Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira
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Quién sabe por qué, a Pereira se le ocurrió hacerle una pregunta. No sabría decir por qué se la hizo. Tal vez porque era demasiado rubia y demasiado antinatural y a él le costaba hacerse a la idea de que aquélla era la muchacha que había conocido, tal vez porque ella, de cuando en cuando, lanzaba alguna mirada furtiva a su alrededor como si esperara a alguien o temiera algo, pero lo cierto es que Pereira le preguntó: ¿Todavía se llama Marta? Para usted sigo siendo Marta, claro, respondió Marta, pero tengo un pasaporte francés, me llamo Lise Delaunay, soy pintora de profesión y estoy en Portugal para pintar paisajes a la acuarela, aunque el verdadero motivo sea hacer turismo.
Pereira sintió grandes deseos de pedir una omelette a las finas hierbas y de beber una limonada, sostiene. ¿Qué le parecería si nos tomáramos unas omelettes a las finas hierbas?, le preguntó a Marta. Encantada, respondió Marta, pero antes tomaría un oporto seco. Yo también, dijo Pereira, y pidió dos oportos secos. Me huelo algún problema, dijo Pereira, está usted metida en algún lío, Marta, confiésemelo. Así es, respondió Marta, pero es de la clase de líos que a mí me gustan, me encuentro a mi aire, en el fondo es la vida que yo he elegido. Pereira estiró los brazos. Si usted está contenta…, dijo, ¿y Monteiro Rossi?, también tiene problemas, supongo, porque no ha vuelto a dar señales de vida, ¿qué le pasa? Puedo hablar de mí misma, pero no de Monteiro Rossi, dijo Marta, yo sólo respondo por mí, no ha vuelto a ponerse en contacto con usted hasta ahora porque ha tenido problemas, de momento sigue fuera de Lisboa, recorre el Alentejo, pero sus problemas son acaso peores que los míos, en todo caso además necesita dinero y por eso le manda un artículo, dice que es una efemérides, si quiere puede darme a mí el dinero, yo me encargaré de hacérselo llegar.
Lo que faltaba, sus artículos, hubiera deseado responder Pereira, necrológicas o efemérides, da lo mismo, no hago otra cosa que pagarlos de mi bolsillo, ese Monteiro Rossi, no sé aún por qué no lo despido, yo le había propuesto que fuera periodista, le había proyectado una carrera. Pero no dijo nada de eso. Sacó la cartera y cogió dos billetes. Entrégueselos de mi parte, dijo, y ahora déme el artículo. Marta cogió un papel de su bolso y se lo dio. Mire, Marta, dijo Pereira, quisiera decirle en primer lugar que puede contar conmigo para algunas cosas, pero quisiera permanecer al margen de sus problemas, como sabe, la política no me interesa, de todos modos, si ve a Monteiro Rossi, dígale que dé señales de vida, quizá también a él pueda serle útil a mi manera. Usted es una gran ayuda para todos nosotros, señor Pereira, dijo Marta, nuestra causa no lo olvidará. Acabaron de comer las omelettes y Marta dijo que no podía entretenerse por más tiempo. Pereira se despidió de ella y Marta se marchó deslizándose con delicadeza. Pereira se quedó en su mesa y pidió otra limonada. Hubiera querido hablar de todo aquello con el padre Antonio o con el doctor Cardoso, pero a aquellas horas con seguridad el padre Antonio estaría ya durmiendo y el doctor Cardoso estaba en Parede. Bebió su limonada y pagó la cuenta. ¿Qué, qué pasa por el mundo?, dijo al camarero cuando se acercó. Cosas peregrinas, respondió Manuel, cosas peregrinas, señor Pereira. Pereira le puso una mano en el brazo. ¿Cómo que peregrinas?, preguntó. ¿No sabe lo que está pasando en España?, respondió el camarero. No, no lo sé, dijo Pereira. Por lo visto, hay un gran escritor francés que ha denunciado la represión franquista en España, dijo Manuel, ha estallado un escándalo con el Vaticano. ¿Cómo se llama ese escritor francés?, preguntó Pereira. Bueno, respondió Manuel, ahora no me acuerdo, es un escritor que seguro que usted conoce, se llama Bernan, Bernadette o algo así. ¡Bernanos!, exclamó Pereira, ¿se llama Bernanos? Exacto, respondió Manuel, es así como se llama. Es un gran escritor católico, dijo con orgullo Pereira, sabía que tomaría partido, tiene una ética de hierro. Y se le ocurrió que quizá podría publicar en el Lisboa un par de capítulos del Journal d'un curé de campagne, que todavía no había sido traducido al portugués. Se despidió de Manuel y le dejó una buena propina. Hubiera deseado hablar con el padre Antonio, pero el padre Antonio a aquellas horas dormía, se levantaba todas las mañanas a las seis para celebrar la misa en la Iglesia das Mercés, sostiene Pereira.
