Se inclinó un poco. Quede claro que el ogro sí existe. El chupador de ojos. Él y otros como él. No han desaparecido del mundo. Y nunca lo harán .
Billy le preguntó si hombres como el que le había robado los ojos eran solamente producto de la guerra, pero el ciego dijo que como la guerra misma era cosa de ellos no podía ser ese el caso. Dijo que a su entender nadie podía dar razón de sus orígenes ni del lugar donde podían aparecer en un momento dado sino tan solo de su existencia. Dijo que quien roba los ojos a alguien roba un mundo y por tanto él mismo queda para siempre oculto. ¿Cómo hablar pues de su ubicación?
Y sus sueños , dijo el chico. ¿ Se han hecho más pálidos ?
El ciego permaneció un rato callado. Igual podía haber estado durmiendo. O quizá esperando que le llegara la inspiración. Finalmente dijo que en su primer año de oscuridad había tenido sueños mucho más vivos de lo que habría cabido esperar y que había llegado al extremo de anhelarlos, pero que tanto los sueños como los recuerdos se habían desvanecido poco a poco hasta extinguirse. No quedó rastro alguno de lo que antaño había existido. El aspecto del mundo. Las caras de los seres queridos. Acabó perdiendo hasta su propia persona. Dijo que como a todo hombre que llega al final de una etapa no le quedaba otra cosa que hacer más que empezar de nuevo. No puedo recordar el mundo de la luz, dijo. Hace tantos años. Ese es un mundo frágil. Lo que vi últimamente era más duradero. Más verdadero .
Habló de sus primeros años de ceguera en los cuales el mundo esperaba ver sus movimientos. Dijo que los que tienen ojos pueden seleccionar lo que desean ver, pero que para el ciego el mundo se presenta dotado de voluntad propia. Dijo que para el ciego todo estaba bruscamente a mano, nada anunciaba jamás su proximidad. Orígenes y destinos se convertían en poco más que un rumor. Moverse es lindar con el mundo. Si uno se queda quieto el mundo se esfuma. En mis primeros años de oscuridad pensaba que la ceguera era una forma de muerte. Estaba equivocado. Perder la vista es como soñar que se cae. Uno piensa que hay un abismo sin fondo. Uno cae y cae. La luz va perdiéndose. El recuerdo de la luz. La memoria del mundo. De tu propia cara. De la carantoña .
Levantó despacio una mano y la sostuvo ante él. Como midiendo alguna cosa. Dijo que si ese caer era una caída hacia la muerte, entonces la muerte era muy distinta de lo que los hombres suponen. ¿Dónde está el mundo en esta caída? ¿Acaso se desvanece a un tiempo con la luz y el recuerdo de la luz? ¿O el mundo no cae? Dijo que en su ceguera se había perdido a sí mismo y perdido toda memoria de sí, pero que en la más honda oscuridad de esa pérdida había descubierto que también había tierra firme y que por ahí debía uno recomenzar.
En este viaje el mundo visible no es más que un entretenimiento. Para los ciegos y para los que ven. En el fondo, sabemos que no podemos ver al buen Dios. Vamos escuchando. ¿Me entiende, joven? Debemos escuchar .
Al ver que callaba, el chico le preguntó si entonces el consejo que el sepulturero había dado a la muchacha en la iglesia había sido engañoso, pero el ciego dijo que la había aconsejado según su propio entendimiento y que no tenía culpa. Hombres así llegaban a asumir la tarea de aconsejar a los muertos. O de encomendarlos a Dios una vez que el cura, los amigos y los hijos se habían ido a sus casas. Dijo que el sepulturero podía tomarse la libertad de hablar de una oscuridad que desconocía, pues si la conociese no podría ser sepulturero. Cuando el chico le preguntó si ese conocimiento era una clase especial de conocimiento exclusivo de los ciegos, el ciego le dijo que no. Dijo que el hombre en general era como el carpintero aquel que trabajaba tan lento por tener las herramientas embotadas que no le quedaba tiempo para afilarlas.
Y las palabras del sepulturero acerca de la justicia?, dijo el chico. ¿ Qué opina usted ?
