– Permítame que le sugiera que su hija se quede en casa de mi primo Antoine La Rivière y su mujer Dominique. Acaban de casarse y por el momento viven en Londres. Si dentro de seis meses todavía queremos casarnos, ¿contamos con su bendición?
– Tendré que discutirlo con mi marido -dijo Emer, cauta-. Ana Melody debe volver con nosotras a Irlanda mañana. -Anna la miró horrorizada-. Querida, no precipitemos las cosas. Tu padre querrá hablar de todo esto contigo -dijo su madre, dándole unas palmaditas en la mano y sonriendo, comprensiva, a Paco.
– Entonces, si vuelvo a Irlanda mañana, supongo que al menos podremos pasar la tarde juntos -dijo Anna-. Quieres que nos conozcamos mejor, ¿no? -Paco tomó su mano, se la llevó a los labios y la besó, indicándole en silencio que le dejara tratar esos asuntos a él.
– Sería para mí un honor si me permitieran llevarlas a cenar -dijo, cortés.
Emer hizo caso omiso de su hermana, que le daba patadas por debajo de la mesa. Anna abrió la boca, horrorizada.
– Es usted muy amable, señor Solanas -respondió, escondiendo los pies bajo la silla-. ¿Por qué no lleva usted a Anna Melody? Después de todo, tienen que conocerse si van a casarse. Puede pasar a recogerla al hotel a las siete y media.
– Y traerla de vuelta antes de medianoche -añadió la tía Dorothy con acritud.
Después del té Anna y Paco se despidieron en la puerta mientras la madre y la tía de Anna esperaban a que les trajeran sus abrigos.
– Dios mío, Emer, ¿tú crees que hemos hecho lo correcto?
– Lo único que puedo decirte, Dorothy, es que Anna Melody sabe lo que quiere. Tendrá una vida mucho mejor con este joven que con Sean O'Mara, de eso puedes estar segura. No puedo soportar pensar que la vamos a tener en el otro lado del mundo. Pero, ¿cómo negarle una vida así si eso es lo que quiere? Por Dios, tiene que haber mucho más para Anna que lo que pueda darle Glengariff.
– Espero que Paco Solanas sepa lo caprichosa y enérgica que es Anna Melody. Si es la mitad de lista de lo que creo que es, se cuidará mucho de demostrarlo hasta que tenga el anillo en el dedo -comentó la tía Dorothy secamente.
– Dorothy, a veces eres terrible.
– De terrible nada, Emer. Soy sincera. Parece que sea yo la única que ve las cosas como son -añadió, ceñuda, antes de disponerse a salir a la calle.
. La última noche en Londres había sido de lo más inquietante. Emer y la tía Dorothy habían esperado sentadas en camisón hasta que Anna había vuelto a medianoche, sana y salva. Ésta, atrapada en la mentira que había inventado sobre el hotel en el que se hospedaba, había tenido que coger otro taxi al hotel Brown's para que Paco pudiera reunirse allí con ella, tal como habían acordado. La había llevado a cenar a un pequeño restaurante con vistas al Támesis, por donde más tarde pasearon y conversaron bajo las trémulas estrellas que brillaban sobre sus cabezas.
A Paco le entristecía que ella tuviera que volver a Irlanda y no conseguía entender por qué. Había albergado la esperanza de que se quedara en Londres. Temeroso de que desapareciera entre las nieblas celtas para siempre, se había asegurado de anotar la dirección y el teléfono de Anna y le había dicho que la llamaría todos los días hasta que volviera. Había querido ir con ella de regreso al hotel Brown's, pero Anna había insistido en que la acompañara a coger un taxi, con la excusa de que el vestíbulo del hotel era un lugar poco dado al romance.
– Quiero que me beses al pie de una farola bajo la llovizna. No quiero recordarte besándome en un vestíbulo público -le había dicho, y él le había creído. Su beso había sido largo y lleno de sentimiento. Cuando Anna volvió al hotel De Vere en South Kensington, el corazón le quemaba, ardiente, en el pecho y en su boca todavía temblaba el recuerdo de aquel último beso. Como estaba demasiado nerviosa para poder dormir, se quedó estirada con los ojos fijos en la oscuridad, volviendo a recordar los besos de Paco una y otra vez hasta que sus pensamientos se convirtieron en sueños y se quedó profundamente dormida.
