Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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– ¿Quiere que se lo diga yo?

La jueza vaciló, y finalmente asintió agradecida. Patrick se acercó a Josie de nuevo.

– ¿Estás bien?

– Me duele la cabeza. Los médicos dicen que he sufrido una conmoción cerebral y que debo pasar la noche aquí, en observación.-Levantó la vista hacia él-. Supongo que debo darle las gracias por haberme rescatado.-De repente, en su rostro se reflejó un pensamiento que la preocupaba-. ¿Usted sabe cómo está Matt? ¿Era el chico que estaba conmigo en el coche?

Patrick se sentó en el borde de la cama.

– Josie-dijo con suavidad-, no has sufrido ningún accidente de coche. Ha pasado algo en el instituto. Ha entrado un alumno armado y se ha puesto a disparar contra todo el mundo.

Josie sacudió la cabeza, tratando de desprenderse del efecto de aquellas palabras.

– Y Matt es una de las víctimas…

Los ojos de Josie se llenaron de lágrimas.

– ¿Está bien?-preguntó.

Patrick bajó la vista hacia la cama.

– Lo siento.

– No-dijo Josie-. No. Me está mintiendo.

Y empezó a golpear a Patrick, sin mirarlo, en la cara y en el pecho. La jueza se abalanzó hacia ella, tratando de calmarla, pero Josie se había vuelto loca, chillaba, lloraba, arañaba, hasta que dos de las enfermeras de la planta entraron corriendo en la habitación, de la que echaron a Patrick y a la jueza Cormier, para administrarle a Josie un sedante.

En el pasillo, Patrick se apoyó contra la pared y cerró los ojos. Por Dios bendito. ¿Por eso era por lo que iba a tener que hacer pasar a todos sus testigos? Estaba a punto de pedirle disculpas a la jueza por haber alterado de aquel modo a Josie, cuando también ella se enfrentó a él con ferocidad.

– Pero ¿qué diablos pretendía, contándole lo de Matt?

– Usted me lo pidió-replicó Patrick, resentido.

– ¡Le pedí que le contara lo que había pasado en el instituto!-matizó la jueza-. ¡No que le dijera que su novio estaba muerto!

– Sabe perfectamente que Josie se habría enterado tarde o temprano…

– ¡Tarde!-le interrumpió la jueza-. Mucho más tarde.

Las enfermeras aparecieron en la puerta de la habitación.

– Ahora ya duerme-susurró una de ellas-. Volveremos para ver cómo sigue.

Ambos esperaron hasta que las enfermeras ya no podían oírles.

– Escuche-dijo Patrick con firmeza-, hoy he visto chicos con disparos en la cabeza, chicos que no volverán a caminar nunca más, chicos que han muerto por estar en el lugar equivocado en el momento inoportuno. Su hija…está bajo los efectos del shock …pero es una de las afortunadas.

Aquellas palabras tuvieron el efecto de una bofetada. Por un instante, la jueza no parecía ya furiosa. En sus ojos grises se veían desfilar las trágicas situaciones por las que, gracias a Dios, no debería pasar; la tensión en sus labios se aflojó, y entonces, de un modo tan súbito como se habían crispado, sus rasgos se distendieron, impasibles.

– Lo siento. No suelo actuar así normalmente. Es que…ha sido un día terrible.

Por mucho que la miraba, Patrick fue incapaz de encontrar rastro de la emoción que por un momento la había descompuesto. Sin brecha. Así era ella.

– Sé que usted sólo trataba de hacer su trabajo-dijo la jueza.

– Me hubiera gustado hablar con Josie…pero no había venido a eso. He venido porque ella ha sido la primera que…bueno, necesitaba saber que estaba bien.-Le ofreció a la jueza Cormier la más leve de las sonrisas, una de esas que pueden empezar a hacer mella en un corazón-. Cuide de ella-añadió, volviéndose y alejándose por el pasillo, sintiendo el calor de una mirada en la espalda, una muy parecida a una caricia.

