Joseph Conrad - La línea de sombra
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La línea de sombra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Después de la puesta del sol, volví a subir al puente. Sólo encontré en él vacío y silencio. La delgada y uniforme corteza de la costa permanecía invisible. Las tinieblas se habían levantado en torno del barco, como surgidas misteriosamente de aquellas aguas mudas y solitarias. Me apoyé sobre la barandilla y presté oído a las sombras de la noche. Ni un sonido. Hubiérase podido creer que mi barco era un planeta lanzado con vertiginosidad por su senda prefijada, a través de un espacio infinitamente silencioso.` Como si me abandonase el sentido del equilibrio, me agarré a la batayola. ¡Qué absurdo! Sin poder disimular mi nerviosismo, pregunté:
– ¿Hay alguien en el puente?
La respuesta inmediata -«Sí, señor»-, rompió el sortilegio. El hombre que hacía el cuarto de guardia trepó rápidamente por la escalerilla de popa. Le dije que me advirtiese al menor soplo de brisa.
Al descender, fui a visitar a Mr. Burns. En realidad, no hubiera podido dejar de verlo, pues su puerta había quedado abierta. La enfermedad lo había agotado a tal punto, que, en aquel cuarto blanco, bajo las blancas sábanas, con su cabeza descarnada hundida en la almohada blanca, sólo sus bigotes rojizo retenían las miradas, como si fuesen algo artificial, un par de mostachos postizos, expuestos allí bajo la cruda luz de la lámpara de mamparo.
Mientras yo lo contemplaba con cierta sorpresa, manifestó su existencia abriendo los ojos y volviéndolos hacia mí con un movimiento casi imperceptible.
– Calma chicha, Mr. Burns -le dije, con tono resignado.
Con una voz inesperadamente clara, comenzó un discurso incoherente. Su voz sonaba extraña; no como alterada por la enfermedad, sino de una naturaleza distinta. Parecía una voz de ultratumba. En cuanto al objeto de su discurso, creí comprender que Mr. Burns pretendía que de todo aquello tenía la culpa el «viejo», el difunto capitán, emboscado allí, bajo las aguas, con alguna diabólica intención. ¡Una historia fantástica!
Lo escuché hasta el final; luego, penetrando en el camarote, puse la mano sobre la frente de mi segundo. No tenía fiebre. Era tan sólo su extrema debilidad lo que le hacía divagar. De pronto, pareció advertir mi presencia, y con su voz habitual, aunque claro está que extremadamente débil, me preguntó, con tono pesaroso:
– ¿No hay ninguna probabilidad de aparejar, capitán?
– ¿De qué nos serviría alejarnos de tierra para ir a la deriva, Mr. Burns? -le pregunté. Suspiró y lo abandoné a su inmovilidad. Tenía tan poco dominio sobre la vida como sobre la razón. Sentí todo el peso de mi responsabilidad solitaria. Entré en mi camarote en busca de un poco de descanso, algunas horas de sueño; pero en el momento en que iba a cerrar los ojos, el hombre de guardia llegó para advertirme que se levantaba un poco de brisa. «Lo suficiente para aparejar», puntualizó.
En efecto, apenas soplaba lo necesario. Ordené que se pusieran unos hombres al cabrestante, largasen las velas y fijaran las gavias. Pero apenas hube puesto el barco en situación de hacerse a la vela, cuando dejó de sentirse el menor soplo de viento. No obstante, hice bracear las vergas y soltar todo el trapo. No iba a renunciar tan fácilmente a la empresa.
4
Con el ancla en la serviola y cubierto de lona hasta la perilla de tope, mi barco parecía tan inmóvil como un modelo en miniatura sobre el claroscuro de un mármol bruñido. En aquella misteriosa calma de las fuerzas inmensas del mundo, era imposible distinguir la tierra del agua. Una súbita impaciencia se apoderó de mí.
– ¿Acaso no obedece bien al timón? -pregunté, irritado, al hombre cuyas morenas manos, crispadas sobre la rueda, se destacaban luminosas sobre un fondo de tinieblas, como un símbolo de los esfuerzos del ser humano para dirigir su propio destino.
