Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira

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Sostiene Pereira: краткое содержание, описание и аннотация

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Lisboa, 1938. La opresiva dictadura de Salazar, el furor de la guerra civil española llamando a la puerta, al fondo el fascismo italiano. En esta Europa recorrida por el virulento fantasma de los totalitarismos, Pereira, un periodista dedicado durante toda su vida a la sección de sucesos, recibe el encargo de dirigir la página cultural de un mediocre periódico, el Lisboa.

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Salió fuera y se detuvo ante Monteiro Rossi, que esperaba sentado al borde de la fuente. Pase mañana por la mañana por la redacción, hoy leeré su artículo, tenemos cosas de que hablar. Yo, la verdad…, dijo Monteiro Rossi. La verdad, ¿qué?, preguntó Pereira. Verá, dijo Monteiro Rossi, pensaba que llegados a este punto era mejor que nos viéramos en un sitio tranquilo, en su casa, por ejemplo. De acuerdo, dijo Pereira, pero no en mi casa, basta ya con mi casa, veámonos mañana a la una en el Café Orquídea, ¿qué le parece? De acuerdo, respondió Monteiro Rossi, a la una en el Café Orquídea. Pereira le estrechó la mano y le dijo adiós. Se le ocurrió ir hasta su casa a pie, total era todo bajada. El día era magnífico, y por suerte había comenzado a soplar una brisa atlántica estupenda. Pero no se sentía capaz de apreciar el día. Se sentía inquieto y le apetecía hablar con alguien, tal vez con el padre Antonio, pero el padre Antonio pasaba los días en la cabecera de sus enfermos. Y entonces pensó que podía ir a charlar un rato con el retrato de su esposa. De modo que se quitó la chaqueta y se dirigió lentamente hacia su casa, sostiene.

