Mercedes Salisachs - Goodbye, España

Здесь есть возможность читать онлайн «Mercedes Salisachs - Goodbye, España» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Goodbye, España: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Goodbye, España»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Novela que retrata la vida de la reina Victoria Eugenia y aporta nuevos datos acerca de la vida de esta soberana, de la que se cumplen 40 años de su muerte.

Goodbye, España — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Goodbye, España», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pero los desconciertos influían en el ambiente general. Nadie se notaba seguro. Los atracos proliferaban y la delincuencia aumentaba día tras día.

Semejante inestabilidad favorecía una clara enemistad entre el Gobierno y el ejército y, por ende, también facilitaba desconcierto en el proseguir pacífico de España.

La tensión era tan grande que incluso se llegó a rumorear que Alfonso iba a dimitir.

No era cierto. Pero el rumor contribuyó a aumentar la confusión.

El caos era cada vez más intenso y tanto en las distintas clases sociales como en los ambientes políticos las teorías se enfrentaban sin que el acuerdo llegase a una conciliación general.

La gente anhelaba una estabilidad que nunca llegaba. La mayoría pugnaba para que las Cortes asumieran responsabilidades drásticas para normalizar el desajuste civil, pero una asamblea política no estaba facultada para asumir y determinar semejantes competencias.

La palabra «dictadura» estaba ya en todas las conversaciones. El país se bamboleaba demasiado desde el desastre marroquí y precisaba un hombre fuerte que acabara de una vez con tanto desafuero. La fe en un gobierno parlamentario se estaba desangrando en aquel caos que acumulaba huelgas constantes, asesinatos, violencias y terrorismos inexplicables.

Todo en España se estaba trastocando, cundían las escenas violentas, las industrias se desmoronaban y el barco político naufragaba arrastrando con él la descoyuntada armonía española.

Recuerdo que, como todos los veranos, aquel mes de septiembre nos encontrábamos en San Sebastián.

Allí Alfonso tuvo noticia de que Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, se había apoderado (con el apoyo de otros capitanes generales y del ejército entero) de las comunicaciones más importantes del país. Asimismo, dicho general había proclamado el estado de sitio en Barcelona y además había publicado un manifiesto apelando al rey para que despidiese al Gobierno y la monarquía se rigiera con la ayuda de los militares.

Así empezó la dictadura que, a lo largo de los años, fue considerada la causa directa de los desastres posteriores pero que, en aquellos momentos, consiguió el beneplácito de la mayoría de los españoles.

Recuerdo que Alfonso, preocupado tras el telegrama que recibió del Consejo dándole cuenta de lo ocurrido con vaguedades optimistas, comunicó al Gobierno que inmediatamente iba a salir hacia Madrid.

Sin embargo el propio Gobierno le aconsejó que no se moviera de San Sebastián: los ministros de algún modo engañaron a mi marido. Seguramente, de haber viajado a la capital los hechos se hubieran desarrollado de un modo muy diferente.

Soy testigo de que lo ocurrido a sus espaldas lo impacientaba. Comprendió enseguida que, si no conseguía poner de acuerdo al Gobierno con los militares, podía producirse una guerra civil.

Consciente de que toda la nación anhelaba poner fin a tanto caos, Alfonso se decantó por lo que más pesaba en el ánimo general. El país precisaba desesperadamente un drástico «golpe de paz»; unas garantías armadas, un decir «basta» a tanto desorden y una posibilidad de vivir sin sobresaltos.

Los militares tenían en sus manos la forma de endilgar el país hacia un convivir sin conmociones constantes. No había disyuntiva ni cabía una elección dubitativa. Además la fuerza del ejército sobrepasaba toda vacilación: o se aprisionaba al rey con la aprobación de unos españoles hartos de tanto desmadre, o se le aplaudía por devolver a la nación la seguridad con el beneplácito de una dictadura.

Entre las opciones, mi marido no vaciló en inmolarse dando paso a una protección militar que fue recibida con alborozo y síntomas de agradecimiento por la mayor parte de los españoles.

Incluso los que consideraban ilegal la decisión del rey no dejaron de admitir que aquella opción constituía un hecho muy eficaz.

