Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira
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A las ocho, puntualísmo, el doctor Cardoso estaba sentado a la mesa del comedor. Pereira también llegó puntual, sostiene, y se dirigió a la mesa. Se había puesto su traje gris y la corbata negra. Cuando entró en la sala miró a su alrededor. Los presentes podían ser una cincuentena, y todos eran ancianos. Más viejos que él, sin duda, en su mayor parte matrimonios de viejos que cenaban en la misma mesa. Eso le hizo sentirse mejor, sostiene, porque pensó que en el fondo él era de los más jóvenes y le gustó no verse tan viejo. El doctor Cardoso le sonrió e hizo ademán de levantarse. Pereira le hizo permanecer en su sitio con un gesto de la mano. Bueno, doctor Cardoso, dijo Pereira, también en esta cena me pongo en sus manos. Un vaso de agua mineral en ayunas es siempre una buena regla de higiene, dijo el doctor Cardoso. Con gas, pidió Pereira. Con gas, concedió el doctor Cardoso, y le llenó el vaso. Pereira se la bebió con una leve sensación de repugnancia y deseó una limonada. Señor Pereira, dijo el doctor Cardoso, me gustaría saber cuáles son sus proyectos para la página cultural del Lisboa, me gustaron mucho la efemérides de Pessoa y el cuento de Maupassant, estaba muy bien traducido. Lo traduje yo, respondió Pereira, pero no me gusta firmar. Debería hacerlo, replicó el doctor Cardoso, sobre todo los artículos más importantes, ¿y qué nos reserva para el futuro su periódico? Pues verá, doctor Cardoso, respondió Pereira, para los próximos tres o cuatro números hay un relato de Balzac, se llama Honorine, no sé si lo conoce. El doctor Cardoso negó con la cabeza. Es un relato sobre el arrepentimiento, dijo Pereira, un hermoso cuento sobre el arrepentimiento, tanto que lo he leído en clave autobiográfica. ¿Un arrepentimiento del gran Balzac?, interrumpió el doctor Cardoso. Pereira permaneció pensativo unos instantes. Perdóneme que se lo pregunte, doctor Cardoso, dijo, usted me ha dicho esta tarde que había estudiado en Francia, ¿qué estudios cursó?, si no le importa contestarme. Me licencié en medicina y después hice dos especialidades, una de dietética y otra de psicología, respondió el doctor Cardoso. No veo la conexión entre las dos especialidades, sostiene haber dicho Pereira, perdóneme pero no veo la conexión. Quizá haya más conexión de la que usted piensa, dijo el doctor Cardoso, no sé si usted puede imaginarse los nexos que unen nuestro cuerpo con nuestra psicología, pero hay más de los que se imagina, pero me estaba diciendo usted que el relato de Balzac es un relato autobiográfico. Bueno, no quería decir eso, rebatió Pereira, quería decir que yo lo leí en clave autobiográfica, que me he sentido identificado. ¿Con el arrepentimiento?, preguntó el doctor Cardoso. En cierta manera, dijo Pereira, aunque de una manera transversal, mejor dicho, la palabra es limítrofe, digamos que me he sentido identificado de manera limítrofe.
El doctor Cardoso hizo un gesto a la camarera. Esta noche comeremos pescado, dijo el doctor Cardoso, preferiría que tomara pescado a la plancha o hervido, pero puede tomarlo también de otras maneras. Ya he comido pescado a la plancha en el almuerzo, se justificó Pereira, y hervido sinceramente no me gusta, me sabe demasiado a hospital, y no me gusta considerarme en un hospital, preferiría pensar que estoy en un hotel, me apetecería mucho más un lenguado «a la molinera». Perfecto, dijo el doctor Cardoso, lenguado «a la molinera» con zanahorias rehogadas en mantequilla, lo tomaré yo también. Y después añadió: Arrepentimiento de manera limítrofe, ¿qué significa? El hecho de que haya estudiado psicología me anima a hablar con usted, dijo Pereira, quizá sería mejor hablar con mi amigo el padre Antonio, que es sacerdote, pero a lo mejor él no me entendería, porque a los sacerdotes hay que confesarles las propias culpas y yo no me siento culpable de nada en especial, pero sin embargo siento el deseo de arrepentirme, siento nostalgia del arrepentimiento. Quizá debería profundizar en esa cuestión, señor Pereira, dijo el doctor Cardoso, y si tiene ganas de hacerlo conmigo estoy a su disposición. Pues verá, dijo Pereira, es una extraña sensación, que está en la periferia de mi personalidad, por eso la llamo limítrofe, el hecho es que por una parte estoy contento de haber llevado la vida que he llevado, estoy contento de haber estudiado en Coimbra, de haberme casado con una mujer enferma que pasó toda su vida en sanatorios, de haberme ocupado de la crónica de sucesos durante tantos años en un gran periódico y ahora de haber aceptado dirigir la página cultural de este modesto periódico vespertino, pero, al mismo tiempo, es como si sintiera deseos de arrepentirme de mi vida, no sé si me explico.
