Joseph Conrad - La línea de sombra

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Le contesté que, ante todo, tenía que consultar al doctor. Al oír estas palabras, se rebeló. ¿Al doctor? ¡Nunca! Eso sería sentenciarlo a muerte. El esfuerzo lo había agotado. Cerró los ojos, pero continuó divagando en voz baja. Decía que yo no había cesado de odiarlo desde el primer momento. También el antiguo capitán lo odiaba. Había deseado su muerte. Había deseado la muerte de toda la tripulación…

– ¿Por qué se empeña, capitán, en navegar hacia ese cadáver maléfico? También se apoderará de usted -concluyó, guiñando los ojos vidriosos.

– ¿Qué demonios está usted diciendo, Mr. Burns? -exclamé, completamente desconcertado.

Pareció volver en sí, aunque ya demasiado débil para reanudar su discurso.

– No lo sé -respondió con languidez-. Pero no se lo consulte al doctor, capitán. Usted y yo somos marinos. No se lo consulte, capitán.

Tal vez también tenga usted algún día una mujer y un hijo.

Y nuevamente me suplicó que le prometiese no dejarlo en tierra. Tuve la suficiente firmeza para no prometerle nada, aunque más tarde me pareció criminal esa firmeza, pues ya había tomado una resolución. Aquel hombre postrado, al que le quedaba apenas la fuerza suficiente para respirar y al que un terror frenético desgarraba, era irresistible. Además, había tocado el punto sensible. Él y yo éramos marinos. Ello constituía un título suficiente para exigir mi ayuda, pues yo no tenía más familia que mis camaradas. En cuanto al argumento de una esposa y un hijo futuros, debo confesar que carecía de todo valor para mí. A lo sumo, me parecía extravagante.

Yo no podía imaginar exigencia más fuerte que la de aquel barco y aquellos hombres inmovilizados en el río, como en una trampa envenenada, por absurdas complicaciones comerciales. No obstante, casi había logrado asegurar mi partida. ¡Fuera, hacia el mar! El mar, que era puro, seguro y amigo. Tres días más, y luego…

Ese pensamiento me sostenía y confortaba mientras volvía a bordo. La voz del doctor me acogió en la cámara y su larga silueta, siguiendo a su voz, salió de la cabina de pasajeros situada a estribor, vacía entonces y destinada a guardar, bien amarrado sobre la litera, el botiquín del barco.

Me dijo que, no habiéndome encontrado a bordo, había entrado allí para revisar la provisión de drogas, vendajes, etc.; todo estaba completo y en orden.

Le di las gracias; justamente había pensado pedirle que me hiciese ese favor, pues, como él sabía, al cabo de uno o dos días nos haríamos a la mar, donde todas nuestras molestias tendrían término.

Me escuchó con gesto grave, sin pronunciar palabra, pero cuando le dije lo que pensaba hacer con Mr. Burns, se sentó a mi lado y, poniendo amistosamente su mano sobre mi rodilla, me rogó que pensase a qué me exponía.

Burns tenía apenas las fuerzas necesarias para poder transportarlo a bordo, pero no resistiría un nuevo acceso de fiebre. Tenía ante mí un viaje de sesenta días tal vez, que comenzaría por una navegación complicada y que, muy probablemente, se terminaría con mal tiempo. ¿Iba yo a correr el riesgo de afrontarlo todo solo, sin un segundo y con un teniente que era todavía un chiquillo…?

Habría podido agregar, además, que era aquél mi primer viaje en funciones de capitán. Quizá lo pensó, pero se abstuvo de decirlo. En todo caso, esta consideración se hallaba bien presente en mi espíritu.

Seriamente, me aconsejó que cablegrafiase a Singapur pidiendo un segundo, aunque tuviese que retardar mi partida una semana.

– Ni un día-contesté. El mero pensamiento de una nueva demora me hacía estremecer. La tripulación entera parecía en buen estado y no había tiempo que perder. Una vez en el mar ya nada me asustaba. El mar era ahora el único remedio para todos mis males.

