– ¿Le echas de menos?-preguntó Jordan.
Peter dibujó una sonrisa satisfecha.
– Mi hermano-dijo-, mi hermano el capitán del equipo de béisbol, mi hermano, que quedó primero en una competencia de francés a nivel del Estado, mi hermano, que era amigo del director del instituto…Mi hermano, mi fabuloso hermano, me hacía bajar del coche a medio kilómetro de la verja del instituto para que no lo vieran llegar conmigo.
– ¿Y eso por qué?
– No resulta muy beneficioso ir conmigo, ¿o no se había dado cuenta todavía?
A Jordan le vino una imagen fugaz de las ruedas de su coche, reventadas hasta la llanta metálica.
– ¿Joey no te defendía si algún abusador se metía contigo?
– ¿Bromea? Joey era el que empezaba.
– ¿Qué hacía?
Peter se encaminó hacia la ventana de la pequeña habitación. Por el cuello le ascendió una hilera de puntos de luz, como si los recuerdos le afloraran a la carne.
– Les decía a los demás que yo era adoptado. Que mi madre era una puta adicta al crack y que eso era lo que me había jodido el cerebro. A veces decía esas cosas delante de mí, y cuando me hartaba y arremetía contra él, se reía y me daba una patada en el culo volviéndose hacia sus amigos, como si aquello fuera la prueba que demostrara todo lo que había dicho antes. ¿Le parece que lo echo de menos?-repitió Peter, encarándose con Jordan-. Me alegro de que esté muerto.
Jordan no se sorprendía fácilmente, pero en cambio Peter Houghton lo había conseguido ya varias veces. Peter tenía el aspecto que tendría cualquier persona después de cocer las más crudas emociones y filtrarlas extrayéndoles los restos de cualquier contrato social. Si te duele, lloras. Si te enfureces, golpeas.
Si albergas esperanza, te preparas para una desilusión.
– Peter-murmuró Jordan-, ¿deseabas matarlos?
Jordan se maldijo de inmediato. Acababa de hacerle la única pregunta que un abogado defensor no debía formular jamás, colocando a Peter en la tesitura de tener que reconocer que había actuado con premeditación. Pero en lugar de contestar, Peter respondió con otra pregunta cuya respuesta era igualmente perturbadora.
– Bueno-dijo-, ¿qué hubiera hecho usted?
Jordan le metió otro poco de papilla a Sam en la boca y luego chupó él la cucharilla.
– No es para ti-dijo Selena.
– Está bueno. No como esa porquería de arvejas que sueles darle.
– Perdóname por ser una buena madre.
Selena agarró una manopla húmeda y le limpió a Sam la boca; acto seguido fue a hacer lo propio con Jordan, quien hizo un gesto de rechazo.
– Estoy en un lío-dijo-. No puedo presentar a Peter como a una persona digna de compasión por haber perdido a su hermano, porque odiaba a Joey. Ni siquiera cuento con una defensa legal válida para él, a menos que alegue demencia, y eso será imposible de demostrar, con la montaña de pruebas que puede obtener la acusación de que hubo premeditación.
Selena se volvió hacia él.
– Tú ya sabes cuál es el problema, ¿no?
– ¿Cuál?
– Que tú crees que es culpable.
– Pero bueno, por el amor de Dios, también lo son el noventa y nueve por ciento de mis clientes, y eso nunca ha sido un obstáculo para obtener la absolución.-Jordan frunció el cejo-. Eso es una estupidez.
– Es una estupidez pero es verdad. Te asusta una persona como él.
– Es sólo un chico…
– …que te tiene alucinado, aunque sólo sea un poco. Porque no estaba dispuesto a cruzarse de brazos y dejar que el mundo siguiera cubriéndolo de mierda; y eso no era lo que el mundo esperaba.
Jordan la miró.
– Matar a diez estudiantes no es ninguna heroicidad, Selena.
– Lo es para los millones de chicos como él que desearían haber tenido las agallas de hacer lo mismo-replicó ella sin inmutarse.
– Fantástico. Podrías ser la presidenta del club de fans de Peter Houghton.
– No justifico lo que hizo, Jordan, pero sí veo de dónde viene ese chico. A lo mejor tú naciste con la flor en el culo. Vamos, en serio, lo que quiero decir es que tú has pertenecido siempre a la élite. En el colegio, en los tribunales, donde sea. La gente te conoce, te respeta. Tienes todas las puertas abiertas. Quizá eso hace que no te des cuenta de que hay otras personas que las han tenido todas cerradas.
