Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira
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Pereira pensó: Inutilizable, absolutamente inutilizable. Cogió la carpeta de las «Necrológicas» e introdujo en ella la hoja. No sabe por qué lo hizo, hubiera podido tirarla, pero en cambio la conservó. Después, para apagar la irritación que le había entrado, pensó en abandonar la redacción y en dirigirse al Café Orquídea.
Cuando llegó al café, lo primero que vio, sostiene Pereira, fue el cabello rojizo de Marta. Estaba sentada a una mesa de una esquina, cerca del ventilador, dando la espalda a la puerta. Llevaba el mismo vestido que le había visto la noche de la fiesta en la Praça da Alegria, con los tirantes cruzados sobre la espalda. Sostiene Pereira haber pensado que Marta tenía unos hombros bellísimos, dulces, bien proporcionados, perfectos. Se acercó y se colocó delante de ella. Ah, señor Pereira, dijo Marta con naturalidad, he venido yo en lugar de Monteiro Rossi, él no ha podido venir hoy.
Pereira se sentó a la mesa y preguntó a Marta si le apetecía un aperitivo. Marta contestó que tomaría con mucho gusto un oporto seco. Pereira llamó al camarero y pidió dos oportos secos. No debía tomar alcohol, pero, total, al día siguiente iba a ir a la clínica talasoterápica a hacer una dieta durante una semana. ¿Qué me cuenta?, preguntó Pereira cuando el camarero les hubo servido. Le cuento, respondió Marta, que éste es un periodo difícil para todos, creo, él se ha marchado al Alentejo, y por ahora se quedará por allí, es conveniente que permanezca algunos días fuera de Lisboa. ¿Y su primo?, preguntó incautamente Pereira. Marta le miró y sonrió. Sé que usted ha sido de gran ayuda para Monteiro Rossi y su primo, dijo Marta, señor Pereira, ha estado usted realmente magnífico, debería ser de los nuestros. Pereira sintió una leve irritación, sostiene, y se quitó la chaqueta. Escuche, señorita, replicó, yo no soy ni de los de ustedes ni de los de los otros, prefiero actuar por mi cuenta, por otra parte, no sé quiénes son los suyos y no quiero saberlo, yo soy un periodista y me encargo de la cultura, acabo de terminar una traducción de un cuento de Balzac, de sus historias prefiero no estar al corriente, no soy un cronista. Marta bebió un sorbo de vino de oporto y dijo: Nosotros no hacemos la crónica, señor Pereira, eso es lo que me gustaría que entendiera, nosotros vivimos la Historia. Pereira bebió a su vez de su vaso de oporto y replicó: Escuche, señorita, eso de la Historia son palabras mayores, yo también leí a Vico y a Hegel en su momento, no es una bestia que se pueda domesticar. Pero tal vez no haya leído usted a Marx, objetó Marta. No lo he leído, dijo Pereira, y no me interesa, estoy harto de la escuela hegeliana, y además escuche, deje que le repita algo que ya le he dicho antes, yo pienso sólo en mí y en la cultura, ése es mi mundo. ¿Un anarcoindividualista?, preguntó Marta, me gustaría saber si es eso. ¿Qué entiende por ello?, preguntó Pereira. Bueno, dijo Marta, no me diga que no sabe qué quiere decir anarcoindividualista, España está repleta de ellos, los anarcoindividualistas han dado mucho que hablar en estos tiempos y se han comportado incluso heroicamente, aunque tal vez les hiciera falta un poco de disciplina, eso es por lo menos lo que yo pienso. Escuche, Marta, dijo Pereira, yo no he venido a este café para hablar de política, como ya le he dicho, no me interesa la política, porque me ocupo principalmente de cultura, yo tenía una cita con Monteiro Rossi y usted me sale con que está en el Alentejo, ¿qué es lo que ha ido a hacer al Alentejo?
