Luz de última hora
Horacio Cavallo
colección ojo de rueda / 10
ISBN 978-9974-8784-5-7
Luz de última hora
Todos los derechos reservados.
1ª edición, Montevideo, Uruguay, 2020
1ª edición ebook 2020
© civiles iletrados
civiles iletradoseditores
Castillos 2572 / CP 11800
Montevideo, Uruguay
civilesiletrados@gmail.com
civilesiletrados.blogspot.com.uy
Diseño Portada: D/G José Prieto, www.prieto.com.uy
Foto autor: Ricardo Antúnez
Cuidado de edición: Luis Pereira Severo
Conversión a formato digital: Libresque
Poesía de rastros conocidos, hecha de trastos de la cocina, útiles de juego, acontecimientos mundanos. Escritura de apenas ocultos homenajes: “ una Meharí en la que viajaban / el viejo y Dorotea y sus silencios ”. Ecos de cierta urbanidad rioplatense reconocible, discretas ceremonias de reconocimiento, pequeñas memorias. Poesía que habla de la justicia sin nombrarla.
Estoy temblando, madre,
como me sacudía una tarde
con un durazno abierto
en medio de las manos.
Estoy temblando, madre,
parado sobre un charco,
con los ojos abiertos, madre, padre,
y una palabra oscura al borde de la lengua.
Madre que estoy temblando,
bajando la escalera con pasos de reloj.
Te estoy pidiendo agua, madre.
Agua.
Quiero traer un niño de diez años
debajo de esta ducha.
No mirará a su padre que lo enfrenta
mientras oye caer el chorro de agua.
Nadie más andará por los vestuarios.
Acaso alguna voz llegue de lejos
a confirmar que nadie está soñando.
Es sábado después del mediodía.
Siento que la felicidad tiene el color
de la espuma en el pecho de mi padre.
Sigo siendo ese niño bajo el chorro de agua.
Los dedos arrugados en las puntas
y una pregunta clara que no suelto.
Un hombre va paseando a su hijo idiota,
arqueado y balanceando los dos brazos,
queriendo con su voz llegar al otro
y rogarle la baba, los temblores,
a cambio de la vida que le resta.
Pero aúlla el idiota y se sostiene
el triste corazón con ambas palmas,
mientras cruzan tres niños discutiendo
sobre el probable precio de un helado.
Saltan al aire números, sabores,
—hay un silencio de fotografía—
y el idiota repite diecisiete.
En poco tiempo mi hijo cumplirá diez años
y no ha aprendido a andar en bicicleta.
No hay nadie más culpable que su padre
¿Qué pudo estar haciendo
que no supo enseñarle a equilibrarse,
a mantener el bajo de los pantalones
lejos de la cadena,
a cultivar los primeros callos
en donde nace cada uno de los dedos,
para arrancarse los pellejos
en las tardes aburridas de la escuela?
¿Qué sabe de uno mismo quien no tuvo
que llegar desde lejos
mirando una cubierta destrozada?
Para Larissa Cavallo
Yo conocí a las parcas en mi infancia:
Lala, La Chunga, La Chiquita.
La tía de mi abuelo y sus dos hijas
que vivían enfrente de mi casa.
Chiquita, solterona de manual
delante del carrito de la feria.
La Chunga, el colorete, la sonrisa
con zapatitos rosa puntiagudos.
Lala estaba postrada, suspirando,
la vida en el idioma de los tangos.
Las tres se intercambiaban la verruga
de una punta a la otra de la cara.
Una tarde en mi Babia más preciada
de un cabezazo sacudí la mesa
gritaron las tres parcas en su asombro
al verme aquél chichón sobre la frente.
No sé cuál de las tres —sabrá mi hermana—
trajo de la cocina una cuchilla.
Buscaba con el frío de la hoja
detener la hinchazón.
Pero nunca pudieron acercarse.
Mi hermana enfurecida y asustada
alejaba la sombra del cuchillo.
Desde entonces
todo su pelo es blanco
blanco
blanco.
En la lista de mis miedos recurrentes
temblar frente a una hoja en blanco
va ganando por tres cuerpos.
Alguno de esos cuerpos es el mío
que ahora, al despuntar el día,
se marcha a trabajar mientras yo mismo
balbuceo el poema que no escribo
para temblar de frío, en la parada.
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