Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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Lavó la manga en el baño y la escurrió bien. Luego, con la toga en las manos, se encaminó a su despacho. Pero la idea de permanecer media hora sentada allí sola, sin hacer nada, le pareció tan deprimente que en lugar de eso decidió pasear por los pasillos del juzgado de Keene. Se metió por rincones por los que nunca antes había estado, y fue a parar a la puerta de un sótano que daba a una zona de carga.

Fuera se encontró con una mujer vestida con el traje verde de los empleados de mantenimiento fumando un cigarrillo. En el aire se respiraba el invierno y la escarcha brillaba en el asfalto como cristales rotos. Alex se abrazó a sí misma, era muy posible que allí fuera hiciera más frío aún que en su despacho, y le hizo un gesto con la cabeza a la desconocida.

– Hola-saludó.

– Eh.-La mujer dejó escapar una bocanada de humo-. No te había visto nunca por aquí. ¿Cómo te llamas?

– Alex.

– Yo Liz, y soy el departamento de mantenimiento del edificio al completo.-Sonrió-. ¿Y tú en qué sección trabajas?

Alex se metió la mano en el bolsillo buscando una cajita de Tic-Tacs, no porque necesitara una bolita de menta, sino porque quería ganar un poco más de tiempo antes de que aquella conversación diera un brusco frenazo.

– Bueno-dijo-, yo soy la jueza.

Al instante, el rostro de Liz se tornó serio, y ella retrocedió, incómoda.

– Vaya, es un fastidio habértelo dicho, porque me ha encantado que hayas entablado conversación conmigo, así tan fácil y tan amable. No creo que haya nadie más por aquí dispuesto a hacerlo y…bueno, eso hace que te sientas un poco sola.-Alex dudó unos segundos-. ¿Crees que serías capaz de olvidar que soy la jueza?

Liz aplastó la colilla de su cigarrillo con la bota.

– Depende.

Alex asintió con la cabeza. Hizo girar la pequeña caja de plástico de bolitas de menta en la palma de la mano. Hicieron un ruido de sonajero.

– ¿Quieres una?

Tras pensárselo un segundo, Liz alargó la mano con la palma hacia arriba.

– Gracias, Alex-dijo, y sonrió.

Peter había tomado la costumbre de merodear como un fantasma por su propia casa. Estaba allí, enclaustrado, lo cual tenía algo que ver con el hecho de que Josie ya no fuese nunca, cuando antes solían quedar tres o cuatro veces por semana después del colegio. Joey no quería jugar con él, pues su hermano siempre estaba ocupado, o bien entrenando a fútbol, o bien jugando con un juego de computadora en el que tenías que conducir como una exhalación por una pista de carreras con unas curvas retorcidas como un clip de sujetar papeles. Todo ello significaba que, a la práctica, Peter no tenía nada que hacer.

Una noche, después de cenar, oyó ruidos en el sótano. No había vuelto a bajar allí desde la tarde en que su madre lo había encontrado con Josie con el rifle en las manos, pero en aquellos momentos se sintió atraído hacia el banco de trabajo de su padre como una mariposa hacia la luz. Bajó y vio a su padre sentado en una silla, delante de la mesa y sosteniendo la mismísima arma que tantos problemas le había ocasionado a él.

– ¿No tendrías que estar preparándote para irte a la cama?-le preguntó su padre.

– No tengo sueño.-Observaba cómo las manos de su padre acariciaban el largo cañón del rifle.

– Es precioso, ¿verdad? Es un Remington 721. Un 30-06.-El padre de Peter se volvió hacia él-. ¿Quieres ayudarme a limpiarlo?

Peter miró instintivamente hacia la escalera que subía a la planta baja, donde su madre estaba fregando los platos de la cena.

– Si te gustan las armas como me imagino, Peter, lo primero que tienes que hacer es aprender a respetarlas. Es mejor prevenir que lamentar, ¿estamos? Esto sí que no lo discute ni tu madre.-Acunaba el arma en el regazo-. Un arma de fuego es una cosa muy, muy peligrosa, pero lo que la hace tan peligrosa es que la mayoría de la gente no entiende su funcionamiento. Sin embargo, una vez que sabes cómo se maneja, no lo es más que cualquier otra herramienta, como un martillo, o un destornillador, y no funcionará a menos que sepas cómo sostenerla y utilizarla correctamente. ¿Lo has entendido?

