Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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Patrick llevó el cursor a través de pasillos y escaleras, desde los vestuarios hasta la conserjería. Mientras giraba por esquinas virtuales, lo asaltó la impresión de haber reseguido ya antes aquel mapa. Era la planta baja del Instituto Sterling.

El objetivo del juego era ir eliminando a deportistas, matones y chicos populares. Cada uno de ellos tenía un determinado valor en puntos. Si matabas dos a la vez, obtenías el triple de puntos. De todas formas, a ti también te podían herir. Podían aporrearte a traición, o aplastarte contra una pared, o encerrarte en un casillero.

Si conseguías acumular 100.000 puntos, obtenías un rifle. Al llegar a 500.000, una ametralladora. Si lograbas sobrepasar el millón de puntos, aparecías montado sobre un misil nuclear.

Patrick vio abrirse una puerta virtual. «¡No se mueva!», gritaron los altavoces, y acto seguido surgió un pelotón de policías con traje de operaciones especiales. Volvió a colocar las manos sobre el teclado, dispuesto a defenderse. Ya había llegado dos veces a aquella pantalla, y lo habían matado o se había matado a sí mismo, lo que significaba perder el juego.

Esta vez, sin embargo, apuntó con destreza la ametralladora virtual y fue abatiendo uno a uno a los policías, en medio de un charco de sangre.

¡FELICITACIONES! ¡HA VENCIDO EN EL JUEGO DE ESCÓNDETE Y CHILLA!, leyó en la pantalla. ¿VOLVER A EMPEZAR?

Diez días después de lo sucedido en el Instituto Sterling, Jordan estaba sentado en su coche en el estacionamiento del tribunal del distrito. Tal como había imaginado, por todas partes había furgonetas blancas de los informativos de televisión, con sus parabólicas orientadas hacia el cielo como girasoles. Tableteaba con los dedos en el volante siguiendo el ritmo del CD de los Wiggles, que cumplía sin ningún esfuerzo su cometido de evitar que Sam empezara un berrinche en el asiento de atrás.

Selena se había colado ya en el edificio sin dejarse intimidar. Los medios de comunicación no le conocían relación alguna con el caso. Cuando regresó de nuevo al coche, Jordan tomó el papel que le entregó.

– Estupendo-dijo.

– Nos vemos luego.-Ella se inclinó para desabrochar el cinturón de Sam en el asiento trasero del vehículo mientras Jordan se dirigía hacia el edificio del tribunal. En cuanto lo vio el primer periodista, se produjo una reacción en cadena, los flashes de las cámaras se dispararon como fuegos artificiales; por todas partes aparecían micrófonos a su paso, que apartaba con el brazo extendido; consiguió articular: «Sin comentarios», y se apresuró a entrar.

Peter había sido conducido ya a la celda de detención de la oficina del sheriff, a la espera de su comparecencia en el tribunal. Cuando acompañaron a Jordan a la celda, estaba paseando en círculo y hablando consigo mismo.

– Así que hoy es el gran día-dijo Peter, un poco nervioso y con un leve jadeo.

– Es curioso que digas eso-comentó Jordan-. ¿Recuerdas para qué estamos hoy aquí?

– ¿Qué es esto? ¿Un examen?-replicó Peter; Jordan se limitó a mirarle-. Para la vista preliminar para determinar si hay causa probable-prosiguió Peter-. Eso fue lo que me dijo la semana pasada.

– Bien. Lo que no te dije es que vamos a renunciar a ella.

– ¿Renunciar?-repitió Peter-. ¿Y eso qué significa?

– Significa que arrojamos las cartas antes de que las repartan-repuso Jordan. Le entregó a Peter la hoja de papel que Selena le había llevado al coche-. Firma.

Peter movió la cabeza en señal de negación.

– Quiero otro abogado.