Jordan se cruzó de brazos.
– ¿Me vas a salir otra vez con ese orgullo tuyo africano o lo que sea? Porque si quieres que te lo diga…
– Tú nunca has ido por la calle y has visto que alguien se cambiaba de vereda sólo porque eres negro. Tú nunca has visto que alguien te miraba con desprecio porque llevas un bebé en brazos y se te ha olvidado ponerte el anillo de casada. Te entran ganas de hacer algo, lo que sea, gritarles, decirles que son unos cretinos, pero no puedes. Vivir en la marginación es el sentimiento más desalentador que existe, Jordan. Te acostumbras de tal forma a que el mundo sea de una determinada manera, que te parece que no hay escapatoria.
Jordan sonrió con satisfacción.
– Eso último lo has tomado de mi discurso final en el caso de Katie Riccobono.
– ¿La mujer maltratada?-Selena se encogió de hombros-. Bueno, pues aunque así fuera, viene al caso.
De improviso, Jordan parpadeó. Se levantó, agarró por los brazos a su mujer y la besó.
– Eres un genio.
– No te lo discutiré, pero dime por qué.
– El síndrome de la mujer maltratada. Es una figura válida de defensa legal. Las mujeres maltratadas no reaccionan ante un mundo que las aplasta, hasta que al final se sienten tan amenazadas, que contraatacan, y llegan a creer de verdad que actúan en defensa propia, aunque sus maridos estén profundamente dormidos cuando los matan. Eso encaja con Peter Houghton. Le va que ni pintado.
– Lejos de mi intención quitártelo de la cabeza, Jordan-dijo Selena-, pero Peter no es una mujer, ni está casado.
– Eso es lo de menos. Se trata de un desorden por estrés postraumático. Cuando una de esas mujeres no puede más y le pega cuatro tiros a su marido o le corta el pene a rebanadas, no piensa en las consecuencias…sino sólo en detener la agresión que sufre. Eso es lo que Peter dice una y otra vez, que lo único que quería era que parara. Y en este caso es aún mejor, porque no tengo que enfrentarme a la refutación habitual del fiscal basada en que una mujer adulta es lo bastante mayor como para saber lo que hace cuando toma un cuchillo o un arma de fuego. Peter es un muchacho. Por definición, no sabe lo que hace.
Los monstruos no surgían de la nada. Una ama de casa no se convertía en una asesina si alguien no lo propiciaba. Su doctor Frankenstein particular era un marido dictatorial. Y, en el caso de Peter, el Instituto Sterling al completo. Los intimidadores hurgaban, pinchaban, herían y zaherían, comportamientos todos ellos tendentes a amilanar y a coartar al otro. Estaba en las manos de sus torturadores que Peter aprendiera a contraatacar.
Sam comenzó a alborotar en su silla. Selena lo levantó de ella y lo alzó en brazos.
– Nadie lo ha hecho antes-dijo-. No existe el síndrome del alumno apabullado.
Jordan tomó la papilla de Sam y rebañó los restos con el dedo.
– Ahora ya existe-concluyó, saboreando el último dulzor.
Patrick estaba sentado delante de la computadora de su despacho, a oscuras, moviendo el cursor por el juego creado por Peter Houghton.
Se trataba de elegir un personaje de entre tres chicos: el campeón de los certámenes de ortografía, el genio de las matemáticas y el loco por las computadoras. Uno de ellos era pequeño y delgaducho, y tenía acné. Otro llevaba anteojos. El otro era sumamente obeso.
El personaje elegido de entrada no llevaba arma alguna. Había que pasar por varios espacios de la escuela e ingeniárselas para conseguir alguna. Así, en la sala de profesores había vodka, con la que podían hacerse cócteles Molotov. En la sala de calderas había un bazuca. En el laboratorio de ciencias naturales había ácido corrosivo. En el aula de inglés, libros muy pesados. En la clase de matemáticas había compases que servían de puñales y reglas de metal que cortaban como un machete. En la sala de informática cables, para estrangular. En el taller de marquetería, sierras eléctricas. En el aula de labores domésticas había licuadoras y agujas de tejer. En la clase de bellas artes había un horno. Podían combinarse diversos materiales para crear armas de asalto múltiples: balas incendiarias a partir del bazuca y del vodka; puñales con ácido mezclando los productos químicos y los compases; trampas con lazo montadas con los alambres de la sala de informática y con los libros pesados.
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