Alex dejó el coche en un estacionamiento, enfrente del bar-restaurante. La calle estaba repleta de personas que aprovechaban la hora de la comida para ir a comprar y de transeúntes atareados, cargados con cajas destinadas a la oficina de correos, o hablando por el teléfono móvil mientras miraban los escaparates de las tiendas. Para alguien no avisado, era un día más en Sterling.
– Bueno-dijo Alex, volviéndose hacia Josie-. ¿Cómo lo llevas? Josie bajó los ojos, mirándose las manos en el regazo.
– Bien.
– No es tan terrible como creías…
– De momento no.
– Mi hija la optimista.-Alex le sonrió-. ¿Nos partimos un sándwich de tocino, lechuga y tomate y una ensalada?
– Si ni siquiera has mirado el menú-dijo Josie, y ambas se apearon del coche.
De súbito, un desvencijado Dodge Dart se saltó un semáforo de la avenida y aceleró con un petardeo estruendoso.
– Imbécil-masculló Alex-. Debería haberle tomado la matrícula…-Se calló de pronto al ver que Josie había desaparecido-. ¡Josie!
Alex no tardó en ver a su hija tumbada boca abajo en la acera, temblando y con la cara blanca.
Alex se arrodilló junto a ella.
– Sólo era un coche. Nada más.-Ayudó a Josie a ponerse de rodillas. Alrededor de ambas, la gente las miraba fingiendo no verlas.
Alex cubrió a Josie, protegiéndola de las miradas. Había fallado una vez más. Para ser alguien conocida por su buen juicio, parecía como si de repente lo hubiera perdido. Recordó algo que había leído en Internet…Que a veces, cuando uno luchaba contra la tristeza, por cada paso que avanzaba, retrocedía tres. Se preguntó por qué Internet no decía nada de que, cuando una persona a la que amas sufre algún daño, a ti también te duele hasta el tuétano.
– Está bien-dijo Alex, con el brazo rodeando los hombros de Josie-. Te llevaré a casa.
Patrick vivía, comía y dormía con aquel caso. En la comisaría actuaba con serenidad y no soltaba las riendas, pues a fin de cuentas era la persona de referencia para todos los demás investigadores; pero a solas en su casa, se cuestionaba a sí mismo todos y cada uno de los movimientos que hacía. Tenía colgadas en la puerta del refrigerador las fotos de las víctimas; en el espejo del baño había confeccionado una lista horaria, con un rotulador borrable, de las actividades de Peter. Se despertaba en plena noche y se sentaba haciéndose una lista de preguntas: ¿Qué estaría haciendo Peter en su casa antes de salir para el colegio? ¿Qué más habría en su computadora? ¿Dónde había aprendido a disparar? ¿Cómo había conseguido las armas? ¿De dónde procedía tanta rabia?
Durante el día, sin embargo, el problema era la gran cantidad de información a procesar, y la aún mayor cantidad de datos que había que filtrar. En aquellos momentos, tenía a Joan McCabe sentada delante de él. La mujer se había desahogado llorando con la ayuda de la última caja de Kleenex que quedaba en toda la comisaría, y ahora había hecho una bola de pañuelos de papel en el puño.
– Lo siento-le decía a Patrick-. Yo creía que sería más fácil cuanto más hablara de ello.
– Me temo que no es tan sencillo-dijo él con amabilidad-. De verdad que le agradezco que se haya tomado la molestia de venir a hablar de su hermano.
Ed McCabe era el único profesor que había resultado muerto en el tiroteo. Su clase estaba al final de la escalera, en el camino de paso hacia el gimnasio. Había tenido la mala suerte de salir del aula para intentar detener al agresor. Según datos del instituto, Peter había tenido a McCabe como profesor de matemáticas en décimo curso. Había sacado notables con él. Nadie recordaba que no se hubiera entendido con McCabe aquel año; la mayoría del resto de los alumnos ni siquiera recordaba la presencia de Peter en clase.
– La verdad es que yo no puedo decirle más-concluyó Joan-. Puede que Philip recuerde algo.
– ¿Su esposo?
Joan alzó los ojos hacia él.
– No. Era la pareja de Ed.
Patrick se recostó en su asiento.
