Philip Roth - Me Casé Con Un Comunista

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El sueño americano se convierte en pesadilla.
En plena caza de brujas, durante la era McCarthy, Iron Rinn -cavador de zanjas primero, actor radiofónico más tarde- ve cómo tras participar en la Segunda Guerra Mundial, comprometido en la lucha por un mundo mejor, termina en la lista negra, desempleado y perseguido por el fanatismo ideológico.
En este camino tendrá un papel fundamental la exquisita actriz Eve Frame. El matrimonio de ambos se transformará: de idilio fascinante y perfecto pasará a ser un tremendo y cruel culebrón. Y cuando ella revele a la prensa las relaciones de Iron con la URSS, el apogeo de la traición y la venganza se materializarán en el escándalo nacional y la ruina personal. El hermano de Iron, Murray, será quien cuente esta historia años más tarde.
Philip Roth, el autor de Pastoral americana y La mancha humana, vuelve a explorar y a retratar con ironía, sinceridad y vehemencia los conflictos de la sociedad norteamericana del siglo XX.

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Era un italiano del grupo de cavadores con el que Ira había trabajado al abandonar la escuela. Dejó de cavar zanjas para trabajar en The Tavern debido a los problemas que le creaba aquel tipo. Era 1929, el año en que abrió el local. Ira se había propuesto entrar allí y ascender desde ayudante a camarero. Ese era su objetivo. Yo le había ayudado a conseguir el empleo. El italiano estaba borracho y le dio un solo golpe. Ira le arrebató la pala y de un golpe le rompió los dientes. Entonces le arrastró detrás del puesto de Millman, donde había un aparcamiento totalmente a oscuras, y allí le atizó de lo lindo.

El tipo se llamaba Strollo, y era el miembro del grupo de cavadores que más odiaba a los judíos. Mazzu' Crist, giude' maladett. «Asesino de Cristo, maldito judío…», esa clase de cosas. Strollo era un especialista en diatribas antijudías. Tenía diez años más que Ira y no era bajo, sino casi de la estatura de Ira. Este le golpeó en la cabeza hasta dejarlo inconsciente y lo abandonó allí. Tiró la pala de Strollo, volvió a la calle y reanudó el camino hacia su casa, pero tenía la sensación de que había dejado algo sin terminar. Algo en Ira nunca estaba terminado. Tiene dieciséis años, es vigoroso y está lleno de rabia, está acalorado, sudoroso, nervioso y excitado, lo habían estimulado, así que da media vuelta, regresa al solar detrás del puesto de Millman y golpea a Strollo en la cabeza una y otra vez hasta matarlo.

El puesto de Millman era el lugar al que Ira solía llevarme a tomar un bocadillo después de nuestros paseos por el parque Weequahic. The Tavern era el local al que Ira había ido a cenar con Murray y Doris la noche que todos ellos se conocieron. Fue en 1948. Veinte años antes había matado a un hombre en aquellos parajes. La cabana en Zinc Town… la cabana significaba para él algo más que yo nunca había comprendido. Era su reformatorio, donde estaba encerrado, solitario.

– ¿Cuál fue el papel de Boiardo?

– El hermano de Strollo trabajaba en la cocina del Castle, el restaurante de Boiardo, y le dijo a éste lo que había ocurrido. Al principio nadie relacionó a Ira con el asesinato, porque ya se había ido del distrito. Pero al cabo de un par de años es a Ira a quien buscan. Yo sospechaba que fue la policía la que puso a Boiardo sobre la pista de Ira, pero nunca lo supe con seguridad. Lo único que sabía es que alguien se presentó en casa preguntando por mi hermano. Gatito me hizo una visita. Los dos crecimos juntos. Gatito dirigía el juego de dados en el callejón del Acueducto. Dirigía el juego de ziconette en el fondo del café Grande, hasta que la policía lo disolvió. Yo solía jugar al billar con Gatito en Grande. Le llamaban así porque, en sus comienzos profesionales, se deslizaba por los tejados para robar y entraba en los pisos por las ventanas, con su hermano mayor, Gatazo. Cuando estudiaban en la escuela primaria ya se pasaban la noche entera por ahí, robando. Y cuando se dignaban ir a la escuela, se dormían en sus pupitres y nadie se atrevía a despertarlos. Gatazo murió por causas naturales, pero a Gatito se lo cargaron en 1979, al auténtico estilo de los gángsters: lo encontraron en su piso de la costa, en Long Branch, en bata y con tres balas del calibre 32 en la cabeza. Al día siguiente, Ritchie Boiardo dijo a uno de sus compinches: «Tal vez haya sido lo mejor, porque hablaba demasiado».

Gatito quiere saber dónde está mi hermano. Le dije que hacía años que no le veía el pelo. «La Bota le está buscando», replicó él. Llamaban a Boiardo «la Bota» porque hacía sus llamadas telefónicas desde una cabina, y así las llamaban los italianos del distrito primero [17]. «¿Por qué?», quise saber. «Porque la Bota protege el barrio.

