– Pero, Paco, no te conozco. Mis padres nunca lo permitirán -dijo al tiempo que imaginaba la reacción de la tía Dorothy y se le cerraba el estómago.
– Hablaré con ellos. Les diré lo que siento -anunció. Luego clavó la mirada en los asustados ojos de ella y añadió-: ¿Y tú? ¿No me quieres, ni siquiera un poquito?
Anna dudó, no porque no le quisiera. Le adoraba, la tenía totalmente abrumada con ese entusiasmo que la llenaba de vida, pero su madre siempre le había dicho que el amor era algo que crecía. El amor «urgente» entre dos personas que se atraían mutuamente era algo totalmente distinto.
– Te quiero -confesó, y se sorprendió al percibir el temblor de su propia voz. Nunca había dicho esas palabras a nadie, ni siquiera a Sean O'Mara-. Tengo la sensación de que te conozco desde siempre -añadió, como si quisiera justificar ante sí misma que la forma en que la amaba no tenía nada que ver con ese amor irracional y «urgente» que sentían dos personas que se atraían mutuamente, sino que era algo mucho más profundo y más real.
– Entonces, ¿cuál es el problema? Puedes quedarte en Londres y así darnos tiempo para conocernos mejor, si eso es lo que deseas.
– No es tan sencillo -objetó Anna, deseando que lo fuera.
– Las cosas sólo se complican si tú lo permites. Voy a escribir a mis padres y les diré que he conocido a una chica inocente y hermosa con la quiero compartir el resto de mi vida.
– ¿Y lo entenderán? -preguntó ella no sin cierta aprensión.
– Lo harán cuando te conozcan -respondió él confiado, volviendo a besarla-. Creo que no lo entiendes, Ana Melodía. Te amo. Amo tu sonrisa, la forma nerviosa con que juegas con tu pelo, el miedo que refleja tu mirada cuando te digo lo que siento. Amo la seguridad y la alegría con las que me has recibido esta noche en el hotel. Nunca he conocido a nadie como tú. Lo admito, no te conozco. No sé cuál es tu comida favorita, ni qué libros te gustan. No sé cuál es tu color preferido ni cómo eras de niña. No tengo ni idea de cuántos hermanos o hermanas tienes. No me importa. Lo único que sé es que aquí -dijo, poniendo la mano sobre el abrigo-, es donde palpita mi corazón, y con cada latido me dice lo que siento por ti. ¿Lo sientes? -Ella se echó a reír e intentó percibir los latidos de su corazón debajo del abrigo, pero lo único que sintió fue la aceleración de su propio pulso-. Me casaré contigo, Ana Melodía. Me casaré contigo, porque si dejo que te vayas me arrepentiré el resto de mi vida.
Cuando Paco la besó, Anna deseó más que nada en el mundo que aquello tuviera uno de esos finales felices que veía en las películas del cine. Cuando la rodeó con sus brazos y la estrechó contra él, se sintió completamente segura de que la protegería contra todo lo desagradable que había en el mundo. Si se casaba con Paco, podría irse de Glengariff para siempre. Estaría con el hombre que amaba. Sería la señora Solanas. Tendrían hijos que serían tan guapos como él, y sería feliz como nunca había soñado. Cuando él la besó, Anna se acordó del pobre beso de Sean O'Mara, del miedo que sentía a la noche de bodas, del desolado futuro que se abría ante ella como un camino gris que llevaba únicamente a la dificultad y al estancamiento, y sobre todo a una vida sin verdadero amor. Con Paco era diferente. No había nada que deseara tanto como pertenecerle, entregarse a él y dejarle que se adueñara de su cuerpo para poder amarla del todo.
– Sí, Paco, me casaré contigo -susurró, presa de la emoción. Paco la envolvió entre sus brazos con tanta fuerza que de pronto se encontró riéndose apoyada en su cuello. Él también se echó a reír, aliviado.
– ¡Estoy tan feliz que me pondría a cantar! -exclamó, levantándola del suelo de manera que sus pies quedaron suspendidos en el aire.
– Paco, bájame -le dijo Anna entre risas. Pero él se puso a bailar así con ella alrededor de la fuente.
– Te voy a hacer muy feliz, Ana Melodía. No te arrepentirás -dijo, volviendo a dejarla sobre la acera húmeda-. Quiero conocer a tus padres mañana mismo. Quiero pedir tu mano a tu padre.
– Temo que no nos dejen casarnos -dijo Anna con recelo.
– Déjamelo a mí, mi amor. Deja que me ocupe yo de todo -añadió, acariciándole la cara-. Encontrémonos mañana en el salón de té Gunter's.
