Mercedes Salisachs - Goodbye, España

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Novela que retrata la vida de la reina Victoria Eugenia y aporta nuevos datos acerca de la vida de esta soberana, de la que se cumplen 40 años de su muerte.

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Ignoro si aquella carta la escribí para convencerme a mí misma de que su proceder con mi marido fue un falso rumor de gente con malas intenciones o si sencillamente lo hice para darle un poco de envidia. No lo sé. Bee ya no era la jovencita mandona y deseosa de ser la primera en todo. Tal vez mi carta, lejos de causarle envidia, le produjera un sano y sincero arrepentimiento. Llevaba ya mucho tiempo convertida al catolicismo.

Además, su salud andaba muy resentida. Cuatro años después murió en Sanlúcar y fue enterrada como católica en el convento de los Capuchinos.

Tampoco Jaime Lécera estuvo en la boda de Grecia. Nuestra comunicación, cada vez más escasa, era siempre telefónica.

Jaime llevaba ya mucho tiempo separado de Rosario. Instalado en Madrid con su hijo, ignoro dónde abocaba sus sueños ya desgastados por el horror de la Guerra Civil. Rosario, su mujer (aquella encantadora jovencita que tanto me ayudó en mis proyectos benéficos), se había instalado en Granada. Desalentada y moralmente destruida, se introdujo de lleno en la más lamentable y desarticulada bohemia. Consciente de su verdadera tendencia que durante años luchó para negarse a sí misma, se dejó llevar por la necesidad de olvidar dándose a la bebida y adentrándose en las cavernas por donde circulan los seres que sólo en el alcohol pueden paliar sus angustias.

Desprovista ya de los pilares que la engrandecían y atrapada por algo parecido a la confusión de sus propios impulsos, se unió a otra mujer de inclinaciones afines a las suyas. Aquellas afinidades que durante años trató siempre de ignorar y que yo inconscientemente desperté en ella, totalmente ajena al daño que podía causarle, no fueron obstáculo para que, durante mi exilio, la amistad y admiración que sentíamos la una por la otra se resquebrajara.

Ella no quería aceptar lo que la naturaleza la obligaba a ser. Pero sus tendencias contradictorias, años después, llegaron a difuminar sus deseos.

No obstante, Jaime nunca renegó de ella. Fueron amigos. Dos buenos amigos que cuando se unieron en matrimonio creyeron que los afectos amistosos podían ser también brotes de un amor sincero.

Soy consciente de que muchas malas lenguas, cuando tras proclamarse la república me separé definitivamente de Alfonso, trataron de adjudicarme una intimidad entre Rosario y yo que excedía la realidad y nos convertía en dos piezas de idéntica textura instintiva.

La falsedad de aquella afirmación no me alarmó demasiado. Ni siquiera trastocó el fluir de nuestra familiaridad. Con ella yo me notaba cómoda. Nunca me planteé el daño que podía causarme la indudable simpatía que yo experimentaba por aquel ser inteligente y sobrado de cualidades innatas.

Con Rosario era posible hablar, exponer situaciones y hasta extraviarnos las dos en conversaciones sinceras que en una mujer cualquiera hubieran podido ser adversamente resbaladizas.

Rosario sabía. Rosario comprendía la fascinación que, desde que nos conocimos, se produjo entre su marido y yo. Pero la gente precisaba más. La gente tiende casi siempre a deformar razonamientos que excedan ciertos extravíos de lo que puede convertirse en una realidad monótona.

Calumniar viene a ser para la mayoría de la gente que se alimenta de chismes una forma de sentirse interesante, de fingir que saben lo que los otros ignoran. Y eso fue lo que los seres de mentes empobrecidas y de escaso sentido moral fueron transmitiendo entre los que, siempre ansiosos de novedades picantes, se afanaban en creer y repetir para llenar los aburridos comentarios de las sobremesas elegantes.

Cuántos son los que, por hacerse notar, no vacilan en exagerar realidades hasta deformarlas, y cuántos ignoran mientras rastrean mentiras basadas en verdades a medias el dolor que puede producir a los afectados.

