Péter Nádas - Libro del recuerdo

Здесь есть возможность читать онлайн «Péter Nádas - Libro del recuerdo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Libro del recuerdo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Libro del recuerdo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

“Una de las novelas más importantes de nuestro tiempo” – The Times Literary Supplement
“El libro que usted estaba esperando desde que leyó ‘En busca del tiempo perdido’ o ‘La montaña mágica’ – The New Republic

Libro del recuerdo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Libro del recuerdo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

No habían hecho ningún gesto que pudiera ofenderme. No obstante, durante los días que siguieron, me sentí como el que ha sido expulsado del paraíso por haber cometido un pecado mortal. No era la expulsión lo difícil de soportar. Yo me había marchado voluntariamente y por propia conveniencia. Pero no quería renunciar al placer recién descubierto. Al día siguiente a mediodía volví a la casa de la calle Szinva. Las persianas de las ventanas del segundo piso seguían cerradas. Sin duda, yo esperaba que la mujer me abriera la puerta, imaginaba encontrarla sola. Giró el pequeño disco de latón de la mirilla, el hombre debió de reconocerme. Despacio, suavemente, la mirilla se cerró.

Bajé la escalera tambaleándome, procurando no hacer ruido. No comprendía por qué el hombre me había alentado con la mirada. Estuve dos días rondando la casa. Me sentía estafado. Si entonces me hubiera entregado por completo a mi dolor, probablemente, muchos aspectos de mi vida se hubieran configurado de otro modo. El dolor me hubiera dado la ocasión de reflexionar sobre lo ocurrido y sacar conclusiones. Porque, reflexionando, hubiera hecho el pavoroso descubrimiento de que había conocido el amor físico merced al cuerpo de un hombre, no únicamente por él pero sí también a través de él, a pesar de que nunca, ni entonces ni después, he tocado el cuerpo de otro hombre. Ni siento deseos de hacerlo, si acaso, una vergonzante curiosidad. De todos modos, nos habíamos comunicado a través del cuerpo de la mujer. Al tratar de poseer a la mujer, instintivamente, los dos hombres habíamos buscado un ritmo común. Y ahora me privaban de esta sensación, pero también se privaban a sí mismos. Algo había ocurrido, pero lo que habían obtenido de mí sólo podrían utilizarlo entre ellos. Y yo aprendería a utilizar con otros lo que había aprendido de ellos. Así pues, aquella mirada alentadora y paternal del hombre se refería a mi futuro, no era una invitación a volver.

Por supuesto, entonces no reflexioné sobre estas cosas, no podía. Busqué distracción, rehuí el dolor, desvié por cauces más convencionales el deseo de una repetición. Me tracé mis propias reglas de conducta. No volví a parchear, abrazar, besar a las chicas, no les he hecho la corte ni he corrido tras ellas, ni he suspirado, ni les he escrito cartas de amor. Sé prudente, me decía a mí mismo con aquella mirada paternal y alentadora que me había apropiado del desconocido. Aunque yo no ignoraba la procedencia de aquella mirada de sabiduría y superioridad, me servía de ella. Y, en cierto modo, todavía me sirvo de ella. Y las chicas o, por lo menos, las chicas con las que quiero iniciar una relación, siempre se muestran comprensivas.

Yo había salido a un mundo abierto, en el que no rigen las leyes de propiedad y apropiación exclusiva, en el que no entabla uno relaciones con un individuo determinado sino con todos. Es decir, con ninguno. Además, mi madre, desde que yo pueda recordar, me disuadía de corresponder a sus sentimientos; medida muy prudente y previsora. Ella amaba en mí al marido que había perdido y cuya pérdida mis sentimientos sólo hubieran podido suplir a costa de un engaño trágico. Ello me evitaba los sufrimientos del amor, y por esta razón yo no comprendí hasta muy tarde que los sufrimientos constituyen una parte tan importante de las relaciones humanas como las alegrías. Yo me defendía encarnizadamente del dolor. Y, puesto que mi atractivo físico me brindaba excepcionales ventajas, que, por otra parte, no me compensaban de los inconvenientes que me causaba mi origen familiar, tampoco imaginaba que alguien pudiera esperar de mí sentimientos de intensidad equivalente a los suyos. Pero la tensión existente entre mi situación en la vida y mi aspecto físico me imprimió el impulso necesario para que a toda costa tratara de instalarme en un mundo que, tanto si me adoraba como si me rechazaba, no pretendiera afectar a mi vida entera.

El entusiasmo y la adoración se referían a mi atractivo puramente físico, el rechazo, a mi situación social. A diferencia de mi amigo, cuya mayor ambición consistía en conocer, conquistar, comprender, atar y poseer a otra persona, mi propia necesidad de conocer y poseer no estaba determinada por el deseo avasallador e insensato hasta la autodestrucción de comprender e identificarme por completo con otra persona, sino por el afán de ordenar mi vida. A los dos nos faltaba una mitad. Yo tenía un hogar pero no tenía patria. Él tenía patria pero no tenía hogar.

