Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Iguana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Iguana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

A finales del siglo XVIII, existió un hombre llamado «Iguana» Oberlús, que debido a su terrible aspecto era despreciado y maltratado por todo el mundo. Harto de esa situación, huyó al archipiélago de Las Galápagos, y en el islote de La Española estableció su morada. Allí esperó impaciente durante años, pero al final sus deseos se vieron cumplidos: en ese islote atracaron unos pocos barcos y «La Iguana» no desaprovechó su oportunidad. Secuestró algunos de sus tripulantes y los sometió a sus órdenes, tratándolos como simples criaturas salvajes, tal y como lo habían tratado a él durante toda su vida.

La Iguana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Iguana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cerca ya del amanecer, decepcionado, furioso y muerto de sueño y cansancio, la Iguana Oberlus abandonó su carga, apagó los faroles, y se retiró a su cueva, maldiciendo al viejo capitán y sus absurdas historias.

Pese a ello, en el fondo estaba convencido de que el sistema tenía que ser válido, y no tenía por qué culpar al marino por un primer fracaso.

Era cuestión de tiempo y paciencia.

Y él disponía de ambas cosas.

Esa paciencia dio como resultado que, al cuarto intento, un viejo carguero portugués que había zarpado dos meses antes de Río de Janeiro con destino a las colonias de China, se abriera como una naranja al clavar su proa contra los bajíos del sudeste, anegándose en cuestión de minutos.

Sólo cinco de sus tripulantes sabían nadar y alcanzaron a duras penas la costa. Oberlus golpeó a los tres primeros, dejándolos inconscientes, y acuchilló allí mismo a los dos restantes, impidiéndoles poner pie en tierra. Cinco nuevos cautivos se le antojaron demasiados para una sola «hornada» y carecía de grilletes con los que encadenarlos. Tres constituían un número perfecto que se sentía capaz de manejar sin problemas.

A media mañana, y aunque las mareas nunca eran demasiado acusadas en la isla, la pleamar liberó al Río Branco de su trampa de rocas, y las olas y la fuerte corriente lo arrojaron, escorado, contra la costa, donde quedó escurriendo agua por la enorme brecha de la amura de proa.

La Iguana Oberlus nunca había poseído tantas cosas. De pronto, y gracias a su ingenio, era un hombre rico.

Víveres, libros, muebles, ropas, dinero, cartas marinas, platos, cacerolas, cubiertos, armas e incluso dos pequeños cañones, que exigieron días más tarde toda una semana de duro esfuerzo por parte de sus cinco cautivos a los que obligó a acarrearlos hasta la parte más alta del islote.

Los emplazó allí, perfectamente protegidos y camuflados, apuntando hacia la entrada de la ensenada, y se sintió orgulloso. Dos cañones significaban fortificar su «reino» y le brindaban la oportunidad de dominar aún más a sus hombres, y alejar de sus costas a visitantes inoportunos.

Hood, refugio antaño de aves marinas, comenzaba a convertirse en un lugar importante que el mundo aprendería a temer y respetar.

Comprobó la potencia de su minúscula batería privada, y le divirtió advertir el pánico que las explosiones provocaban en la colonia de rabihorcados, albatros, alcatraces y piqueros, que alzaron de inmediato el vuelo, horrorizados, cubriendo el cielo con sus graznidos y cagadas. Era algo grande convertirse en dueño de tantas riquezas — dos cañones y cinco hombres — y sentarse allí a vigilar, con ayuda del catalejo, a sus cautivos.

De los recién llegados, dos, Souza y Ferreira, parecieron resignarse desde el primer momento a su destino, considerándolo una aventura transitoria, pero el tercero, un piloto llamado Gamboa, de gesto altivo y blanco cabello pese a no haber superado aún la cuarentena, se mostró de inmediato resabiado y silencioso, y había algo en su forma de mirar y aceptar las órdenes, que hizo comprender a Oberlus que pronto le daría motivos para tener que «castigarle». Pese a su seguridad, prefirió aguardar a que fuera el propio portugués el que le proporcionara motivos válidos para hacer justicia, pues deseaba que sus hombres le temieran, pero sabía, por su experiencia a bordo de muchos barcos, que tal temor debía basarse siempre en el convencimiento de que los castigos no eran nunca arbitrarios.

En su «reino», el que respetara su ley estaba a salvo aunque no estuviera de acuerdo con dicha ley. Él, Oberlus, ordenaba, y los demás obedecían.

