Joseph Conrad - La línea de sombra
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La línea de sombra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¡Ojalá que ni el barco ni ninguno de vosotros llegue nunca a ningún puerto! Y así espero que sea.
Mr. Burns se había sentido profundamente impresionado. Hasta creo que, en el primer momento, se sintió positivamente aterrado. No obstante, según parece, logró lanzar tal carcajada, que, a su vez, le tocó al viejo espantarse. Sin embargo, logró rehacerse y le volvió la espalda.
Éstas fueron, en realidad, las últimas palabras del difunto capitán. Ninguna otra frase salió ya de sus labios. Aquella noche empleó sus últimas fuerzas en arrojar su violín por la borda. Nadie lo vio hacerlo, pero, después de su muerte, Mr. Burns no logró encontrar el instrumento en ninguna parte. La caja vacía estaba allí, bien a la vista, pero el violín no se hallaba ya dentro de ella. ¿Y por dónde habría podido desaparecer, sino por la borda?
– ¡Arrojó su violín por la borda! -exclamé yo.
– Sí -declaró Mr. Burns, muy agitado-. Y tengo la convicción de que habría procurado echar a pique el barco igualmente, si ello hubiese estado en su mano. Quería impedir que regresase a su puerto. jamás escribía a sus armadores ni a su mujer. Nunca tuvo la menor intención de hacerlo. Había decidido romper todo lazo con el resto del mundo. Así era este hombre. No se ocupaba de negocios ni de fletes ni de travesías ni de nada. Habría querido errar con su barco a través del mundo, hasta que cuerpos y bienes se perdiesen.
Mr. Burns tenía el aspecto de un hombre que ha escapado de un gran peligro. Un poco más, y habría exclamado: «¡Si no hubiese estado yo allí!» Y la transparente inocencia de sus indignados ojos se encontraba curiosamente subrayada por sus arrogantes mostachos, que comenzó a retorcer y a estirar horizontalmente.
Yo habría sonreído de buena gana, pero estaba demasiado preocupado por mis propias impresiones, que no eran, precisamente, las mismas de Mr. Burns. Yo era el hombre cargado con la responsabilidad del mando. Mis sensaciones no podían parecerse a las de ningún otro de los que se hallaban a bordo. En medio de aquel grupo de hombres, yo constituía una clase aparte, tal un rey en su país. Me refiero a un rey hereditario, no a un simple jefe de Estado elegido. Yo había
sido llamado para gobernar por un agente tan alejado del pueblo y casi tan inescrutable para él como la gracia de Dios.
Y como miembro de una dinastía, penetrado del sentimiento de una relación casi mística con los muertos, me sentía profundamente disgustado con mi predecesor.
Dejando aparte su edad, aquel hombre había sido, en sus rasgos esenciales, semejante a mí. Y, sin embargo, el fin de su vida era un acto de traición completa, la ruptura de una tradición que se me antojaba tan imperativa como pueda serlo cualquier otra regla de conducta en la tierra. Así pues, aun en el mar, podía un hombre llegara ser víctima de los malos espíritus. Sentí pasar por un instante sobre mi rostro el soplo de esas fuerzas desconocidas que modelan nuestros destinos.
Para no dejar que el silencio se prolongase demasiado, pregunté a Mr. Burns si había escrito a la esposa del capitán. Negó con la cabeza. No había escrito a nadie.
De pronto, su rostro se ensombreció. Ni por un instante se le había ocurrido escribir. Había empleado todo su tiempo en vigilar incesantemente el cargamento del barco, hecho por un granuja de estibador chino. Al oír esto, tuve la primera revelación del alma de verdadero segundo que habitaba, no sin cierto malestar, en el cuerpo de Mr. Burns.
Meditó un momento y prosiguió con cierta sombría violencia:
– Sí, el capitán murió casi exactamente al mediodía. Por la tarde, examiné sus papeles. Al crepúsculo, leí el oficio de difuntos, y luego puse la proa al norte y traje el barco aquí… Yo… lo he… traído aquí -concluyó, golpeando la mesa con el puño.
