Alberto Vázquez-Figueroa - El señor de las tinieblas

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vázquez-Figueroa - El señor de las tinieblas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. ISBN: , Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El señor de las tinieblas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El señor de las tinieblas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

¿Qué harías si el diablo te ofreciera un pacto: tu alma a cambio de la terapia milagrosa que curase definitivamente el cáncer?… En el laboratorio de un médido e investigador se presenta un periodista que consigue eliminar las células cancerígenas en un santiamén y curar a un paciente moribundo en un momento. A continuación añade que le entregará el secreto a cambio de su alma, pero no se lo pondrá nada fácil… Un novela tan sorprendente como divertida.

El señor de las tinieblas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El señor de las tinieblas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pero en el fondo de su alma sabía a ciencia cierta que no regresaría puesto que durante aquellos últimos días cada vez que cerraba los ojos le venía a la mente el rostro de su madre cuando en la penumbra de su gigantesco dormitorio se consumía hora tras hora, dolor tras dolor, sin que pudiera hacer nada por conservarla a su lado o por aliviar sus espantosos sufrimientos.

Sabía que ella sufría físicamente, pero aún más sufría al comprender cuánto estaba haciendo padecer a su hijo por ser testigo de tan terrible forma de morir.

Una y otra vez suplicaba que se lo llevaran de allí, que lo alejaran de tanta angustia y tan insoportable agonía, pero el pequeño Bruno era ya un muchacho obstinado que se negaba a que le arrebataran ni un solo segundo del tiempo que le quedaba de disfrutar de la presencia de su madre.

Aunque cuanto quedara ya de su madre fuera aquel maltratado despojo al que tan sólo la fe y un infinito amor por su familia, mantenía con vida.

¡Eran tantas las madres de este mundo que morían de aquel modo!

¡Eran tantos los hijos que padecían de igual modo!

¡Eran tantos los seres indefensos que el Cantaclaro había visto pasar por el Corredor de las Lágrimas sin poder hacer nada por retenerlos!

Le asustaba el negro futuro que le aguardaba si se empeñaba en continuar con aquella locura, pero más aún le asustaba el incoloro futuro que le aguardaba si se decidía a renunciar.

Aún no conseguía hacerse a la idea de lo que significaría condenarse por toda la eternidad, pero sí se había hecho la idea de lo que significaría pasar el resto de sus días consciente de que había sido el más cobarde de los seres humanos.

Su obligación, como persona y como médico, era continuar avanzando por un sendero que serpenteaba a través de los más insondables precipicios, y Bruno Guinea era del tipo de hombres que jamás esquivaban sus deberes por mucho que se le exigiera.

Un leve movimiento le distrajo, e instintivamente alzó el rostro hacia el muchacho que había surgido de improviso frente a él, y que le ofrecía en respetuoso silencio un sobre cerrado.

Lo abrió.

Contenía una escueta nota:

«¿Cuál es mi número?»

— ¿Qué significa esto? — quiso saber. El jovencísimo botones le observó perplejo y acabó por limitarse a encogerse de hombros.

— ¿Cómo quiere que lo sepa, señor? — replicó—. Acaban de dejarlo en conserjería y me han ordenado que se lo entregue.

— Gracias.

De nuevo a solas observó con mayor detenimiento el blanco papel sin membrete ni firma.

«¿Cuál es mi número?»

La extraña pregunta se repitió en su mente una incontable cantidad de veces durante el resto de la noche, pero por más vueltas que le dio no consiguió encontrar respuesta alguna que le satisficiera.

Al día siguiente intentó varias veces hablar con el Canaima pero no consiguió localizarle ni en el hospital ni en su casa, y al recordar que era viernes llegó a la conclusión de que probablemente había hecho una de sus cortas escapadas de fin de semana a Sitges, que al parecer era uno de aquellos lugares de la costa a los que solían acudir ciertos hombres con el fin de entablar fugaces amistades.

Consciente por tanto de que se le presentaban dos largos días de total inactividad, puesto que incluso la gorda doña Cecilia parecía haber desaparecido de la faz del planeta, decidió dedicarse a recorrer, sin más compañía que su propio capricho, un curioso país del que apenas sabía lo que había leído en una pequeña guía turística.

Dicha guía comenzaba asegurando, tal como suelen asegurar casi todas las guías de este mundo, que aquél era un país singular, maravilloso, diverso e inimitable, pero lo más curioso fue que muy pronto Bruno Guinea se vio en la obligación de reconocer que sus autores no habían exagerado un ápice.

