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Ezequiel Teodoro: El manuscrito de Avicena

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Ezequiel Teodoro El manuscrito de Avicena

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—Le decía que estoy con el expediente del robo de Brixton. Pero no encuentro nada en la red interna y la documentación no está.

—Deberías tomarte unas vacaciones, aún no te has recuperado de aquello.

—Bueno..., no es el momento. En cuanto al...

—Olvídate, está resuelto —afirmó interrumpiendo a su subordinado—. Fueron unos gamberros.

—¿Unos gamberros? No ha dado tiempo a...

—¡Para ya! —gritó el jefe—. Mira, Jeff, tú eres un buen policía.

Hace tiempo que las cosas no te van bien pero todo se arreglará. Habla con la mujer, asegúrale que no tiene de qué preocuparse y cierra el informe. Te lo pido como amigo, no como comisario.

El inspector cortó la comunicación. No entendía lo que ocurría, ¿no era un caso sin complicaciones?, ¿qué había detrás?, ¿en qué andaba metida esa mujer?, ¿quién había robado la documentación?

El comisario Eagan pulsó el botón de apagado de su móvil con un gesto agresivo. Reclinó su sillón de piel y subió los pies a la mesa. Detrás, una sombra se recortaba en los ventanales del despacho.

—¿Hemos elegido bien? —preguntó al policía.

—Descuida, cerrará el pico. Quizá en otros tiempos hubiera metido la nariz, ahora no es más que una piltrafa,

—Mejor así.

—Sí, mejor así...

Ya no había policías trasteando entre sus cosas, aunque todo continuaba prácticamente como lo había encontrado Alex la tarde antes, El inspector le recomendó que de momento no cambiara nada de lugar, por si era necesario retomar la captación de datos sobre el terreno, sin embargo no soportaba la imagen de caos que se había adueñado de su apartamento.

No pudo evitar caer en la tentación de recoger algunos objetos, un marco digital, dos cuadros, piezas sueltas de la cubertería. La reconstrucción duró poco, se sentó en una caja y recordó que tres noches antes degustaba caviar junto a su padre en un lujoso restaurante ruso bromeando sobre los apretados lazos de las corbatas de los camareros. Reparó de pronto en la caja sobre la que se había sentado, formaba parte de las dos docenas que había comprado para la mudanza a San Petersburgo; la mayoría había sido abierta y volcada. Ahora tendré que empaquetar de nuevo, lamentaba.

Se levantó decidida a hacer caso omiso de la recomendación del policía y comenzó por unas figuras de cristal tallado; a medida que completaba la capacidad de una caja, la cerraba y pasaba a otra sin detenerse. No es bueno pensar.

Una llamada interrumpió su trabajo. Era el inspector Tyler y parecía tener noticias. Alex esperaba algo que despejara sus dudas.

El inspector se aturulló al hablar.

—No sabemos exactamente... No..., no es que no hayamos encontrado pistas..., usted sabe que esto lleva su tiempo..., sí., sí, claro, lo mejor es que se lo explique en persona.

La había citado en una hora en el mismo restaurante de la tarde antes, tiempo suficiente para arreglar el desaguisado de su piso y atender a los informáticos de la compañía de seguridad, que llegarían en unos minutos. Recogió del suelo algunos vestidos y los fue doblando con cuidado sobre un sofá de diseño de color naranja, lo primero sería preparar las maletas para Rusia.

Cuando ya había despejado el salón sonó el timbre de la puerta. Dos técnicos de Flash.net , la sociedad de la que dependía la seguridad del edificio, con monos azules y el logotipo de la empresa sobre la solapa esperaban en el descansillo. Abrió y enseguida se pusieron a trabajar con la alarma. ¿Qué diablos buscarían en el apartamento unos atracadores? En el barrio de Alex no eran frecuentes los robos, menos aún en apartamentos como el suyo. Quizá se hubieran equivocado y estuvieran buscando el piso de unos narcotraficantes o algo así. La joven sonreía al pensar en ello.

Los dos empleados de Flash.net la estudiaban de vez en cuando; al principio ella se sintió halagada aunque estaba acostumbrada, tenía un cuerpo bien dibujado con unos pechos desafiantes y unos labios bien marcados, aunque más tarde descubrió en sus miradas algo que no le agradaba. Fue entonces cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo, esos ojos no rebosaban lascivia, eran ojos fríos, calculadores.

