Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta

Здесь есть возможность читать онлайн «Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La hormiga que quiso ser astronauta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La hormiga que quiso ser astronauta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuando las preocupaciones podían extirparse con anguilas modificadas con Quimicefa, y tus amantes incluían a una pintora que era, literalmente, tu alma gemela, y a un ángel (bueno, un serafín) exiliado del Cielo. Cuando los repartidores de pizzas conspiraban para escribir tu biografía no autorizada, y una vieja grabadora trucada podía servir para recuperar y extraer sentido de las palabras dichas en una ruptura. Cuando La Muerte recorría la ciudad con una lista de víctimas que, si eras lo suficientemente rápido, podías alterar. Cuando las hormigas aspiraban a alcanzar las estrellas. ¿Lo recuerdas? ¿Sí? Ahora, ¡despierta!

La hormiga que quiso ser astronauta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La hormiga que quiso ser astronauta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Y qué eres tú… -pregunté-. ¿Un espíritu jasp o algo así?

– No, no, yo trabajo aquí -me corrigió-. Soy un ángel… Bueno, un serafín, para ser exactos -rectificó con forzada humildad.

Me explicó que las criaturas celestes estaban divididas jerárquicamente en nueve órdenes. Ella pertenecía a la tríada menor, junto a los tronos y querubines. Los serafines, según deduje, equivalían a los obreros y campesinos en aquella pirámide divina tan rápidamente esbozada. Para acceder a los niveles superiores, uno debía ir acumulando créditos. Hubo un tiempo, dijo con nostalgia, en que no resultaba difícil conseguir puntos, pues los ángeles eran requeridos con frecuencia para misiones de envergadura: anunciaciones, revelaciones, incluso para ejercer como modelos de algún pintor en ciernes. En la época actual, en la que desgraciadamente le había tocado vivir, la cosa estaba más difícil. Apenas salían puestos que favorecieran la promoción. Casi todas las ofertas eran para ejercer de ángeles de la guarda, que trabajaban, por así decirlo, a comisión. Había oído decir que era un trabajo frustrante. El más mínimo paso de su cliente fuera de la Senda del Bien repercutía terriblemente en su comisión. Y en el siglo XX, por desgracia, el Hombre, instado por un raro prestigio, tendía más que nunca a realizar frecuentes excursiones al lado salvaje de la vida, como había bautizado aquello que no eran más que los suburbios del Infierno, cuando no se instalaba en él definitivamente. Así era poco menos que imposible alcanzar el grado de arcángel. La animé diciéndole que la cosa estaba mal en todas partes. Aquí abajo también resultaba difícil trepar por la maldita pirámide social, tan difícil como fácil resultaba escurrirse hacia abajo al menor despiste.

Me percaté, en cierto momento, de que estábamos manteniendo una conversación. Resultaba tremendamente agradable cerrar los ojos y dejarse hamacar por la benigna brisa de su voz, remitiendo de tanto en tanto un monosílabo lleno de afecto hacia el otro lado de la línea.

– Supongo que te preguntarás -dijo ella en cierto momento- cómo es que dispongo de teléfono.

– Sí -concedí, recostándome en el sofá con una sonrisa idiota en los labios.

La cosa venía de lejos. Antes, como ya me había explicado, que los ángeles se dejaran caer por la tierra era algo casi cotidiano. El hombre estaba construyendo el mundo, necesitaba supervisión, sugerencias, recomendaciones. Ahora, ¿cómo decirlo con suavidad?, en el Cielo no importaba demasiado el destino de la humanidad. Su arraigada tozudez se contemplaba con estoicismo en las alturas y nadie hacía ya nada por tratar de aleccionarle; de vez en cuando, se festejaba algún logro de la civilización, pero por lo general se la dejaba hacer, esperando quizá a que cometiera el Ultimo Error, ése que lo dejaría todo hecho unos zorros y favorecería un nuevo comienzo. Aunque tal vez ni entonces se tomaran más molestias, dándonos por perdidos. Excepto los pocos serafines que ejercían como ángeles de la guarda, a los que se les veía afanándose en sus centralitas por enderezar el mundo, como ingenuos idealistas a los que uno no tardaba en encontrar en la cantina, maldiciendo a la humanidad entre los efluvios del alcohol con un odio impropio en una criatura celestial, el resto hacía gala de una absoluta indiferencia. Eran otros tiempos, sí. Ya no había misiones in situ. De vez en cuando, algunos arcángeles, movidos por el romanticismo de antaño, intentaban volver a poner de moda las apariciones y los resultados eran más que desalentadores; los contactos humanos con extraterrestres, sin embargo, experimentaban un considerable auge.