Tras alquilar, por un precio que se le antojó escandaloso, un desvencijado todoterreno que más bien parecía apropiado para ningún tipo de terreno, abandonó la capital rumbo al suroeste por la sinuosa carretera que descendía hacia la lejana costa del Pacífico, y a los pocos kilómetros se descubrió rodeado por media docena de gigantescos picachos nevados que se recortaban contra un cielo de un azul intensísimo, ya que a más de tres mil metros de altitud y con un aire tan limpio, ese cielo parecía encontrarse increíblemente próximo.

Los lugareños, ataviados con arcaicos ropajes que probablemente no habían evolucionado apenas desde los tiempos del «incario» conformaban con el inmutable paisaje una estampa de la que muy bien podrían haber sido testigo el mismísimo Orellana, puesto que cabría afirmar que los siglos habían cruzado sobre las cumbres de aquellos picachos sin dejar la menor huella de su paso.

Más allá de la prodigiosa Avenida de los Volcanes, es decir, más allá del Cotopaxi, los Illinizas, el Tunguragua, el Rumiñahuí o el impresionante Chimborazo, que con sus más de seis mil metros de altitud había estado considerado durante mucho tiempo la cima del mundo, alcanzó una inquietante ciudad cuyo nombre no era más que una deformación del originario, Llactacunga, que en quechua venía a significar algo así como «Garganta de la Patria».

Al parecer Latacunga había sido en épocas muy remotas un centro clave en la vida del imperio, por lo que aún pudo descubrir en sus alrededores ruinas de viejos palacios, muros de antiquísimas fortalezas y anchos caminos empedrados por los que probablemente siglos atrás viajaron enjoyados caciques a hombros de sufridos esclavos, pero que de tanto en tanto desaparecían bajo una gruesa capa de negro asfalto.

Poco a poco le invadió la sensación de que los cuatro últimos siglos apenas había conseguido arañar la superficie de los muros de la ancestral Llactacunga, y es que en el colorido mercado que se alzaba en el centro de una amplia explanada de hierba, los pequeños y cetrinos nativos tan sólo hablaban quechua mientras realizaban sus trueques sin que mediara dinero, al igual que probablemente hacían en aquellos lejanos tiempos en los que el todopoderoso Inca Huáscar era el dios viviente que gobernaba sobre el mayor de los reinos del continente.

Los indígenas se apartaban a su paso, esquivándole, y no pudo por menos que preguntarse qué hacía él allí, tan lejos de su ambiente, con su alta estatura, sus cabellos claros y sus ojos azules, tan diferente de cuantos le rodeaban como si se tratara en verdad de un ser recién llegado de otro planeta.

Las vendedoras — ya que en su inmensa mayoría eran mujeres — se sentaban en silencio ante sus míseras mercancías: algunas frutas, extraños brebajes o malolientes guisos, y aguardaban pacientes, se podría pensar que casi indiferentes, como si no tuvieran el menor interes en realizar una venta, o como si les importara muy poco emprender el camino de vuelta a sus hogares con cuanto habían traído para tener que regresar al mismo punto y a la misma hora al día siguiente.

No se escuchaba una voz más alta que la otra, ni una llamada de reclamo, ni una risa, y aunque abundaban los niños ni tan siquiera alborotaban, como si tuvieran muy claro que habían nacido en un mundo de resignación y silencio.

De regreso al hotel, aun en cierto modo desconcertado, y podría asegurarse que casi impresionado por cuanto había visto, se encontró con un sobre idéntico al que le habían entregado la tarde anterior, y que contenía exactamente el mismo mensaje:

«¿Cuál es mi número?»

— ¿Quién lo ha traído? — quiso saber.

— Lo ignoro, señor… — fue la desconcertada respuesta del viejo conserje—. Cuando llegué ya estaba en su casillero.

— ¿Y qué significa?

— Si usted no lo sabe, ¿cómo puedo saberlo yo?

Durmió inquieto, atemorizado por el hecho de tener plena conciencia de que estaba siendo juguete de las maquinaciones de la más tenebrosa criatura jamás creada, y tan sólo consiguió descansar un rato ya casi de amanecida, tras haberse hecho el firme propósito de que al día siguiente emprendería el regreso a casa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El señor de las tinieblas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El señor de las tinieblas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vázquez-Figueroa - Tuareg
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Centauros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Negreros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Yáiza
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Océano
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratin der Freiheit
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Ikarus
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Viaje al fin del mundo - Galápagos
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez Figueroa - Delfines
Alberto Vázquez Figueroa
Отзывы о книге «El señor de las tinieblas»

Обсуждение, отзывы о книге «El señor de las tinieblas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x