– ¿La…pareja?
– Ed era gay-explicó Joan.
Aquello podía significar algo. O no, como todo lo demás. Por lo que ahora sabía Patrick, Ed McCabe, que hacía media hora no era más que una infortunada víctima, podría haber sido la causa que había desencadenado la matanza de Peter.
– En el instituto no lo sabía nadie-dijo Joan-. Supongo que tenía miedo de suscitar reacciones en contra. A la gente de la ciudad le decía que Philip era su antiguo compañero de habitación de la facultad.
Otra víctima, de las que aún seguían con vida, era Natalie Zlenko. Había resultado herida en el costado, y habían tenido que extirparle parcialmente el hígado. Patrick creía recordar haber visto que era presidenta del GLAAD [8]del Instituto Sterling. Era una de las primeras personas a las que habían disparado; McCabe había sido una de las últimas.
Quizá Peter Houghton era homófobo.
Patrick le entregó a Joan su tarjeta.
– Me gustaría mucho hablar con Philip-dijo.
Lacy Houghton depositó una tetera y un plato con apio delante de Selena.
– No tengo leche. Salí a comprar, pero…-Su voz se fue apagando, y Selena trató de completar la frase.
– Le agradezco de verdad que haya aceptado hablar conmigo-le dijo Selena-. Todo lo que pueda decirme lo usaremos para ayudar a Peter.
Lacy asintió moviendo la cabeza.
– Todo…-dijo-. Cualquier cosa que quiera saber…
– Bueno, empecemos por lo más sencillo. ¿Dónde nació?
– Aquí mismo, en la clínica Dartmouth-Hitchcock-dijo Lacy.
– ¿Fue un parto normal?
– Totalmente normal. Sin ninguna complicación.-Esbozó una leve sonrisa-. Cuando estaba embarazada, caminaba casi cinco kilómetros todos los días. Lewis decía que acabaría pariendo en cualquier portal.
– ¿Le dio el pecho? ¿Era de buen comer?
– Lo siento, no veo por qué…
– Porque tenemos que comprobar si podría existir algún tipo de desorden mental-dijo Selena sin rodeos-. Un problema somático.
– Oh-dijo Lacy con voz débil-. Sí, le di el pecho. Siempre fue un niño muy sano. Quizá un poco más pequeño de talla que otros chicos de su edad, pero tampoco Lewis ni yo somos personas muy corpulentas.
– ¿Qué puede decirme del desarrollo de sus habilidades sociales cuando era pequeño?
– Nunca tuvo muchos amigos-dijo Lacy-. No tantos como Joey.
– ¿Joey?
– El hermano mayor de Peter. Dos años mayor. Peter siempre fue menos movido. Se burlaban de él por su talla y porque no era tan buen deportista como Joey…
– ¿Cómo es la relación entre Peter y Joey?
Lacy bajó los ojos, mirándose las nudosas manos.
– Joey murió hace un año. En un accidente de tráfico, por culpa de un conductor borracho.
Selena dejó de escribir.
– Cuánto lo siento.
– Sí-dijo Lacy-. Yo también.
Selena se inclinó ligeramente hacia atrás en su silla. Sabía muy bien que era una tontería, pero por si la desgracia fuera un mal contagioso, no quería acercarse mucho. Pensó en Sam, al que había dejado durmiendo aquella mañana en su cuna. Durante la noche se había quitado un calcetín a patadas; tenía los dedos de los pies gorditos como arvejas tempranas; a Selena le daban ganas de comérselo a besos. Así era gran parte de la terminología del lenguaje del amor: devorar a alguien con los ojos, beber los vientos por alguien, comérselo a besos. El amor era sustento que se deshacía y circulaba por el torrente sanguíneo.
Se volvió hacia Lacy.
– ¿Peter se llevaba bien con Joey?
– Oh, Peter adoraba a su hermano mayor.
– ¿Eso se lo dijo él?
Lacy se encogió de hombros.
– No tenía que decírmelo. Iba a ver todos los partidos de fútbol de Joey, y gritaba y animaba igual que nosotros. Cuando entró en el instituto, todos esperaban grandes cosas de él, porque era el hermano pequeño de Joey.
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