– Gracias-le dijo a su madre, justo en el momento en que Natalie hablaba de nuevo.
– La gente ya se metía con Peter mucho antes de que se dejara ver en la reunión de aquel día-dijo.
Mientras Selena entrevistaba a Lacy Houghton, Jordan estaba cambiando a Sam e intentando dormirlo. Pero éste no se mostró nada dispuesto a colaborar. Una vueltecita en coche de diez minutos solía dejar al niño K.O., de modo que Jordan abrigó al bebé, lo ató en la sillita del asiento del coche y puso el vehículo en marcha. Al arrancar el Saab marcha atrás se dio cuenta de que las llantas chirriaban contra el pavimento del camino de entrada. Tenía las cuatro ruedas reventadas.
– Mierda-exclamó Jordan, mientras Sam comenzaba a gimotear de nuevo en el asiento trasero.
Sacó al bebé de un tirón, lo llevó de nuevo dentro de casa y se lo sujetó a la mochila portabebés que Selena solía ponerse para moverse por la casa. Luego llamó a la policía para denunciar la gamberrada.
Jordan comprendió que tenía un problema cuando el agente no le pidió que deletreara su apellido: ya lo conocía.
– Nos ocuparemos de ello-le dijo-. Pero antes tenemos que ayudar a bajar a una ardilla que se ha subido hasta lo más alto de un árbol.-Y colgó.
¿Podías denunciar a un poli por comportarse como un cretino sin entrañas?
Por algún milagro, o probablemente por las feromonas generadas por el estrés, Sam se había quedado dormido, pero se despertó sobresaltado y empezó a berrear al sonar el timbre. Jordan abrió la puerta de un tirón. Era Selena.
– Has despertado al bebé-la acusó, mientras ella agarraba a Sam de la mochilita.
– Pues no hubieras cerrado por dentro. Oh, hola, mi bebé-lo arrulló Selena-. ¿Papá se ha portado como un monstruo todo el tiempo que he estado fuera?
– Alguien me ha reventado las ruedas del coche.
Selena lo miró por encima de la cabeza del bebé.
– Bueno, yo sé que tú sabes cómo hacer amigos e influir sobre las personas. Déjame que lo adivine…¿La poli ha pasado bastante de la denuncia?
– Por completo.
– Gajes del oficio, supongo-dijo Selena-. Tú aceptaste el caso.
– ¿Dónde está la esposa dulce y comprensiva?
Selena se encogió de hombros.
– Eso no estaba en los votos. Si quieres un festival de autocompasión, pon cubiertos para uno.
Jordan se pasó la mano por el pelo.
– Bueno, ¿has conseguido algo interesante de la madre al menos? ¿Como por ejemplo que Peter tiene ya un diagnóstico de algún psiquiatra?
Ella se despojó del abrigo mientras hacía juegos malabares para sostener a Sam con una mano y luego con la otra. Se desabrochó la blusa y se sentó en el sillón para darle el pecho.
– No. Pero resulta que tenía un hermano.
– Ah, ¿sí?
– Pues sí. Un hermano mayor que murió…y que, antes de que lo matara un conductor borracho, había sido el modelo de hijo del sueño americano.
Jordan se dejó caer junto a ella.
– Eso podría usarlo…
Selena puso los ojos en blanco.
– Aunque sólo fuera por una vez, ¿no podrías dejar de ser un abogado y comportarte como un ser humano? Jordan, esa familia estaba metida en tal agujero que no tenían dónde agarrarse. Ese chico era un polvorín que podía estallar por cualquier parte. Sus padres bastante tenían con su pena. Peter no tenía a quién recurrir.
Jordan levantó la mirada hacia ella, mientras se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
– Excelente-dijo-. Tenemos un cliente digno de compasión.
Una semana después de la desgracia del Instituto Sterling, la escuela Mount Lebanon, un centro de enseñanza primaria reconvertido en edificio administrativo al disminuir la población escolar de Lebanon, se acondicionó para acoger temporalmente a los alumnos de instituto con el fin de que pudieran completar el curso escolar.
