Joseph Conrad - La línea de sombra

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Las palabras que cambiábamos eran escasas y pueriles, si se considera la situación. Yo tenía que hacer un esfuerzo para mirarlos a la cara. Esperaba siempre encontrar miradas cargadas de reproches. Sin embargo, no era así. La expresión de sufrimiento de sus ojos era, en verdad, bastante difícil de resistir. Pero ellos no podían hacer nada para evitarla. Por lo demás, me pregunto si era el temple de sus almas o la cordialidad de su imaginación lo que los hacía tan admirables, tan dignos de mi eterno respeto.

En cuanto a mí, ni mi alma estaba templada ni lo bastante sofrenada mi imaginación. Había momentos en que no sólo me figuraba que iba a volverme loco, sino que me parecía que ya lo estaba, hasta el punto de no atreverme a entreabrir los labios por temor a que un grito insensato me traicionase. Por fortuna, sólo tenía que dar órdenes, y una orden ejerce sobre el que la da una influencia reconfortante. Además, el marino, el oficial de cuarto, continuaba en mí suficientemente indemne. Era como un carpintero loco que confeccionara una caja. Ni aun creyéndose rey de Jerusalén dejaría de hacer una caja razonable. Lo que yo temía era que se me escapase, a mi pesar, un grito agudo que fuese a romper mi equilibrio. Felizmente, no era necesario alzar la voz. La calma asfixiante que nos rodeaba parecía tan sensible al menor ruido como un resonador. Una palabra pronunciada en el tono normal de la conversación casi hubiera podido oírse de un lado a otro del navío. Lo más terrible es que la única voz que oía era la mía, especialmente de noche, repercutía, extrañamente solitaria, contra la superficie plana de las velas inmóviles.

Mr. Burns, que continuaba en el lecho con la misma expresión de misteriosa firmeza, se quejaba de un sinfín de cosas. Nuestras entrevistas no duraban más de cinco minutos, pero eran bastante frecuentes. A menudo descendía yo en busca de fuego, a pesar de que apenas fumaba en aquella época. Mi pipa se apagaba de continuo; no era lo bastante dueño de mis pensamientos para poder fumar tranquilamente. Por otra parte, nada me habría impedido, la mayor parte del tiempo, encender una cerilla en cubierta, y aun tenerla encendida hasta que la llama me quemase los dedos; pero había adquirido la costumbre de bajar; era un cambio, la única tregua, en medio de aquel apremio constante, y, como es natural, Mr. Burns me veía pasar por delante de su puerta, siempre abierta.

Con las rodillas bajo la barbilla y fija la mirada de sus ojos verdosos, ofrecía un aspecto extraño, y bien poco atractivo para mí, que conocía la absurda idea que lo obsesionaba. No obstante, me era preciso dirigirle la palabra, habiéndole oído quejarse un día del silencio que reinaba a bordo. Decía que permanecía tendido durante horas sin oír el menor ruido, hasta no saber qué hacer consigo mismo.

– Cuando Ransome está en la proa, en su cocina, todo está tan tranquilo que se creería que no queda nadie vivo a bordo -gruñó-. La única voz que oigo a veces es la suya, capitán, y esto no basta para distraerme. ¿Qué les pasa a los hombres? ¿No hay uno solo que pueda cantar mientras hace la maniobra?

– Ni uno solo, Mr. Burns -repuse-. Nadie a bordo puede desperdiciar su aliento en cantar. ¿Se ha dado usted cuenta de que a veces no puedo reunir más de tres hombres para la maniobra?

– ¿No se ha muerto nadie todavía, capitán? -me preguntó apresuradamente, con tono medroso.

– No.

– Es preciso que no suceda -declaró enérgicamente Mr. Burns-. No hay que dejarle que se salga con la suya. Si llega a vencer a uno, todos los demás están perdidos.

Aquellas palabras me irritaron. Hasta creo que, en mi turbación, llegué a blasfemar, pues atacaban lo que aún me quedaba de sangre fría. Durante la interminable vigilia sostenida frente al enemigo, imágenes horribles me habían obsesionado. Había entrevisto un navío flotando a la deriva sobre aguas tranquilas, balanceado por una ligera brisa, con toda su tripulación agonizando lentamente sobre cubierta. Cosas semejantes, y aun peores, han sucedido.

