Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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El cometido de la comisión era proporcionar a la gobernadora una lista final de candidatos preseleccionados. Las entrevistas de la comisión judicial tenían lugar en Bridges House, la antigua residencia de la gobernadora en East Concord. Seguían un orden escalonado, de modo que los candidatos entraran por una puerta y salieran por otra, presumiblemente con el fin de que ninguno supiera quiénes eran los demás postulantes.

Los doce miembros de la comisión eran abogados, policías, directores ejecutivos de organizaciones de defensa de víctimas. Se quedaron mirando a Alex con tal fijeza que ella esperaba que la cara se le encendiera en llamas de un momento a otro. Tampoco la ayudaba demasiado haberse pasado media noche levantada por Josie, que, después de tener una pesadilla sobre una boa constrictora, había tenido miedo de volverse a la cama. Alex no sabía quiénes eran los demás candidatos al puesto, pero habría apostado a que no eran madres solteras que se hubieran visto obligadas a hurgar en los conductos del radiador con una varilla a las tres de la madrugada para demostrarle a su hija que no había serpientes escondidas en las oscuras tuberías.

– Me gusta el ritmo de trabajo-dijo con tiento, en respuesta a una de las preguntas. Sabía que había respuestas que eran las que esperaban que diera. La habilidad consistía quizá en revestir los tópicos y las contestaciones previsibles con una muestra de su personalidad-. Me gusta la presión que supone tomar una decisión rápida. Conozco muy bien cuáles son las reglas que hay que aplicar a las pruebas presentadas. He participado en juicios cuyos jueces no habían hecho el trabajo previo que les correspondía, y yo sé que ésa no sería mi manera de actuar.

Vaciló unos segundos, mientras miraba a los hombres y mujeres a su alrededor, preguntándose si debía crearse un personaje, como la mayoría de las demás personas que optaban a cargos judiciales (y que procedían de las venerables filas de las fiscalías), o si por el contrario debía ser ella misma y permitir que se le viera el forro de su toga de abogada estatal.

Oh, demonios.

– Supongo que el motivo principal por el que quiero ser jueza es porque me gusta que un tribunal sea un marco en el que prevalezca la igualdad de oportunidades. Cuando alguien tiene que acudir a un juicio, durante el breve período de tiempo que permanece en él, su caso es lo más importante que existe en el mundo para todos los allí presentes. El sistema está trabajando para ti. No importa quién eres, ni de dónde vienes…El trato que recibas dependerá de lo que diga la ley, no de las variables socioeconómicas.

Uno de los miembros de la comisión consultó sus notas.

– ¿Qué es para usted un buen juez, señora Cormier?

Alex sintió cómo le bajaba un hilo de sudor entre los omoplatos.

– El que sabe ser paciente pero firme. No pierde el control, sin ser arrogante. Atiende a lo que dicen las pruebas y los testigos, pero también a las reglas del tribunal.-Hizo una pausa-. Es probable que esto no sea lo que están acostumbrados a escuchar, pero yo pienso que un buen juez sea probablemente un as del tangram.

Una mujer de edad, perteneciente a un grupo en defensa de víctimas, la miró parpadeando.

– Perdón, ¿cómo ha dicho?

– El tangram. Verá, yo soy madre. Tengo una hija de cinco años. Se trata de un juego en el que te dan la silueta geométrica de una figura: un barco, un tren, un pájaro. Y tú tienes una serie de piezas geométricas sueltas, triángulos, paralelogramos, unas más grandes que otras, con las que tienes que formar la figura inicial. Es un juego sencillo para quien sabe disponer y relacionar espacios, porque hay que ser capaz de ver lo que conllevan una serie de piezas geométricas regulares. Ser juez es algo parecido. Se te presentan un montón de factores en conflicto, las partes involucradas, las víctimas, la aplicación de la ley, la sociedad, incluso los precedentes…Y de algún modo tienes que saber resolver el problema dentro de un marco dado.

