Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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– ¿Un collage de amor?

– No seas tan antijardín.

– No lo soy. En realidad soy de la opinión de que todo lo que uno necesita saber acerca de la ley lo aprende en el jardín de infantes. Ya sabes: no se pega, no se toma lo que no es tuyo…No se mata, no se viola…

– Ah, sí, ya me acuerdo de esa lección. Justo después del almuerzo-dijo Lacy.

– Ya me entiendes lo que quiero decir. Todo es un contrato social.

– ¿Y qué pasa si acabas sentada en un estrado y tienes que defender una ley en la que no crees?

– En primer lugar, eso es mucho suponer-contestó Alex-. En segundo lugar, yo lo haría. Me sentiría terrible, pero lo haría. La gente no quiere jueces con programas de actuación propios, créeme.

Lacy desgarraba el borde del papel formando flecos.

– Si tanto te identificas con tu trabajo, entonces, ¿cuándo puedes ser tú misma?

Alex sonrió y formó otra palabra malsonante con las varillas de colores.

– En los días de puertas abiertas de los colegios, supongo.

De pronto apareció Josie, con las mejillas sonrosadas y sofocada, procedente de la clase de gimnasia.

– Mami-dijo, tirando de la mano de Alex mientras Peter se subía al regazo de Lacy-, ya hemos acabado.

Lacy y Alex estaban en el rincón de construcción, montando una Gran Sorpresa. Ahora se levantaron, dejándose conducir más allá de la estantería de libros y las pilas de diminutas carpetas, de la mesa de ciencias naturales, con su experimento de descomposición de una calabaza, cuyas piel picada y carne pulposa le recordaron a Alex el rostro de un fiscal al que conocía.

– Ésta es nuestra casa-anunció Josie, empujando un bloque que hacía las veces de puerta principal-. Estamos casados.

Lacy le dio un codazo a Alex.

– Siempre he soñado con llevarme bien con mi familia política.

Peter se colocó junto a una cocina de madera y empezó a preparar platos imaginarios en un pote de plástico. Josie se puso una bata de laboratorio que le venía exageradamente grande.

– Tengo que irme al trabajo. Volveré para la cena.

– Muy bien-dijo Peter-. Haré albóndigas.

– ¿Cuál es tu profesión?-le preguntó Alex a Josie.

– Soy jueza. Trabajo enviando a la gente a la cárcel y luego vuelvo a casa y como espaguetis.-Dio la vuelta entera a la casa hecha de bloques y volvió a entrar en ella por la puerta principal.

– Siéntate-le dijo Peter-. Llegas tarde otra vez.

Lacy cerró los ojos.

– ¿Yo soy así de verdad, o es como si me mirara en un espejo deformado?

Contemplaron cómo Josie y Peter apartaban sus platos y se iban hacia otro rincón de su casa de bloques, un pequeño habitáculo cuadrangular dentro del cuadrado más grande de la casa. Se tumbaron dentro.

– Ésta es la cama-explicó Josie.

La maestra se acercó por detrás de Alex y Lacy.

– Se pasan el rato jugando a casitas-dijo-. ¿No son una preciosura?

Alex vio cómo Peter se acurrucaba, colocándose de costado. Josie se abrazaba a él, pasándole el brazo alrededor de la cintura. Se preguntó cómo era posible que su hija se hubiera formado una imagen mental como aquélla de una pareja, dado que jamás había visto a su madre con nadie, ni siquiera salir para una cita.

Vio que Lacy se apoyaba en uno de los cubículos formados por los bloques y escribía en su pequeño pedazo de papel: TIERNO. Aquella palabra, en efecto, describía a Peter. Era un niño demasiado tierno. Necesitaba que alguien como Josie, aferrada a él como una ostra, le protegiera.

Alex agarró un lápiz y alisó su trozo de papel. Los adjetivos se le amontonaban en la cabeza, había tantos que podían aplicarse a su hija: dinámica, leal, brillante, impresionante…Pero se sorprendió a sí misma formando las diferentes letras.

MÍA, escribió.