– Sí, capitán -respondió-. Obedece, aunque un poco lentamente.
– Ponga la proa al sur.-Bien, capitán.
Me puse a pasear por la cubierta de popa. No se oía otro ruido que el de mis pasos. Al cabo de unos instantes, el hombre volvió a hablar.
– Ya vamos en dirección sur, capitán.
Sentí que la garganta se me cerraba ligeramente antes de confiar la primera ruta de mi primer mando a la noche silenciosa; ruta toda henchida de rocío y resplandeciente de estrellas. Aquel acto implicaba una decisión, que, desde ese mismo momento, me obligaba a la vigilancia incesante de mi solitaria tarea.
– Mantenga esta posición -dije por fin-. Rumbo al sur.
– Rumbo al sur, capitán -repitió el hombre.
Hice descender al segundo oficial y a los hombres de guardia y comencé yo mismo mi cuarto, recorriendo el puente de arriba abajo durante esas horas glaciales y soñolientas que preceden al alba.
Leves ráfagas soplaban a veces, y cuando eran lo bastante intensas para sacar de su sueño a aquella agua negra, su murmullo a lo largo del navío atravesaba mi corazón con un dulce estremecimiento de placer, que se desvanecía tan rápidamente como había nacido. Una horrible laxitud se apoderó de mí. Las mismas estrellas parecían cansadas de esperar el alba, que vino por fin, tiñendo el horizonte con una luz nacarada como nunca viera hasta entonces en los trópicos: opaca, casi gris, con una extraña reminiscencia de latitudes más altas.
La voz del vigía gritó desde la proa:
– ¡Tierra a babor, capitán! -Bien.
Apoyado en la borda, ni siquiera levanté los ojos. El movimiento del barco era imperceptible. En aquel momento, Ransome me trajo el café matinal. Cuando lo hube bebido, miré hacia delante y, sobre la quieta faja de luz anaranjada y relumbrante, vi perfilarse la costa baja con la nitidez de un recorte de papel negro; parecía flotar sobre el agua con la levedad de un corcho. Pero, bajo el sol de levante, pronto no fue ya sino un vapor opaco, una sombra maciza e incierta, trémula en el cálido resplandor.
Los hombres de guardia acababan de lavar la cubierta. Al bajar, me detuve ante la puerta de Mr. Burns, que no podía soportar que la cerrasen, pero dudé si dirigirle la palabra antes de que abriese los ojos. Cuando lo hubo hecho, le informé de lo que sucedía.
– Ha sido señalado al amanecer el cabo Liant. A quince millas, poco más o menos.
El enfermo movió los labios, pero para oírle tuve que aproximar el oído y sólo pude entender este malhumorado comentario:
– Nos arrastramos… No tenemos suerte.
– De todos modos, más vale esto que permanecer inmóviles -repuse con tono resignado; y lo abandoné a los pensamientos e imaginaciones que obsesionaban su desesperante postración.
Aquella misma mañana, cuando me hubo relevado un poco más tarde el segundo, me arrojé sobre mi litera y durante unas tres horas logré encontrar un poco de olvido. Un olvido tan completo que al despertar me pregunté dónde me hallaba. Al pensar que me hallaba a bordo de mi barco, una inmensa sensación de alivio descendió sobre mí. ¡En el mar! ¡En el mar!
A través del portillo vi un horizonte tranquilo, inundado de sol. El horizonte de un día sin brisa. Pero su mera extensión bastó para que sintiese una evasión dichosa y la pasajera alegría de la libertad.
Con el corazón más ligero de lo que estuviera desde hacía unos cuantos días, entré en la cámara. Ransome se hallaba junto al aparador, preparando la mesa para la primera comida de alta mar en el curso de aquel viaje. Al oírme entrar, volvió la cabeza y alcancé a advertir en sus ojos una expresión que me hizo reprimir mi modestísimo entusiasmo..
Guiado por el instinto, le pregunté: -¿Qué hay de particular?
Ciertamente no esperaba la respuesta que me dio, con esa especie de contenida serenidad tan característica en él.
– Temo que no hayamos dejado la enfermedad tras de nosotros, capitán.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La línea de sombra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.