La maestra sonrió.
– Yo no lo veo como una debilidad. Es sensible, y dulce. Pero ese temperamento hace que, en lugar de salir corriendo con los demás chicos para jugar a policías y ladrones, prefiera quedarse pintando con Josie en un rincón. Los demás niños de la clase lo notan.
Lacy se acordó de cuando ella estaba en la escuela primaria. Sería no mucho mayor que Peter, y criaron pollos en una incubadora. Los seis huevos se abrieron, pero uno de los pollos nació con una pata malformada. Siempre llegaba último al comedero y al bebedero, y era más tímido y estaba más enclenque que sus hermanos. Un día, ante los horrorizados ojos de toda la clase, los demás pollos se pusieron a picotear al pollito lisiado hasta matarlo.
– No crea que toleramos el comportamiento de los demás chicos-le aseguró a Lacy la maestra-. Cuando vemos que alguien se pasa, lo mandamos de inmediato al director.-Abrió la boca como para añadir algo más, pero finalmente guardó silencio.
– ¿Qué iba a decir?
La maestra bajó la vista.
– Pues que, por desgracia, esta medida tiene a veces el efecto contrario. Los chicos identifican entonces a Peter como la razón de que hayan tenido problemas, lo cual perpetúa el círculo de violencia.
Lacy sintió que se le acaloraba el rostro.
– Y, personalmente, ¿qué medidas toma usted para evitar que esto vuelva a suceder?
Esperaba que la maestra le hablara de cosas como sentar al abusón en una silla para que reflexionara, o de algún tipo de castigo a aplicar si Peter era de nuevo atacado por el grupo. Pero en lugar de eso la joven dijo:
– Estoy tratando de enseñarle a Peter a defenderse solo. Si alguien se le cuela en la cola de la comida, o si se burlan de él, enseñarle a replicar en lugar de aceptarlo.
Lacy parpadeó.
– No…no puedo creer lo que oigo. Entonces, si le empujan, ¿tiene que devolver el empujón? Si le tiran la comida al suelo, ¿tiene que hacer él lo mismo?
– Por supuesto que no…
– ¿Está diciéndome que, para que Peter se sienta a salvo en la escuela, va a tener que empezar a comportarse como los chicos que le están fastidiando?
– No. De lo que le estoy hablando es de la realidad de la escuela primaria-la corrigió la maestra-. Mire, señora Houghton, si usted lo prefiere, yo puedo decirle lo que usted desea escuchar. Podría decirle que Peter es un niño maravilloso, que lo es, que la escuela enseñará tolerancia y disciplina a los niños que han estado convirtiendo la vida de Peter en un tormento, y que todo eso bastará para acabar con la situación. Pero la triste realidad es que, si Peter quiere que las cosas cambien, él va a tener que poner de su parte.
Lacy bajó los ojos mirándose las manos, que parecían las de un gigante sobre la superficie del minúsculo pupitre.
– Gracias. Por su sinceridad al menos.
Se levantó con cuidado, porque es la mejor manera de conducirse en un mundo en el que ya no encajas, y salió de aquella clase del curso de preescolar.
Peter la esperaba sentado en un pequeño banco de madera del vestíbulo, debajo de los casilleros. Su trabajo como madre era apartar los obstáculos del camino de su hijo para que no tropezara con ellos. Pero ¿y si no podía estar todo el tiempo allanándole el sendero como una apisonadora? ¿Era eso lo que había querido decirle la maestra?
Se puso en cuclillas delante de Peter y le sostuvo las manitas.
– Tú sabes que yo te quiero mucho, ¿verdad?-dijo Lacy.
Peter asintió con la cabeza.
– Y sabes que sólo quiero lo mejor para ti.
– Sí-dijo Peter.
– Ya sé lo de las fiambreras. Sé lo que pasa con Drew. Me he enterado de que Josie le pegó. Sé las cosas que te dice ese…-Lacy notó que los ojos se le llenaban de lágrimas-. La próxima vez que pase, no dejes que te maltraten, tienes que arreglártelas tú solito. Tienes que hacerlo, Peter, o si no yo…yo…voy a tener que castigarte.