Por lo que respecta al autocontrol en cuestiones prácticas, no era yo más irracional que mi amigo. Este autocontrol era la salvaguardia de mi libertad. Yo utilizaba para mis fines la simpatía que despertaba en mis semejantes y, a mi vez, reprimía mis propias inclinaciones cuando no se ajustaban a una situación dada y podían impedir el logro de mis fines. Sírvame esto de justificación moral. Nunca esperé de otra persona más de lo que yo estaba dispuesto a dar. Más bien al contrario. De este modo llegué a adquirir una ecuanimidad inmutable que descartaba de antemano la posibilidad del enamoramiento. La primera aventura que me deparó placer físico determinó sin duda las demás, pero fue sólo parte de un proceso. Cuando es utilizado como un instrumento, seguirá siéndolo en su relación con otras personas. La calidad de mi primera aventura sexual me parece idéntica a la de mis ambiciones. Pero no soy tan bruto ni tan frío como para haber permitido que en mí se extinguiera por completo la de amor. Sólo que en el amor no había tenido experiencias -me pillaría mal preparado-, mis experiencias se reducían al terreno de las aventuras. Éste es mi balance.

En realidad, la visita de Año Nuevo a Rákosi fue el acicate que me llevó a dar el peligroso paso de solicitar el ingreso en la academia militar Ferenc Rákoczy II. Aún no comprendo cómo pudieron seleccionarme para la visita, pero ello significaba que podía ocurrir lo imposible. Yo estaba asombrado porque, antes de llamarme al despacho del director, tenían que haber investigado mi ascendencia. Y si la habían pasado por alto, cómo habían podido desestimar las indicaciones de mi director. No se me ha olvidado el movimiento acusador con el que su dedo golpeaba el cuadrado negro al mostrar el libro de la clase. Se marca a los terneros no por convicción sino por la pura necesidad de distinguirlos.

Aun con mi limitado discernimiento infantil, deduje que el sistema en el que vivía no era capaz de ajustar por completo la existencia de los ciudadanos a las rígidas normas que, sin tomar en consideración la dignidad humana, había trazado. Yo sospechaba que sólo en los resquicios y lagunas de aquel intolerable sistema tenía posibilidades de salir adelante. No sabía, ni quería averiguar, si ellos habían caído en mi trampa o yo en la de ellos. Yo sólo quería entrar en la zona prohibida. Y los que la mantenían cerrada me abrieron las puertas. Era requisito para entrar el conocimiento de la lengua rusa, y yo hablaba ruso, aunque ni en sueños se me hubiera ocurrido aprenderlo de no haber muerto mi padre en un campo de prisioneros de Siberia o en aquel camión acribillado. Ahora bien, para colarme por los resquicios que ellos me dejaban tenía que disimular astutamente mis verdaderos propósitos. Ganarme su confianza con la hipocresía. Mis conocimientos de ruso y mi buena facha me franquearon la entrada y, en contrapartida, sólo se me exigía una minucia: reconocer que hablaba ruso. Y qué tenía de malo hablar una lengua extranjera. Cierto, con ello en cierto modo renegaba de mi padre y traicionaba a mi amigo. Pero el sistema me correspondía mostrándome su punto débil, el de que, a pesar de todas tus convicciones, sólo puedes hacer la sopa con las verduras de tu huerto.

Si todo ello hubiera sucedido un año antes, o si la zona prohibida hubiera sido realmente distinta de sus alrededores, si nos hubieran recibido en un auténtico salón de mármol en lugar de una salita convencional, si el cacao no hubiera estado tibio ni tenido una capa de nata como la leche que nos daban en el colegio, si la nata hubiera estado bien cuajada en lugar de floja y un punto agria o si yo hubiera tenido la impresión de que el respetado y temido matrimonio nos recibía con aquella cara tan seria por falta de reposo y no porque, probablemente, nuestra visita había interrumpido una de sus peleas habituales, seguramente no se me hubiera ocurrido la idea de que había huecos en los que cabía perfectamente toda mi persona. El rigor del sistema no podía tomar en consideración ni soportar las casualidades de la vida. Por consiguiente, no tenía nada de particular que esta considerable acumulación de circunstancias fortuitas fomentara mi audacia. Ante la oportunidad que se me ofrecía, renuncié a mis sueños infantiles de ser oficial de algún ejército. Yo estaba dentro, en la grieta, reconocía sus posibilidades y debía actuar de acuerdo con las reglas. Pero me equivocaba en mis cálculos. Y no tardaron en sacarme de mi error.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Libro del recuerdo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Libro del recuerdo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Libro del recuerdo»

Обсуждение, отзывы о книге «Libro del recuerdo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x