– Por mi sirviente. Él te reconoció cuando te traje a casa tras el accidente, pero no me lo dijo hasta que regresaste a la misión. Después, consulté con la autoridad del puerto la lista de pasajeros del día de tu llegada y comprobé también que no habías comprado el billete de regreso.
– Pues estuviste a punto de no conocerme nunca. Fue la hermana Antoinette quien insistió para que me quedara durante un tiempo, mientras me aclaraba las ideas. A ella le debes que esté ahora aquí.
– Mi vida siempre ha dependido del azar… Y debo reconocer que no me ha ido mal.
– ¿Tú crees en esas cosas? -preguntó escéptica.
– Por supuesto. Todo lo que me ha pasado a lo largo de los últimos años ha sido consecuencia de una cadena de casualidades. Gané esta isla en una partida de cartas, hallé una mina de diamantes en unas tierras que también conseguí de forma poco corriente; y, por último, después de tomar una decisión equivocada al rechazarte el día de tu llegada, decides quedarte. ¿Cómo quieres que no crea en mi buena estrella? Aún me cuesta creer que estés aquí y que seas mi mujer…
– No cantes victoria todavía. -Lo miró de reojo, elevando una ceja.
– Me emplearé a fondo para que dejes de verme como un ser despreciable, salvaje, cínico, déspota, engreído, soberbio… -recitó los calificativos que ella le había dedicado a lo largo de su conflictiva relación.
Ann sonrió.
– Observo que además de ser afortunado tienes buena memoria.
– Y pienso convencerte de que estás equivocada.
Se acercó a ella despacio, se inclinó hacia sus labios y se los rozó tímidamente. Ann cerró los ojos y esperó un beso más profundo, pero Jake se detuvo y se alejó unos centímetros; ella avanzó para seguir unida a él, y al abrir los ojos se encontró con los suyos, que la observaban.
– Dime que te quedarás para siempre -pidió Jake en voz baja, alzando el mentón para mirarla.
Ann estaba en una nube. Sus sentimientos luchaban por escapar y gritarle que sí, que quería estar con él el resto de su vida, pero era incapaz de articular palabra. Posó la palma de la mano en su áspera y angulosa mandíbula y colocó el pulgar en el hoyuelo de la barbilla mientras decía que sí con la cabeza. Entonces Jake la atrajo hacia él y la besó con avidez, sentándola sobre sus rodillas y acariciándole la piel bajo el jersey. Ann respondió aferrándose a su cuello y revolviéndole el pelo.
– Tengo una fantasía contigo desde hace tiempo -susurró Jake en su boca.
– Cuéntamela.
– Estoy aquí, solo… Y de repente llegas tú y empiezo a desnudarte… -dijo mientras le levantaba el jersey y la dejaba en ropa interior-. Y hacemos el amor durante horas…
Ann notó que le ardían las mejillas y que su cuerpo vibraba al sentir los labios deslizándose por el cuello hacia el escote. Comenzó a desabrocharle la camisa con torpeza, entregada ya a una pasión desbocada; después rodaron sobre la hierba fresca, inflamados por una delirante excitación. Ann estaba viviendo también su propia fantasía, la de su protagonista moribunda que se entregaba al clandestino amante en los últimos días de su vida, despojada de prejuicios e inhibiciones.
Pero ella estaba sana, y sentía cómo él recorría su cuerpo provocándole un deseo incontrolado. Con John jamás había experimentado aquellas sensaciones. Jake era impetuoso y complaciente a la vez, un experto amante que la hizo vibrar y entregarse sin reservas a una pasión que inundó aquel trozo de tierra rodeado de un mar azul turquesa. Parecían dos extraños que se hubiesen conocido recientemente y trataran de mostrar su lado más atractivo para agradar al otro.
Sin necesidad de hablarlo, habían acordado empezar desde cero, como si el tiempo hubiera retrocedido, como si ella acabara de desembarcar y estuvieran midiendo el espacio de cada uno. Atrás quedaban la hermana Marie y el amo de la isla. Ann descubrió en Jake a un hombre hasta entonces desconocido: tierno y afectuoso, y sin rastro de arrogancia. Estaban en el punto de partida y el camino por recorrer para alcanzar una confianza plena entre los dos era largo, pero los obstáculos habían disminuido, o al menos se habían suavizado.