DOCE AÑOS ANTES

En su primer día de jardín de infantes, Peter Houghton se despertó a las cuatro y treinta y dos minutos de la mañana. Entró sin hacer ruido en la habitación de sus padres y preguntó si ya era la hora de tomar el autobús de la escuela. Desde que le alcanzaba la memoria, había visto siempre a su hermano Joey tomando el autobús, el cual constituía para él un misterio de proporciones dinámicas: la forma en que rebotaba sobre su hocico amarillo; la puerta que se abría sobre sus goznes como las fauces de un dragón; el quejumbroso suspiro al detenerse en una parada. Peter tenía un autobús de juguete exactamente igual que aquel de verdad en el que Joey se montaba dos veces al día…El mismo autobús en el que también él iba a subirse ahora.

Su madre le dijo que se volviera a su cama y durmiera hasta que se hiciera de día, pero él no pudo. En lugar de ello, se vistió con la ropa que su madre le había comprado especialmente para su primer día de colegio y se tumbó encima de la cama a esperar. Bajó primero para el desayuno; su madre preparó crepes crujientes con chocolate…sus favoritas. Le dio un beso en la mejilla y le tomó una foto sentado a la mesa, desayunando, y luego otra cuando se puso el abrigo y la mochila vacía a la espalda, como el caparazón de una tortuga.

– No puedo creer que mi hijo vaya ya a la escuela-dijo su madre.

Joey, que aquel año empezaba segundo curso, le dijo que dejara de comportarse como un tonto.

– Sólo es el cole-le dijo-. Ya ves tú qué cosa.

La madre de Peter le abrochó el abrigo hasta el cuello.

– También para ti fue una gran cosa en su día-dijo.

Y entonces le dijo a Peter que tenía una sorpresa para él. Fue a la cocina y reapareció con una fiambrera de Superman. El héroe estaba representado con el puño avanzado, como si tratara de perforar el metal. Su cuerpo en relieve sobresalía muy ligeramente de la superficie, como las letras de los libros que leen los invidentes. A Peter le gustó pensar que aunque no pudiera ver, siempre sería capaz de reconocer su fiambrera. La tomó de manos de su madre y la abrazó. Oyó el golpe sordo de una pieza de fruta que rodaba dentro, el ruido del papel encerado al arrugarse, y se imaginó las entrañas de su comida como si fueran órganos misteriosos.

Esperaron al final del camino de entrada, y tal como Peter había soñado una y otra vez, el autobús amarillo apareció por encima de la cresta de la colina.

– ¡La última!-dijo su madre, y le hizo una fotografía más a Peter, con el autobús rezongando al detenerse a su lado-. Joey-le instruyó-, cuida de tu hermano.-Y le dio a Peter un beso en la frente-. Mi chico, qué grande-dijo, apretando los labios con fuerza, como hacía cuando intentaba aguantarse el llanto.

De repente, Peter sintió como si el estómago se le encogiera. ¿Y si el colegio no era tan genial como él se había imaginado? ¿Y si la maestra era como la bruja que salía en aquel programa de la tele que a veces le producía pesadillas? ¿Y si se olvidaba de hacia qué lado se escribía la letra E y todos se reían de él?

Subió con recelo los escalones del autobús. El conductor llevaba una chaqueta del ejército y le faltaban los dos dientes de delante.

– Hay asientos libres al fondo-dijo, y Peter recorrió el pasillo, buscando a Joey.

Su hermano se había sentado con un chico al que él no conocía. Joey lo miró al pasar, pero no le dijo nada.

– ¡Peter!-oyó que lo llamaban.

Se volvió y vio a Josie dando unas palmaditas en el asiento libre junto a ella. Llevaba el pelo oscuro recogido con trenzas y una falda, aunque ella odiaba llevar falda.

– Te lo estaba guardando-dijo Josie.

Se sentó a su lado, y ya se sintió mejor. Iba montado en un autobús. Y además sentado con su mejor amiga.

– Qué fiambrera genial-dijo Josie.

Él la sostuvo en alto para enseñarle a Josie cómo hacer para que pareciera que Superman volaba moviendo la fiambrera, y justo en ese momento una mano apareció desde el otro lado del pasillo. Un chico con brazos de orangután y una gorra de béisbol con la visera hacia atrás arrebató la fiambrera de la mano de Peter.

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