Péter Nádas - Libro del recuerdo

Здесь есть возможность читать онлайн «Péter Nádas - Libro del recuerdo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Libro del recuerdo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Libro del recuerdo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

“Una de las novelas más importantes de nuestro tiempo” – The Times Literary Supplement
“El libro que usted estaba esperando desde que leyó ‘En busca del tiempo perdido’ o ‘La montaña mágica’ – The New Republic

Libro del recuerdo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Libro del recuerdo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Tres años vivió él en esta casa con mis tías. En esta habitación. Y si en mis recuerdos lo llamo mi amigo no es por haber compartido la niñez, sino porque, durante aquellos tres años, llegamos a estar compenetrados. A pesar de que hablábamos veladamente. Evitábamos cuidadosamente las confidencias, tanto del pasado como del presente. De su vida no descubrí más de lo que ya sabía y lo que veía. Tampoco de mí le mostré una faceta nueva o diferente. Pero, al cabo de veinte años, recuperamos aquel mutuo afecto que era más fuerte que todas nuestras diferencias y que, de niños, nos desconcertaba. Este retorno quizá se debiera a que, lenta pero inexorablemente, todos mis éxitos iban convirtiéndose en fracasos, y a que él ya no se buscaba a sí mismo en otra persona. Ni en mí. Era atento y sensible, pero reservado. Se había vuelto frío. Si yo no supiera el sufrimiento que cubría esta frialdad, diría que se había convertido en una especie de máquina de sentir y pensar de gran precisión, programada a muchas revoluciones por minuto.

Mi experiencia de relaciones y formas de conducta me ha enseñado que todo es transitorio y provisional. Un sentimiento que hoy considero amor y amistad, mañana puede resultar que no era más que la simple necesidad de aliviar una tensión puramente física o conseguir una complicidad útil para resolver problemas. En esto nunca me he engañado ni hecho ilusiones, conozco bien las fluctuaciones que genera una acción que se emprende con una idea preconcebida. En estas páginas he hecho balance. Vivo sin amor ni amistad. En mis horas bajas tengo la impresión de que el mundo no es más que un cúmulo de decepciones. Si me hubiera equivocado conmigo mismo o pon otras personas, probablemente podría ceder al desengaño. Pero percibo tan intensamente la ausencia de esta sensación que su misma falta me parece un sentimiento. De lo que se deduce que no he caído en la abulia total. Y sin duda durante aquellos años me parecía vital poder disponer de la atención y la sensibilidad de una persona, a la que no necesitaba, debía, ni deseaba tocar; una persona que, a pesar de todo, sentía más próxima que alguien cuyo cuerpo pudiera poseer.

Mis tías ni parpadearon, pero yo noté su sorpresa y perplejidad en cierto envaramiento y en que hablaban más de lo habitual. Durante un rato, hicieron como si no vieran a mi amigo. Tampoco miraban sus maletas. Estaban excitadas. Hablaban las dos a la vez, pero no interrumpiéndose la una a la otra sino contándome la misma historia con distintas palabras. Me decían que la víspera dos chicos del pueblo se habían colgado. Yo los conocía. Para refrescarme la memoria empezaron a describírmelos minuciosamente. Por fortuna, los encontraron a tiempo y los descolgaron. Con una misma cuerda los dos. Ahora estaban en el hospital. Habían hecho un nudo corredizo en cada extremo y habían pasado la cuerda por encima de una viga del granero, se habían subido a unas cajas de manzanas y habían saltado los dos a la vez. Al parecer, estaban enamorados de la misma muchacha. Si las gallinas de la vecina no pusieran siempre los huevos donde se les antojaba. Si la mujer no hubiera entrado a buscar los huevos precisamente entonces. Si la muchacha no hubiera dicho a cada uno que estaba enamorada del otro. Si la vecina no hubiera vuelto a ponerles las cajas debajo de los pies. No fue fácil contener aquel torrente de palabras. Al fin les dije sencillamente que teníamos hambre. En un momento, nos improvisaron cena.

Ella es la más enérgica, e Ilma, la más sensible. Así pues, cuando lima se fue a la despensa en busca de unas conservas, la seguí. Mientras mi tía pescaba pepinillos en una vasija de cinco litros, la puse al corriente en pocas palabras dichas en voz baja. Deberían tenerlo aquí una temporada, no sabía cuánto tiempo. Éste es blando, dijo ella en voz baja, devolviendo un pepino a la tina. Deberían cuidarlo como me cuidan a mí cuando estoy enfermo. Me gustaría saber por qué este año son tan blandos los pepinos, prosiguió ella en voz alta. Las dos hermanas debían de tener un sistema de comunicación secreto. Porque, a pesar de que no se quedaron a solas ni un segundo, es decir, no pudieron hablar, Ella ya había ido a encender la estufa de cerámica. Y, cuando nos sentamos a la mesa, las dos habían vencido su nerviosismo y su reserva, y estaban risueñas y hospitalarias. Se esforzaban por incluir en la conversación a mi amigo y no volvieron a referirse al caso de los suicidas. Debieron de darse cuenta de lo evidente. A pesar de que mi amigo sonreía constantemente. Era tan grande el esfuerzo que había tenido que hacer para comer, hablar y sonreír que después de la cena tuve que acostarlo materialmente. Desnudarlo y ponerle el pijama. Él protestaba y trataba de resistirse. Esto le parecía vergonzoso. No quería ser una carga para unas personas extrañas. Debía llevármelo de allí. Lo arropé bien, porque la habitación aún estaba helada. Le dije que volvería para cerrar la estufa cuando se consumiera el fuego.