Había oscurecido ya cuando regresaron, felices, a la casa. Al entrar en el salón fueron abordados por Nako, quien le entregó a su señor un telegrama procedente del continente. Jake lo leyó de inmediato.
– Envía respuesta a Jensen -le dijo al sirviente-: debe esperar instrucciones y preparar la documentación para los abogados. En una semana tendrá noticias mías.
– ¿Kurt no está en la isla? -preguntó Ann.
– No. Ayer le envié al continente para que realizara unas gestiones. ¿No lo sabías?
– ¿Por qué habría de saberlo?
– No sé… Creo que sois muy amigos…
– Jake, lo que presenciaste aquella noche fue el resultado de un exceso de alcohol. Nada más.
– ¿Por qué te fuiste con él?
– Fue una casualidad. Cuando regresaba a la misión estuve a punto de chocar con su coche; entonces me invitó a tomar una copa -explicó, encogiéndose de hombros-. Yo estaba muy mal, acababa de dejarte besándote con Charlotte y bebí más de la cuenta. Si quieres saber toda la verdad, aquí la tienes: él me besó, y yo no se lo impedí… pero me arrepentí en seguida y decidí irme de allí. Quería marcharme, pero estaba demasiado bebida y él… bueno… -volvió a encogerse de hombros a modo de disculpa-, insistió para que me quedara. La escena que viste no era lo que parecía; estaba tratando de que me soltara. Cuando llegaste y me sacaste de allí sentí un gran alivio. No estoy orgullosa de mi comportamiento de aquella noche, pero ya está hecho y no puedo dar marcha atrás.
Ann observó a Jake, que miraba al suelo decepcionado.
– ¿Te sentiste atraída por él?
– No, nunca -respondió enérgica.
– Pero él sí se fijó en ti -dijo, levantando la vista de nuevo.
– Como casi todos los hombres de esta isla -replicó ella, tratando de suavizar aquella incómoda conversación.
– Dime la verdad, por favor. ¿Hay algo más que yo deba saber? -Su tono era de súplica.
– No, no hay nada más. Quizá no he debido contarte esto, pero me parece que debes saber todo lo que ocurrió. No quiero que haya secretos entre nosotros. Deseo que empecemos de cero dejando atrás todo lo que ha pasado.
– Todavía no sé cuáles son tus sentimientos hacia mí.
Ann, intranquila por la reacción de Jake ante su confesión, se le acercó y le rodeó la cintura con los brazos.
– Después de lo que ha ocurrido hoy, no deberías tener esas dudas.
Pero él seguía tenso, y Ann resolvió pasar al ataque para contrarrestar sus reproches. Así la contienda quedaría equilibrada.
– ¿Qué más puedo hacer para convencerte de mi amor? Exiges demasiado, cuando fuiste tú quien puso reparos a este matrimonio y me rechazó sin contemplaciones.
– Eso es un golpe bajo -replicó Jake, dolido-. Ya te expliqué lo que ocurrió el día de tu llegada. Me equivoqué, es cierto, pero después hice todo lo posible para arreglarlo. ¿Vas a pasarte toda la vida reprochándome ese error? Pues bien, quiero que salgas de dudas de una vez para siempre: yo estoy seguro de mi amor, y lo estoy desde que te conocí. Pero creo que tú necesitas tiempo para aclarar tus sentimientos -dijo, dándole la espalda.
– No, te equivocas. Yo sé lo que siento, y te quiero, Jake, pero me duelen tus recelos. -Ann se acercó por detrás-. He borrado los míos con respecto a Charlotte, pero tú aún los guardas hacia Kurt. Eres tú quien necesita tiempo para confiar en mí.
Estaba preocupada por el giro que había dado la conversación tras su declaración. De nuevo estaban como al principio, pero esta vez era él quien no creía en ella.
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