Philip Roth - Me Casé Con Un Comunista

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El sueño americano se convierte en pesadilla.
En plena caza de brujas, durante la era McCarthy, Iron Rinn -cavador de zanjas primero, actor radiofónico más tarde- ve cómo tras participar en la Segunda Guerra Mundial, comprometido en la lucha por un mundo mejor, termina en la lista negra, desempleado y perseguido por el fanatismo ideológico.
En este camino tendrá un papel fundamental la exquisita actriz Eve Frame. El matrimonio de ambos se transformará: de idilio fascinante y perfecto pasará a ser un tremendo y cruel culebrón. Y cuando ella revele a la prensa las relaciones de Iron con la URSS, el apogeo de la traición y la venganza se materializarán en el escándalo nacional y la ruina personal. El hermano de Iron, Murray, será quien cuente esta historia años más tarde.
Philip Roth, el autor de Pastoral americana y La mancha humana, vuelve a explorar y a retratar con ironía, sinceridad y vehemencia los conflictos de la sociedad norteamericana del siglo XX.

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– En fin, en cuestión de días Ira pasó a la unidad de sosegados, a la semana siguiente le dieron de alta y entonces se volvió de veras… -Murray reflexionó un momento antes de continuar-. Bueno, tal vez recuperó aquella claridad para sobrevivir que tenía cuando cavaba zanjas, antes de que se alzara a su alrededor el andamio de la política, el hogar, el éxito y la fama, antes de que enterrase vivo al cavador y se pusiera el sombrero de Abe Lincoln. Tal vez volvió a ser él mismo, un hombre que actuaba a su manera. Ira no era un artista superior derribado. Tan sólo se encontraba de nuevo en su punto de partida.

No se alteró lo más mínimo cuando me dijo que quería vengarse, ni más ni menos. Un millar de reos, condenados a cadena perpetua, que golpearan los barrotes de las celdas con sus cucharas no podrían haberse expresado mejor. Venganza. Entre el patetismo suplicante de la defensa y la simetría apremiante de la venganza no había alternativa. Recuerdo que se masajeaba lentamente las articulaciones y me decía que iba a destruirla. Decía: «Desperdiciar así su vida por esa hija, como si la echara al lavabo, y entonces desperdiciar también la mía. No es justo, Murray. Es degradante para mí. ¿Soy su enemigo mortal? Muy bien, entonces es mía».

– ¿Y la destruyó? -le pregunté.

– Ya sabes lo que le ocurrió a Eve Frame.

– Sé que murió, de cáncer, ¿no es cierto? En los años sesenta.

– Murió, pero no de cáncer. ¿Recuerdas esa foto de la que te hablé, la foto que le envió una de las mujeres de Freedman y que éste iba a usar para comprometer a Eve? ¿La foto que rompí? Debería haberle permitido usarla.

– Ya has dicho eso antes. ¿Por qué?

– Porque lo que Ira hacía con aquella foto era buscar una manera de no matarla. Durante toda su vida había buscado la manera de no matar a alguien. Cuando regresó de Irán, se dedicó con ahínco a apagar el impulso violento. Aquella foto… no percibí qué era lo que disfrazaba, lo que significaba. Cuando la rompí, cuando le impedí a Ira usarla como un arma, él me dijo: «De acuerdo, tú ganas», y regresé a Newark pensando estúpidamente que había conseguido algo, mientras que él, allá en Zinc Town, en el bosque, empezaba a practicar el tiro al blanco. Allí tenía varios cuchillos. A la semana siguiente vuelvo a visitarle y él no intenta ocultar aquel arsenal. Sus imaginaciones le ponen demasiado frenético para que piense en esconder nada. Su conversación está trufada de violencia asesina. «¡El olor de la pólvora es un afrodisíaco!», me dice. Está completamente loco. Yo ni siquiera estaba enterado de que tenía un arma de fuego. No sabía qué hacer. Por fin percibía su auténtica afinidad, el irremediable enlace de Ira y Eve, dos seres acosados, cada uno de ellos desastrosamente inclinado hacia eso que no conoce límites una vez se pone en marcha. El recurso a la violencia de Ira era el correlato masculino de la predisposición de Eve a la histeria, manifestaciones tan sólo diferenciadas por el género de una misma catarata.

Le pedí que me diera todas las armas que tenía. O me las daba enseguida o llamaría a la policía. «He sufrido tanto como tú», le dije, «he sufrido más de lo que tú sufriste en aquella casa, porque tuve que enfrentarme primero a ello. Durante seis años estuve solo. No sabes nada. ¿Crees que yo no he tenido ganas de empuñar un arma y cargarme a alguien? Todo lo que ahora quieres hacerle a ella, yo quería hacerlo cuando sólo tenía seis años. Y entonces llegaste tú. Cuidé de ti, Ira. Me interpuse entre tú y lo peor de aquella casa mientras estuve allí.

