Joseph Conrad - La línea de sombra
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La línea de sombra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Bajé del puente, pero no para descansar, sino sencillamente porque ya no podía soportar aquel espectáculo. El infatigable Ransome trabajaba
en la cámara. Había adquirido la costumbre de presentarme todas las mañanas un informe sobre el estado sanitario de la tripulación. Al verme, se apartó del aparador y me miró con sus ojos amables y tranquilos. Ni una sombra empañaba su frente inteligente.
Algunos hombres no se encuentran muy bien esta mañana, capitán -me dijo con tono tranquilo.
– ¿Qué? ¿Todos ellos fuera de servicio?
– En realidad, sólo hay dos que han tenido que quedarse en sus hamacas, capitán, pero… -Esta última noche ha sido fatal para ellos. Nos hemos tenido que pasar todo el tiempo soltando y recogiendo cabos.
– Ya lo oí, capitán. Me entraron ganas de subir a ayudarlo, pero ya sabe usted…
– De ningún modo. No debe usted… Los hombres duermen de noche sobre cubierta y eso no les conviene.
Ransome asintió. Pero no se puede vigilar a los hombres como a niños. Además, no era posible reprocharles el que buscasen un poco de aire fresco en cubierta. Pero ya él sabía mejor que nadie a qué atenerse…
Nuestro cocinero era verdaderamente razonable. Esto no quiere decir que los otros no lo fuesen. Los días precedentes habían sido para nosotros como una prueba de fuego. Realmente, no podía rebelarse uno contra aquel instinto simplista e imprudente que los impulsaba a aprovechar los momentos de tregua, cuando la noche les daba una ilusión de frescor y las estrellas centelleaban a través de un aire denso y cargado de rocío. Además, casi todos estaban debilitados por la maniobra, que reclamaba incesantemente los brazos de quienes aún podían arrastrarse. ¡Con qué objeto hacerles reproches! Pero yo creía con firmeza que la quinina era de una utilidad extraordinaria, y poco menos que milagrosa.
Estaba convencido de ello. Había puesto toda mi fe en ella. Su virtud medicinal salvaría a los hombres, salvaría el barco, rompería el sortilegio, desafiaría al tiempo, haría del estado del mar una preocupación pasajera y, operando como un polvo mágico contra el misterioso maleficio, aseguraría el primer viaje de mi primer mando contra el poder diabólico de los vientos y la epidemia. Para mí, era más preciosa que el oro, y al contrario que el oro, del que nunca parece haber bastante en ninguna parte, el barco tenía de ella una provisión suficiente. Fui a la cabina para medir algunas dosis. Tendí la mano con la sensación de un hombre que se apodera de una panacea infalible, tomé un nuevo frasco, quité el papel que lo cubría, observando que no estaba precintado, ni arriba ni abajo…
Pero ¡para qué describir las rápidas etapas de aquel espantoso descubrimiento! Ya, sin duda, habéis adivinado la verdad. Allí estaba el papel que lo cubría, allí el frasco y el polvo blanco en su interior, un polvo blanco cualquiera, que nada tenía que ver con la quinina. Una sola mirada bastaba para darse cuenta de ello. Recordé que, al coger el frasco, ya antes de desenvolverlo, el peso del objeto que tenía en la mano me había hecho presentir la verdad. La quinina es ligera como una pluma, y mis nervios exasperados debían de tener una sensibilidad desacostumbrada. Dejé que el frasco se hiciese añicos contra el suelo. La droga, cualquiera que fuese, chirrió bajo la suela de mi zapato como si de arenilla se tratara. Cogí el frasco siguiente, y luego otro. El peso era por sí solo lo bastante elocuente. Lino tras otro, cayeron, rompiéndose a mis pies, no porque yo los arrojase, colérico, sino porque se deslizaron de entre mis dedos como si realmente aquel descubrimiento superase mis fuerzas.
Es un hecho que la violencia misma de una prueba moral nos ayuda a soportarla, haciéndonos momentáneamente insensibles. Salí de la habitación aturdido, como si hubiese recibido un golpe en la cabeza. Desde el otro extremo de la cámara, al otro lado de la mesa, Ransome, con un trapo en la mano, me miraba boquiabierto. No creo que tuviese yo el aspecto de un loco, pero es muy posible que mostrase cierta agitación mientras, instintivamente, me apresuraba hacia el puente. Ejemplo de la educación hecha instinto. Las dificultades, los peligros, los problemas de un barco en el mar, se resuelven en el puente. Ante aquel acontecimiento, como si se tratase de un fenómeno de la naturaleza, reaccioné instintivamente, lo que tal vez fuese la prueba de que en cierto momento no debí ser dueño de toda mi razón.
