Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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– Claro que sí, pero yo estoy razonando…
– Está bien: yo no. El raciocinio es la peor especie del sueño, porque es la que nos transporta al sueño la regularidad de la vida que no existe, es decir, es doblemente nada.
– ¿Pero qué quiere decir eso?
(Poniéndole la mano en el otro hombro, y envolviéndole en un abrazo) -Ay, hijo mío, ¿qué quiere decir nada?
254
Todos los días suceden en el mundo cosas que no se explican por las leyes que conocemos de las cosas. Todos los días, habladas durante un momento, se olvidan, y el mismo misterio que las ha traído se las lleva, convirtiéndose el secreto en olvido. Tal es la ley de lo que tiene que ser olvidado porque no puede ser explicado. A la luz del sol, continúa siendo normal el mundo visible. El ajeno nos acecha desde la sombra.
255
¿Dónde está Dios, aunque no exista? Quiero rezar y llorar, arrepentirme de crímenes que no he cometido, disfrutar de ser perdonado por una caricia no propiamente maternal.
Un regazo para llorar, pero un regazo enorme, sin forma, espacioso como una noche de verano, y sin embargo cercano, caliente, femenino, al lado de cualquier fuego… Poder llorar allí cosas impensables, faltas que no sé cuales son, ternuras de cosas inexistentes, y grandes dudas crispadas de no sé qué futuro…
Una infancia nueva, un ama vieja otra vez, y una cama pequeña dónele acabe por dormirme, entre cuentos que arrullan, mal oídos, con una atención que se pone tibia, de rayos que penetraban en jóvenes cabellos rubios como el trigo… Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura única de Dios, allá en el fondo triste y somnoliento de la realidad última de las cosas…
Un regazo o una cuna o un brazo caliente alrededor de mi cuello… Una voz que canta bajo y parece querer hacerme llorar… El ruido de la lumbre en el hogar… Un calor en el invierno… Un extravío suave [257]de mi conciencia… Y después, sin ruido, un sueño tranquilo en un espacio enorme, como la luna rodando entre estrellas…
Cuando pongo aparte mis […] y coloco en un rincón, con un cuidado lleno de cariño -con ganas de darles besos- mis juguetes, las palabras, las imágenes, las frases -¡me quedo tan pequeño y tan inofensivo, tan solo en un cuarto tan grande y tan triste, tan profundamente triste!…
Después de todo, ¿quién soy yo cuando no juego? Un pobre huérfano, abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío en las esquinas de la Realidad, teniendo que dormir en los escalones de la Tristeza y que comer el pan regalado de la Fantasía. De un padre sé el nombre; me han dicho que se llama Dios, pero el nombre no me da idea de nada. A veces, de noche, cuando me siento solo, le llamo y lloro, y me hago una idea de él a la que poder amar… Pero después pienso que no le conozco, que quizás no sea así, que quizás no sea nunca ese padre de mi alma…
¿Cuándo se terminará todo esto, estas calles por las que arrastro mi miseria, y estos escalones donde encojo mi frío y siento las manos de la noche entre mis harapos? Si un día viniese Dios a buscarme y me llevase a su casa y me diese calor y afecto… A veces pienso esto y lloro con alegría al pensar que puedo pensarlo… Pero el viento se arrastra por la calle y las hojas caen en la acera… Alzo los ojos y veo las estrellas que no tienen ningún sentido… Y de todo esto apenas quedo yo, un pobre niño abandonado, que ningún Amor quiso por hijo adoptivo, ni ninguna Amistad por compañero de juegos.
Tengo mucho frío. Estoy tan cansado en mi abandono. Ve a buscar, oh Viento, a mi Madre. Llévame por la Noche a la casa que no he conocido… Vuelve a darme, oh Silencio.[…], mi alma y mi cuna y mi canción con que me dormía.