– Difícilmente hubiera venido solo -observé-. Pero ¿por qué no se dirigió usted más bien a Singapur?
Sus ojos parpadearon.
– Éste era el puerto más cercano -murmuró, con mal humor.
Yo había hecho la pregunta inocentemente, pero aquella respuesta-la diferencia de distancia era insignificante- y su actitud me pusieron sobre la pista de la simple verdad. Burns había conducido el barco a un puerto en el que suponía no encontrarían un capitán titulado, razón por la cual tendrían que confirmarle en su mando provisional. En Singapur, por el contrario, no se habría tenido más dificultad que el elegir entre los capitanes vacantes. Pero, en su ingenuo razonamiento, no había contado con el cable telegráfico que corría bajo aquel mismo golfo hacia el que dirigiera el barco que él imaginaba había salvado de la ruina. Tal era la causa del amargo tono de nuestra conversación. De ello tuve cada vez una sensación más clara, y cada vez lo encontraba menos de mi gusto.
– Escuche, Mr. Burns -comencé, con tono firme-, es preciso que usted sepa que yo no he corrido tras este mando. Lo han colocado en mi camino, y lo he aceptado. Estoy aquí para llevar el barco, ante todo, a su puerto de origen, y puede usted estar seguro de que me ocuparé de cada uno de ustedes, los que se hallan a bordo, haga lo que hay que hacer para ello. Esto es todo lo que, por el momento, tengo que decirle.
Burns se había levantado entretanto, pero en lugar de retirarse permanecía allí, con los labios trémulos de indignación, mirándome fijamente, como si, en verdad, después de aquello no me quedase otro recurso que desaparecer de su vista ultrajada. Como todas las emociones sencillas, la suya era conmovedora. Sentí pena por él, casi simpatía, hasta que, viendo que yo no desaparecía, comenzó a hablar, con un tono de forzada reserva.
– Si no tuviese en casa una mujer y un niño, podría usted estar seguro, capitán, de que, en el mismo momento en que subió usted a bordo, le habría pedido que me dejase partir.
Tranquilamente y con un tono tan natural como si se tratase de una tercera persona que no estuviese presente, respondí:
– Y yo, Mr. Burns, no lo habría dejado partir. Usted ha firmado como segundo, y hasta que las cláusulas caduquen en el puerto de descarga, cuento con que hará usted su servicio y me prestará, lo mejor que pueda, el beneficio de su experiencia.
Una pétrea incredulidad se reflejó en sus ojos, pero ante mi actitud amistosa pareció borrarse, y después de levantar ligeramente los brazos con un ademán que más tarde llegó a serme familiar, salió de la cámara.
Realmente, habríamos podido ahorrarnos ese momento de inofensiva discusión. Apenas habían transcurrido algunos días, cuando ya Mr.
Burns me suplicaba que no le dejase en ruta, en tanto que por mi parte sólo podía darle vagas respuestas. Las cosas, en el intervalo, habían tomado un cariz bastante trágico.
Y hasta ese mismo desagradable problema no era más que un episodio aparte, una simple complicación en el problema más general que consistía en saber cómo se podría conducir aquel barco -que era mío, con todos sus aparejos y sus hombres, con su cuerpo y su espíritu a la sazón adormecidos sobre aquel río pestilente-, cómo se le podría hacer salir al mar.
Cuando todavía actuaba Mr. Burns de capitán, se había apresurado a firmar un contrato de flete que, en un mundo ideal y desprovisto de malicia, habría sido un excelente documento. Pero, apenas hube puesto mis ojos en él, preví que me ocasionaría disgustos, a menos que la parte contraria fuese excepcionalmente honrada y accesible a la discusión.
Mr. Burns, al que comuniqué mis temores, prefirió adoptar enseguida una actitud recelosa. Mirándome con la expresión incrédula que le era habitual, me dijo agriamente:
– Supongo, capitán, que quiere usted dar a entender que he obrado como un imbécil.
Con esta sistemática benevolencia que parecía aumentar siempre su sorpresa, le respondí que no quería dar a entender nada. Dejaba eso en manos del futuro.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La línea de sombra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.