– Lo siento -cedió Jake con humildad, mirándola-. No debo dudar de ti. A veces no me doy cuenta de que soy demasiado exigente.
Un sentimiento de culpa invadió a Ann Marie.
– Yo también lo siento. Tampoco ha sido un acierto resucitar viejos fantasmas que pertenecen al pasado. El presente es lo único que importa.
– Hagamos un trato: yo no volveré a mencionar a Kurt y tú te olvidarás de Charlotte. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -asintió Ann en señal de paz, rodeándole el cuello con los brazos y besándolo largamente-. Te quiero, Jake, no lo olvides nunca, por favor…
– Nunca, te doy mi palabra.
Una nueva borrasca comenzó a descargar sobre la isla, y el aullido del viento en las ventanas parecía el de un lobo llamando a la manada; la casa comenzó a iluminarse con intensos relámpagos seguidos de pavorosos estruendos.
Después de cenar, Jake abrazó a Ann y, unidos, se dirigieron a la planta superior.
– Nos espera un fuerte temporal. La tormenta acaba de empezar y viene con mucha fuerza.
De repente, cuando alcanzaban el último peldaño, la casa se quedó sin electricidad. Jake condujo a Ann en la oscuridad hasta el dormitorio. Al llegar a la puerta, se apartó y la abrió para invitarla a entrar.
– Iré a buscar algunas velas. Quédate aquí, vuelvo en seguida.
Ella no tenía miedo de las tormentas; al contrario, los fenómenos naturales la apasionaban, y aquella penumbra rota por los intermitentes relámpagos le producía una extraña excitación. Alcanzó a cogerlo del brazo antes de que pudiera dar un paso, reteniéndolo.
– No es necesario. Con la luz de los rayos es suficiente… Y contigo…
Se puso de puntillas para besarlo, rodeándole el cuello con los brazos. Jake recibió con entusiasmo la caricia y unió sus labios a los de ella, pegándose a su cuerpo y caminando a oscuras hacia la cama. Los relámpagos iluminaban la habitación, y los truenos que les seguían no alcanzaban a rebajar el deseo que ambos sentían de nuevo. Estaban de pie, desnudándose el uno al otro, mordiendo sus labios, nerviosos y excitados. Y cuando cayeron en la cama, se entregaron a un amor apasionado y profundo, explorando nuevos secretos y dejándose llevar por la fuerte atracción que ambos sentían. Sus manos se entrelazaron, y juntos rodaron por la enorme cama hasta que se fundieron en uno solo, celebrando al fin una velada intensa de caricias y complicidades a la luz de la tormenta.
De madrugada, Ann se levantó y se acercó a la ventana. El temporal se había alejado y el resplandor de las descargas eléctricas iluminaba el océano. El aspecto fantasmagórico que ofrecían la isla de los Delfines y la playa era un espectáculo prodigioso.
– Parece que la borrasca se aleja de la isla -susurró Jake desde la cama, observando el cuerpo desnudo de Ann.
– Es impresionante contemplar los rayos cayendo sobre el mar. No me asustan las tormentas; al contrario, me excitan… -dijo dedicándole una graciosa mueca.
– ¿De veras te gustan? Yo creía que todas las mujeres tenían miedo de los truenos -contestó, acercándose para abrazarla por detrás.
– Puede que yo no sea una mujer.
– Sí lo eres. Pero diferente.
– Creo que también tú eres diferente. -Lo besó de nuevo.
De pronto, un estrépito resonó en la estancia haciendo vibrar los cristales del ventanal ante el que se encontraban. Instintivamente, Jake dio un paso atrás para alejarse, cogiendo a Ann por los hombros y tirando de ella hacia el lecho. Las barreras que existían entre ellos se habían desmoronado, y ambos lo sabían. Ann pensó que nunca un hombre había penetrado tanto en su corazón hasta que conoció a Jake. Jamás había recibido tanta ternura y pasión a la vez. Atrás quedaba su anterior marido, la soledad y la sensación de fracaso de su matrimonio. Aquello era puro amor y entrega, unido a la voluntad de amarse para siempre.
