Péter Nádas - Libro del recuerdo

Здесь есть возможность читать онлайн «Péter Nádas - Libro del recuerdo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Libro del recuerdo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Libro del recuerdo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

“Una de las novelas más importantes de nuestro tiempo” – The Times Literary Supplement
“El libro que usted estaba esperando desde que leyó ‘En busca del tiempo perdido’ o ‘La montaña mágica’ – The New Republic

Libro del recuerdo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Libro del recuerdo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Nuestro sueño había sido igual de breve y profundo; había anulado el tiempo, y el conocimiento volvía con una cierta extrañeza, pero no de aturdimiento sino de una claridad diáfana, así, imaginaba yo, deben de ver el mundo los bebés.

En sus ojos veía lo que él leía en los míos, que aún no eran pensamientos, sonreímos al unísono, como por mutuo impulso, como si mis labios dibujaran su sonrisa y los suyos, la mía, lo que suscitó en ambos la misma reacción; retrayéndonos púdicamente de esta intimidad no buscada ni deseada, bajamos la cabeza, mejor dicho, inclinamos la cabeza el uno hacia el otro, de modo que nuestras frentes se tocaron.

Yo no cerré los ojos, y supuse que él tampoco los había cerrado o, si acaso, había vuelto a abrirlos enseguida.

La mirada, ya dispuesta a volver del extravío del sueño a la actividad de la vigilia en aquel ambiente de mutua satisfacción, podía contemplar ahora, en la oscuridad de debajo de la manta, el mundo de los sentidos, un panorama en forma de cuña visto desde arriba.

Formaban los costados de la cuña dos cuerpos que divergían simétricamente, dos cajas torácicas, una, la suya, cubierta de fino vello, y dos vientres, cóncavos por la tensión de la postura, uno liso y duro y más flácido el otro; debajo, los oscuros testículos formaban un blando nido en el vértice cerrado por los muslos, y los miembros, uno, el suyo, un poco más largo y grueso y el otro, un tanto cómico, recogido en su posición de descanso, yacían juntos en la misma paz que nosotros aquí arriba, en brazos el uno del otro.

De todos modos, dada la diferencia de complexión, la figura geométrica que formábamos no podía ser completamente regular, además, yo estaba un poco más arriba, por lo que nuestras sensaciones no podían ser idénticas sino sólo semejantes, su postura era un poco más cómoda, el peso de la parte baja de su cuerpo descansaba en mi muslo y, para no pintar un cuadro excesivamente idílico, y por qué había de hacerlo, reconozco que mi muslo estaba deseando librarse del peso; a pesar de esta incomodidad, mientras descansábamos en una armonía casi perfecta, nos pareció que nuestra mirada, despertando en nosotros una sensación simétrica de nuestra identidad, inducía la erección; lenta, casi imperceptiblemente, empezaron a erguirse nuestros flácidos genitales, congestionándose y tensándose, endureciéndose, tropezando y cruzándose, mientras la sensación de reciprocidad acrecentaba el impulso.

El simétrico y sincrónico proceso no podía ser más elocuente, pero también nos parecía cómico, porque, a pesar de que reflejaba un sentimiento sincero, reconocíamos en él la mecánica prácticamente implacable del instinto, el sistema que rige nuestros sentimientos; y entonces nuestras cabezas entrechocaron porque, como pillados en falta, apartamos la mirada al mismo tiempo y nos echamos a reír.

Sonó más como un grito de victoria que como una carcajada.

Un estallido de bronca alegría, alegría por la potencia que proclama el falo al erguirse con su: «¡mirad qué hombre!», alegría por la expansión de un órgano vivo, alegría por la capacidad de procrear, la ruda alegría de pertenecer al sexo fuerte, la risa que produce descubrir la primitiva mecánica de los instintos arcaicos, lo que llamamos cultura; cultura que nos hace gozar doblemente de los instintos primitivos, porque yo no sólo siento sino que sé que siento, y siento más porque lo sé.

El grito fue la manifestación sonora de nuestra alegría y también de nuestra rudeza y violencia elementales, fue una forma de comunicación que, potenciada por el humor, resultó en un placer mayor que el que hubiera podido producir una consumación por manipulación; ahora bien, como el ser humano, aun inconscientemente, siempre busca aumentar el placer, lo atraje hacia mí, pero él me rechazó con brutalidad y empezamos a pelear en el sofá como dos fieras.