La vida no era justa. A Lacy siempre la habían dejado de lado para los ascensos, por muy duro que hubiera trabajado. Había visto a madres que habían tenido un cuidado escrupuloso durante los embarazos dar a luz niños muertos, y adictas al crack tener hijos sanos. Había visto a chicas de catorce años morir de cáncer de ovario antes de tener siquiera la oportunidad de vivir de verdad. No se puede luchar contra la injusticia del destino. Lo único que se puede hacer es sufrirla y esperar un mañana diferente. Pero por alguna razón, todo eso era más difícil de digerir cuando se trataba de un hijo. A Lacy la desgarraba tener que ser ella la que arrancara aquel velo de inocencia para que Peter pudiera ver que, por mucho que ella le quisiera, por mucho que quisiera un mundo perfecto para él, el mundo real siempre le defraudaría.
Tragó saliva sin dejar de mirar a Peter y sin dejar de pensar en qué podía hacer ella para espolear su autodefensa, cuál podía ser el castigo que le motivara a cambiar de actitud, aunque a ella misma le rompiera el corazón.
– Si esto vuelve a suceder…durante un mes no podrás quedar para jugar con Josie.
Cerró los ojos ante el ultimátum que acababa de darle. No era la forma en que a ella le gustaba llevar las cosas como madre, pero por lo que parecía, sus consejos habituales, ser amable, ser educado, comportarse como uno quisiera que los demás se comportaran, no le había hecho a Peter ningún bien. Si existía una amenaza que pudiera obligar a Peter a rugir, tan fuerte que Drew y todos esos otros niños espantosos salieran con el rabo entre las piernas, Lacy estaba dispuesta a utilizarla.
Le apartó a Peter el pelo de la cara, y vio sus rasgos ensombrecidos por la duda. Pero ¿cómo no? Su madre desde luego nunca le había dado hasta entonces instrucciones como aquéllas.
– Drew es un mequetrefe. Un matón de pacotilla. Y cuando crezca será un mequetrefe más grande aún, y cuando tú te hagas mayor, serás alguien increíble.-Lacy sonrió abiertamente a su hijo-. Algún día, Peter, todo el mundo conocerá tu nombre.
En el patio había dos columpios, y a veces había que esperar turno. Cuando eso sucedía, Peter cruzaba los dedos para que le tocara el columpio al que no le había dado una vuelta completa por encima de la barra de sujeción algún alumno de quinto, lo que hacía que el asiento quedara demasiado alto y que fuera muy difícil subirse. Tenía miedo de caerse del columpio o, lo que era más humillante, no poder siquiera subirse.
Si esperaba turno con Josie, era ella la que se subía al columpio alto, fingiendo que era porque le gustaba más. Pero Peter sabía que ella hacía como que no se daba cuenta de lo mucho que le disgustaba a él.
En el recreo de ese día, sin embargo, en vez de columpiarse, jugaban a girar los columpios una y otra vez, para que las cadenas se retorcieran y luego, al levantar los pies del suelo, los columpios comenzaron a girar sobre sí mismos. Entonces Peter echaba la cabeza hacia atrás y, mirando al cielo, imaginaba que volaba.
Al detenerse, su columpio y el de Josie chocaban, y ellos entrelazaban los pies. Ella se reía, y ambos apretaban los tobillos para quedar unidos, como eslabones humanos.
Él se volvió hacia Josie.
– Quiero gustar a los demás-dijo de repente.
Ella ladeó la cabeza.
– Pero si les gustas.
Peter separó los pies, deshaciendo la unión.
– Me refiero aparte de ti.
Alex necesitó dos días para cumplimentar la solicitud para optar a la plaza de juez, y, cuando acabó, sucedió algo notable: se dio cuenta que quería ser jueza. A pesar de lo que le había dicho a Whit, a pesar de sus reservas anteriores, estaba tomando la decisión correcta de acuerdo con los motivos adecuados.
Cuando la comisión de selección judicial la llamó para una entrevista, le dejaron claro que ese trámite no era general para todos los solicitantes. Que si entrevistaban a Alex era porque se la consideraba seriamente para el cargo.
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