19
A la mañana siguiente Pereira se levantó muy temprano, sostiene, y fue a buscar al padre Antonio. Le encontró en la sacristía de la iglesia, mientras se quitaba los ornamentos sacros. Hacía mucho fresco en la sacristía, en la pared colgaban cuadros devotos y exvotos.
Buenos días, padre Antonio, dijo Pereira, aquí me tiene. Pereira, balbuceó el padre Antonio, cuánto tiempo sin verte, ¿dónde te habías metido? Estuve en Parede, se justificó Pereira, he pasado una semana en Parede. ¿En Parede?, exclamó el padre Antonio, ¿y qué hacías tú en Parede? He estado en una clínica talasoterápica, respondió Pereira, tomando baños de algas y curas naturales. El padre Antonio le pidió que le ayudara a quitarse la estola y le dijo: Qué cosas se te ocurren. He adelgazado cuatro kilos, añadió Pereira, y he conocido a un médico que me ha contado una interesante teoría sobre el alma. ¿Has venido por eso?, preguntó el padre Antonio. En parte, admitió Pereira, pero también quería hablar de otras cosas. Habla entonces, dijo el padre Antonio. Verá, comenzó Pereira, es una teoría de dos filósofos franceses que también son psicólogos, sostienen que no tenemos sólo un alma, sino una confederación de almas que está dirigida por un yo hegemónico, y cada cierto tiempo ese yo hegemónico cambia, de manera que alcanzamos una norma, pero no es una norma estable, es una norma variable. Escúchame bien, Pereira, dijo el padre Antonio, yo soy un franciscano, soy una persona sencilla, pero me parece que te estás volviendo un hereje, el alma humana es única e indivisible, nos la ha dado Dios. Sí, replicó Pereira, pero si en lugar de alma, como dicen los filósofos franceses, ponemos la palabra personalidad, entonces ya no hay herejía, estoy convencido de que no tenemos una única personalidad, tenemos muchas personalidades que conviven bajo la dirección de un yo hegemónico. Me parece una teoría capciosa y peligrosa, objetó el padre Antonio, la personalidad depende del alma, y el alma es única e indivisible, tus palabras huelen a herejía. Sin embargo yo me siento distinto desde hace algunos meses, confesó Pereira, pienso cosas que nunca habría pensado, hago cosas que nunca habría hecho. Te habrá pasado algo, dijo el padre Antonio. He conocido a dos personas, dijo Pereira, un chico y una chica, y quizá he cambiado al conocerlos. Eso suele ocurrir, dijo el padre Antonio, las personas nos influyen, suele ocurrir. No sé cómo pueden influirme, dijo Pereira, son dos pobres románticos sin futuro, en todo caso tendría que influirles yo a ellos, yo les ayudo, es más, al chico prácticamente le mantengo yo, no hago más que darle dinero de mi bolsillo, le he contratado como ayudante, pero no me escribe ni un solo artículo que sea publicable, escúcheme, padre Antonio, ¿cree que me vendría bien confesarme? ¿Has cometido pecados contra la carne?, preguntó el padre Antonio. La única carne que conozco es la que llevo encima, respondió Pereira. Pues entonces escucha, Pereira, concluyó el padre Antonio, no me hagas perder el tiempo, porque para confesar tengo que concentrarme y no quiero cansarme, dentro de un rato tengo que ir a visitar a mis enfermos, hablemos de cualquier cosa, de tus cosas en general, pero no bajo confesión, sino como amigos.
El padre Antonio se sentó en un banco de la sacristía y Pereira se puso a su lado. Escúcheme, padre Antonio, dijo Pereira, yo creo en Dios padre omnipotente, recibo los sacramentos, observo los mandamientos e intento no pecar, aunque algunas veces no vaya a misa los domingos, pero no por falta de fe, es sólo por pereza, creo que soy un buen católico y respeto las enseñanzas de la Iglesia, pero ahora estoy algo confuso y además, por mucho que sea periodista, no estoy muy bien informado de lo que sucede en el mundo, ahora estoy un poco perplejo porque me parece que hay una gran polémica acerca de la postura de los escritores católicos franceses a propósito de la guerra civil española, me gustaría que usted me pusiera al corriente, padre Antonio, porque usted sabe de estas cosas y yo quisiera saber cómo comportarme para no ser herético. ¿En qué mundo vives, Pereira?, exclamó el padre Antonio. Bueno, intentó justificarse Pereira, es que he pasado una semana en Parede y además este verano no he comprado ningún periódico extranjero, y a través de los periódicos portugueses uno no consigue enterarse de mucho, las únicas novedades que conozco son los chismes de café.
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