»No te acuerdas de esto. Tenías dos años y yo ocho, ¿y sabes lo que ocurrió? Nunca te lo he dicho. Ya tenías que soportar suficiente humillación. Tuvimos que mudarnos. Aún no vivíamos en la calle Factory. Eras un bebé y vivíamos junto a las vías de Lackawanna, en Nassau. La calle Dieciocho de Nassau, cuya parte trasera daba a las vías. Cuatro habitaciones, sin luz, mucho ruido. Dieciséis dólares con cincuenta de alquiler mensual, el casero lo aumentó a diecinueve, no podíamos pagar y nos echaron.

»¿ Sabes lo que hizo nuestro padre después de que trasladáramos las cosas? Mamá, tú y yo empezamos a llevarlas a las dos habitaciones de la calle Factory, y él se quedó en el piso vacío, se acuclilló y cagó en medio de la cocina. Nuestra cocina. Dejó una gran mierda en el lugar donde nos habíamos sentado a comer, y embadurnó las paredes con ella. Sin brocha. No la necesitaba. Embadurnó las paredes de mierda con las manos. Grandes trazos. Arriba, abajo, de lado. Cuando terminó de hacer eso en todas las habitaciones, se lavó las manos en el fregadero y salió sin ni siquiera cerrar la puerta. ¿Sabes lo que me llamaron los chicos después de eso durante meses? Cagamuros. En aquella época todo el mundo tenía un apodo. A ti te llamaban Llorica, y a mí Cagamuros. Ese es el legado que hizo nuestro padre a su hijo mayor.

»Entonces yo te protegí, Ira, y voy a protegerte ahora. No permitiré que lo hagas. Encontré mi camino civilizador en la vida, y tú el tuyo, y ahora no vas a retroceder. Déjame que te explique algo que no pareces comprender. Por qué te hiciste comunista en primer lugar. ¿Nunca se te ha ocurrido pensarlo? Mi camino civilizador fueron los libros, la universidad, la escuela de magisterio; el tuyo fueron O'Day y el partido. Tu camino nunca me ha convencido, me he opuesto a él, pero ambos fueron legítimos y ambos surtieron efecto. Tampoco comprendes lo que ha sucedido ahora. Te han dicho que han llegado a la conclusión de que el comunismo no es una salida de la violencia sino un programa para la violencia. Han convertido tu política en crimen y, por añadidura, a ti en un delincuente… y vas a demostrarles que tienen razón. Dicen que eres un criminal, así que cargas tu arma y te atas un cuchillo en el muslo. "¡Pues claro que lo soy!", exclamas. " ¡El olor de la pólvora es afrodisíaco!"»

Hablé hasta quedarme ronco, Nathan, pero cuando estás en compañía de un maníaco homicida encolerizado, hablar de esa manera no le sosiega, sino que le inflama todavía más. Cuando estás con un hombre así, empezar a hablarle de la infancia, mencionar con detalle el piso donde vivíais…

No te lo he contado todo sobre Ira, ¿sabes? Ya había matado a alguien. Por eso, cuando era un muchacho, abandonó Newark, se fue al campo y trabajó en las minas. Era un prófugo. Le llevé al condado de Sussex, que entonces estaba en el quinto pino, aunque no tan lejos como para que no pudiera ponerme en contacto con él y ayudarle a capear el temporal. Le llevé allí, le di un nuevo nombre y le oculté. Gil Stephens. El primero de los nombres de Ira.

Trabajó en las minas hasta que creyó que iban a por él. No la policía, sino la mafia. Ya te hablé de Ritchie Boiardo, quien dirigía el fraude organizado en el distrito primero, el gángster que poseía el restaurante, el Vittorio Castle. Ira se enteró de que los matones de Boiardo le estaban buscando. Entonces empezó a poner tierra de por medio.

– ¿Qué había hecho?

– Mató a un tipo con una pala, cuando tenía dieciséis años.

Me quedé estupefacto.

– ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué ocurrió?

– Trabajaba como ayudante de camarero en The Tavern. Llevaba más o menos mes y medio en el local cuando una noche, a las dos, terminó de fregar los suelos, salió a la calle y se encaminó a la habitación que había alquilado. Vivía en una callejuela junto al parque Dreamland, donde construyeron la urbanización después de la guerra. Dobló en la avenida Elizabeth, siguió por Meecker y avanzaba por la calle oscura por delante del parque de Weequahic, hacia la Avenida Frelinghuysen, cuando un tipo salió de la oscuridad, en el lugar donde estaba el puesto de salchichas de Millman. Salió de la oscuridad y, sin mediar palabra, atacó a Ira con una pala. Su objetivo había sido la cabeza, pero le dio en los hombros.

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