El diagnóstico político fue unánime: «Por fin la normalidad», «Por fin se puede respirar sin sobresaltos». Además, era un hecho sabido y aceptado por altos cargos judiciales de aquel tiempo que, en casos graves como el que atravesaba España, el soberano o jefe de Estado tenía el perfecto derecho a suspender la Constitución si la seguridad de la nación lo requería.

De hecho, la dictadura de Primo de Rivera causó un aplauso general en toda España y Alfonso creyó que su decisión era la que su pueblo no sólo precisaba, sino que también deseaba. Las medidas de limpieza comenzaron pronto a desvelar corrupciones, sobornos y maniobras poco claras en las altas esferas gubernamentales.

Mucho se debatió años después sobre la paz que el país experimentó tras el golpe de timón que Alfonso permitió para normalizar situaciones verdaderamente alarmantes.

Los españoles, lejos de sentirse «dominados», se notaban liberados de aquella otra dictadura hecha de miedos e inseguridades. El miedo es siempre un elemento dictatorial.

A decir verdad, los españoles no se sentían atados. Antes al contrario, se notaban amparados y protegidos. Para el pueblo, la intervención de Primo de Rivera no fue una dictadura como pudo serlo en Italia, en Alemania o especialmente en la acogotada y desmantelada Rusia y también años después en un franquismo que mantuvo a España prácticamente aislada del resto del mundo.

Lo que predominaba en la mayoría de las percepciones españolas de aquel tiempo era que se vivía en libertad gracias a una monarquía militar. Una libertad encauzada, distendida y resguardada de anarquías que pudiesen impedir el auge que España empezaba a experimentar. No obstante, hubo discrepancias que, dos años después, sufrieron destierros. Entre ellos Unamuno, el marqués de Cortina y el señor Soriano.

Eso no fue obstáculo para que durante la república el hijo de un disidente fuera asesinado en Paracuellos por el delito de pertenecer a la nobleza.

A veces en España ocurrían despropósitos que en el terreno de lo inexplicable adquirían relieves inauditos.

A pesar de todo, durante los dictados militares se inauguraron ferrocarriles, carreteras, escuelas, instituciones culturales. Se ampliaron las comunicaciones telefónicas y radiotelegráficas entre el Viejo Mundo y el Nuevo. El error consistió en fulminar la libertad de prensa y mantener una censura que, aunque débil, propició ser criticada y boicoteada por los sectores contestatarios y radicales. No obstante, los adelantos que experimentaba España en sus contactos con los restantes países fueron ensalzados por todos. Incluso en Cataluña las decisiones adoptadas se recibieron con agrado. Especialmente cuando se concedió el voto a las mujeres y se reformó, para mejorarlas, las leyes municipales.

Sin apenas sobresaltos importantes, aquella «dictablanda» duró seis años. Mi hijo Jaime tenía ya veinte y el resto de mis hijos fueron apagando, poco a poco, el dolor que me produjo la transformación que sufrió Jaime al morir su confesor. Además, la pesadilla que, día a día, ponía a nuestro hijo mayor en trance de debilidad extrema también hizo mella en nuestro hijo menor: Gonzalo. Aquella duplicidad, aunque fue otro golpe duro, no dejaba de diluir tristezas y penalidades enquistadas en el fluir de la vida. Pero es indudable que los dolores y los embates que hipotecan nuestra existencia en un momento especial se van diluyendo en lo que el túnel del tiempo nos va proporcionando.

Fue muy doloroso descubrir que también nuestro hijo pequeño, Gonzalo, había nacido con el estigma que tanto atenazaba a nuestro primogénito. Sin embargo, las gravedades se versatilizan y se desvanecen mientras la vida nos va sorprendiendo con la apertura o cierre de otros horizontes buenos o malos. La costumbre en ocasiones puede vencer heridas que, aunque enquistadas, duelen menos por ser crónicas. Había que admitir la realidad: sólo Juan era sano. Sólo él podía convertirse algún día en el monarca que España merecía.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Goodbye, España»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Goodbye, España» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Goodbye, España»

Обсуждение, отзывы о книге «Goodbye, España» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x