13

Pereira pasó la noche acabando de traducir y de adaptar Honorine de Balzac, sostiene. Fue una traducción complicada pero resultó bastante fluida, según su opinión. Durmió tres horas, desde las seis hasta las nueve de la mañana, después se levantó, tomó un baño fresco, se bebió un café y se dirigió a la redacción. La portera, con la que se encontró en la escalera, tenía el gesto torcido y le saludó con un movimiento de cabeza. Él susurró buenos días a media voz. Entró en el cuarto, se sentó ante el escritorio y marcó el número del doctor Costa, su médico. Oiga, doctor, dijo Pereira, soy Pereira. Ah, ¿cómo está usted?, preguntó el doctor Costa. Pues verá, últimamente me ahogo, respondió Pereira, no consigo subir las escaleras y me parece que he engordado algunos kilos, cuando doy un paseo me entra taquicardia. Escuche, Pereira, dijo el doctor Costa, yo paso consulta una vez a la semana en la clínica talasoterápica de Parede, ¿por qué no ingresa allí algunos días? ¿Ingresar?, ¿por qué?, preguntó Pereira. Porque la clínica de Parede tiene un buen servicio médico, entre otras cosas curan el reuma y las cardiopatías con métodos naturales, ofrecen baños de algas, masajes y curas adelgazantes, además hay unos doctores excelentes que se han formado en Francia, a usted le sentaría bien un poco de reposo y un poco de vigilancia, Pereira, y la clínica de Parede es lo que le iría mejor, si quiere puedo reservarle una habitación para mañana mismo, una hermosa y linda habitación con vistas al mar, vida sana, baños de algas, talasoterapia, y yo iré a verle al menos una vez, también están ingresados algunos tuberculosos, pero los tuberculosos están en un pabellón reservado, no existe peligro de contagio. Oh, por eso no se preocupe, no tengo miedo a los tuberculosos, sostiene haber dicho Pereira, he pasado toda mi vida junto a una tuberculosa y la enfermedad nunca llegó a afectarme, no es ése el problema, el problema es que me han confiado la página cultural del sábado, no puedo abandonar la redacción. Mire, Pereira, dijo el doctor Costa, escúcheme bien, Parede está a medio camino entre Lisboa y Cascais, desde aquí hay unos diez kilómetros, si usted quiere escribir sus artículos en Parede y mandarlos a Lisboa, para eso está el empleado de la clínica, que todas las mañanas puede llevárselos a la ciudad, de todos modos su página aparece una vez a la semana, y si usted prepara un par de artículos largos, habrá dejado lista la página para dos sábados, y además, déjeme que se lo diga, la salud es más importante que la cultura. De acuerdo, dijo Pereira, pero dos semanas son demasiado, me bastaría con una semana de reposo. Es mejor eso que nada, concluyó el doctor Costa. Pereira sostiene que se resignó y aceptó pasar una semana en la clínica talasoterápica de Parede, autorizando al doctor Costa a que le reservara una habitación para el día siguiente, pero insistió en aclarar que primero debía advertir a su director, por una cuestión de cortesía. Colgó y marcó el número de la tipografía. Dijo que había un cuento de Balzac que aparecería en dos o tres entregas, y que por tanto la página cultural del Lisboa quedaba lista para varias semanas. ¿Y la sección de «Efemérides»?, preguntó el tipógrafo. No hay efemérides por ahora, dijo Pereira, no vengan a recoger el material a la redacción, porque esta tarde no voy a estar, se lo dejaré en un sobre cerrado en el Café Orquídea, cerca de la carnicería judía. Después marcó el número de la centralita y le pidió al telefonista que le pusiera con las termas de Buçaco. Preguntó por el director del Lisboa. El director está en el parque tomando el sol, dijo el empleado, no sé si debo molestarle. Moléstele, dijo Pereira, dígale que le llaman de la redacción cultural. El director se acercó hasta el teléfono y dijo: Dígame, soy el director. Señor director, dijo Pereira, he traducido y condensado un cuento de Balzac, y ocupa dos o tres números, le llamo porque pretendo ingresar en la clínica talasoterápica de Parede, mi cardiopatía no va por buen camino y mi médico me ha aconsejado una cura, ¿puedo contar con su permiso? ¿Y el periódico?, preguntó el director. Como ya le he dicho, al menos las próximas dos o tres semanas están cubiertas, sostiene haber dicho Pereira, y además yo estoy a dos pasos de Lisboa, de todos modos le dejo el número de teléfono de la clínica, y además escuche, si hay algún problema iré rápidamente a la redacción. ¿Y el ayudante?, preguntó el director, ¿no podría dejar en su lugar a su ayudante? Será mejor que no, respondió Pereira, ha hecho un par de necrológicas, pero no sé hasta qué punto son artículos utilizables, si muere algún escritor importante, ya me encargaré yo. De acuerdo, dijo el director, tómese entonces su semana de cura, señor Pereira, después de todo en el periódico está el subdirector, que puede encargarse en todo caso de cualquier problema. Pereira se despidió y le dijo que diera recuerdos a la amable señora que había conocido. Colgó y miró el reloj. Era casi la hora de irse al Café Orquídea, pero antes quería leer la efemérides sobre D'Annunzio que no había tenido tiempo de leer la noche anterior. Pereira puede aportarla como documentación porque la ha conservado. Decía: «Hace exactamente cinco meses, a las ocho de la tarde del primero de marzo de 1938, moría Gabriele D'Annunzio. En aquel momento este periódico no contaba aún con una página cultural, pero hoy nos parece que ha llegado el momento de hablar de él. ¿Fue un gran poeta Gabriele D'Annunzio, cuyo verdadero nombre, por cierto, era Rapagnetta? Es difícil de decir, porque sus obras están todavía demasiado frescas para nosotros, que somos sus contemporáneos. Tal vez convenga más bien hablar de su figura de hombre, que se entremezcla con la figura del artista. Ante todo, fue un vate. Amó el lujo, la vida mundana, la grandilocuencia, la acción. Fue un gran partícipe del decadentismo, conculcador de reglas morales, amante de la morbosidad y el erotismo. Del filósofo alemán Nietzsche extrajo el mito del superhombre, pero lo redujo a una visión de la voluntad de poder de ideales estetizantes destinados a componer el caleidoscopio coloreado de una vida inimitable. Fue intervencionista en la gran guerra, enemigo convencido de la paz entre los pueblos. Protagonizó empresas belicosas o provocadoras, como el vuelo sobre Viena, en 1918, cuando lanzó octavillas italianas sobre la ciudad. Después de la guerra organizó una ocupación de la ciudad de Fiume, de la que fue desalojado a continuación por las tropas italianas. Habiéndose retirado a Gardone en una villa a la que llamaba el Victorial de los Italianos, llevó allí una vida disoluta y decadente, marcada por amores fútiles y aventuras eróticas. Contempló con agrado el fascismo y las empresas bélicas. Fernando Pessoa le había apodado "solo de trombón" y quizá no le faltaran motivos. La voz que de él nos llega, en efecto, no es el sonido de un delicado violín, sino la voz atronadora de un instrumento de viento, de una tromba retumbante y prepotente. Una vida no ejemplar, un poeta altisonante, un hombre lleno de sombras y de componendas. Una figura nada modélica, y por eso le recordamos. Firmado: Roxy.»

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