Por todo ello, para las nuevas generaciones, el mundo de los hombres resultaba un lugar misterioso, exótico, alcanzando ribetes de leyenda. Me contó cómo de pequeña no dejaba de fisgonear por los comedores de las ánimas, recolectando información de quienes no tenían reparos en menoscabar su inocencia con episodios de su vida, fomentando en ella la fascinación por el Hombre, ese ser a medias benévolo y mezquino, a medias ángel y demonio. Cuando alcanzó la edad requerida para poder bajar, fue ese mismo entusiasmo lo que le cerró las puertas. Uriel, su tutor, un arcángel severo y conservador, la consideró demasiado impulsiva para encomendarle apariciones en Lourdes o en algunos de esos pueblecitos devotos donde debían dejarse ver aproximadamente una vez al año por compromiso, manifestándose con tedio junto a angostos altares caseros repletos de velas, como una estrella del rock acabada ante los pocos fans que aún la recuerdan.

Temeroso de que su empecinada curiosidad pudiera propiciar entre los ángeles más jóvenes movimientos subversivos, Uriel intentó apaciguarla decorándole su estancia con muebles y utensilios humanos, que ella no necesitaría ni sabría utilizar, pero que tal vez acabaran por mermar sus ansias de conocimiento con el hastío de lo cotidiano. De ahí el teléfono, un teléfono al que obviamente nadie iba a llamar jamás y cuyas teclas nunca se atrevería a marcar. Y ahora, tres años después -ciento veintidós por nuestro calendario, calculé-, cuando los continuos obstáculos habían relegado la idea de conocer nuestra civilización a un oscuro rincón de la periferia de su mente, aquel teléfono que no podía sonar había sonado.

– Y no pienso dejar pasar esta oportunidad -afirmó, rotunda-. Voy a largarme de aquí. Nadie notará mi falta por unos días. Y tú tienes que ayudarme.

Yo no supe o no pude o no quise negarme, y antes de darme cuenta la oí trazar un plan que, aunque tenía cierto aire de improvisación, debió constituir su divertimiento de muchas noches, antes de que la vencieran las circunstancias.

Nos despedimos con un cómplice hasta entonces. Seguí un rato en el sofá, los rayos del sol pendiendo sobre mi cabeza, reacios a coronarme con un halo que en tales circunstancias resultaría gratuitamente angelical. La conversación me había anegado el pecho con el desasosiego dulce del delito y la aventura, con el presagio de riesgos y recompensas oscuras. Me resultaba extraño haber pasado a formar parte en cosa de minutos de una especie de conspiración, y sin moverme del sofá. No sabía de qué forma podía acabar aquello o si yo estaría a la altura de las circunstancias, pero lo cierto es que me había implicado sin reflexionar, diríase que alegremente, asqueado de tanta rutina. Era, cuanto menos, un contratiempo que me haría olvidar a Coral por el resto del día, y con un poco de suerte también por el resto de la noche.

Dediqué la tarde a escarbar entre las estanterías del Corte Inglés en busca de todo aquello que creí necesitar para llevar a cabo sin problemas mi correspondiente parte del plan. Luego volví al sofá a esperar la noche, preguntándome excitado qué pinta tendría un ángel; bueno, un serafín, para ser exactos. Ahora me reprobaba mi falta de atención ante esos coloquios tan en boga sobre el sexo de los ángeles. Si la madre naturaleza era justa y tenía sentido de la métrica, tras aquella voz sólo podía esconderse el obligatorio soporte de un cuerpo delicado, quizá perfecto, y un rostro ineludiblemente nínfeo. Sin embargo, ahí estaban los cactus, con aquellas flores grandes como pompones con que nos advertían de que la madre naturaleza también se permitía algún que otro sarcasmo…

La noche se hizo de rogar. Maldito agosto, augusto y agotador. Tuve que pasarme todo un depresivo metraje de tarde incendiada tratando de sobrevivir con la foto que Coral me había dado los primeros días de nuestra relación cosida a los dedos. En ella aparecía Coral, por supuesto, pero también mi fiel pelirroja. Ese hecho era casi predecible en parte, pero me sorprendía porque la foto había sido tomada en París, a las faldas de la Torre Eiffel, en un viaje que Coral había realizado un verano. La pelirroja se estaba tomando muchas molestias para ponerme al corriente de su existencia. Y yo empezaba a albergar ligeros sentimientos hacia ella. A veces extraía la foto para mirar a la pelirroja en vez de a Coral, a quien ya tenía muy vista. La pelirroja estaba de espaldas, medio encorvada a causa, de una mochila paquidérmica, pero tenía la cabeza lo suficientemente ladeada para dejarme ver parte de su perfil, en una especie de recatada revelación a paso de foto. No era un perfil en absoluto decepcionante, y sus piernas, desenmascaradas gracias a unos shorts color crema, se presentaban torneadas y lechosas, como buena pelirroja. Fantaseando con la mitad de ella me sorprendió la noche.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta»

Обсуждение, отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x