El doctor Cardoso empezó a comer su lenguado «a la molinera» y Pereira siguió su ejemplo. Sería necesario que conociera mejor los últimos meses de su vida, dijo el doctor Cardoso, quizá haya habido algún evento. Un evento, ¿en qué sentido?, preguntó Pereira, ¿qué quiere decir? Evento es un término del psicoanálisis, dijo el doctor Cardoso, no es que yo crea demasiado en Freud, porque soy sincrético, pero sobre el hecho del evento sin duda tiene razón, el evento es un acontecimiento concreto que se verifica en nuestra vida y que trastoca o perturba nuestras convicciones o nuestro equilibrio, en fin, el evento es un hecho que se produce en la vida real y que influye en la vida psíquica, usted debería reflexionar sobre si en su vida ha ocurrido algún evento. He conocido a una persona, sostiene haber dicho Pereira, mejor dicho, a dos personas, un joven y una muchacha. Siga hablándome de ello, dijo el doctor Cardoso. Bueno, dijo Pereira, el hecho es que necesitaba para la página cultural necrológicas anticipadas de aquellos escritores importantes que pueden morir de un momento a otro, y la persona que conocí había escrito una tesina sobre la muerte, la verdad es que en parte la copió, pero al principio me pareció que era un experto en el tema de la muerte, así que lo contraté como ayudante, para hacer las necrológicas anticipadas, y él me escribió algunas, se las pagué de mi bolsillo porque no quería que resultara una carga para el periódico, pero son todas impublicables, porque ese chico tiene metida la política en la cabeza y plantea todas las necrológicas desde un punto de vista político, a decir verdad, creo que es su chica la que le mete todas esas ideas en la cabeza, ya sabe, fascismo, socialismo, la guerra civil en España y cosas parecidas, son todos artículos impublicables, como ya le he dicho, y hasta ahora se los he pagado. No hay nada malo en ello, respondió el doctor Cardoso, en el fondo está arriesgando sólo su dinero. No es eso, sostiene haber admitido Pereira, el hecho es que me ha surgido una duda: ¿y si esos dos chicos tuvieran razón? En tal caso, ellos tendrían razón, dijo pacatamente el doctor Cardoso, pero es la Historia quien lo dirá y no usted, señor Pereira. Sí, dijo Pereira, pero si ellos tuvieran razón mi vida no tendría sentido, no tendría sentido haber estudiado Letras en Coimbra y haber creído siempre que la literatura era la cosa más importante del mundo, no tendría sentido que yo dirija la página cultural de ese periódico vespertino en el que no puedo expresar mi opinión y en el que tengo que publicar cuentos del siglo XIX francés, ya nada tendría sentido, y es de eso de lo que siento deseos de arrepentirme, como si yo fuera otra persona y no el Pereira que ha sido siempre periodista, como si tuviera que renegar de algo.
El doctor Cardoso llamó a la camarera y pidió dos rnacedonias de fruta sin azúcar y sin helado. Quisiera hacerle 'una pregunta, dijo el doctor Cardoso, ¿conoce usted los médecins-philosophes? No, admitió Pereira, no los conozco, ¿quiénes son? Los más importantes son Théodule Ribot y Pierre Janet, dijo el doctor Cardoso, fueron sus obras lo que estudié en París, son médicos y psicólogos, pero también filósofos, propugnan una teoría que me parece interesante, la de la confederación de las almas. Explíqueme esa teoría, dijo Pereira. Pues bien, dijo el doctor Cardoso, creer que somos «uno» que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico. El doctor Cardoso hizo una breve pausa y después continuó. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión. Tal vez, concluyó el doctor Cardoso, tras una paciente erosión haya un yo hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente, apoyarlo.
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