En ese momento la mujer cosió el cuenco con las cáscaras de huevo y dijo que era tarde y que su marido no debía fatigarse. El chico dijo que lo entendía, pero el ciego dijo que no debían preocuparse por él. Dijo que había tenido ocasión de meditar un poco sobre la pregunta que el chico le hacía. Como habían hecho muchos antes que él y como harían otros cuando él muriera. Dijo que hasta el sepulturero podía comprender que todo cuento era un cuento de oscuridad y de luz y que ya le estaba bien así. Pero la narración tenía aún otra lectura, algo de lo que los hombres no hablaban normalmente. Dijo que los malvados saben que si el mal que cometen es bastante horrendo los hombres no alzarán la voz contra él. Que los hombres solo tienen aguante para los males pequeños y que solo combatirán a estos. Dijo que la verdadera maldad es capaz de bajarle los humos al delincuente a la luz de sus propios actos y que en la contemplación de esa maldad aquel podrá incluso encontrar el camino de la virtud que sus pies no han conocido hasta ese momento y que tal vez no tendrá fuerzas para resistirse a seguirlo. Hasta un individuo así puede sentirse abrumado por lo que descubre y buscar un orden en que apoyarse. No obstante, en todo esto hay dos cosas que tal vez no sabe. No sabe que así como el orden que busca el justo no es la virtud misma sino orden tan solo, el desorden del mal es, de hecho, el verdadero intríngulis. Y tampoco sabe que así como el justo se ve entorpecido a cada momento por su ignorancia del mal, para el mal todo es sencillo, luz y oscuridad por igual. Este hombre del que hablamos tratará de imponer orden y estirpe a cosas que en puridad no los tienen. Llamará al mundo mismo para que testifique sobre la verdad de lo que en el fondo no son sino deseos suyos. En su última encarnación este hombre buscará indemnizar sus palabras con sangre, pues a estas alturas sabrá que las palabras palidecen y pierden su sabor, mientras que el dolor siempre es nuevo.
Quizá haya poca justicia en este mundo, dijo el ciego. Pero no por las razones que el sepulturero supone. Se trata más bien de que la imagen del mundo es todo lo que el hombre conoce del mundo, y esta imagen del mundo es peligrosa. Lo que le fue dado para ayudarlo a abrirse paso en el mundo tiene también la facultad de impedirle ver dónde está su verdadero camino. La llave del cielo puede abrirnos también las puertas del infierno. El mundo que él supone sagrario de todo lo divino se convertirá ante sus ojos en nada más que polvo. Pues para que el mundo sobreviva debe ser renovado día a día. A este hombre se le exigirá que empiece de nuevo, le guste o no. Somos dolientes en la oscuridad. Todos nosotros. ¿Entiende, joven? Los que pueden ver y los que no .
El chico estudió la máscara a la luz de la lámpara. Lo que debemos entender, dijo el ciego, es que a la larga todo es polvo. Todo cuanto puede tocarse. Todo cuanto podemos ver. En ello tenemos la prueba más profunda de la justicia, de la misericordia. En ello vemos la mayor bendición de Dios .
La mujer se levantó. Dijo que era muy tarde. El ciego no hizo ademán de moverse. Siguió sentado. El chico lo miró. Por último le preguntó dónde estaba tanta bienaventuranza. El ciego permaneció un rato en silencio y por fin dijo que si lo que puede tocarse acaba convertido en polvo ya no es posible confundir esas cosas con lo real. Como mucho solo son vestigios, calcos de lo real. Puede que ni siquiera eso. Puede que solo sean obstáculos que hay que sortear en la ceguedad esencial del mundo.
Por la mañana, cuando el chico fue a ensillar su caballo, la mujer estaba repartiendo grano a las aves del corral. Mirlos silvestres descendían de los árboles y se acercaban con cautela y comían entre gansos y gallinas, pero ella les daba de comer a todos sin discriminar. El chico la miró. Pensó que era muy guapa. Ensilló el caballo y lo dejó esperando, dijo adiós y luego montó y se fue. Al mirar hacia atrás ella levantó una mano. Estaba rodeada de aves. Vaya con Dios , le dijo en voz alta.
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