Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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350
La renuncia es la liberación. No querer es poder.
¿Qué puede darme la China que mi alma no me haya dado ya? Y si mi alma no me lo puede dar, ¿cómo me lo dará la China, si es con mi alma cómo veré la China, si la veo? Podré ir a buscar riqueza al Oriente, pero no riqueza del alma, porque la riqueza de mi alma soy yo, y estoy donde estoy, sin Oriente o con él.
Comprendo que viaje quien es incapaz de sentir. Por eso son siempre tan pobres como libros de experiencia los libros de viajes, que valen solamente por la imaginación de quien los escribe. Y si quien los escribe tiene imaginación, tanto nos puede encantar con la descripción minuciosa, fotográfica pelo por pelo, de paisajes que ha imaginado como con la descripción, forzosamente menos minuciosa, de los paisajes que ha supuesto ver. Somos todos miopes, excepto hacia dentro. Sólo el sueño ve con (el) mirar.
En el fondo, hay en nuestra experiencia de la tierra dos cosas sólo: lo universal y lo particular. Describir lo universal es describir lo que es común a toda alma humana y a toda experiencia humana -el cielo vasto, con el día y la noche que acontecen dentro de él; el correr de los ríos -todos de la misma agua sororal y fresca; los mares, montañas trémulamente extensas, que guardan la majestad de la altura en el secreto de la profundidad; los campos, las estaciones, las casas, las caras, los gestos; el traje y las sonrisas; el amor y las guerras; los dioses, finitos e infinitos; la Noche sin forma, madre del origen del mundo; el Hado, el monstruo intelectual que lo es todo… Al describir esto, o cualquier cosa universal como esto, hablo con el alma el lenguaje primitivo y divino, el idioma adámico que todos entienden. ¿Pero qué lenguaje astillado y babélico hablaría yo cuando describiese el Ascensor de Santa Justa [334], la catedral de Reims, los calzones zuavos, la manera como el portugués se pronuncia en Trasosmontes? Estas cosas son accidentes de superficie; pueden sentirse con el andar pero no con el sentir. Lo que en el Ascensor de Santa Justa es lo Universal es la mecánica que facilita el mundo. Lo que en la catedral de Reims es verdad no es la catedral de Reims, sino la majestad religiosa de los edificios consagrados al conocimiento de la profundidad del alma humana. Lo que en los calzones de los zuavos es eterno es la ficción colorida de los trajes, lenguaje humano que crea una simplicidad social que es a su manera una nueva desnudez. Lo que en las pronunciaciones locales es universal es el timbre casero de las voces de la gente que vive con espontaneidad la diversidad de los seres juntos, la sucesión multicolor de las maneras, las diferencias de los pueblos, y la vasta variedad de las naciones.
Transeúntes eternos por nosotros mismos, no hay paisaje sino el que somos. Nada poseemos, porque ni a nosotros poseemos. Nada tenemos porque nada somos. ¿Qué manos extenderé hacia el universo? El universo no es mío: soy yo.
(¿1930?)
351
Me gustaría estar en el campo para que me pudiera gustar estar en la ciudad. Me gusta, sin eso, estar en la ciudad aunque con eso mi gusto sería dos.
352
Todo paisaje /no/ está en parte ninguna.
353 La Divina Envidia
Siempre que tengo una sensación agradable en compañía de otros, les envidio la parte que han tenido en esa sensación. Me parece un impudor que ellos sintiesen lo mismo que yo, que invadiesen mi alma por intermedio del alma, unísonamente sintiendo, de ellos.
La gran dificultad del orgullo que para mí ofrece la contemplación de los paisajes es la dolorosa circunstancia de que es seguro que ya los haya contemplado alguien con una mirada igual.
A horas diferentes, es cierto, y en otros días. Pero me hacen notar cómo sería acariciarme y amansarme con una escolástica que soy superior a merecer. Sé que poco importa la diferencia, que con el mismo espíritu al mirar, otros han tenido ante el paisaje un modo de ver, no como, sino parecido al mío.