Cuando esta vez la fiambrera chocó contra el asfalto, se abrió por los goznes, y el coche que iba detrás del autobús escolar aplastó el sándwich de atún y la bolsa de Doritos. El conductor del autobús no se dio cuenta, como de costumbre. A aquellas alturas, los de quinto curso habían adquirido tal pericia, que abrían y cerraban la ventanilla sin que a nadie le hubiera dado tiempo de gritarles que no lo hicieran. Peter notaba cómo se le llenaban los ojos de lágrimas mientras los demás chicos entrechocaban las palmas felicitándose. En su cabeza podía oír la voz de su madre: ¡aquél era el momento en que él debía hacer valer sus derechos! Pero su madre no entendía que lo único que conseguiría sería empeorar las cosas.

– Oh, Peter-suspiró Josie, mientras él volvía a sentarse junto a ella.

Bajó la vista, mirándose los guantes.

– Me parece que no podré ir a tu casa el viernes.

– ¿Por qué?

– Porque mi mamá me dijo que me castigaría si volvía a perder la fiambrera.

– Pero eso es injusto-dijo Josie.

Peter se encogió de hombros.

– Bueno. Todo es injusto.

Nadie se quedó más sorprendido que Alex cuando la gobernadora de New Hampshire seleccionó una lista final de tres candidatos para el puesto de juez de tribunal de distrito en la que ella estaba incluida. Aunque era lógico que Jeanne Shaheen, una gobernadora joven, mujer y del Partido Demócrata, hubiera querido incluir en la lista a una abogada joven, mujer y demócrata, cuando Alex fue a la entrevista, aún le duraba el estado de ebriedad en que la había sumido la noticia.

La gobernadora era más joven de lo que esperaba, y más guapa. «Que es exactamente lo que la mayoría de la gente pensará de mí, si llego al estrado», se dijo. Se sentó y metió las manos debajo de los muslos para evitar que le temblaran.

– Si la nombro a usted-le dijo la gobernadora-, ¿hay algo que yo debiera saber?

– ¿Se refiere a si guardo algún cadáver en el armario?

Shaheen asintió con la cabeza. Lo que de verdad contaba a la hora de una designación gubernamental era si el nominado iba a dejar en buen o mal lugar al gobernador. Shaheen intentaba poner los puntos sobre las íes antes de tomar una decisión oficial, y esto sólo podía suscitar la admiración por parte de Alex.

– ¿Va a presentarse alguien en medio de la sesión constituyente del Consejo Ejecutivo para oponerse a su nominación?-le preguntó la gobernadora.

– Depende. ¿Piensa conceder alguna amnistía en la prisión del Estado?

Shaheen se rió.

– Entiendo que ahí es donde han acabado sus desdichados clientes.

La gobernadora se puso en pie y estrechó la mano de Alex.

– Creo que vamos a entendernos, Alex-dijo.

Maine y New Hampshire eran los dos únicos Estados del país que todavía contaban con un Consejo Ejecutivo, un comité que supervisaba directamente las decisiones del gobernador. Para Alex, eso significaba que en el mes que iba a transcurrir desde su nominación a la sesión pública de su confirmación en el cargo, tenía que hacer todo lo posible por apaciguar a cinco hombres republicanos para evitar que la pusieran en la picota.

Los visitaba semanalmente, les preguntaba si tenían alguna pregunta que necesitara de una respuesta por su parte. Había tenido incluso que buscarse varios testigos para que declararan a su favor en la sesión de confirmación. Después de los años pasados en la oficina de abogados del Estado, debería haberse tratado de una tarea sencilla, pero el Consejo Ejecutivo no quería escuchar a abogados. Querían escuchar a la comunidad en la que Alex vivía y trabajaba, así que ésta tuvo que recurrir desde la maestra de primer curso hasta a un policía al que ella le caía simpática a pesar de su complicidad con el Lado Oscuro. La parte más difícil para Alex fue tener que aludir a todos sus favores anteriores para lograr que aquellas personas estuvieran dispuestas a testificar, pero también dejarles claro que, si era refrendada en su cargo como jueza, no iba a poder corresponderles con nada a cambio.

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