De los detalles de su recuperación me informaban mis tías. En la habitación hay un sofá y, delante de las estrechas ventanas, una mesa de nogal pulimentada por el tiempo y un viejo sillón. Frente a la puerta, una gran cómoda y, encima, un sencillo espejo. Las paredes son blancas y sin adornos. Las vigas del techo, oscuras. Estuvo durmiendo dos días. Después se levantó y se vistió, pero durante varios días no salía de su habitación más que a las horas de comer. Al día siguíente de Navidad y poco después del Año Nuevo fui a ver cómo seguía. Las dos veces hice como si fuera a visitar a las tías. Con él intercambié sólo unas palabras. Él pasaba el día echado en el sofá o sentado frente a la mesa vacía, mirando por la ventana. Había silencio. En una de mis visitas, me senté en su cama. Él miraba por la ventana. Su silencio había durado tanto que yo me había distraído y sus palabras me sobresaltaron. Le gustaría tapar el espejo. Si no ha habido ningún muerto en la casa, dije. Parecía que no podíamos sintonizar. En la mesa había un candelabro de latón. Con gesto de concentración, él lo movía hacia adelante y hacia atrás. Cuando en una habitación hay muchas cosas, nos fijamos en la relación que existe entre ellas. Ello nos impide percibir la habitación en su conjunto. Pero, si hay pocas cosas, tratamos de establecer una relación entre ellas y la habitación, pero, en este caso, no es fácil hallar para cada una un lugar definitivo. Se puede colocar aquí o allá. Respecto de la habitación en sí, cualquier lugar parecerá casual. Algo así vino él a decir de sí mismo. Fue como si la máquina de pensar se hubiera puesto a hablar. De este modo pretendía describir su situación. Me hizo reír el intento. Era una risa desconsiderada, me reía de él en su cara, porque disfrazaba su confesión con el manto de la metáfora. Después nos miramos, tratando de suavizar la discrepancia. Nuestros ojos sonreían. Yo me sonreía por aquel impulso de reír, y él por su pudorosa tentativa de camuflarse en abstracciones.

Por las mañanas se sentaba a la mesa. Por las tardes se echaba en la cama. Al anochecer, otra vez en la mesa, miraba por la ventana. Estos movimientos repetidos marcaron el ritmo de su vida durante los tres años siguientes. No tardó mucho en restablecerse. Al final de la segunda semana ya entraba en la sala de trofeos, en la que mis tías habían vuelto a instalar la biblioteca del abuelo, compuesta por un millar de obras, que estaba casi indemne. Quizá sea exagerado llamar biblioteca a aquella colección de obras de una mediocre literatura fin de siglo, seleccionadas con indefectible mal gusto. Empezó a trabajar. Aparecieron papeles sobre la mesa vacía que determinaron el lugar del candelabro.

Al cabo de unas semanas pude comprobar que no había sido mala mi idea. Al contrario, resultó tan buena que mis tías me quitaron las tiendas de la mano. En mi siguiente visita, Ella me llevó aparte y me dijo que esperaba que no tuviera inconveniente en que mi amigo se quedara en la casa una larga temporada. Esta paz tenía que ser buena para él. Y también para ellas dos era conveniente que él estuviera allí. Debía reconocer que a veces pasaban miedo. No podía explicar por qué, pero tenían miedo, y no sólo por las noches sino también durante el día. Hasta ahora no habían hablado de ello porque no querían preocupar a nadie. Ellas conocían bien todos los ruidos. Comprobaban las puertas y el gas. Sin embargo, tenían la sensación de que las amenazaba un peligro, un fuego, o de que alguien las espiaba que rondaba la casa, y no era un animal. Me lo decía riendo. Desdé luego, mi amigo no era un forzudo para protegerlas, todo lo contrario, era una persona frágil, no obstante, desde que él estaba en la casa se sentían más tranquilas. Y, si yo necesitaba la casa para mis diversiones, o pensaba venir de vacaciones con mi familia, podía elegir entre todas las demás habitaciones, tanto las del primer piso como aquí, en la planta baja. No hacía falta que me dijeran que todo era mío. Por eso querían mi aprobación.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Libro del recuerdo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Libro del recuerdo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Libro del recuerdo»

Обсуждение, отзывы о книге «Libro del recuerdo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x