Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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Y, en un momento, estoy pensando en otra cosa, inevitablemente, debido a un impulso que no sé lo que es. Y entonces, como si estuviese delirando, se me mezcla con lo que no he llegado a sentir, con lo que he podido ser, un rumor de árboles, un ruido de agua que corre hacia los estanques, una quinta inexistente… Me esfuerzo por sentir, pero ya no sé cómo se siente. Me he vuelto la sombra de mí mismo, a la que entregase mi ser. Al contrario de aquel señor Peter Schlemil del cuento alemán [270], no he vendido mi sombra al diablo, sino mi substancia. Sufro de no sufrir. ¿Vivo o finjo que vivo? ¿Duermo o estoy despierto? Una vaga brisa, que sale fresca del calor del día, me hace olvidarlo todo. Me pesan los párpados agradablemente… Siento que este mismo sol dora los campos en los que no estoy y en los que no quiero estar… De en medio de los ruidos de la ciudad sale un gran silencio… ¡Qué suave! ¡Pero qué suave, quizás, si yo pudiese sentir! [271]
19-6-1934.
265
Una de las grandes tragedias de mi vida -aunque de esas tragedias que suceden en la sombra y en el subterfugio- es la de no poder sentir nada naturalmente. Soy capaz de amar y odiar, como todos, de, como todos, desconfiar y entusiasmarme; pero ni mi amor, ni mi odio, ni mi recelo, ni mi entusiasmo son exactamente esas cosas que son. O les falta algún elemento o les sobra alguno. La verdad es que son cualquier otra cosa, y lo que siento no se ajusta a la vida.
En los espíritus llamados calculadores -y la palabra está muy bien traída-, los sentimientos sufren la delimitación del cálculo, del escrúpulo egoísta, y parecen otros. En los espíritus llamados propiamente escrupulosos, se nota la misma dislocación de los instintos naturales. En mí se nota la misma perturbación de la conveniencia del sentimiento, pero no soy calculador, ni soy escrupuloso. No tengo disculpa para sentir mal. Por instinto, desnaturalizo los instintos. Sin querer, quiero equivocadamente.
266
La vida puede ser sentida como una náusea en el estómago; la existencia de la propia alma, como una molestia muscular. La desolación del espíritu, cuando se la siente agudamente, produce mareas, desde lejos, en el cuerpo, y duele por delegación.
Soy consciente de mí en un día en que el dolor de ser consciente es, como dice el poeta,
languidez, mareo y angustioso afán [272]
16-7-1930.
267
Pienso a veces con una satisfacción (en bisección) en la posibilidad futura de una geografía de nuestra conciencia de nosotros mismos. A mi modo de ver, el historiador futuro de nuestras propias sensaciones podrá quizás reducir a una ciencia exacta su actitud para con su conciencia de su propia alma. De momento, estamos en el principio de este arte difícil -arte todavía; química de las sensaciones en su estado alquímico por ahora. Este científico de pasado mañana sentirá un escrúpulo especial por su propia vida interior. Creará de sí mismo el instrumento de precisión para reducirla a analizada. No veo dificultad esencial en fabricar un instrumento de precisión, para uso autoanalítico, con aceros y bronces sólo del pensamiento. Me refiero a aceros y bronces realmente aceros y bronces, pero del espíritu. Y tal vez así mismo deba ser construido. Será quizás preciso concertar la idea de un instrumento de precisión, viendo materialmente esa idea, para poder proceder a un riguroso análisis íntimo. Y naturalmente será necesario reducir también el espíritu a una especie de materia real con una especie de espacio en el que existe. Depende todo esto del aguzamiento extremo de nuestras sensaciones interiores, que llevados hasta donde pueden ser, sin duda revelarán, o crearán, en nosotros un espacio real como el espacio que existe donde están las cosas de la materia, y que, además, es irreal como cosa.