Al dar por concluida la reactivación de la vigilancia solicitaron a la propietaria del piso que les permitiera conectar el sistema de seguridad al Sistema Domótico de la vivienda para perfilar una serie de elementos. Alex dudó, no recordaba que fuese necesario interconectar los dos sistemas, de hecho lo habitual es mantenerlos separados para la protección de los datos personales.

—En circunstancias normales no. Pero usted ha sufrido un acto vandálico y para reactivar la vigilancia externa debemos comprobar que no ha sido alterado el sistema interno —explicó uno de los técnicos.

—Comprenderán que tengo información personal que no...

—¿Está segura? No le robaremos mucho tiempo.

Dudó ante la insistencia y la seguridad que emanaban de sus palabras, secundadas además por la firmeza de su mirada, si bien finalmente se negó señalando hacia la puerta. Los tres se mantuvieron en silencio, el tiempo parecía haberse detenido, a continuación uno de ellos encogió los hombros e hizo una leve señal a su compañero en dirección a la salida. Alex los siguió hasta la puerta. El primero de los informáticos agarró el picaporte e hizo ademán de abrir mientras el segundo se giraba con un tubo negro en la mano, similar a una pluma, y apretaba un interruptor en la parte superior.

Ella sólo tuvo tiempo de levantar una mano y emitir un débil sonido que no logró escapar de su garganta. Todo se volvió negro y su cuerpo cayó al suelo.

Abrió los ojos, le costaba enfocar y los párpados le escocían terriblemente. Una voz lejana, un murmullo ininteligible como desde el fondo de un pozo. Intentó levantarse pero sintió arcadas. Sufría un punzante dolor justo en las sienes, su cuerpo se sacudía y en la boca notaba un sabor amargo y pastoso. Su mente logró equilibrarse, sin embargo sus ojos sólo contemplaban figuras caleidoscópicas que cambiaban de forma como en una especie de resaca pesada.

Frente a Alex una sombra, un bulto arrodillado que la sacudía. ¿Quién es? ¿Qué ha pasado? Poco a poco la imagen fue ajustándose en su retina hasta detenerse en la mirada asustada del inspector Tyler. De rodillas en el suelo, un vaso de agua medio vacío en una mano y sujetándole la cabeza por la nuca con la otra, trataba de reanimarla.

—¿Se encuentra bien? ¿Qué le ha pasado?

—Uffff..., todo me da vueltas —dijo por fin pretendiendo incorporarse.

—No se levante tan rápidamente. Espere, deje que le eche una mano. —Le puso una mano en la espalda y la ayudó a alzarse. El labio inferior le temblaba y sentía escalofríos de vez en cuando, aunque podía apoyar bien los pies en el suelo si el inspector la sostenía por la cintura. Cogidos el uno al otro, atinaron a dar unos pocos pasos hasta llegar al sofá.

—Siéntese aquí. Voy a prepararle un té y verá cómo se anima.

—Ahhh... Olvídelo, no es necesario —Alex apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y cerró los ojos.

—Sí, sí lo es.

Pocos minutos después ambos estaban sentados, uno frente al otro, con una taza de té humeante en las manos. Alex fijó su mirada en el policía. ¿Quién está haciendo esto? Necesitaba respuestas y temía que el inspector sólo le ofreciera vaguedades. Éste carraspeó, no parecía muy seguro de lo que iba a decir.

—Inspector Tyler, se lo ruego, dígame la verdad. —Acercó la mano hasta apoyarla en el antebrazo de su interlocutor, y aunque trató de aparentar firmeza su voz temblaba ligeramente.

—Jeff —murmuró.

—¿Cómo?

—Llámeme Jeff

—De acuerdo, Jeff. Sólo le ruego que sea honesto conmigo. Hace un rato no acertaba a explicarse. Dijo que podía ser algo así como una chiquillada. En ese momento no me lo podía creer y ahora estoy más convencida aún. ¡Han intentado asesinarme! —Sus últimas palabras rozaron el histerismo.

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