Se despertaron a mediodía. Ann había dormido profundamente y se sentía en una burbuja, como flotando. Amaba a aquel hombre y se sentía querida por él. ¿Qué más podía desear? Pensó que jamás había sido tan feliz como en aquellos momentos. Era un sentimiento tan intenso que incluso la aterraba, y se repetía una y otra vez «Esto es amor, ahora sí». Jake estaba a su lado, rodeándola con el brazo. Comenzó a besarla y ella lo abrazó.
– ¿Sabes que te quiero? -preguntó él.
Ella asintió con la cabeza.
– ¿Y tú? ¿Lo sabes también? -preguntó a su vez Ann Marie.
Jake negó con un gesto.
– Quiero escucharlo de tus labios.
Ella tiró de él y se lo susurró al oído.
Jake volvió a besarla y sus cuerpos ardieron de nuevo de pasión y deseo.
Tras almorzar con Jake, Ann dedicó el resto de la mañana a deshacer la maleta donde estaban sus cuadernos y demás objetos personales. El sol se ponía ya cuando bajó al porche. Llevaba su viejo cuaderno de historias en las manos y comenzó a revisarlo. Necesitaba retomar su pasión por la escritura y consideró que el momento había llegado. Durante su estancia en la misión sólo pudo esbozar algunos esquemas de posibles relatos, esperando la ocasión de dedicarse de lleno a su distracción favorita. Además, tenía pendiente el final de la novela de amor que había comenzado en Londres. Las duras experiencias que le había tocado vivir y la nueva etapa que se abría ante ella estimulaban su ansia de plasmarlas en papel. Tenía una nueva perspectiva de futuro; el mismo que esperaba encontrar a su llegada a Mehae, aunque con varios meses de retraso. Ahora estaba allí, y allí era donde quería quedarse para siempre.
Las luces de la camioneta anunciaron la llegada de Jake, que había ido a los campos, y desde su privilegiado puesto de vigía, Ann lo vio subir la escalinata y dirigirse a la mesa, donde lo esperaba con mal disimulada emoción.
– Hola. -La besó en los labios-. ¿Has cenado ya?
– No, te esperaba.
– ¿Qué has hecho esta tarde? -Jake se sentó frente a ella.
– He estado ordenando mis cosas. Jake, me gustaría tener una habitación para mí.
– ¿No quieres dormir conmigo?
– ¡No! No quería decir eso -respondió veloz, tomando su mano sobre la mesa al advertir su gesto contrariado-. Me refiero a un pequeño refugio donde colocar mis libros, fotos, recuerdos…
– Es tu casa. Puedes elegir la que quieras, excepto mi despacho -dijo, con una sonrisa de satisfacción.
– He visto una en la planta de arriba, en la esquina que da a la playa. Tiene unas bonitas vistas.
– ¿Qué vas a hacer allí?
– Escribir…
– ¿Tu diario? -preguntó, señalando la libreta que estaba sobre la mesa.
– No. Éste es el cuaderno de historias. Sueño con ser escritora algún día.
– Vaya, no conocía esa afición tuya. Me gusta, aunque parece difícil, ¿no?
– En absoluto. Sólo hay que tener constancia y algo de imaginación, el resto viene rodado. Se trata de crear un protagonista y meterlo en líos.
– Puedes escribir tus experiencias desde que llegaste a Mehae. No tendrás que inventar demasiado -comentó, tratando de sonreír.
– Desde mi llegada me ha sido imposible dedicarme en serio, pero he ido escribiendo un diario. Y te aseguro que, si lo publicara, no saldrías muy bien parado… -respondió, entornando los ojos a modo de amenaza.
– ¡Vaya! Entonces prefiero que inventes historias fantásticas -repuso devolviéndole la broma-. ¿Qué clase de relatos sueles escribir?
– De todo tipo -contestó, encogiéndose de hombros-. Depende de mi estado de ánimo. A veces escribo historias románticas, otras son de misterio, con asesinatos incluidos. Cuando me siento ante la máquina, tengo una idea clara de lo que quiero contar. Comienzo creando un incidente y unos personajes, pero empieza la trama y a veces uno de ellos hace o dice algo que provoca un giro inesperado en el argumento que yo había previsto; entonces tengo la sensación de que se me va de las manos, de que los personajes cobran vida propia y empiezan a desenvolverse solos, sin mi intervención, relegándome al papel de simple espectadora.
Читать дальше