Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Sabio de veras es el que tiene la posibilidad de la altura en los músculos y la negación de subir en el conocimiento. Él tiene, por visión, todos los montes; y tiene, por posición, todos los valles. El sol que dora las cimas, las dora para él más [que] para quien allí lo sufre; y el palacio alto entre florestas será más bello para el que lo contempla desde el valle que para el que lo olvida en las salas que le hacen de prisión.

Con estas reflexiones me consuelo, puesto que no puedo consolarme con la vida. Y el símbolo se me funde con la realidad cuando, transeúnte de cuerpo y alma por estas calles bajas que van a dar al Tajo, veo las alturas claras de la ciudad resplandecer, como la gloria ajena /de las luces variadas de un sol que ya no está en el poniente./

14-4-1930.

385

Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra. Vivimos, en un anochecer de la conciencia, nunca seguros de lo que somos y de lo que nos suponemos ser. En los mejores de nosotros vive la vanidad de algo, y hay un error cuyo ángulo no conocemos. Somos algo que sucede en el descanso de un espectáculo; a veces, por determinadas puertas, entrevemos lo que tal vez no sea más que escenario. Todo el mundo es confuso, como unas voces en la noche.

Estas páginas en las que anoto con una claridad que dura para ellas, ahora mismo las he releído y me interrogo. ¿Qué es esto, y para qué es esto? ¿Quién soy cuando siento? ¿Qué cosa muero cuando soy?

Como alguien que, desde muy alto, intentase distinguir las vidas del valle, yo así mismo me contemplo desde una cima, y soy, a pesar de todo, un paisaje vago y confuso.

Es en estas horas de un abismo en el alma cuando el más pequeño pormenor me oprime como una carta de adiós.

Me siento constantemente en una víspera de despertar, me sufro la envoltura de mí mismo, en una sofocación de conclusiones. De buen grado gritaría si mi voz llegase a algún sitio. Pero hay un gran sueño en mí, y se desplaza de unas sensaciones a otras como una sucesión de nubes, de las que dejan de distintos colores de sol y verde la hierba menos ensombrecida de los campos prolongados.

Soy como alguien que busca al acaso, no sabiendo dónde fue escondido el objeto que no le han dicho lo que es. Jugamos al escondite con nadie. Hay, en algún sitio, un subterfugio trascendente, una divinidad fluida y sólo oída.

Releo, sí, estas páginas que representan horas pobres, pequeños sosiegos o ilusiones, grandes esperanzas desviadas hacia el paisaje, penas como cuartos en los que no se entra, ciertas voces, un gran cansancio, el evangelio por escribir.

Cada uno tiene su vanidad, y la vanidad de cada uno es su olvido de que hay otros con un alma igual. Mi vanidad son algunas páginas, unos fragmentos, ciertas dudas…

¿Releo? ¡He mentido! No oso releer. No puedo releer. ¿De qué me sirve releer? El que está ahí es otro. Ya no comprendo nada…

10-4-1930.

386

No toquemos a la vida ni con la punta de los dedos. No amemos ni con el pensamiento.

Que ningún beso de mujer, ni siquiera en sueños, sea una sensación nuestra.

387

Y hoy, pensando en lo que ha sido mi vida, me siento un cualquier animal vivo, transportado en un cesto de los de encorvar el brazo, entre dos estaciones suburbanas. La imagen es estúpida, pero la vida que he definido es todavía más estúpida que ella. Esos cestos suelen tener dos tapas, como medios óvalos, que se levantan un poco en uno y otro de los bordes curvos si el bicho se agita. Pero el brazo de quien lo transporta, apoyado un poco a lo largo de las articulaciones centrales, no deja a una cosa tan débil levantar vilmente más que los extremos inútiles, como alas de una mariposa que está perdiendo fuerzas.