El mismo día en que se reiniciaban las clases, la madre de Josie entró en la habitación de ésta.
– No tienes que ir hoy si no quieres-le dijo-. Puedes tomarte unas semanas más de descanso si crees que lo necesitas.
Unos pocos días antes se había producido un frenesí de llamadas telefónicas; se había desencadenado un conato de pánico cuando los alumnos recibieron la notificación por escrito de que iban a reanudarse las clases. «¿Tú vas a volver? ¿Y tú?». Circulaban todo tipo de rumores, acerca de a quién su madre no iba a dejarle volver, a quién iban a cambiarlo al instituto de St. Mary, quién iba a hacerse cargo de las clases del señor McCabe. Josie no había llamado a ninguno de sus amigos. Tenía miedo de oír sus respuestas.
Josie no quería volver al colegio. No quería ni imaginarse cruzando el vestíbulo de un instituto, aunque fuera uno que no estuviera ubicado físicamente en Sterling. No sabía cuál era la actuación que esperaban de ellos el supervisor y el director. Porque desde luego no podía ser nada más que eso, una actuación. Si se comportaban de acuerdo con lo que sentían en realidad, podía ser calamitoso. Pero aun así, había algo en Josie que le decía que tenía que volver al colegio, pues era el lugar al que pertenecía. El resto de alumnos del Instituto Sterling eran los únicos que entendían de verdad lo que era despertarse por la mañana y ansiar que no transcurriesen nunca los tres segundos que tardabas en recordar que tu vida ya no era la de siempre; los únicos que habían olvidado lo natural que era confiar en que el suelo bajo tus pies era sólido.
Si vagabas a la deriva en compañía de otras mil personas, ¿hasta qué punto podías decir que estabas perdido?
– ¿Josie?-le dijo su madre, apremiándola.
– Estoy bien-mintió.
Su madre salió, y Josie empezó a recoger los libros. De pronto recordó que no habían llegado a hacer el examen de ciencias naturales. Sobre catalizadores. Hubiera sido incapaz de decir una palabra sobre el tema. La señora Duplessiers no podía ser tan infame como para hacer la prueba el primer día de vuelta a las clases. El tiempo no se había detenido durante aquellas tres semanas sin más; las cosas habían cambiado por completo.
La última vez que había ido al colegio, no pensaba nada en particular. En aquel examen, en todo caso. En Matt. En los deberes que tendría para aquella noche. En otras palabras, cosas normales. Un día normal. No había habido nada que lo hiciera diferente a cualquier otra mañana en el instituto. ¿Cómo sabía pues Josie que hoy no pasaría también alguna desgracia?
Al entrar en la cocina, vio que su madre se había puesto un traje de oficina. Su ropa de trabajo. Aquello la tomó por sorpresa.
– ¿Vas a volver hoy?-preguntó.
Su madre se volvió, con una espátula en la mano.
– Oh-repuso, titubeando-. Bueno, había pensado que, ya que tú también volvías…Si necesitas algo siempre puedes llamar; el asistente me dará el recado en seguida. Te juro Josie que, en menos de diez minutos, estaré contigo…
Josie se dejó caer en una silla y cerró los ojos. No sabría explicarlo, pero lo de menos era que ella, Josie, no fuera a estar en casa en todo el día…Se había imaginado sin embargo que su madre sí estaría, sentada, esperándola, por si acaso. Y ahora se daba cuenta de que eso era una tontería. ¿O no? Si nunca había sido así, ¿por qué iba a ser ahora diferente?
«Porque lo es-susurró una voz en la cabeza de Josie-. Todo lo demás es diferente».
– He reorganizado mi agenda para poder ir a buscarte a la salida del colegio. Y si hubiera algún problema…
– Sí, ya. Llamo a tu asistente. O lo que sea.
Alex se sentó enfrente de ella.
– Cariño, ¿qué esperabas?
Josie levantó la vista.
– Nada. Hace mucho que dejé de esperar nada.-Se levantó-. Se te están quemando los crepes-dijo, y se volvió arriba, a su habitación.
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