Desde luego, no me encontraba plenamente en mis cabales, pues hallándome ya al pie de la escalera, di media vuelta y me precipité hacia el camarote de Mr. Burns. La extraña apariencia de mi segundo me hizo volver en mí. Se hallaba sentado en su litera; su cuerpo parecía inmensamente largo y su cabeza se inclinaba sobre el hombro con una afectada complacencia. Su mano, trémula, al final de un antebrazo apenas más grueso que una gruesa caña, blandía un brillante par de tijeras, que, ante mis ojos, procuraba clavarse en la garganta.
Hasta cierto punto me quedé aterrado, pero sólo fue una especie de efecto secundario lo que me permitió gritarle algo así como:
– ¡Deténgase…! ¡Santo Dios…! ¿Qué va a hacer usted?
En realidad, lo que el enfermo, contando con exceso con las fuerzas recuperadas, intentaba, era sencillamente cortarse la espesa barba rojiza. Tenía extendida sobre sus rodillas una gran toalla, en la cual caía, a cada tijeretazo, una lluvia de pelos rígidos como alambres de cobre.
Burns volvió hacia mí su rostro, más grotesco que las fantasías de un sueño* grotesco. Una de sus mejillas se hallaba aún cubierta por una barba semejante a una llama; la otra, estaba ya limpia y sumida, con el largo bigote erguido de aquel lado, solitario y huraño. Y mientras me miraba petrificado, conservando entre sus dedos las entreabiertas tijeras, le anuncié, furioso, mi descubrimiento en sólo seis palabras y sin el menor comentario.
5
Oí el ruido de las tijeras que se le escapaban de las manos, observé el peligroso esfuerzo que hacía todo su cuerpo al borde de la cama para recogerlas, y luego, volviendo a mi primer impulso, subí apresuradamente hacia el puente. El centelleo del mar me llenó los ojos. Estaba magnífico y desierto, monótono y desesperante, bajo la curva vacía del cielo. Las velas pendían, inmóviles y flojas; los pliegues de sus abatidas superficies no tenían más movimiento que si estuviesen tallados en granito. La impetuosidad de mi aparición sobresaltó ligeramente al hombre que iba al timón. En lo alto de un mástil chirriaba una polea de modo incomprensible. ¿Cómo diablos podía chirriar así? Semejaba el silbido de un pájaro. Durante un largo rato contemplé aquel universo desierto, hundido en un silencio infinito, inundado de sol por una razón misteriosa. De pronto, oí junto a mí la voz de Ransome:
– He hecho que Mr. Burns se vuelva a acostar, capitán.
– ¡Cómo!
– Sí, capitán; se levantó, pero apenas soltó el borde de la litera se cayó al suelo. Sin embargo, me parece que no delira.
– No -contesté sordamente y sin mirar a Ransome. Éste aguardó un momento, y luego, con precaución, como para no disgustarme, agregó:
– No creo que debamos dejar que se pierda ese medicamento, capitán. Puedo recogerlo, todo, o casi todo, y después se le quitarán los trozos de vidrio. Voy a ocuparme de ello enseguida. Esto sólo demorará diez minutos el desayuno.
– Bien -dije amargamente-. El desayuno puede esperar. Recoja toda esa droga y tírela por la borda.
Sólo me contestó un profundo silencio; mirando por encima del hombro, comprobé que Ransome, el inteligente y reposado Ransome, había desaparecido. La soledad absoluta del mar obraba sobre mi cerebro como un tósigo. Cuando mis miradas se dirigían al barco, una visión morbosa me lo hacía ver como urja tumba flotante. ¿Quién no ha oído hablar de esos navíos que van flotando a la deriva, con toda su tripulación muerta? Miré al hombre del timón y sentí un deseo súbito de hablarle; como si hubiese adivinado mi intención, su rostro adquirió una expresión atenta. Pero, al fin, opté por bajar, pensando que no estaría de más permaneciese a solas un momento ante la inmensidad de mis preocupaciones. Por desgracia, Mr. Burns me vio, al pasar por delante de su puerta, y no pudo por menos de decirme con tono gruñón:
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La línea de sombra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.