Durante el incómodo silencio que siguió, Alex volvió la cabeza y captó a través de una ventana la imagen fugaz del siguiente entrevistado, que atravesaba el vestíbulo principal. Pestañeó, segura de haber visto mal, aunque no se olvidan tan fácilmente los rizos plateados que una vez se acariciaron; no se borra de un plumazo la geografía de las mejillas y el mentón que otrora se recorriera con los propios labios. Logan Rourke, su profesor de derecho procesal, su antiguo amante, el padre de su hija, acababa de entrar en el edificio y de cerrar la puerta.

Al parecer, él también era candidato al cargo.

Alex respiró hondo, más decidida que nunca a ganar aquel puesto.

– ¿Señora Cormier?-repitió la mujer mayor, y Alex comprendió que no había escuchado la pregunta que acababan de hacerle.

– Sí, ¿perdón?

– Le preguntaba si tiene usted mucho éxito jugando al tangram.

Alex la miró a los ojos.

– Señora-dijo, esbozando una amplia sonrisa-. Soy la campeona del estado de New Hampshire.

Al principio los números parecían más chatos y nada más. Pero con el tiempo empezaron a emborronarse un poco, y Peter tenía que entornar los ojos o bien acercarse más para ver si era un 3 o un 8. La maestra lo envió a la enfermera, que olía a bolsitas de té usadas y a pies, y que le hizo mirar un gráfico colgado de la pared.

Sus anteojos nuevos eran ligeros como una pluma y tenían unos cristales especiales que no se rayaban aunque se cayeran al suelo y al cajón de arena del patio. La montura era de metal, demasiado fino, en su opinión, para aguantar las curvadas piezas transparentes que hacían que sus ojos parecieran los de una lechuza: enormes, brillantes, azules.

Cuando le pusieron los anteojos, Peter se quedó pasmado. De pronto, la masa confusa del horizonte se concretó formando una granja, con graneros y campos y grupos de vacas. Las letras de la señal roja decían STOP. Y descubrió líneas diminutas, como las arrugas de sus nudillos, o las comisuras de los ojos de su madre. Todos los superhéroes tenían accesorios, como el cinturón de Batman, o la capa de Superman; las gafas eran el suyo, y le proporcionaban visión de rayos X. Estaba tan ilusionado con sus lentes nuevos que durmió con ellos puestos.

Sólo cuando fue al colegio al día siguiente comprendió que a la par que veía más, también oía más cosas: «cuatro-ojos, topo-ciego». Sus lentes habían dejado de ser una marca distintiva, para pasar a ser una lacra, otra cosa más que le hacía ser diferente del resto. Y eso no era lo peor.

A medida que el mundo ganaba nitidez, Peter distinguía la expresión con que los demás lo miraban. Como si fuera motivo de chiste.

Y Peter, con su visión recuperada, bajaba los ojos para no tener que ver.

– Somos unas madres muy subversivas-le dijo Alex en voz baja a Lacy, sentadas las dos con las rodillas en alto, como saltamontes, en uno de los diminutos pupitres durante el día de puertas abiertas de la escuela. Tomó las varillas de colores agrupadas en diferentes unidades, utilizadas para enseñar matemáticas, y las dispuso de modo que formaron una imprecación.

– Todo es muy gracioso y muy divertido hasta que viene alguien y se erige en juez-bromeó Lacy, deshaciendo la palabra con la mano.

– ¿Tienes miedo de que te eche de la escuela?-rió Alex-. En cuanto a lo de ser juez, me parece que, en mi caso, tengo tantas probabilidades como de que me toque la lotería.

– Ya veremos-contestó Lacy.

La maestra se inclinó entre las dos mujeres y entregó a cada una un pedazo de papel.

– Estoy proponiendo a todos los padres que escriban la palabra que crean que mejor describe a su hijo. Luego haremos un collage de amor con todas.

Alex miró a Lacy.

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