Porque la Bota ayuda a la gente en momentos de necesidad.» Eso era verdad. Boiardo iba por ahí con un cinturón que tenía brillantes incrustados en la hebilla, y le tenían incluso en más estima que al santo varón que era su párroco. Informé a Ira acerca de Gatito y pasaron siete años, entonces estábamos en 1938, antes de que volviéramos a verle.

– De modo que no puso tierra de por medio a causa de la depresión, sino porque le perseguían.

– ¿Te sorprende saber eso? -me preguntó Murray-. ¿De alguien a quien admirabas tanto como a él?

– No, no me sorprende. Me parece lógico.

– Esa es una de las razones de su colapso nervioso. Por eso acabó llorando en la cama de Lorraine. «Todo ha fallado.» La clase de vida moldeada para superarlo todo se había venido abajo. El esfuerzo había sido inútil. Ira había regresado al caos donde comenzó todo.

– ¿A qué se refiere ese «todo»?

– Cuando regresó del ejército, Ira quería estar rodeado de gente ante la que no pudiera perder los estribos, y se puso a buscarla. Le había asustado su propia violencia. Vivía con el temor de que volvieran a despertarse aquellos impulsos letales. Y yo compartía ese temor. Un hombre que había mostrado tan temprano semejante propensión a la violencia… ¿qué iba a detenerle?

Por eso quiso casarse, por eso quería tener un hijo y por eso el aborto de Eve le afectó tanto. Por eso vino a vivir con nosotros el día que descubrió lo que había detrás del aborto. Y al día siguiente te conoció. Conoció al muchacho que era cuanto él nunca había sido y tenía cuanto él no había tenido. Ira no te reclutaba. Tal vez tu padre lo creyera así, pero no, eras tú quien le reclutaba a él. Aquel día, cuando fue a Newark, el aborto todavía le afectaba tanto que eras irresistible para él. Era un chico de Newark con mala vista, un ambiente familiar cruel y sin educación. Tú eras el chico de Newark bien criado, a quien se lo daban todo. Eras su príncipe Hal. Eras Johnny O'Day Ringold. Todo eso eras, y en eso consistía tu tarea, tanto si lo sabías como si no. Ayudarle a protegerse contra su naturaleza, contra la enorme fuerza que encerraba aquel corpachón, el furor asesino. Esa fue mi tarea durante toda mi vida. Es la tarea de muchísima gente. Ira no constituía ninguna rareza. ¿Hombres que intentan no ser violentos? A eso me refería antes al decir «donde todo había empezado». Esos hombres están a nuestro alrededor, por todas partes.

– Ira mató a aquel hombre con una pala. ¿Qué ocurrió después? -le pregunté-. ¿Qué ocurrió aquella noche?

– Yo no enseñaba en Newark. Era 1929. Aún no habían construido la escuela de Weequahic. Daba clases en la de Irvington, mi primer trabajo. Alquilé una habitación junto al almacén de maderas de Solondz, cerca de las vías del ferrocarril. Eran casi las cuatro de la madrugada cuando Ira se presentó. Yo vivía en la planta baja, y él llamó a mi ventana. Salí, eché un vistazo a sus zapatos y pantalones ensangrentados, a las manos y la cara manchadas de sangre, le hice subir al viejo Ford que tenía y nos pusimos en marcha. No sabía adonde diablos me dirigía. A algún lugar alejado de la policía de Newark. Entonces pensaba en la policía y no en Boiardo.

– Te contó lo que había hecho.

– Sí. ¿Y sabes a quién más se lo contó? A Eve Frame. Lo hizo varios años después, durante su noviazgo, aquel verano que estuvieron juntos en Nueva York. Estaba loco por ella y quería casarse, pero tenía que decirle la verdad, tenía que mostrarse tal como era y revelar lo peor que había hecho. Tal vez ella se asustaría, pero Ira quería que supiera con quién se relacionaba, que había sido un hombre violento, aunque esa faceta suya estaba superada. Lo dijo por la razón que tienen quienes se han reformado a sí mismos para hacer tales confesiones: para que ella le obligara a continuar reformado. Entonces no comprendía, jamás comprendió, que un hombre violento era lo que Eve más necesitaba.

Ciegamente, como era propio de ella, Eve intuía sus deseos más secretos. Necesitaba al bruto. Exigía al bruto. ¿Quién mejor que él para protegerla? Con un bruto estaba segura. Esto explica por qué no pudo seguir con Pennington durante los años en que él pasaba las noches fuera de casa, dedicado a sus aventuras homosexuales, y regresaba por una entrada lateral que había construido en su estudio. Eve le había pedido que construyera aquella entrada especial, para no oírle a las cuatro de la madrugada, cuando volvía de sus citas. Eso explica por qué se casó con Freedman, explica la clase de hombres que le atraían. Su vida romántica consistía en cambiar de brutos. Si aparecía un bruto, ella era la primera aspirante a quedárselo. Necesitaba al bruto que la protegiera, y necesitaba que el bruto fuese intachable. Sus brutos eran la garantía de la inocencia que atesoraba. Arrodillarse ante ellos y rogarles era de la mayor importancia para Eve. Belleza y sumisión, eso era lo que regía su vida, la llave que le daba acceso a la catástrofe.

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