Karl Vereiter - La Marcha De Los Vencidos Dunkerque

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La Marcha De Los Vencidos Dunkerque: краткое содержание, описание и аннотация

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«Como una cuña de acero, las fuerzas blindadas alemanas avanzaban hacia el oeste, hacia el mar, empezando a dibujar sobre los mapas de los estados mayores la gigantesca tenaza que iba a cerrarse a la espalda de las fuerzas francobritánicas que seguían en Bélgica.»
Por primera vez en sus obras, Karl von Vereiter va a colocarse, casi de una manera exclusiva, «del lado aliado» y, más concretamente, del lado británico. De la mano de una pequeña unidad británica, de un grupo de valientes y sufridos hombres, va a hacernos revivir aquellas tremendas jornadas por el largo camino de la esperanza hacia las playas abarrotadas de soldados que miran, con temor e incertidumbre, el brazo de mar que les separa de la vida y de la libertad. Porque Dunkerque no fue una batalla, sino algo mucho más sencillo, más humano. Se trató de una retirada trágica -¿y hay alguna que no lo sea?-. Una retirada con todas las espantosas consecuencias que lleva consigo. Sólo Vereiter podía ser capaz de describir el ambiente opresivo que reina en los corazones de los hombres que se repliegan.

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Algunos, aquellos que estaban junto a los costados, enloquecidos por el pánico, se tiraron por la borda, prefiriendo estar fuera del barco cuando las bombas estallaran sobre él.

Había quien gritaba, quien lloraba, quien rezaba. Pero todos, sin excepción, sentían en sus entrañas la garra fría del miedo.

El cañón y las ametralladoras estaban al rojo.

Bruscamente, las bombas cayeron. Muchas de ellas lo hicieron junto al barco, levantando enormes surtidores de agua que barrieron las cubiertas. Sólo una, con un estremecedor silbido, cayó sobre el London.

Precipitándose junto a la base de una de las chimeneas, perforó la cubierta, adentrándose, en medio de un estrépito formidable, en las entrañas del carguero.

Luego llegó el silencio.

Los hombres retuvieron el aliento, esperando que la espantosa explosión se produjese. Pero nada ocurrió, y cuando vieron que los aparatos enemigos se alejaron, un suspiro de alivio escapó de cientos de gargantas que el pánico había contraído.

En el puente de mando, el capitán del London, W. Simpler, se precipitó al teléfono.

– ¡Resumen de daños! -gritó-. ¿Dónde ha caído esa bomba?

– Junto al cuarto de máquinas, señor -le dijo la voz de uno de los contramaestres-. Al final de la escalerilla de popa.

– ¿Daños?

– Un agujero, una cañería rota… que vamos a taponar en seguida… y un hombre muerto, aplastado por la bomba.

– ¿Uno de los nuestros?

– No. Se trata de un Tommy, un pobre tipo que debió ocultarse allí. Espere, señor…, tenemos su documentación… sí, aquí está. Se llamaba Winston Charles Williams.

– Bien, retiren el cuerpo. ¿Ha examinado la bomba?

– Sí. Y temo, señor… que se trate de una retardada.

– ¡Hay que echarla por la borda!

– Imposible. Está completamente encastrada en la pared metálica. Por debajo, eso sí, desde la sala de máquinas, se le ve el hocico. Si la tocamos, sin saber lo que hacemos, puede explotar de un momento a otro.

– ¡Y si no la tocamos también!

– Así es, señor.

– Y sin un artificiero a bordo… ¡Espere!

Colgó el teléfono, apoderándose del micrófono que estaba conectado con todos los altavoces del buque.

– ¡Atención! -gritó-. Quiero que me escuchen atentamente. Hemos recibido una bomba que sospechamos no ha explotado por llevar un mecanismo retardado. Es imposible extraerla del lugar en el que se halla empotrada…

Hizo una pausa.

– Esa bomba -prosiguió luego- puede explotar de un momento a otro. Sólo hay una manera de que tal cosa no ocurra: desmontar su mecanismo de explosión. Por desgracia, no llevo a bordo ningún artificiero… Si entre ustedes hay un especialista, alguien que se crea capaz de resolver esta papeleta…

Guardó unos segundos de silencio.

– Si la bomba explota -dijo luego-, tendremos que evacuar el barco… sin contar que las calderas podrían explotar al mismo tiempo…

Había pensado en utilizar los seis botes de salvamento, pero no podría, con todos ellos, librar del peligro más que a una pequeñísima parte de los hombres que se abarrotaban en el buque.

Fue John quien, súbitamente iluminado, se acercó al teniente.

– ¿Y si Nick lo hiciera, señor? Es un mecánico estupendo…

Foster se volvió hacia Brandley que, habiendo oído a su compañero se apresuró a protestar, con voz quejumbrosa, dirigiéndose al teniente:

– No puede ser, señor… yo no soy más que un relojero.

