Péter Nádas - Libro del recuerdo

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“Una de las novelas más importantes de nuestro tiempo” – The Times Literary Supplement
“El libro que usted estaba esperando desde que leyó ‘En busca del tiempo perdido’ o ‘La montaña mágica’ – The New Republic

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A pesar de todo, hacia allí nos íbamos, pero necesitábamos un motivo que explicara nuestra desaparición en el cañaveral, y la circunstancia de que en el calvero estuviera el jardín de los caracoles del doctor Kohler nos proporcionaba un excelente pretexto y era la tapadera de nuestra diversión favorita, porque decíamos que queríamos visitarlo, observar a los animalitos, hablar con los empleados y hasta con el mismo sabio sobre los hábitos de los caracoles, que así se convirtieron en aliados nuestros, y seguramente de la ciénaga de aquellas primeras mentiras salieron aquellos fantasmas de los que, atemorizado, había hablado a mi padre.

Pero para escribir mi relato tendría que destapar mi vida, desgarrando el velo con que me ocultaba la verdad a mí mismo.

Sin embargo, como esos minutos y esas horas me dejaban insatisfecho, la sensualidad de mi cuerpo se convirtió en mi peor enemigo, en nada ayudaba el tiempo, eran tantos, tan diversos e irreconciliables los deseos que en mi cuerpo vivían su propia vida que yo no podía comprenderlos ni controlarlos, es decir, dominarlos, dominarlos on la razón; no encontraba un equilibrio entre razón y sensualidad ue hubiera hallado expresión en un lenguaje diáfano y certero, no, eso no lo había conseguido, por eso a cada minuto y cada hora, como dulce y fiel compañero, iba conmigo el pensamiento de poner fin a mi vida, lo cual, por otra parte, no era más que coquetería porque mis aficiones, sueños e ilusiones, la ambición del éxito literario y el goce de los pequeños placeres secretos me deparaban tanta satisfacción que hubiera sido una estupidez privarme de ella por decisión propia; me decía que también en el sufrimiento hay voluptuosidad, pero en esto tensaba excesivamente las cuerdas, iba demasiado lejos y por ello continuamente tenía que imaginar mi muerte, que me liberaría de esta tensión, yo quería gozar de la liberación, incluso reconozco que me había habituado de tal modo a gozar del sufrimiento que era incapaz de reconocer cuándo era feliz de verdad y cuando, la víspera de mi partida, tendido en la alfombra, en brazos de mi prometida, volví a abrir los ojos por primera vez y mi mirada fue al maletín negro en el que había guardado cuidadosamente el material recopilado para mi proyectado trabajo, incluso entonces, cuando en su cuerpo maravilloso fluían los jugos de nuestra pasión, el primer pensamiento coherente que me vino a la cabeza fue que aquí, en ese instante, debía yo reventar, acabar, sucumbir, dejar de existir, ser borrado de la faz de la tierra, así no quedarían de mí más que unos cuantos relatos amanerados, trabajitos que habían visto la luz en varias revistas literarias y que muy pronto caerían en olvido, lo mismo que el maletín de charol negro que contenía los verdaderos secretos de mi vida en un borrador tosco, una redacción que otros ojos no podrían descifrar.