Me esfuerzo por eso en alterar siempre lo que veo de una manera que lo torne irrefragablemente mío -de alterar, mintiendo- el momento bello y en el mismo orden de línea de belleza, la línea del perfil de las montañas; en sustituir ciertos árboles y flores por otros, vastamente los mismos diferentísimamente; en ver otros colores de efecto idéntico en el ocaso -y así creo, por como estoy educado, y con el propio gesto de mirar con que espontáneamente veo, un modo interior de lo exterior.
Esto, sin embargo, es el grado ínfimo de substitución de lo visible. En mis buenos y abandonados momentos de sueño invento mucho más.
Hago al paisaje tener para mí los efectos de la música, evocarme imágenes -curioso y dificilísimo triunfo del éxtasis, tan difícil porque el agente evocativo es del mismo orden de sensaciones que lo que ha de evocar. Mi triunfo máximo en el género fue cuando, a cierta hora ambigua de aspecto y luz, al mirar al Muelle del Sodré [335], claramente lo vi una pagoda china con extraños cascabeles en las puntas de los tejados como sombreros absurdos -curiosa pagoda china pintada en el espacio, en el espacio-satén, no sé cómo, en el espacio que hace perdurar a la abominable tercera dimensión.
Y el momento me huele verdaderamente y un […] y lejano y con esa gran envidia [336]de realidad…
354
Cada vez que viajo, viajo /inmenso/. El cansancio que traigo conmigo de un viaje en tren a Cascaes [337]es como si fuese el de haber, en ese poco tiempo, recorrido los paisajes de campo y ciudad de cuatro o cinco países.
Cada casa por la que paso, cada chalet, cada casita aislada encalada de blanco y de silencio -en cada una de ellas me concibo viviendo, primero feliz, después aburrido, cansado después; y siento que habiéndola abandonado, llevo en mí una nostalgia enorme del tiempo que allí he vivido. De modo que todos mis viajes son una cosecha dolorosa y feliz de grandes alegrías, de tedios enormes, de innumerables falsas nostalgias.
Además, al pasar delante de casas, de «villas», de chalets, voy viviendo en mí todas las vidas domésticas al mismo tiempo. Soy el padre, la madre, los hijos, los primos, la criada y el primo de la criada, al mismo tiempo y todo junto, mediante el arte especial que tengo de sentir al mismo [tiempo] varias sensaciones diferentes, de vivir al mismo tiempo -y al mismo tiempo por fuera, viéndolas, y por dentro, sintiéndolas- las vidas de varias criaturas.
355
Paisajes inútiles como los que dan la vuelta a las tazas chinas, partiendo del asa y yendo a acabar en el asa, de repente. Las tazas son siempre tan pequeñas… ¿Hacia dónde se prolongaría y con qué (…) de porcelana, el paisaje que no se ha prolongado más allá del asa de la taza?
Es posible a ciertas almas sentir un dolor profundo porque el paisaje pintado en un /abanico/ chino no tenga tres dimensiones.
356
– ¿Naufragios? No, nunca he tenido ninguno. Pero tengo la impresión de que en todos mis viajes he naufragado, mi salvación escondida en […].
– Sueños vagos, luces confusas, paisajes perplejos -he ahí lo que me queda [338]en el alma de tanto como he viajado.
Tengo la impresión de que he conocido momentos de todos los colores, amores de todos los sabores, ansias de todos los tamaños. Me he desmandado por la vida, y nunca me he bastado ni me he soñado bastándome.
– Necesito explicar que he viajado realmente. Pero todo me sabe a constarme que he viajado, pero no he vivido. He llevado de un lado a otro, de norte a sur… de este a oeste, el cansancio de haber tenido un pasado, el desasosiego [339]de estar viviendo [340]el presente, y el tedio [341]de tener que tener un futuro. Pero tanto me esfuerzo que me quedo todo en el presente al matar dentro de mí al pasado y al futuro.
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