Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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– He pasado por las orillas de los ríos cuyo nombre me he encontrado ignorando. En las mesas de los cafés de las ciudades visitadas, me descubrí notando que todo me sabía a sueño, a vago. ¡He llegado a tener a veces la duda de si no continuaba sentado a la mesa de nuestra casa antigua, universal y deslumbrado por sueños! No puedo afirmarle que esto no suceda, que ahora no esté allí todavía, que todo esto, incluyendo esta conversación con usted, no sea /falso/ y supuesto. ¿Qué es usted? Se da el caso también absurdo de no poder explicarlo…

357

No desembarcar no tiene muelles donde se desembarque. Nunca llegar implica no llegar nunca.

358

La idea de viajar me seduce por translación, como si fuese la idea propia para seducir a alguien que no fuera yo. Toda la vasta visibilidad del mundo me recorre, en un movimiento de tedio coloreado, la imaginación despierta; esbozo un deseo como quien ya no quiere hacer gestos, y el cansancio anticipado de los paisajes posibles me aflige, como un viento torpe, a flor del corazón que se ha estancado.

Y como los viajes las lecturas, y como las lecturas todo… Sueño una vida erudita, entre la familiaridad muda de los antiguos y de los modernos, renovando las emociones mediante las emociones ajenas, llenándome de pensamientos contradictorios en la contradicción de los meditadores y de los que casi han pensado, que son la mayoría de los que han escrito. Pero sólo la idea de leer se me desvanece si tomo de encima de la mesa un libro cualquiera, el hecho físico de tener que leer me anula la lectura… Del mismo modo se me marchita la idea de viajar si acaso me aproximo a donde pueda haber un embarque. Y regreso a las dos cosas nulas de las que estoy seguro, de nulo que soy yo también -a mi vida cotidiana de transeúnte desconocido, y a mis sueños como insomnios de despierto.

Y como las lecturas todo… Desde que algo pueda soñarse como interrumpiendo de veras el transcurso de mis días, levanto los ojos de protesta pesada hacia la sílfide que me es propia, esa, pobrecilla que quizás sería sirena si hubiese aprendido a cantar.

359

El orgullo es la certidumbre emotiva de la grandeza propia. La vanidad es la certidumbre emotiva de que los demás ven en nosotros, o nos atribuyen, tal grandeza. Los dos sentimientos no se conjugan necesariamente, ni por naturaleza se oponen. Son diferentes aunque conjugables.

El orgullo, cuando existe solo, sin la añadidura de la vanidad, lo que es posible aunque raro, se manifiesta, en su resultado, por la audacia. Quien tiene la seguridad de que los demás ven valor en él, nada recela de ellos. Puede haber valor físico sin vanidad; puede haber valor moral sin vanidad; no puede haber audacia sin vanidad. Y por audacia se entiende la confianza en la iniciativa. La audacia puede no estar acompañada por el valor, físico o moral, pues estas disposiciones de la índole son de orden diferente, y con ella inconmensurables.

360

La vida, para la mayoría de los hombres, es un fastidio pasado sin darse cuenta de él, una cosa triste compuesta con intervalos alegres, algo como los momentos de los chistes que cuentan los veladores de los muertos para pasar el sosiego de la noche y la obligación de velar. Siempre me ha parecido fútil considerar la vida como un valle de lágrimas: es un valle de lágrimas, sí, pero en el que raras veces se llora. Dijo Heine que, después de las grandes tragedias, acabamos siempre por sonarnos la nariz. Como judío, y por tanto universal, vio con claridad la naturaleza universal de la humanidad.

La vida sería insoportable si tomásemos conciencia de ella. Afortunadamente, no lo hacemos. Vivimos con la misma inconsciencia que los animales, del mismo modo fútil e inútil, y si prevemos la muerte, que es de suponer, sin que sea seguro, que ellos no prevén, la prevemos a través de tantos olvidos, de tantas distracciones y desvíos, que apenas podemos decir que pensamos en ella.