Anna era como una muñeca mecánica. No dejaba de dar vueltas por la suite en un estado de maníaca excitación. No parecía acordarse demasiado de Sean O'Mara. Todos sus pensamientos estaban dedicados en exclusiva al guapo Paco Solanas, y por mucho que la tía Dorothy intentara hacerle ver la gravedad de su situación, ella parecía no querer saber.
– Siéntate un momento, Anna Melody. Me estás mareando -resolló la tía Dorothy, palideciendo.
– Es que soy tan feliz que me pondría a bailar -replicó Anna, empezando a bailar un vals imaginario-. Paco es tan romántico; es como una estrella de Hollywood. -Suspiró y siguió dando vueltas sobre el suelo alfombrado.
– Tienes que pensar muy en serio en todo esto. El matrimonio no es sólo pasión -dijo su madre, midiendo sus palabras-. Este joven vive en un país lejano. Puede que no vuelvas a ver Irlanda.
– Me da igual Glengariff. El mundo se está abriendo para mí, mamá. ¿Qué hay para mí en Glengariff? -Su madre pareció dolida y reprimió un sollozo. No podía permitir que sus sentimientos influyeran en la decisión de su hija, aunque tenía enormes deseos de tirarse a sus pies y rogarle que se quedara. No se creía capaz de vivir sin ella.
– Tu familia, eso es lo que tienes en Glengariff-intervino la tía Dorothy enfadada-. Una familia que te adora. No la menosprecies, niña. La vida no es sólo riquezas. Aprenderás eso de la forma más dolorosa.
– Cálmate, tía Dorothy. Amo a Paco. No me importa si es rico. Le amaría aunque fuera un mendigo -dijo Anna imperiosa.
– El amor es un sentimiento que crece con el tiempo. No te apresures -dijo su madre indulgente-. No estamos hablando de París o de Londres, Anna, estamos hablando de un país que está en el otro extremo del mundo. Hablan otra lengua, tienen otra cultura. Echarás de menos tu casa -añadió, quedándose sin respiración y recuperando a continuación la compostura.
– Puedo aprender español. Miren, ya puedo decir «te amo» -dijo Anna, echándose a reír-. Te amo, te amo.
– Es tu decisión, querida, pero tendrás que convencer a tu padre -cedió Emer embargada por la tristeza.
– Gracias, mamá. La tía Dorothy es una vieja cínica -bromeó Anna.
– Oh, ¿y no has pensado ni por un momento en Sean? Supongo que crees que podrás retomar las cosas con él donde las dejaste si todo sale mal.
– ¡No, tía Dorothy! -jadeó Anna-. Además, no va a salir mal -añadió con firmeza.
– Es demasiado bueno para ti.
– De verdad, Dorothy -la reprendió Emer, nerviosa-. Anna ya es mayorcita y sabe lo que le conviene.
– No estoy tan segura, Emer. No habéis pensado en ese pobre joven que tan bueno ha sido siempre contigo. ¿Te tiene sin cuidado lo que sea de él? Está deseando construir un futuro con la mujer a la que ama, y tú no haces más que echarle sus sueños a la cara sin el menor atisbo de sensibilidad. Emer, Dermot y tú habéis mimado tanto a esta niña que sólo es capaz de pensar en sí misma. No le habéis enseñado a pensar en los demás.
– Por favor, Dorothy. Este es un gran momento para Anna.
– Y un momento terrible para Sean O'Mara -bufó la tía Dorohty testaruda, cruzándose de brazos.
– ¿Y qué puedo hacer si me he enamorado de Paco? ¿Qué esperas, tía Dorothy? ¿Que haga oídos sordos a mi corazón y vuelva con el hombre al que ya no amo? -dijo Anna melodramática, dejándose caer en una silla.
– Vamos, vamos, Anna Melody, tranquila. Tu tía y yo sólo queremos lo mejor para ti. Todo esto nos tiene un poco impactadas. Mejor que rompas ahora con Sean y no que tengas que arrepentirte cuando ya sea demasiado tarde. Una vez que te hayas casado, lo habrás hecho para el resto de tu vida -dijo Emer, acariciando con dulzura la larga melena pelirroja de su hija.
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