Afortunadamente, aquel episodio fue cayendo en picado en la posguerra civil. Rosario eligió el «adiós» definitivo de nuestra amistad cuando decidió adentrarse en la noche de una vida que estalló en desafueros y la marginó para siempre del mundo social que había conocido desde la infancia.

En cuanto a Jaime, pese a la separación que tanto él como yo consideramos necesaria, nunca llegó a perderse plenamente en mi vida.

Día tras día lo tengo en la mente como un rayo que supo inyectar ilusión, apoyo y comprensiones al largo camino de soledades internas que venía yo arrastrando desde que nació mi primer hijo.

Fue entonces cuando surgieron las mentiras casi oficiales y los sentimientos heridos y enfrentados contra tantas adversidades que jamás cesaban de acosarme.

Oír su voz por teléfono es, hoy día, saber que las ausencias que antaño fueron presencias sin trampas ni engaños continúan manteniendo limpio y pleno el sentimiento que nos unió durante siete años.

Nada importa que nunca volvamos a vernos. Las cerraduras de la amistad amorosa jamás se cierran.

En ocasiones el recuerdo puede ser tan vigoroso como lo fue el momento que recordamos, las miradas que nos alentaron y la felicidad que ciertas actitudes afectuosas nos produjeron.

***

Sofía y Juanito llegan al palacio de Liria para recogerme. Una vez más me empeño en recorrer sin que nadie repare en mí los lugares que conocí cuando yo era una joven candidata a convertirme en reina de España.

Ellos no han vacilado en adaptarse a mis deseos. Saben que mi estancia en Madrid es mucho más que cumplir con mi tarea de amadrinar al pequeño Felipe.

También pretendo revivir de algún modo lo que en aquel entonces consideraba que iba a ser el inicio de una felicidad indestructible.

Qué lejos estuve de conocer la falsedad de aquel presentimiento. Entonces los escollos o malos presagios no figuraban en mis florecientes dieciocho años de vida.

Juanito conduce su coche sin séquito ni guardaespaldas. La meta principal que le indico es los Jerónimos. Con su habitual simpatía me comenta que el protagonismo del poderío franquista se ha ido al traste con mi presencia en España:

– Cualquiera diría que vuelves a casarte con el abuelo. Menudo jaleo has armado con tu llegada.

Sofía ratifica lo que expone su marido:

– Si tu retorno hubiera sido oficial, la ciudad entera se habría colapsado.

Y continúa explicando lo que, desde su posición de princesa sin un nombre definido, va captando lentamente del misterioso proyecto del General para el futuro.

– Por la ciudad circula un chiste sobre Franco. Ante su empeño en permanecer en el poder, surge una pregunta que a todos intriga -explica Sofía graciosamente-. La pregunta es: «Y si resulta que Franco no es inmortal, ¿cuál será el porvenir de España?».

En su modo de expresarse, no hay asomo de burla o descontento. Sofía se ha limitado a repetir lo que ya viene siendo una preocupación para todos los españoles. ¿Cuál será el precario futuro de España? ¿Qué ocurrirá cuando Franco muera? ¿Continuará el país bailoteando solo a su aire y convertido en una tierra alejada del resto de Europa?

Pero Juanito me tranquiliza:

– Si algún día España vuelve a ser monárquica, recuperará su prestigio; te lo aseguro, abuela. Actualmente se debate entre mil dudas que no tienen una respuesta definitiva. Pero nadie en este mundo es eterno. Tampoco lo son las ideas, ni los puntos de vista, ni los proyectos.

Juanito sabe expresarse. Y sobre todo tiene una gran seguridad en sí mismo.

Desde que su padre lo mandó a España para que su carrera militar fuera adentrándolo en los puntales más necesarios en la difícil tarea de ser algún día su sucesor, él no ha vacilado en ganarse a pulso el cariño de todos los españoles.

Nunca se permitió dar un mal paso que pudiera poner en entredicho su actitud ante el General. Tampoco dio muestras de descontento ni alardeó de un talento que Sofía potenciaba con el suyo. Pero tengo la convicción de que si algún día lo nombran rey sabrá manejar con pulso firme, y también suave, los destinos tantas veces malogrados por imposiciones fuera de las órbitas racionales.

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