Peter no lo había entendido, pero no iba a decírselo a su padre. ¡Lo que quería era aprender a usar un rifle de verdad! Ninguno de aquellos idiotas de su clase, aquellos auténticos imbéciles, podía decir lo mismo.

– Lo primero que hay que hacer es abrirla, así, para asegurarnos de que no han quedado balas en el interior. Hay que mirar en la recámara, aquí abajo. ¿Ves alguna?-Peter sacudió la cabeza-. Pues vuelve a comprobarlo. Nunca lo habrás comprobado demasiadas veces. Fíjate bien en este botoncito de debajo del cajón del mecanismo, justo delante del guardamontes. Apretándolo, se abre del todo.

Peter observó cómo su padre quitaba el gran trinquete plateado que unía la culata al cañón del rifle, con toda facilidad. Luego agarró una botella de disolvente de la mesa de trabajo, «Hoppes #9», leyó Peter, y derramó un poco del mismo en un trapo.

– No hay nada como ir a cazar, Peter-le dijo su padre-. Ir al bosque mientras el resto del mundo está durmiendo…ver ese venado que levanta la vista y te mira directamente a los ojos…-Sostuvo unos segundos el trapo en alto, y Peter sintió que la cabeza le daba vueltas debido al olor; luego se puso a frotar el metal con el trapo empapado de disolvente-. Ven, ¿por qué no lo haces tú?

Peter se quedó boquiabierto. ¿Le estaba pidiendo que tomara el rifle, después de lo que había pasado con Josie? Puede que fuera porque su padre estaba delante, vigilando, pero también podía ser una trampa para castigarlo por querer tomarlo de nuevo. Lo hizo con timidez, y una vez más le sorprendió su increíble peso. En un videojuego de Joey llamado Big Buck Hunter, los personajes manejaban sus rifles como si fueran ligeros como una pluma.

No era ninguna trampa. Su padre quería que lo ayudara de verdad. Peter vio cómo levantaba otra pequeña lata, con un aceite para engrasar armas, y vertía unas gotas de su contenido en un trapo limpio.

– Ahora lo secamos bien y echamos una gota en el martillo percutor…¿Quieres saber cómo funciona un arma de fuego, Peter? Ven aquí.-Le señaló el martillo percutor, un diminuto círculo dentro de otro círculo mayor-. Aquí dentro, donde no puedes verlo, hay un resorte muy grande en forma de muelle. Cuando aprietas el gatillo, ese resorte se suelta, lo que hace que el martillo percutor avance con fuerza…-Apuntó una fracción de segundo con el índice y el pulgar extendidos, a modo de ilustración-. La punta del martillo percutor golpea en el centro de la chapa de la bala…haciendo mella en un pequeño botón plateado llamado iniciador. Al producirse la muesca en la chapa, se incendia la carga de pólvora que hay dentro del casquillo de metal, que es el cartucho de la bala. Tú ya has visto cómo es, ¿verdad? Cuando la pólvora prende y explota, crea una presión tal dentro del cartucho que la bala que hay dentro de éste sale disparada.

El padre de Peter le quitó la pieza desmontada de las manos, la engrasó con el paño y la dejó a un lado.

– Y ahora fíjate en el cañón.-Apuntó con el rifle como si fuera a dispararle a una bombilla que colgaba del techo-. ¿Qué ves?

Peter miró dentro del tubo del cañón, desde la parte de detrás.

– Es como los macarrones que hace mamá.

– Sí, algo así. ¿Rotini? ¿No se llaman así? El interior del cañón es como las vueltas de una tuerca. Al salir la bala propulsada y pasar por esas estrías, sale al exterior girando sobre sí misma. Es como cuando lanzas una pelota de fútbol americano y, además de ir impulsada hacia adelante, va rodando de lado.

Alguna vez, cuando jugaba en el patio de atrás con su padre y con Joey, Peter había intentado lanzar la pelota aplicándole ese tipo de giro, pero tenía la mano demasiado pequeña, o la pelota era demasiado grande, y la mayoría de las veces acababa cayéndole sobre los pies.

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