Ni siquiera sé si este espacio interior no será tan sólo una nueva dimensión del otro. Tal vez la investigación científica del futuro venga a descubrir que todo son dimensiones del mismo espacio, ni material ni espiritual por eso. En una dimensión viviremos como cuerpo; en otra viviremos como alma. Y hay quizás otras dimensiones donde vivimos otras cosas igualmente reales de nosotros. Me gusta a veces dejarme poseer por la meditación inútil del punto hasta donde esta investigación puede llevar.
Tal vez se descubra que aquello a lo que llamamos Dios, y que tan patentemente está en otro plano que no la lógica o la realidad espacial y temporal, es un modo nuestro de existencia, una sensación de nosotros mismos en otra dimensión del ser. Esto no me parece imposible. Los sueños también serán tal vez o también otra dimensión en que vivimos, o un cruce de dos dimensiones; como un cuerpo vive en la altura, en la anchura y en la longitud, nuestro sueños, quién sabe, vivirán en lo ideal, en el yo y en el espacio. En el espacio, por su representación visible; en lo ideal, por su presentación de otro género que la de la materia; en el yo, por su íntima dimensión de nuestros. El propio Yo, el de cada uno de nosotros, es quizás una dimensión divina. Todo esto es complicado y a su tiempo, sin duda, será aclarado. Los soñadores actuales son tal vez los grandes precursores de la ciencia final del futuro. Pero eso no viene al caso.
Hago a veces metafísica de éstas, con la atención escrupulosa y respetuosa de quien trabaja de veras y hace ciencia. Ya he dicho que hasta es posible que esté haciéndola realmente. Lo esencial es que yo no me enorgullezca mucho de esto, dado que el orgullo es perjudicial para la exacta imparcialidad de la precisión científica.
268
Las cosas más sencillas, más verdaderamente sencillas, que nada puede convertir en semi-sencillas, me las torna complicadas el vivirlas. Dar a alguien los buenos días me intimida a veces. Se me seca la voz, como si hubiese una audacia extraña en decir esas palabras en voz alta. Es una especie de pudor de existir -/¡no tiene otro nombre!/
El análisis temperamental [273]de nuestras sensaciones crea un modo nuevo de sentir que parece artificial a quien analiza sólo con la inteligencia, y no con la propia sensación.
Toda la vida he sido fútil metafísicamente, serio jugando. Nada he hecho en serio, por más que quisiese. Se ha divertido conmigo, en mí, un destino /mordaz/ [274].
¡Tener sensaciones de etamina, o de seda, o de brocado! ¡Tener emociones descriptibles de esta manera! ¡Tener emociones descriptibles!
Sube por mí, en el alma, un arrepentimiento que es un Dios por todo, una pasión sorda de lágrimas por la condenación de los sueños en la carne de quienes los soñaron… Y odio sin odio a todos los poetas que han escrito versos, /a todos los idealistas que han hecho ver su ideal, a todos los que han conseguido lo que querían/.
Vagabundeo indefinidamente por las calles tranquilas, ando hasta cansar al cuerpo de [275]acuerdo con el alma, me duele hasta ese extremo del dolor conocido que experimenta un gozo en sentirse, una compasión maternal por sí mismo, que es musicada e indefinible.
¡Dormir! ¡Adormecerse! ¡Tranquilizarse! ¡Ser una conciencia abstracta de respirar sosegadamente, sin mundo, sin astros, sin alma -mar muerto de emoción que refleja una ausencia de estrellas!
269
…como un náufrago ahogándose a la vista de islas maravillosas, en aquellos mismos mares dorados de violeta de los que en lechos remotos había verdaderamente soñado.
Supongo que sea lo que llaman un decadente que haya en mí, como definición exterior de mi espíritu, esos centelleos tristes de una extrañeza postiza que incorporan en palabras inesperadas un alma ansiosa y malabar [276]. Siento que soy así y que soy absurdo. Por eso busco, mediante una imitación de una hipótesis de los clásicos, figurar por lo menos en una matemática expresiva las sensaciones decorativas de mi alma substituida.
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