Las gafas del doctor continuaban proyecta das hacia mí como dos lámparas, escrutando la sinceridad de mi resolución. Entreabrió la boca, como para discutir otra vez, pero la cerró sin decir nada.

Como en un relámpago, tuve la visión del pobre Burns, tan vivo en su agotamiento, en su impotencia y en su angustia, y ello me convenció

más que la realidad que había dejado tras de mí hacía apenas una hora. Mi visión se hallaba libre de todos los inconvenientes de su personalidad, y no pude resistir a ella.

– Escúcheme -le dije-. A menos que usted me afirme oficialmente que ese hombre no puede ser transportado, tomaré las disposiciones necesarias para hacerlo traer a bordo mañana, y pasado mañana saldré del río a primera hora, aunque tenga que permanecer anclado fuera de la barra uno o dos días para acabar mis preparativos.

– ¡Oh!, yo mismo haré lo necesario -me respondió inmediatamente el doctor-. Si antes me permití advertirle que fue en su propio interés, como un amigo…

Se levantó, digno y sencillo, y me dio un cordial apretón, no desprovisto de cierta solemnidad. Pero el doctor valía tanto como su palabra. Cuando Mr. Burns apareció en la escala tendido sobre una camilla, el doctor en persona se hallaba a su lado. El programa sólo había sufrido una alteración: el transporte de Burras no se hizo hasta el último momento, la mañana misma de nuestra partida.

Hacía apenas una hora que había salido el sol. El doctor agitó en el aire su robusto brazo, en señal de adiós, y se dirigió de inmediato hacia su cochecillo, que lo había seguido hasta la orilla misma del río. Mr. Burras, llevado a través de la cubierta de popa, parecía completamente inanimado. Ransome bajó a instalarlo en su camarote. Yo tenía que permanecer en el puente ocupándome del barco, pues el remolcador ya había asido nuestro calabrote de espía.

El chasquido de las amarras al caer en el agua transformó por completo mis sentimientos. Era algo similar al alivio imperfecto de un hombre que sale de una pesadilla. Pero, cuando la proa del barco enfiló el río y comenzó a descender la corriente, alejándose de aquella ciudad oriental y miserable, no experimenté el alivio que esperaba de aquel momento tan deseado. Lo que sin duda experimenté fue una relajación de la tensión precedente, que se tradujo en una sensación de extremada laxitud después de un combate sin gloria.

Alrededor del mediodía anclamos a una milla más allá de la barra. La tripulación tuvo mucho que hacer durante la tarde. Vigilando los trabajos desde lo alto del alcázar de popa, donde permanecí todo aquel tiempo, observé en mis hombres cierto desmayo, sin duda debido a las seis semanas pasadas en el calor asfixiante del río. La primera brisa barrería todo aquello. Por el momento, la calma era completa. Me di cuenta de que el oficial segundo -un mozalbete inexperto, de rostro un tanto obtuso- no era, para decirlo con cierto eufemismo, de esa inestimable madera con que se hace el brazo derecho de un capitán. Pero tuve el placer de ver sobre el puente los rostros de aquellos marinos, rostros que apenas había tenido tiempo de ver realmente, iluminados por una sonrisa. Libre ya del peso mortal de los asuntos de tierra, los sentía a la vez familiares y un tanto extraños, como un viajero que regresa después de largo tiempo al seno de su familia.

Ransome iba y venía sin cesar de la cocina a la cámara. Era un placer verlo. Aquel hombre realmente tenía gracia. Era el único de la tripulación que no había estado enfermo ni un día en el puerto. Pero advertido, como lo estaba yo, del mal estado del corazón que guardaba aquel pecho, no me era difícil descubrir el límite que imponía a la natural agilidad marina de sus movimientos. Hubiérase dicho que llevaba consigo un objeto muy frágil o explosivo, en el que no cesaba de pensar.

Tuve ocasión de hablarle una o dos veces. Me respondió con tono amablemente tranquilo y una ligera sonrisa, no desprovista de gravedad. Mr. Burns reposaba. Parecía haberse iniciado la mejoría.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La línea de sombra»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La línea de sombra»

Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x