En la realidad no existen ni la simetría perfecta ni la identificación total, un ocasional equilibrio en la diversidad es lo más que podemos alcanzar, y, aunque la pelea no era en serio, tampoco acabó en un abrazo, él me había apartado de sí porque hasta aquel momento yo me había sacrificado en aras de la simetría total, asumiendo la postura más incómoda, para que él se sintiera a gusto en mis brazos, como dando a entender que él era el más débil, es decir, que no era tan hombre como aparentaba, aunque la realidad es que yo aceptaba la forzosa desigualdad que se traducía en la postura de los cuerpos para aumentar mi propio placer, ya que la simetría perfecta no existe, sólo el deseo de alcanzarla, como tampoco puede haber movimiento que no precise de otro movimiento complementario.

La pelea empezaba a ir en serio y, a pesar de que los dos procurábamos escrupulosamente que siguiera siendo un juego, aumentaba la violencia; a la postre, se trataba de ver quién hacía caer a quién, quién sometía a quién, es decir, de una victoria total que destruyera toda idea de equilibrio; nos habíamos enredado en la manta, que después debió de resbalar, porque ahora nos retorcíamos desnudos y sudorosos en el estrecho sofá, al principio riendo, después en silencio, lanzando de vez en cuando una especie de grito de batalla, para a continuación impresionar al adversario con un alarido triunfal, nos golpeábamos con los puños, nos mordíamos, hacíamos palanca con los pies contra la pared, pataleábamos, nos retorcíamos brazos y piernas, y los muelles del sofá crujían, chirriaban, chasqueaban y gemían, y probablemente él se alegraba por lo menos tanto como yo de ver aflorar en esta lucha toda la hostilidad y el dolor que hasta entonces habían estado sumergidos.

Nuestros cuerpos, que un momento antes se habían ofrecido mutuamente pruebas palpables de deseo, ahora, sin que nos diéramos cuenta del cambio ni del peligro moral que este cambio entrañaba habían encontrado una actividad distinta, aunque no menos elemental, que transformaba los sentimientos, más aún, los hacía cambiar de signo: mis músculos y mis huesos, olvidando la delicadeza y la ternura del deseo, hablaban ahora con sus huesos y sus músculos en el lenguaje de la cólera.

Hasta que, jadeando roncamente, resbalé del sofá.

Traté de arrastrarlo en mi caída, pero él me golpeó la cara y, apoyándose en ella, volvió al sofá, y era natural porque de los dos yo era el más sensible.

Él se puso de rodillas y me miró con una sonrisa muda, los dos respirábamos con dificultad, luego, súbitamente cohibido, porque ninguno sabíamos qué hacer, ni con el triunfo ni con la derrota, se tendió de espaldas, también yo me puse boca arriba en la alfombra, y nos quedamos en silencio, respirando hondo para tranquilizarnos.

Y, mientras yo estaba abajo, con los brazos extendidos y él arriba, también con los brazos extendidos, jadeando y con una mano colgando, una mano que, con sólo levantar un poco la mía, yo hubiera podido tocar, pero que no toqué, sino que dejé que me colgara junto a la cara -me gustaba imponerme esta pequeña privación, que en cualquier momento podía subsanar-, tuve la sensación de que ya había visto antes aquel techo en el que el resplandor del sol de media tarde reverberaba en tres haces de luz divergentes en los que temblaban las sombras difusas de las ramas del árbol, y era como si esta mano doblada y yerta ya la hubiera visto antes, como si ya hubiera vivido antes esta historia increíble.

No encontraba explicación a esta sensación, aunque tampoco la busqué con mucho afán, pues interiormente no me sentía tan ajeno a este cuadro como para no comprenderlo, y es que, a veces, el cerebro anda remiso en darte los datos que pides de los recuerdos que almacena, te los deja adivinar insinuándolos, y en el fondo es de agradecer que demore revelar claves secretas, que no tenga prisa por poner ti a una situación placentera; que sea tan considerado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Libro del recuerdo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Libro del recuerdo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Libro del recuerdo»

Обсуждение, отзывы о книге «Libro del recuerdo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x