En el fondo, estaba imponiendo una política tan antigua como la más antigua de las dictaduras regida por un cerebro medianamente lúcido que aspirase a perpetuarse en el poder, porque los caprichos y la anarquía no conducían más que al desconcierto, la desesperación y la rebeldía.

El día que Gamboa le ofreciera una oportunidad de caer sobre él, Oberlus la aprovecharía sin reparo, infringiéndole un castigo ejemplar, pero, por el momento, se limitó a dejarle actuar, vigilándole muy de cerca y aguardando, paciente, a que se decidiera a cometer un error.

Con motivo de la ampliación del número de sus súbditos, elevó a Sebastián Mendoza a la categoría de hombre de confianza y capataz, y pese a que continuaba desconfiando de él y sus marrullerías, le autorizó a recorrer la isla libremente para supervisar las tareas de los otros, aunque sin permitirle nunca detenerse demasiado tiempo junto a ninguno de ellos.

Le constaba que el mestizo le odiaba a muerte por haberle amputado los dedos, pero sabía, también, de igual modo, que le temía más que nadie en la isla, y se preocuparía de que todo funcionase como su amo ordenaba.

— De ahora en adelante la responsabilidad es tuya… — le advirtió —. Y si pretendes conservar los dedos que te quedan, te aconsejo que mantengas los ojos bien abiertos… Ya no tienes que trabajar, te daré una garrafa de ron a la semana y algunos víveres, pero tendrás que mantenerme informado si alguno remolonea, se rebela, o no atiende a razones…

Consiguió de ese modo dividir a sus cautivos.

De un lado se encontraba Mendoza, y con él su perro fiel, el incondicional noruego, que le obedecía ciegamente, y del otro los portugueses, divididos a su vez entre la latente rebeldía de Gamboa, y el callado sometimiento de Souza y Ferreira.

Podría incluso llegar a pensarse que, para estos dos últimos, el cautiverio no constituía una carga demasiado pesada, ya que no se diferenciaba en mucho a la vida que llevaban a bordo del barco, siempre a las órdenes de un capitán borrachín y autoritario, mal pagados y peor alimentados. Embarcados para sobrevivir de algún modo, expuestos siempre en alta mar a mil peligros, dadas las pésimas condiciones de mantenimiento de la vieja carraca, probablemente se limitaron a considerar que habían cambiado su cárcel flotante por otra más firme y segura, a la espera, como siempre, de la improbable llegada de tiempos más venturosos.

Contentos se daban por el momento con haber salvado el pellejo, convirtiéndose en los únicos supervivientes de una tripulación de treinta y seis hombres, y si todo cuanto se les exigía era trabajar y obedecer, eso era algo a lo que estaban bien acostumbrados. Por tal motivo, cuando Gamboa, que a menudo había abusado de ellos siendo su piloto, trató de aproximárseles incitándoles a amotinarse y jugarse la vida enfrentándose al monstruo, se limitaron a hacerse los sordos, eligiendo mantenerse al margen del problema.

Gamboa — Joao Bautista de Gamboa y Costa — descubrió pronto, por tanto, que se encontraba solo en sus ansias de libertad y lucha, y comprendió pronto, también, que su captor le vigilaba con especial atención, pendiente de sus actos. Pero Gamboa era hombre acostumbrado a mandar y no a obedecer, no había nacido para esclavo, y era el único, además, que sabía a ciencia cierta que Oberlus le había engañado con sus juegos de luces, precipitándole contra la costa.

Se encontraba de guardia en el puente del Río Branco aquella noche, y había decidido por su cuenta y sin consultar al capitán, seguir el rumbo de aquella nave desconocida que marchaba ante su proa en la distancia. Fruto de su ingenuidad y su iniciativa, era que, a aquellas horas, el capitán y casi todos sus compañeros de navegación se encontraban en el fondo del Pacífico, del navío que le habían confiado no quedaban más que un montón de astillas, y él, Joao Bautista de Gamboa y Costa, se había convertido en siervo de quien le había burlado de aquel modo.

No era, por tanto, un lógico deseo de libertad lo que le animaba únicamente en su necesidad de rebelarse, sino, sobre todo, una desesperada ansia de venganza.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Iguana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Iguana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vázquez-Figueroa - Tuareg
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Centauros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Negreros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Yáiza
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Océano
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratin der Freiheit
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Ikarus
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Viaje al fin del mundo - Galápagos
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez Figueroa - Delfines
Alberto Vázquez Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Bora Bora
Alberto Vázquez-Figueroa
Отзывы о книге «La Iguana»

Обсуждение, отзывы о книге «La Iguana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x