– Cualquiera que sepa lo que se lleva entre manos te dirá lo mismo…

– ¿Qué? ¿Rendirse sin ni siquiera haberlo intentado? Usted dijo…

– Te dije que te proporcionaría la mejor defensa posible-le interrumpió Jordan-. Ya existe causa probable para creer que cometiste un crimen, puesto que hay cientos de testigos que aseguran haberte visto disparando aquel día en el instituto. La cuestión no es si lo hiciste o no, Peter, sino por qué lo hiciste. Celebrar hoy una vista preliminar de determinación de causa probable significaría darles a ellos un montón de tantos de ventaja y quedarnos nosotros a cero. Sería, además, darle a la acusación la oportunidad de dar a conocer las pruebas al público y a los medios de comunicación antes de que pudieran oír nuestra versión de la historia.-Puso el papel de nuevo delante de Peter-. Fírmalo.

Peter lo miraba, furioso. Finalmente tomó el papel que le ofrecía Jordan y un bolígrafo.

– Vaya mierda-dijo mientras garabateaba su firma.

– Más lo sería si no renunciáramos a la vista preliminar.-Jordan agarró el papel y salió de la celda para ir a llevarle la renuncia al escribiente-. Nos veremos ahí dentro.

Cuando llegó a la sala de tribunal, estaba hasta arriba de público. Los periodistas a los que se había permitido la entrada estaban de pie en la última fila, con las cámaras en ristre. Jordan buscó con la mirada a Selena, que estaba en la tercera fila detrás de la mesa de la acusación, entreteniendo como podía a Sam. «¿Cómo ha ido?», le preguntó ella con un taquigráfico arqueamiento de cejas.

Jordan respondió con un imperceptible asentimiento de cabeza. «Misión cumplida».

Consideraba intrascendente cuál fuera el juez que presidiera la sesión: aprobaría maquinalmente el proceso y lo traspasaría al tribunal en el que, allí sí, Jordan debería montar su numerito. Era el Honorable David Iannucci: lo que Jordan recordaba de él era que tenía injertos en el pelo, y que, cuando te presentabas ante él, tenías que poner todo tu empeño en mantener los ojos disciplinados para que miraran su cara de hurón en lugar de su línea de trasplantes capilares.

El escribano anunció la vista para el caso de Peter Houghton, y dos alguaciles condujeron a éste a través de una puerta. El público, el rumor de cuya conversación había llenado hasta entonces la sala, enmudeció. Peter no levantó los ojos al entrar. Permaneció con la vista fija en el suelo incluso cuando le hicieron sentar en su lugar junto a Jordan.

El juez Iannucci examinó el papel que acababan de ponerle delante.

– Veo, señor Houghton, que desea usted renunciar a la vista preliminar para la determinación de causa probable.

Ante la noticia, tal como Jordan había previsto, se produjo un suspiro colectivo por parte de los representantes de los medios de comunicación, los cuales habían albergado la esperanza de asistir a un espectáculo.

– ¿Entiende usted que mi obligación hoy debería haber sido la de determinar si hay o no una causa probable para creer que usted cometió los actos que se le imputan, y que renunciando a la vista preliminar para la determinación de causa probable usted declina su derecho a que yo encuentre dicha causa probable, y que por ello deberá comparecer ante el gran jurado, y yo me veré obligado a traspasar el caso al Tribunal Superior?

Peter se volvió hacia Jordan.

– ¿Ha hablado en nuestro idioma?

– Tú di que sí-le instó Jordan.

– Sí-repitió Peter.

El juez Iannucci lo miró fijamente:

– Sí, Su Señoría-lo corrigió.

– Sí, Su Señoría.-Peter se volvió de nuevo hacia Jordan, mascullando entre dientes-: Vaya mierda.

– Puede retirarse-dijo el juez, y los alguaciles se llevaron de nuevo a Peter tras hacerle levantar del asiento.

Jordan se puso de pie también, para dar paso al abogado defensor del siguiente caso del día. Se acercó a la mesa de la acusación, ocupada por Diana Leven, que seguía organizando los expedientes que no iba a tener ocasión de utilizar.

– Bueno-dijo ella sin molestarse en levantar los ojos de sus papeles-, no puedo decir que haya sido una sorpresa.

– ¿Cuándo piensa llamarme para el intercambio de pruebas?-le preguntó Jordan.

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