se iba adentrando cada vez más insistente en los repliegues del sentimiento.
También aquel abril tan estallante de sol y de esperanzas introdujo en España la corriente helada de un cambio drástico a causa de unas elecciones municipales convocadas para elegir concejales de todos los ayuntamientos españoles. La fecha se fijó para el 12 de abril. Aunque el resultado fue claramente favorable para los monárquicos, cuyo triunfo en las urnas fue absoluto, se consideró que en las capitales de las provincias los concejales republicanos tenían mayoría.
Los desertores, los republicanos y bastantes liberales que habían fingido ser fieles a Alfonso interpretaron que los votos de los campesinos y de los pueblos carecían de valor ya que dependían de caciquismos caducos y serviles. Los votos que tenían derecho a ser considerados válidos eran únicamente los de las ciudades.
Aunque aquella interpretación humillaba e invalidaba la democracia que, al decir de algunos, Primo había desfasado, se planteó como una valoración positiva para España.
Las noticias que llegaban a palacio eran alarmantes. Aquellas elecciones no suponían un plebiscito sobre el régimen que debía adoptar el país. Sin embargo se impuso como si fueran válidas y unánimes.
De pronto Alfonso se vio desbordado ante el enfrentamiento que se estaba produciendo. Inútil fue tratar de hacerle ver que la institución legal no podía ser derrotada por convencionalismos puramente amañados entre traiciones de los monárquicos resentidos y el desánimo cobarde de los llamados liberales. El gran decaimiento de un rey que, poco a poco, se notaba presa de un cúmulo de acontecimientos adversos y un miedo casi patológico de promover una guerra civil entre monárquicos y republicanos exigió su exilio.
Pálido y decaído me propuso cenar a solas en la habitación donde antaño tomábamos el té. Fue una cena triste, silenciosa y llena de contradicciones que nunca intentamos aclarar. Me comunicó que se iba, pero no quiso decirme dónde. «Lo sabrás a su debido tiempo. Si hubiera problemas será mejor que ignores mi paradero. El pueblo ya no me quiere», me dijo. «Y los amores no pueden forzarse.»
Era el día 13. Trece era también el número que se añadía a su nombre. Si fuera supersticiosa hubiera achacado a ese número todo lo que en España ocurrió tras proclamarse aquella funesta república, mucho más dictatorial y cruel que la propia dictadura de Primo.
Pero España era así; impaciente, poco consecuente y convencida de que cada español era un rey. Un rey con derecho a contradecir, a mandar y decretar desde su conveniencia.
A pesar de todo, el gran amor de Alfonso fue siempre España. La quería como se quiere lo que desde que nacemos nos envuelve de certezas y se nos mete corazón adentro.
Nada importaba que el amor que España le tributó desde su nacimiento se hubiera convertido en un flagrante y cruel desamor.
En cambio el suyo existía, se reforzaba y hasta aumentaba a medida que los años y la tristeza iban disminuyendo su amor por la vida.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Goodbye, España»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Goodbye, España» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Goodbye, España» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.