Mr. Burns acogió mi explosión de cólera con un misterioso silencio.

– Vamos a ver -apunté yo-; usted mismo no cree en lo que dice. Es imposible. No es eso lo que tengo derecho a esperar de usted. Mi situación ya es lo bastante difícil, para que encima venga usted a abrumarme con sus ideas absurdas.

El segundo permanecía inmóvil, y su rostro se hallaba iluminado de tal modo que tuve vagamente la impresión de que había sonreído.

– Escuche -proseguí, cambiando de tono-. Nuestra situación se hace tan desesperada, que desde hace un momento estoy pensando si, ya que no podemos dirigirnos al sur, no convendría tratar de volver la proa hacia el oeste y alcanzar la ruta del vapor correo. En todo caso, encontraríamos quinina en él. ¿Qué le parece a usted?

– ¡No, no, no! -exclamó-. ¡No haga usted eso, capitán! Es preciso no dejar de hacer frente ni un solo minuto a ese viejo bandido. Si hace usted lo que dice, estamos perdidos.

Lo dejé. Era verdaderamente intolerable. Parecía un poseído. De todos modos, su protesta era perfectamente razonable. En realidad, mi idea de dirigirnos hacia el oeste para correr el albur de encontrar un vapor problemático, no resistía el examen. Allí donde estábamos, aún teníamos bastante viento, al menos de vez en cuando, para tratar de avanzar hacia el sur, o cuando menos bastante para mantener nuestra esperanza. Pero ¿y si, aprovechando esos saltos caprichosos del viento para navegar hacia el oeste fuéramos a parar a una región en la que, durante días enteros, no soplara la menor gota de brisa? ¿Qué sucedería? Mi espantosa visión de un navío a la deriva con una tripulación de cadáveres se convertiría, tal vez, en una realidad, que semanas más tarde descubriría, empavorecida, la tripulación de otro barco.

Aquella tarde me llevó Ransome una taza de té y, mientras esperaba, con la bandeja en la mano, me dijo, con tono de simpatía:

– Resiste usted bien, capitán.

– Sí -le dije-. Me parece que usted y yo hemos sido olvidados.

– ¿Olvidados?

– Sí, olvidados por esa fiebre diabólica que se ha instalado a bordo.

Ransome me dirigió una de sus cordiales e inteligentes miradas, y se alejó con su bandeja. Entonces advertí que me había expresado a la manera de Mr. Burns, y eso me disgustó. Sin embargo, muchas veces, en los momentos más sombríos, me inclinaba a adoptar frente a aquellas dificultades la misma actitud que habría tomado de tener que enfrentarme con un enemigo vivo.

Sí. Aquella fiebre del demonio no había puesto aún su garra sobre Ransome ni sobre mí. Pero ello podía suceder de un momento a otro, y ése era uno de esos pensamientos que era preciso combatir, alejar de uno a toda costa. La idea de que Ransome, el mayordomo del barco, fuese abatido por la enfermedad, resultaba intolerable. ¿Y qué sería del barco si yo mismo lo fuese, hallándose aún Mr. Burns demasiado débil para ponerse de pie sin apoyarse en su litera y encontrándose el segundo oficial reducido a un estado de permanente imbecilidad? Imposible de imaginar; o, por mejor decir, demasiado fácil de adivinar.

Me hallaba solo en el puente. Como no había ruta que vigilar, había mandado al hombre del timón que se sentase o tendiese en cualquier sitio a la sombra. La resistencia de los hombres era tan escasa que se hacía preciso ahorrarles la menor tarea inútil. El hombre que estaba al timón era el austero Gambril, el de la barba canosa. Se había alejado sin discutir, pero los accesos de fiebre habían debilitado de tal modo al pobre diablo que para bajar por la escalera tuvo que volverse y agarrarse a la barandilla. Partía el corazón ver aquello. Y Gambril no estaba mejor ni peor que la media docena de infortunados que había logrado reunir en cubierta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La línea de sombra»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La línea de sombra»

Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x