Me he olvidado de que hablaba de mí con la descripción del cesto. Lo veo claramente, y al brazo gordo y blanco quemado de la criada que lo transporta. No consigo ver a la criada más allá del brazo y su vello. No consigo sentirme bien sino -de repente- una gran frescura de (…) de esas varillas y cintas con que se tejen los cestos y donde me agito, bicho, entre dos paradas que siento. Entre ellas reposo en lo que parece ser un banco y hablan allá, fuera de mi cesto. Me duermo porque me tranquilizo, hasta que me levanten de nuevo en la parada.

5-4-1930.

388

Me duelen la cabeza y el universo. Los dolores físicos, más claramente dolores que los morales, desarrollan, mediante un reflejo del espíritu, tragedias no contenidas en ellos. Provocan una impaciencia de todo que, como es de todo, no excluye a ninguna de las estrellas.

No comulgo, no he comulgado nunca, no podré, supongo, comulgar nunca con ese concepto bastardo según el cual somos, en cuanto almas, consecuencia de una cosa natural llamada cerebro, que existe, por nacimiento, dentro de otra cosa material llamada cráneo. No puedo ser materialista, que es lo que, creo, se llama ese concepto, porque no puedo establecer una relación clara -una relación visible [347], diré- entre una masa visible de materia cenicienta, o de otro color cualquiera, y esta cosa yo que por detrás de mi mirada ve los cielos y los piensa, e imagina cielos que no existen. Pero, aunque nunca pueda caer en el abismo de suponer que una cosa pueda ser otra sólo porque ambas están en el mismo lugar, como una gran pared y mi sombra en ella, o que depender el alma del cerebro sea más que depender yo, para mí trayecto, del vehículo en el que voy, creo, sin embargo, que hay entre lo que en nosotros es sólo espíritu y lo que en nosotros es espíritu del cuerpo una relación de convivencia en la que pueden surgir discusiones. Y la que surge vulgarmente es la de que la persona más ordinaria moleste a la que lo es menos.

Me duele la cabeza hoy, y es quizás desde el estómago desde donde me duele. Pero el dolor, una vez sugerido a la cabeza desde el estómago, va a interrumpir las meditaciones que tengo por detrás del cerebro. Quien me tapa los ojos no me ciega pero me impide ver. Y así ahora, porque me duele la cabeza, juzgo sin valía ni nobleza el espectáculo, en este momento monótono y absurdo, de lo que hay fuera y apenas quiero ver como mundo. Me duele la cabeza y esto quiere decir que tengo conciencia de una ofensa que la materia me hace, y que, porque, como todas las ofensas, me indigna, me predispone a estar a mal con todo el mundo, incluidos los que están cerca pero no me han ofendido.

Mi deseo es morir, por lo menos temporalmente, pero esto, como ya he dicho, sólo porque me duele la cabeza. Y en este momento, de repente, recuerdo con cuánta mayor nobleza diría esto uno de los grandes prosistas. Desarrollaría, período por período, la amargura anónima del mundo; ante sus ojos imaginadores de parágrafos surgirían, diferentes, los dramas humanos que hay en la tierra, y a través del latir de las sienes febriles se elevaría en el papel toda una metafísica de la desgracia. Yo, sin embargo, no tengo nobleza estilística. Me duele la cabeza porque me duele la cabeza. Me duele el universo porque la cabeza me duele. Pero el universo que realmente me duele no es el verdadero, el que existe porque no sabe que existo, sino ése, mío de mí, que, si me paso las manos por los cabellos me hace parecer sentir que sufren todos ellos para hacerme sufrir.

5-2-1932.

389

Me siento a veces conmovido, no sé por qué, por un presagio de muerte… Ya sea una vaga dolencia, que no se materializa en dolor y por eso tiende al fin a espiritualizarse, ya sea un cansancio que necesita un sueño tan profundo que el dormir no le basta -lo cierto es que siento como si, al fin de un empeoramiento de enfermo, quitase por fin, sin violencia o nostalgia, las manos débiles de encima de la colcha sentida.

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