– No hay nadie más, muchacho; ya ves que nadie ha contestado. Hay que intentarlo, antes de que sea demasiado tarde.

Mansamente, Nick se dejó conducir hasta el puente de mando.

* * *

La voz corrió por todo el buque. El capitán había pedido auxilio y dos destructores, salidos de Douvres a toda máquina, se dirigían hacia el London.

Pero los soldados, los heridos y los sanos, sabían que un hombre, uno de los suyos, trabajaba, en las entrañas del buque, luchando con un mecanismo que no conocía y que veía por primera vez.

Un silencio ominoso reinaba en el carguero.

John había obtenido permiso para ayudar a su compañero. Cuando llegó abajo, sonrió a Nick que, encaramado sobre una mesa, intentaba destornillar la punta brillante de la bomba que asomaba por el techo.

– Si ocurre algo, quiero estar a tu lado.

Brandley sudaba por todos los poros de su piel.

Estaba impresionado aún por haber visto, cuando descendía hacia la sala de máquinas, el cuerpo de Winston, al que no habían tapado aún.

También lo vio Wilkie, pero no dijo nada.

Minuto tras minuto, Nick fue desenroscando la ojiva de la bomba. Al conseguirlo, retiró la parte metálica, descubriendo en el interior un complicado mecanismo que, no obstante, le hizo sonreír.

– ¿Te ríes ahora? -le preguntó John.

– Estoy contento.

– ¿Por qué?

– Porque esto es, sencillamente, un mecanismo de relojería…

– ¡Menos mal! ¿Podrás desmontarlo?

– Creo que sí.

– ¡Adelante entonces, muchacho!

Mientras atacaba la parte más delicada, una silueta apareció en la escalerilla.

Era el padre Marcel, sonriente, quien se acercó a ellos.

– ¿Cómo va eso, muchachos? -inquirió jovialmente.

Sin volver la cabeza, Nick repuso:

– Rece todo lo que pueda, padre…

– Hace tiempo que lo hago.

Nick sacó su lente y la colocó en su ojo derecho, descubriendo así la intimidad del mortífero mecanismo de retardo.

Fue desmontándolo, pieza por pieza.

Estaba tan empapado en sudor como si acabase de salir de un baño. Pero cuando extrajo, con unas pinzas, el corto tubo del detonante, lanzó una exclamación de gozo.

– ¡Lo he conseguido, John! ¡Lo he conseguido!

Una voz sonó tras ellos.

– ¡Alabado sea el Señor!

Epílogo

Esta vez, el barco era mayor. Había varios. Y, esperándolos en la bocana del puerto, para protegerlos, destructores erizados de cañones, pintados de gris, dejaban escapar un humo denso por sus chimeneas.

Un grupo de Tommies, que acababa de subir a bordo, miraron al hombre que charlaba con otro.

– Es ése… -dijo uno de los soldados-. El más joven. Le han ascendido a sargento. Se llama Nick Brandley y fue el tipo que desmontó la bomba.

– ¿Y el otro?

– El sargento mayor Kirk. Nuestros jefes, amigos.

– Parecen buenas personas.

– No te fíes demasiado. Son duros como el hierro. No olvides que estuvieron en Dunkerque.

Otro de los soldados intervino entonces.

– Yo les he visto despedirse de dos mujeres en el muelle… ¡y qué mujeres, amigos! Una de ellas era enfermera…

– ¡Cierra el pico, idiota! -le gritó otro.

– ¡Cuidado! Aquí llegan…

Se acercaban el sargento mayor y el sargento. El primero, con voz tonante, se encaró con los soldados.

– ¿Qué mierda estáis esperando? ¡Abajo todo el mundo! Y podéis decir que tenéis suerte, pedazo de zopencos. Vais a viajar en literas, como personas… ¡Os hubiese querido ver, como sardinas, cuando salimos de Dunkerque!

Ellos bajaron la cabeza.

Con respeto.

Porque aquel hombre les llenaba de temor. Habían oído hablar mucho de aquella alucinante aventura. Y consideraban a todos los que salieron del infierno de arena, como hombres hechos y derechos, como veteranos, gente dura y avezada.

Una palabra que había entrado, con letras de oro, en las páginas de la historia:

DUNKERQUE.

Datos técnicos de la operación Dynamo

(Evacuación de las tropas aliadas de la bolsa de Dunkerque)

Soldados evacuados (total)… 338.226

Si se suman a éstos los 27.936 hombres que salieron de Dunkerque antes del 26 de mayo, a las 12 de la noche (fecha en que verdaderamente empieza la Operación Dynamo), obtendremos un total general de.. 366.162

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