Alguien revuelve en mis papeles con manos no autorizadas, este Alguien, este agente secreto que podría aparecer después de mi muerte para presentar una demanda contra mí, a causa de los escritos hallados en mi legado, se me ha aparecido en sueños más de una vez, no tiene cara, tampoco puedo deducir con exactitud su edad, pero la mmaculada pechera de su camisa, el cuello duro, la corbata de pintas, el alfiler de brillantes que la adorna y, sobre todo, su levita, que empieza a tener brillo, me resultan reveladores; con dedos largos y huesudos, ducho en la práctica del registro, revuelve en los papeles, de vez en cuando, se acerca uno a los ojos, de lo que deduzco que es coito de vista, aunque no puedo ver si usa gafas, lee una frase y, con gran satisfacción, descubre en ella un sentido distinto del que yo pretendía darle, así pues, he conseguido engañarle también a él, no en vano he redactado mis notas de manera que mis ideas fugaces y mis digresiones quedaran dentro del marco del más riguroso decoro burgués, entre otras razones, porque la buena de frau Hübner aprovecha mi ausencia para curiosear en mis papeles: de modo que yo me había convertido en un intruso clandestino en mi propia vida, me veía a mí mismo como un malhechor, un pobre engendro, a pesar de que me hubiera gustado aparecer a los ojos del mundo como un perfecto caballero, por lo tanto, el de la usada levita, la pechera almidonada y el alfiler de corbata, esta figura burguesa, intachable y hueca, era yo: mientras yo, secretamente, orgulloso de mi astucia, confiaba en que, recopilando mis vivencias en clave con la debida precaución, siempre podría acceder a ellas, ya que tenía mi propia llave, pero, como correspondía a la índole del asunto, era tan complicado el mecanismo que, cuando por fin me decidí a abrirla, mi mano, temblorosa de miedo, no encontró el ojo de la cerradura.

Así pues, tuve que seguir siendo siempre un misterio, un secreto hasta para mí mismo, algo que no lamento de modo especial, ya que, ¿por qué tendría que ocuparse el mundo de algo que no existe y que, por lo tanto, no podía considerarse ni siquiera como un secreto públicamente reconocido? Por lo tanto, debía seguir siendo un misterio y un secreto por qué me había yo llevado a Heiligendamm los dos libritos, los trabajos científicos del doctor Kohler sobre la Helix pomatia o caracol de viña y qué relación podía existir entre estos caracoles, aquella intrascendente escena callejera y el magnífico mural.

Porque, en mi opinión, estos caracoles que Kohler describía en sus libros con frases escuetas y objetivas y que los huéspedes del sanatorio consumían a docenas en el desayuno -triturados con la cascara, crudos, aliñados con especias y unas gotas de limón-, eran parte tan esencial de la cura como la gimnasia respiratoria de la tarde; el doctor clasifica meticulosamente los caracoles en especies y subespecies, según su aspecto, constitución, habitat y propiedades, y afirma que son animalitos solitarios y en extremo nerviosos, a los que, según ha podido comprobarse, asusta incluso el contacto con un congénere, por lo que pueden tardar horas, días, semanas y hasta meses en descubrir, tanteando primero con sus finos tentáculos y, después, cuando ya han tomado confianza, con la boca y el ondulado pie, que han nacido el uno para el otro, y, una vez hecho el descubrimiento, desisten de seguir caminando en busca de otra pareja, porque, fundamentalmente, todo caracol puede emparejarse con cualquier caracol, son las criaturas más extraordinarias de la naturaleza, las únicas que conservan y viven la primitiva bisexualidad de las especies, por su carácter andrógino, encarnan algo que nosotros sólo vagamente podemos recordar; quizá su extraordinaria sensibilidad y timidez se deban a que, al ser cada individuo completo en sí mismo, la unión es infinitamente más difícil que si de hallar la simple complementariedad se tratara, y cuando al fin copulan, dan y reciben al mismo tiempo, en igualdad y reciprocidad; a medida que Kohler avanza en su minuciosa descripción del proceso, su estilo se hace más apasionado, y dice que los caracoles se unen con tanta fuerza -lo cual no es de extrañar, ya que la suya es la fuerza de los antiguos dioses- que, según ha podido comprobarse con experimentos, para separarlos es preciso desgarrar sus cuerpos; por otra parte, en mi relato tampoco hubieran aparecido los caracoles más que los personajes del mural; el estudio de sus costumbres formaba parte del trabajo de documentación, ese material que enriquece la obra sin ser mencionado explícitamente, porque en toda obra de arte que se precie hay mucha información soterrada, aunque quizá sí los hubiera incluido, al fin y al cabo, en alguna escena de importancia secundaria, a modo de símbolo, arrastrándose por un helecho en el linde del bosque o por la olorosa hojarasca putrefacta, quizá, una pareja que se estudiara con los ojos de sus cuernecillos.

Sí, cada paso que yo había dado en mi vida -ya fuera en busca de una muerte vulgar, ya fuera en busca de la felicidad de la vulgaridad- conducía a este bosque.

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