Marta miró a su alrededor como si buscara al camarero. ¿Pedimos algo de comer?, preguntó, yo tengo una cita a las tres. Pereira llamó a Manuel. Pidieron dos omelettes a las finas hierbas y después Pereira repitió: Bueno, ¿qué es lo que ha ido a hacer al Alentejo Monteiro Rossi? Ha ido para acompañar a su primo, respondió Marta, que ha recibido órdenes en el último momento, son sobre todo los alentejanos quienes quieren ir a combatir a España, hay una gran tradición democrática en el Alentejo, y hay además muchos anarcoindividualistas como usted, señor Pereira, el trabajo no falta, vaya, bueno, el caso es que Monteiro Rossi ha tenido que acompañar a su primo al Alentejo, porque es allí donde se recluta a la gente. Muy bien, respondió Pereira, pues deséele de mi parte un buen reclutamiento. El camarero trajo las omelettes y empezaron a comer. Pereira se ató la servilleta alrededor del cuello, tomó un trozo de omelette y dijo: Escuche, Marta, yo me marcho mañana a una clínica talasoterápica que está cerca de Cascáis, tengo problemas de salud, dígale a Monteiro Rossi que su artículo sobre D'Annunzio es totalmente inutilizable, en cualquier caso le dejo el teléfono de la clínica donde estaré toda la semana, el mejor momento para llamarme son las horas de las comidas, y ahora dígame dónde está Monteiro Rossi. Marta bajó la voz y dijo: Esta noche estará en Portalegre, en casa de unos amigos, pero preferiría no darle la dirección, además es un domicilio precario, porque él dormirá una noche aquí y una noche allá, debe moverse un poco por el Alentejo, en todo caso será él quien se ponga en contacto con usted. De acuerdo, dijo Pereira pasándole una notita, éste es el número de teléfono de la clínica talasoterápica de Parede. Yo tengo que irme, señor Pereira, dijo Marta, discúlpeme pero tengo una cita y debo cruzar toda la ciudad.
Pereira se levantó y se despidió. Marta se puso su sombrero de punto y se marchó. Pereira se quedó mirándola mientras salía, absorto en aquella hermosa silueta que se recortaba contra el sol. Se sintió aliviado y casi alegre, pero no sabe por qué. Entonces le hizo un gesto a Manuel, quien se acercó solícito y le preguntó si quería un digestivo. Pero él tenía sed, porque la tarde era muy calurosa. Reflexionó un instante y después dijo que solo quería una limonada. Y la pidió bien fría, llena de hielo, sostiene Pereira.
14
Al día siguiente Pereira se levantó temprano, sostiene. Tomó un café, cogió una pequeña maleta y metió en ella los Cantes du lundi de Alphonse Daudet. Quizá se quedara algunos días más, pensó, y Daudet era un autor que podía figurar perfectamente entre los cuentos del Lisboa.
Se dirigió al vestíbulo, se detuvo ante el retrato de su esposa y le dijo: Anoche vi a Marta, la novia de Monteiro Rossi, me da la impresión de que esos chicos se están metiendo en problemas serios, mejor dicho, se han metido ya, de todas formas no es asunto mío, a mí lo que me hace falta es una semana de talasoterapia, me la ha prescrito el doctor Costa, y además en Lisboa uno se sofoca y yo he traducido Honorine de Balzac, me marcho esta mañana, voy a coger el tren al Cais de Sodré, te llevo conmigo, si me lo permites. Cogió el retrato y lo metió en la maleta, pero boca arriba, porque su esposa había tenido necesidad de aire toda la vida y pensó que también el retrato necesitaría respirar bien. Después bajó hasta la pequeña plaza de la catedral, esperó un taxi e hizo que le llevaran hasta la estación. Descendió en la plaza y pensó en tomar algo en el British Bar del Cais de Sodré. Sabía que aquél era un lugar al que acudían escritores y esperaba toparse con alguno. Entró y se sentó a una mesa de un rincón. En una mesa cercana, en efecto, se hallaba el novelista Aquilino Ribeiro, que estaba comiendo con Bernardo Marques, el dibujante vanguardista, quien había realizado las ilustraciones de las mejores revistas del modernismo portugués. Pereira les dio los buenos días y los artistas contestaron con un gesto de la cabeza. Hubiera estado bien comer en su mesa, pensó Pereira, y contarles que el día anterior había recibido una crítica muy negativa sobre D'Annunzio, y saber qué pensaban de ello. Pero los dos artistas estaban inmersos en una densa conversación y Pereira no tuvo el valor de molestarles. Entendió que Bernardo Marques ya no quería dibujar y que el novelista quería marcharse al extranjero. Eso le provocó una sensación de desaliento, sostiene Pereira, porque no esperaba que un escritor como aquél pudiera abandonar su país. Mientras se tomaba su limonada y saboreaba sus caracoles marinos, Pereira escuchó algunas frases. A París, decía Aquilino Ribeiro, el único lugar posible es París. Y Bernardo Marques asentía diciendo: Me han propuesto que haga dibujos para varias revistas, pero yo ya no tengo ganas de dibujar, éste es un país horrendo, es mejor no colaborar con nadie. Pereira terminó sus caracoles y su limonada, se levantó y se detuvo frente a la mesa de los dos artistas. Deseo que los señores tengan un buen día, dijo, permítanme que me presente, mi nombre es Pereira, de la página cultural del Lisboa, todo Portugal está orgulloso de tener dos artistas como ustedes, personas como ustedes son las que nos hacen falta.
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