Así se vive, y es poco para que nos creamos superiores a los animales. Nuestra diferencia con ellos consiste en el detalle puramente externo de que hablamos y escribimos, de que tenemos inteligencia abstracta para distraernos de tener la concreta, y de imaginar cosas imposibles. Todo esto, sin embargo, son accidentes de nuestro organismo fundamental. El hablar y escribir nada hacen de nuevo en nuestro instinto primordial de vivir sin saber cómo. Nuestra inteligencia abstracta no sirve sino para formular sistemas, o ideas medio-sistemas, de lo que en los animales es estar al sol. Nuestra imaginación de lo imposible no es por ventura propia, pues ya he visto gatos mirando a la luna, y no sé si no la querrían.

Todo el mundo, toda la vida, es un vasto sistema de inconsciencias que opera a través de conciencias individuales. Así como con dos gases, cuando se pasa por ellos una corriente eléctrica, se hace un líquido, así con dos conciencias -la de nuestro ser concreto y la de nuestro ser abstracto- se hace, pasando por ellas la vida y el mundo, una inconsciencia superior.

Feliz, pues, el que no piensa, porque realiza por instinto y destino orgánico lo que todos nosotros tenemos que realizar por desvío y destino inorgánico o social. Feliz el que más se asemeja a los brutos, porque es sin esforzarse lo que todos nosotros somos con un trabajo impuesto; porque sabe el camino de casa, que nosotros no encontramos sino por atajos de ficción y regreso; porque, enraizado como un árbol, es parte del paisaje y por lo tanto de la belleza, y no, como nosotros, mitos del paso, figurantes de traje vivo de la inutilidad y del olvido.

23-3-1933.

361

Aparte esos sueños vulgares, que son las vergüenzas corrientes de los estercoleros del alma, que nadie osará confesar, y oprimen las vigilias como fantasmas sucios, viscosidades y ampollas sebáceas de la sensibilidad reprimida, ¡lo que de ridículo, lo que de empavorecedor, e indecible, puede todavía el alma, aunque con esfuerzo, reconocer en sus rincones!

El alma humana es un manicomio de caricaturas. Si un alma pudiera revelarse con verdad, no hubiese un pudor más profundo que todas las vergüenzas conocidas y definidas, sería, como dicen de la verdad, un pozo, pero un pozo siniestro lleno de ecos vagos, habitado por vidas innobles, viscosidades sin vida, babosas sin ser, mucosidades de la subjetividad.

362

Adoramos la perfección porque no la podemos tener; la repugnaríamos si la tuviésemos. Lo perfecto es lo inhumano, porque lo humano es imperfecto.

El odio sordo al paraíso -el deseo como el de la pobre desgraciada de [que] hubiese un campo en el cielo. Sí, no son los éxtasis de lo abstracto, ni las maravillas de lo absoluto lo que puede encantar a un alma que siente: son los lares y las cuestas de los montes, las islas verdes en los mares azules, los caminos entre los árboles y las anchas horas de reposo en las quintas abolengas, aunque nunca las tengamos. Si no hubiese tierra en el cielo, más valdría que no hubiese cielo. Sea entonces todo la nada y termine la novela que /no tenía enredo/.

Para poder conseguir la perfección sería preciso una frialdad de fuera del hombre y no habría entonces corazón de hombre con que amar a la propia perfección.

Nos pasmamos, adorando, de la tensión hacia lo perfecto de los grandes artistas. Amamos su aproximación a lo perfecto pero la amamos porque es sólo aproximación.

(Posterior a 1923.)

363

El hombre vulgar, por más dura que sea con él la vida, tiene al menos la felicidad de no pensarla. Vivir la vida transcurriendo, exteriormente, como un gato o un perro -así hacen los hombres generales, y así se debe vivir la vida para que pueda incluir la satisfacción del gato y del perro.

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