– ¿En Gunter's? -repitió ella con la mirada perdida.
– En el salón de té Gunter's. Queda en Park Lane. A las cinco -concluyó antes de volver a besarla.
Anna se quedó con Paco hasta que el amanecer tiñó el cielo de dorado. Hablaron de su futuro juntos, hicieron planes y cosieron sus sueños a la tela de su destino común. El único problema era cómo iba ella a explicar todo a su madre y a la tía Dorothy.
– Jesús, María y José, Anna Melody, ¿te has vuelto loca? -soltó su tía cuando se enteró de la noticia. Emer tomó aire y sorbió el té con la mano temblorosa.
– Háblanos de él, Anna Melody -preguntó Emer con desmayo. Así que Anna les contó que habían pasado la noche paseando por las calles de Londres. No mencionó el beso; no creyó oportuno hacerlo delante de la tía Dorothy, puesto que ésta no era una mujer casada.
– ¿Has pasado la noche a solas con él en la calle? -estalló la tía Dorothy-. Pero, niña, ¿qué va a decir la gente? Pobre Sean O'Mara. Salir a hurtadillas de tu habitación en mitad de la noche, como cualquier ladronzuelo callejero. ¡Oh, Anna! -Se secó el sudor de la frente con un pañuelo de encaje-. Le conoces hace sólo unas horas. No sabes nada de él. ¿Cómo puedes confiar en él?
– La tía Dorothy tiene tazón, querida. No conoces a ese hombre. Doy gracias a Dios de que no te haya hecho ningún daño -dijo Emer con lágrimas en los ojos. La tía Dorothy aspiró para indicar que aprobaba que por una vez su hermana hubiera entrado en razón y que estaba de acuerdo con ella.
– ¿Hacerme daño? -chilló Anna, exasperada-. No, no me hizo ningún daño. Bailamos alrededor de la fuente. Nos dimos la mano. Me dijo que soy hermosa y que me amaba desde el momento en que me vio sentada en el vestíbulo. ¿Hacerme daño? Se ha adueñado de mi corazón, eso es de lo único de lo que puedo culparle -añadió con un melodramático suspiro.
– ¿Qué dirá tu padre? -dijo Emer, meneando la cabeza-. No creas ni por un momento que se va a quedar sentado viendo cómo te vas a un país extranjero. Tu padre y yo te queremos en Irlanda, cerca de nosotros. Eres nuestra única hija, Anna Melody, y te queremos.
– ¿Por qué al menos no le conoces, mamá? -sugirió Anna, esperanzada.
– ¿Conocerle? ¿Cuándo?
– Hoy en el salón de té Gunter's, en Park Lane -soltó con alegría sin poder reprimirse.
– Dios mío, lo tienes todo planeado, ¿verdad, jovencita? -rugió la tía Dorothy con desaprobación a la vez que se servía más café-. Me gustaría saber qué van a pensar sus padres.
– Dice que se van a alegrar por él.
– Seguro que sí -continuó la tía, hundiendo la papada en el cuello y asintiendo con un gesto que denotaba sabiduría-. Apuesto a que se pondrán locos de contento cuando se enteren de que su hijo se ha enamorado de una desconocida irlandesa que no tiene un solo penique. Una chica a la que sólo ha visto una vez.
– Dos -le corrigió Anna enfadada.
– Dos si cuentas el breve encuentro en el hotel. Debería avergonzarse de su comportamiento y perseguir a alguna chica de su clase y de su cultura.
– Quizá deberíamos conocerle, Dorothy -sugirió Emer, sonriendo cariñosamente a su hija que, furiosa, había apretado los labios y miraba a su tía con los ojos llenos de veneno.
– Bueno, eso sería típico de ti. Un sollozo de Anna Melody y saca de ti lo que quiera, como siempre -dijo la tía Dorothy-. Supongo que imaginas que te acogerán en su familia con los brazos abiertos, ¿verdad? Seguro que sí. La vida no es tan sencilla. Probablemente sus padres esperan que se case con alguna chica argentina, alguien de su clase y que pertenezca a su círculo de amigos. Desconfiarán de tí porque no saben nada de ti. Te quejas de que tus primos no paran de insultarte. Muy bien, ¿qué tal te suena «aventurera»? Oh, sí, me dirás que estoy siendo injusta y dura contigo, pero sólo intento enseñarte ahora lo que la vida te enseñará más adelante. Piénsalo bien, Anna Melody, y acuérdate de que la hierba siempre es más verde en el otro lado.
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