256
Nunca duermo: vivo y sueño o, mejor dicho, sueño en vida y al dormir, que también es vida. No hay interrupción en mi conciencia: siento lo que me rodea si todavía no duermo, o si no duermo bien; entro luego a soñar desde que duermo de verdad. Así, lo que soy es un perpetuo desenrollarse de imágenes, conexas o inconexas, que fingen siempre que son exteriores, unas situadas entre los hombres y la luz si estoy despierto, otras situadas entre los fantasmas y la sin-luz que se ve, si estoy durmiendo. Verdaderamente, no sé cómo distinguir una cosa de la otra, ni oso afirmar si no duermo cuando estoy despierto, si no estoy despertando cuando duermo.
La vida es un ovillo que alguien ha enmarañado. Hay un sentido en ella, si estuviera desenrollada y puesta a lo largo, o bien enrollada. Pero, tal como está, es un problema sin ovillo propio, un embrollarse sin donde.
Siento esto, que después escribiré, puesto que ya voy soñando las frases a decir, cuando, a través de la noche de medio-dormir, siento, juntamente con los paisajes de sueños vagos, el ruido de la lluvia allá fuera, haciéndomelos más vagos todavía. Son adivinos de lo vacuo, trémulos de abismo, y a través de ellos resbala, inútil, el plañir exterior de la lluvia constante, minucia abundante del paisaje del oído. ¿Esperanza? Nada. Del cielo invisible baja en son de duelo agua que un viento alza. Continúo durmiendo. Era, sin duda, en las alamedas del parque donde sucedió la tragedia de que ha resultado la vida. Eran dos y bellos y deseaban ser otra cosa; el amor se les retrasaba en el tedio del futuro, y la nostalgia de lo que habría de ser venía ya siendo hija del amor que no habían disfrutado. Así, al claro de luna de los bosques cercanos, pues a través de ellos se filtraba la luna, se paseaban, de la mano, sin deseos ni esperanzas, a través del desierto propio de los paseos abandonados. Eran completamente niños, pues no lo eran de verdad. De paseo en paseo, siluetas entre árbol y árbol, recorrían sin papel recortado aquel escenario de nadie. Y así desaparecieron por el lado de los estanques, cada vez más juntos y separados, y el ruido de la vaga lluvia que cesa es el de los surtidores de hacia donde iban. Soy el amor que disfrutaron y por eso lo sé oír en la noche en que no duermo, y también sé vivir desgraciado.
2-5-1932.
257
Tener un puro caro y los ojos cerrados es ser rico.
Como quien visita un lugar donde ha pasado la juventud, consigo, con un cigarro barato, regresar entero al lugar de mi vida en que mi costumbre era fumarlos. Y a través del sabor leve del humo todo lo pasado /me revive/.
Otras veces será cierto dulce. Un simple bombón de chocolate me destroza a veces los nervios con el exceso de recuerdos que los estremece. ¡La infancia! Y entre mis dientes que se clavan en la masa oscura y blanda, parto y /saboreo/ mis humildes felicidades de compañero alegre del soldado de plomo, del caballero congruente con la caña casual que era mi caballo. Me suben las lágrimas a los ojos y se mezcla con el sabor a chocolate mi sabor a mi felicidad pasada, mi infancia ida, y pertenezco voluptuosamente a la suavidad de mi dolor.
No por sencillo es menos solemne este ritual mío del paladar.
Pero es el humo del cigarro el que más espiritualmente me reconstruye momentos pasados. Apenas roza mi conciencia de tener paladar. Por eso más […] me evoca las horas que he muerto, más lejanas las hace presentes, más nebulosas cuando me envuelven, más etéreas cuando las materializo. Un cigarro mentolado, un puro trivial, embriagan de familiaridad algunos momentos míos. Con qué sutil plausibilidad de sabor-aroma reconstruyo los escenarios y presto otra vez las […] de un pasado, tan siglo dieciocho siempre debido al alejamiento malicioso y cansado, tan medievales siempre debido a lo inevitablemente perdido.
¿1914?
258
Es la última muerte del Capitán Nemo. En breve, moriré también.
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